¿Alguna vez te sentiste rechazado?

¿Alguna vez te sentiste rechazado?
Por: Rafael Monroy
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s común que las personas que conocimos durante nuestra vida nos rechacen cuando se enteran de que somos cristianos evangélicos, especialmente si asistimos regularmente a una congregación. Este rechazo no solo proviene de aquellos que no comparten nuestra fe, sino que incluso puede manifestarse dentro de las mismas congregaciones si tomamos la decisión de obedecer sin restricción las Escrituras.

Vivir de acuerdo con los principios cristianos significa ir en contra de la corriente del mundo, y todos los cristianos conocemos esa realidad. Las personas que antes se presentaban como amigos, o que al menos se mostraban cercanos, ahora nos miran con extrañeza, como si fuéramos fanáticos o simplemente locos. Incluso, nuestra propia familia puede llegar a rechazarnos, manteniéndose a distancia y evitando cualquier conversación que gire en torno a Dios y a la fe que profesamos.

Para ellos, la figura del “hermano Aleluya” se convierte en motivo de burla o de incomodidad, alguien de quien prefieren mantenerse alejados. Sin embargo, lo más difícil de enfrentar no es el rechazo del mundo, sino la oposición que a veces surge dentro de la misma comunidad cristiana. Esto sucede cuando algunos creen que el cristianismo debe ser una extensión de la iglesia tradicional, donde la prioridad es mantener la apariencia de religiosidad en lugar de un compromiso genuino con las enseñanzas de la Biblia.

¿Cuál es tu misión como cristiano?

La misión de un siervo de Dios es hablar de aquel que lo llamó de las tinieblas a su luz admirable, sin preocuparse por agradar a los hombres. En un mundo que busca la aprobación social y la aceptación a toda costa, esta tarea puede ser particularmente difícil. Sin embargo, el cristiano fiel sabe que su prioridad no es ser popular ni caer en gracia con los demás, sino proclamar la verdad que Dios ha revelado en su palabra.

Muchos dentro de la misma comunidad de fe creen que señalar el pecado es una falta de amor hacia el hermano. Piensan que quienes insisten en recordar que Dios no admite el pecado son personas rígidas y poco comprensivas, que no han entendido las “necesidades” de la iglesia moderna. En este contexto, se espera que el amor sea sinónimo de aceptación incondicional, incluso cuando se trata de conductas contrarias a la enseñanza bíblica. Sin embargo, el verdadero amor cristiano no consiste en dejar pasar por alto aquello que desagrada a Dios, sino en llamar a las personas al arrepentimiento y a una vida conforme a la voluntad de Dios.

En la actualidad, algunas congregaciones han decidido aceptar prácticas y estilos de vida que la Biblia señala claramente como pecado. Así, muchas iglesias han abierto sus puertas a personas que continúan viviendo en prácticas que la palabra de Dios condena, como la homosexualidad, el robo y otras formas de vida contrarias a la enseñanza bíblica. Sin embargo, es fundamental recordar que Dios es Santo, y su santidad exige que todo aquel que se acerque a Él lo haga con un corazón arrepentido y dispuesto a ser transformado.

No se trata de rechazar al pecador, ya que Dios no desprecia a quien se acerca con un corazón contrito y humillado, deseando cambiar y buscar una nueva vida. Jesús mismo demostró compasión hacia los marginados y pecadores, extendiéndoles su amor y llamándolos al arrepentimiento. Pero una cosa es recibir al pecador arrepentido y otra muy distinta es aceptar a quienes pretenden continuar en sus pecados mientras se integran a la comunidad de fe.

Cuando la iglesia permite que las puertas se abran de par en par a personas que no desean cambiar, sino que buscan normalizar sus prácticas, se corre el riesgo de distorsionar el mensaje del evangelio. No es amoroso dejar que alguien continúe en un camino que, según la Escritura, lo lleva a la perdición. El verdadero amor se refleja en advertir sobre las consecuencias del pecado y en ayudar a otros a encontrar el camino hacia la redención a través de Jesucristo.

Recordar a la comunidad cristiana que el pecado traerá consecuencias fatales es una responsabilidad que no se puede eludir, incluso si eso significa enfrentar el rechazo de muchos. A lo largo de la historia bíblica, profetas, apóstoles y siervos de Dios han tenido que enfrentarse a la oposición por ser fieles al mensaje que Dios les dio. Sus palabras no siempre fueron bien recibidas, pero su objetivo nunca fue complacer a los oyentes, sino ser fieles a la voz de Dios.

El apóstol Pablo, por ejemplo, no temía corregir a las iglesias cuando se apartaban de la verdad, aunque esto significara confrontar a aquellos que lo consideraban un enemigo por decirles la verdad. Su misión, y la de cada cristiano comprometido con el evangelio, es obedecer a Dios antes que a los hombres. En tiempos donde la corrección bíblica es vista como falta de amor, es crucial recordar que la Escritura nos llama a mantenernos firmes en la verdad.

Dios no rechaza a quienes desean arrepentirse y cambiar su vida, pero su santidad no le permite aceptar a aquellos que se aferran al pecado y se niegan a ser transformados. En el libro de Hebreos, se nos recuerda que “sin santidad, nadie verá al Señor”. Esta verdad nos muestra que la vida cristiana implica una transformación profunda, un cambio de mente y corazón que nos lleva a alejarnos de lo que desagrada a Dios para vivir de acuerdo con sus mandamientos.

No es suficiente con asistir a una congregación o participar en las actividades de la iglesia; lo que Dios busca es un corazón dispuesto a someterse a su voluntad. Ser un cristiano verdadero implica un compromiso que va más allá de las apariencias y de la aceptación social. Se trata de vivir en integridad, de buscar cada día la santidad y de recordar que, aunque el camino sea difícil, la recompensa es eterna.

El rechazo que enfrentamos por ser fieles a la palabra de Dios, ya sea que venga de amigos, familiares o incluso de otros creyentes, es una prueba de nuestra fe. Jesús nos advirtió que el mundo nos odiaría, porque antes lo había odiado a Él. Sin embargo, también nos dio la esperanza de que, si perseveramos hasta el final, seremos recompensados.

Si decides mantenerte firme en la verdad, es probable que pierdas algunas amistades y que incluso algunos hermanos en la fe te miren con recelo. Pero debes recordar que tu compromiso principal es con Dios y no con los hombres. Al final, lo único que verdaderamente importa es agradar a Dios y ser hallado fiel ante sus ojos.

El camino del cristiano no es fácil, pero la promesa de Dios es clara: “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Si mantenerte fiel a la verdad y señalar el pecado implica enfrentar el rechazo, que así sea. El amor verdadero no se muestra en la aceptación del error, sino en la valentía de guiar a otros hacia la luz de Cristo.

Recuerda que nuestra misión es ser luz en medio de un mundo que ha elegido la oscuridad. Aunque nos llamen locos, fanáticos o anticuados, nuestra recompensa está en el cielo. Y aunque a veces sea difícil, vale la pena mantenerse firme, sabiendo que lo único que importa es agradar a Dios y ser fieles a su llamado.

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