Tuyo es el Reino

Autor: Peter J. Southgate

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Por: Peter J. Southgate

Introducción

No hay duda de que el reino de Dios fue el tema de predicación de Jesús cuando estaba en la tierra hace aproximadamente dos mil años. El presente libro intenta restablecer el significado original de su predicación sobre el tema, a fin de que vuelva a ocupar su correcto lugar en el centro de la vida cristiana. En primer término estoy dirigiéndome a quienes creen en la existencia de Dios pero no logran entender lo que a diario sucede en el mundo, y no están seguros si realmente tienen parte en lo que él está haciendo.

Pero me atrevo a esperar que si algún incrédulo llegara a leer estas páginas encontraría en ellas evidencia de la existencia de un Dios supremamente sabio y poderoso, quien tiene un plan para la tierra y el hombre, el cual está llegando a su finalización. De este modo el lector podría volver a pensar en el mensaje cristiano.

El reino de la Biblia

¿Qué dice Jesús acerca del reino de Dios?

En cierta ocasión los discípulos de Cristo le pidieron que les enseñara a orar. En respuesta, Jesús les dio el conocido Padrenuestro. En esas pocas líneas hizo dos alusiones al reino de Dios. Fue la primera cosa que les dijo que pidieran: «Venga tu reino,» como también fue el tema final: «Tuyo es el reino… por todos los siglos» (Mateo 6:9-13).

Este énfasis que puso Jesús en el reino de Dios es confirmado aun por medio de una lectura casual de los evangelios donde ocurre repetidamente. En realidad encontramos que el principal propósito de la predicación de Cristo era dar información acerca de este reino.

En otra ocasión uno de sus oyentes le pidió que no los abandonara, pero él rechazó su petición con el siguiente comentario:

«Es
necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino
de Dios; porque para esto he sido enviado.» (Lucas 4:43)

En un examen más cuidadoso podemos darnos cuenta de que hay alrededor de cien alusiones al reino de Dios solamente en los evangelios, y algunas más de treinta en el resto del Nuevo Testamento.

Alusiones bíblicas al reino de Dios

Antes de comenzar un estudio detallado, lo cual es el propósito inmediato de este libro, me gustaría presentar una pequeña lista de cosas que la Biblia asocia con el reino de Dios. Estas proporcionarán algunas pistas sobre el significado del término.

1. El reino de Dios fue buena nueva, puesto que ése es el significado de la palabra evangelio:

«Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino.» (Mateo 4:23)

2. En los días de Cristo el reino era todavía un asunto del futuro:

«Prosiguió
Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y
ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.»
(Lucas 19:11)

3. Antes de que venga el reino habrá señales que indicarán su proximidad:

«Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.» (Lucas 21:31)

4. Cuando llegue la hora del reino, ciertas personas entrarán en él y otras serán excluidas:

«Allí
será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac,
a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis
excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del
sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.» (Lucas 13:28-29)

«Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.» (Hechos 14:22)

«Manifiestas son las obras de la carne…los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.» (Gálatas 5:19-21)

«Os
digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel
día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.» (Mateo
26:29)

5. Los que entren en el reino tendrán que cambiar de alguna manera:

«Esto
digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de
Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.» (1 Corintios 15:50)

«El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» (Juan 3:5)

6. Jesús urgió a sus seguidores a que buscaran el reino con prioridad:

«Buscad primeramente el reino de Dios.» (Mateo 6:33)

Los fundamentos de la fe cristiana

Con estas referencias continuas a través del Nuevo Testamento, así como también las que se encuentran en la Biblia de Cristo (el Antiguo Testamento), se esperaría que el reino de Dios fuera una de las principales enseñanzas de las iglesias en la actualidad, de modo que todos los miembros de sus congregaciones se dieran cuenta de la importancia del asunto, y tuvieran por lo menos alguna idea de lo que será el reino de Dios. Sin embargo, es una triste realidad que la vasta mayoría de los que afirman ser cristianos encontrarán dificultad en demostrar lo que es el reino de Dios, o lo que para ellos significa personalmente, aun cuando oran diariamente: «Venga tu reino.»

 Unos cuantos probablemente digan que el reino de Dios es un imperio de gracia en el corazón de cada uno de los creyentes, citando las palabras de Jesús «el reino de Dios está entre vosotros.» Otros afirmarán que la Iglesia es el reino de Dios en la tierra, y cuando el mundo entero se convierta al cristianismo el reino de Dios habrá venido finalmente. Unos cuantos más dirán que el reino de Dios está en el cielo donde El mora, desde donde reina y adonde los fieles irán al morir. Pero ¿cuadran estas afirmaciones con las enseñanzas de Cristo?

Una forma sencilla de poner a prueba estas ideas consiste en sustituirlas en las afirmaciones bíblicas acerca del reino de Dios. Por ejemplo, usted podría releer los puntos 1 al 6; pero cada vez que «el reino de Dios» es mencionado lo reemplazaría con la frase «un reino de gracia en el corazón.» ¿Tendrían aún sentido los pasajes? Pruebe y vea lo que piensa. Trate de nuevo usando «Iglesia» o «cielo.» ¿Coinciden estos términos con todas las referencias? Si no, estas ideas son dudosas.

Lo que este ejercicio nos dice es que como la frase «el reino de Dios» es tan común en la Biblia deberíamos buscarle sobre todo un significado consistente. No debemos buscar su significado en algún sentido remoto, obscuro o poco común, sino de modo que satisfaga todas las referencias de la Biblia. Hay un punto de vista que combina todas las alusiones bíblicas y hace del reino de Dios el tema central del cristianismo. En realidad, estas páginas demostrarán que «el reino de Dios» es usado para describir todo el plan de Dios para la tierra y la humanidad.

Un reino literal

En estos días es fácil olvidar lo que era un reino en tiempos antiguos. Aquellos a quienes originalmente fue dada la Biblia podían definir prontamente un reino por su experiencia diaria. Estaba compuesto de cuatro cosas: un territorio, un gobernante, un pueblo gobernado y las leyes del gobierno.

 En el Antiguo Testamento el reino de Israel, gobernado por reyes como David y Salomón, era un reino en este sentido y es muy revelador que después de la resurrección de Jesús los discípulos demostraron que esperaban el reino de Dios en el mismo sentido. En el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles aprendemos que en el pequeño intervalo entre su resurrección y ascenso a los cielos, Jesús habló a sus discípulos «acerca del reino de Dios» (Hechos 1:3). Note de paso la importancia de este tópico. Jesús aprovechó sus últimos días hablando de él. La reacción de los discípulos consistió en esperar un reino literal, de la misma manera como el reino de Israel había existido previamente. «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1:6), fue la pregunta de ellos.

¿Es éste un ejemplo aislado, o el resto de la Biblia respalda este punto de vista sobre el reino de Dios?

 El reino de los hombres y el reino de Dios

Desde los comienzos de la historia los hombres se han organizado en grupos, poniendo a otros hombres en posición de autoridad sobre ellos. De este modo el hombre gobierna al hombre. Esto es cierto tanto del antiguo cacique tribal como de los presidentes electos en las modernas superpotencias. Tal sistema de gobierno donde el hombre controla su propia organización y destino es llamado en la Biblia «el reino de los hombres.» Actualmente este reino está representado por todas las distintas naciones del mundo sin importar su punto de vista político. Se practican ideas humanas y se impone la voluntad humana.

 Pero muy poca gente se da cuenta de que el reino de los hombres está bajo el control oculto de Dios. «El Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere» (Daniel 4:32). El propósito de este control oculto es el de llevar a la humanidad a un estado en el que Dios gobernará abiertamente al mundo. En otras palabras el reino de los hombres dará paso al reino de Dios.

 Una estatua de varios metales

¿Oyó Ud. alguna vez de Nabucodonosor? Si hubo alguna vez un hombre y un régimen que representara el reino de los hombres, fue este rey que gobernó sobre el Nuevo Imperio Babilónico en los alrededores del 600 A.C. Bajo su genio militar y administrativo se formó un gran imperio como el mundo jamás había visto hasta entonces. Centrado en la ciudad capital de Babilonia sobre el río Eufrates, el imperio se extendía en un gran arco que rodeaba el perímetro occidental del desierto de Arabia, incluyendo en su territorio países conocidos actualmente como Irak, Turquía, Siria, Líbano, Jordania, Israel y partes de Egipto e Irán.

 Sobre esta área gobernó Nabucodonosor como déspota, imponiendo su voluntad y capricho por medio de una eficiente organización civil y militar. Reconstruyó Babilonia completamente: sus templos, palacios y las residencias particulares fueron rodeados por gruesas murallas de gran altura y resistencia. La Biblia muestra al rey en el momento de decir: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?» (Daniel 4:30). En su día él representó el reino de los hombres.

Pero ¿qué tiene que ver esto con el reino de Dios?
Exactamente lo siguiente: En una ocasión Nabucodonosor fue a su cama preocupado por lo que sucedería a su reino después que él hubiera muerto. Esa misma noche Dios contestó sus pensamientos dándole un resumen de los sucesos del mundo que abarcaba los siguientes 2500 años. Esta información le fue proporcionada por medio de un sueño y usted la encontrará en el libro de Daniel capítulo 2.

En el sueño Nabucodonosor vio una gran estatua que se levantaba hasta el cielo en deslumbrante magnificencia. Una característica poco común de esta estatua era que cada sección estaba hecha de una clase diferente de metal. Este era el orden de los metales:

  • Cabeza Oro
  • Pecho y brazos Plata
  • Vientre y muslos Bronce
  • Piernas Hierro
  • Pies Mezcla de hierro y barro

Dudando acerca del significado de esta extraña visión, Nabucodonosor pidió a Daniel, un profeta judío que estaba exiliado en Babilonia, que le explicara su significado.

 Una secuencia de cuatro imperios

Con la ayuda de Dios, Daniel dijo que la estatua representaba diferentes fases del reino de los hombres a través de la historia. La cabeza de oro representaba al mismo Nabucodonosor y el Imperio Babilónico sobre el cual gobernaba:

 «Tú eres aquella cabeza de oro.» (Daniel 2:38)

Después del Imperio Babilónico se levantarían tres imperios más en el reino de los hombres, representados por los siguiente tres metales.

«Y
después de ti, se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un
tercer reino de bronce el cual dominará sobre toda la tierra. Y el
cuarto reino será fuerte como hierro» (Daniel 2:39-40).

La historia ha demostrado que esta predicción fue completamente cierta. El Imperio Babilónico dio paso al Imperio Persa en los alrededores del 540 A.C. Este corresponde al pecho y brazos de plata. 210 años más tarde los griegos derrotaron a los persas y tomaron el control del reino de los hombres. Este Imperio Griego fue el más grande de todos, extendiéndose desde el Mar Egeo hasta las fronteras de la India. Tal como Daniel dijo, «Dominará sobre toda la tierra,» no el globo entero tal como lo conocemos actualmente, pero ciertamente sobre la mayor parte del mundo civilizado de ese entonces. La elección del metal fue apropiada. El bronce era la característica distintiva de los ejércitos griegos, las armaduras griegas de bronce son legendarias.

A continuación en la escena del mundo, llegaron los Romanos quienes en vez de los griegos vinieron a ser los representantes del reino de los hombres. De nuevo la elección del metal fue buena. El refrán dice, «fuerte como el hierro,» y ciertamente el Imperio Romano fue el más fuerte, más eficiente y despiadado que el mundo jamás haya conocido.

El significado de los principales componentes de la estatua puede ser resumido como sigue:

  • Cabeza de oro Imperio Babilónico 610-540 A.C.
  • Pecho y brazos de plata Imperio Persa 540-330 A.C.
  • Vientre y muslos de bronce Imperio Griego 330-190 A.C.
  • Piernas de hierro Imperio Romano 190 A.C-475 D.C.

(Todas las fechas son aproximadas)

 Ningún quinto imperio

El Imperio Romano continuó hasta el siglo quinto D.C.; pero distinto a los imperios anteriores, no fue reemplazado por otro imperio mayor. Al contrario, se descompuso gradualmente frente al ataque de las tribus del norte como los godos y los hunos. La ausencia de un quinto imperio ya había sido predicha por Daniel mil años antes. Las piernas de hierro de la estatua dan paso a los pies que son una mezcla de material fuerte y débil, hierro y barro. Daniel mismo explica lo que esto prefigura:

 «Será un reino dividido… Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil.» (Daniel 2:41-42)

Esto ha resultado en una verdad completa. Desde el final del Imperio Romano no ha habido un poder que haya tenido completa autoridad sobre la mayor parte del mundo. Muchos han tratado de lograrlo y han fallado. Siempre ha existido una mezcla de naciones débiles y fuertes, y esto aún persiste en la actualidad. Incidentalmente, esto significa que cualquier esperanza de dominación del mundo por alguna de las superpotencias actuales es solamente una ilusión.

Predicción histórica

Está claro que el sueño que Dios le dio a Nabucodonosor fue una revelación importante para la humanidad. Su objeto no fue satisfacer la curiosidad del rey sino informar a todas las generaciones futuras que Dios está controlando los sucesos del mundo. Mientras superficialmente parece que el hombre es supremo en el reino de los hombres, en realidad puede operar solamente dentro de los límites señalados por el reino de los cielos.

¿Podría esta detallada predicción de 2,500 años de historia del mundo haber sido escrita por un simple hombre? ¿Podrán la adivinación o la premonición explicar satisfactoriamente su extraña certeza? De no ser así, ¿sería irracional reconocer el significado literal del texto bíblico y admitir que, como Daniel dijo en esta ocasión, «Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios» (Daniel 2:28)?

Sin embargo, Ud. podría decir, «Realmente ésta es una profecía sorprendente, pero ¿qué tiene que ver con el reino de Dios?»

Una extraordinaria piedra que crece
La revelación de Dios a Nabucodonosor no se limitó a mostrarle esta extraordinaria estatua metálica. Al continuar el sueño vio otra cosa sorprendente. De una montaña cercana estaba siendo cortado un trozo de piedra. Gradualmente esta piedra se llegó a separar de la roca madre hasta que finalmente se volvió libre. Lo que impresionó al rey fue que esto se realizó sin que la mano del hombre se involucrara en la tarea.

Luego vino el dramático final del sueño.

La piedra recién cortada repentinamente se precipitó a través del aire hacia la estatua y la golpeó con resonante fuerza en sus pies. La gran masa de metal tembló y se estremeció, y finalmente la estatua completa cayó al suelo en un montón. Tan devastadora fue la destrucción y tan pulverizados quedaron los fragmentos del metal roto que cuando se levantó un fuerte viento los restos de la estatua se esparcieron, y la única cosa que quedó fue la pequeña piedra que había causado el daño.

¿Qué sucedió a la piedra?

Mientras observaba, Nabucodonosor vio que la piedra cambió de forma. ¡Iba creciendo! Creció y creció hasta el tamaño de una colina. Aún entonces no dejó de crecer, volviéndose finalmente una montaña que cubría toda la tierra. El reino de Dios se establece

Usted probablemente se habrá dado cuenta de las implicaciones de la segunda parte de este sueño. La destrucción de la estatua significa que el control humano sobre la tierra será eliminado súbitamente. Si usted se inclina a considerar esto como imposible, recuerde el exacto cumplimiento de la primera parte de la profecía: la correcta secuencia de los cuatro imperios mundiales, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, y la ausencia de un quinto imperio, tomando su lugar una mezcla mundial de naciones fuertes y débiles. La razón exige que aceptemos la totalidad de la profecía y no solamente la primera parte. El hecho de que la primera parte se cumplió garantiza que también lo hará el resto.

Esta impresión inmediata de que la destrucción de la estatua representa la remoción del reino de los hombres es correcta. Dejemos que Daniel mismo nos lo diga:

«Y en los días de estos reyes el Dios del
cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino
dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos. pero
él permanecerá para siempre.» (Daniel 2:44)

Este es uno de los versículos más reveladores en la totalidad de la Biblia, con información comprimida sobre el reino de Dios. Veremos con más detalle lo que esto nos dice.

«En los días de estos reyes»

¿Cuáles reyes? La piedra golpeó a la estatua en los pies compuestos de hierro y barro, representando el estado fragmentado del mundo tras la declinación del Imperio Romano. Esta ha sido la condición del mundo durante los últimos 1500 años, incluyendo el tiempo presente. Por consiguiente vivimos en la época cuando la piedra golpeará a la estatua y ésta caerá.

«El Dios del cielo levantará un reino»
Los reinos que cayeron y fueron removidos estaban en la tierra. De la misma manera, el reino de Dios tendrá que estar en la tierra. No hay nada que sugiera que este reino divino será menos literal que el reino de los hombres que reemplazará. La piedra (el reino de Dios) creció hasta llenar la tierra, no los cielos.

«Desmenuzará y consumirá a todos estos reinos»
El gobierno humano de la tierra representado por los cuatro imperios de Babilonia, Persia, Grecia y Roma, y el estado dividido del mundo desde entonces, será removido completamente. La profecía no sugiere una transición gradual del reino de los hombres al reino de Dios. El cambio será repentino, violento y completo. Los restos esparcidos del gobierno humano serán lanzados de tal manera que de ellos no quedará rastro alguno.

«Ni será el reino dejado a otro pueblo»
El esplendor de Babilonia pasó a Persia, su conquistador. Persia a su vez entregó su reino y territorio a Grecia, y Grecia a Roma. El reino de Dios será diferente. Una vez establecido será permanente, sin ceder su autoridad o dominio a un sucesor. Otras frases en el versículo confirman esto: «No será jamás destruido» y «permanecerá para siempre.»

La identidad de la piedra
La agencia de destrucción del reino de los hombres en la profecía fue una piedra cortada sin manos humanas. Comparándolo con otras partes de la Escritura esto puede verse como una clara alusión a Jesucristo. En cierta ocasión Jesús, sin duda con este sueño de Nabucodonosor en su mente, se comparó con una roca provista por Dios y que un día rompería y reduciría a polvo toda oposición:

«Jesús les dijo:
¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los
edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto,
y es cosa maravillosa a nuestros ojos?… Y el que cayere sobre esta
piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.»
(Mateo 21:42,44)

Jesús, aunque fue cortado de la roca de la humanidad común en el sentido de que nació de una madre humana, no llegó a existir por medio del normal proceso de concepción, sino por la acción directa del poder de Dios sobre María. En este sentido se puede decir correctamente que no fue cortado con mano humana.

Así el trabajo de la piedra de remover la estatua es una representación de la misión de Jesús de establecer en todo el mundo el reino de Dios. De esto se deduce que el reino que él predicó mientras estaba en la tierra es idéntico al reino de Dios predicho por Daniel.

 Resumen

En este capítulo hemos echado un vistazo a los rasgos fundamentales del reino de Dios tal como se encuentran en la Biblia. Constituyen por supuesto sólo el bosquejo esencial de un gran lienzo y tenemos muchos detalles que llenar de otros pasajes bíblicos antes de que podamos ver el cuadro completo en su sorprendente belleza. Sin embargo, el diseño general está claro:

  1. La misión de Jesús fue predicar el reino de Dios.
  2. Muchas
    referencias del Nuevo Testamento indican que éste será un reino literal
    en la tierra, y que los seguidores verdaderos de Cristo serán invitados
    a tener parte en él.
  3. El reino de Dios reemplazará a todos los gobiernos existentes y crecerá hasta cubrir toda la tierra, y nunca tendrá fin.
  4. Dios ha señalado a Jesús como el que establecerá el reino.
  5. El control de Dios de los acontecimientos mundiales en el pasado es una garantía de que esto se cumplirá finalmente.

El reino de Dios en la tierra

Algunas personas leen un libro en forma muy ordenada. Comienzan en la primera página de una historia y continúan leyéndola página tras página, resistiendo firmemente la tentación de echar un vistazo al final para ver cómo termina. Otros, supongo que la mayoría de nosotros, no tenemos tal control. ¿Se salvará el héroe de la trampa letal? ¿Heredará la propiedad disputada o ganará el caso la bella dama? Hojeamos rápidamente las últimas páginas y casi invariablemente nos damos cuenta de que lo logra, y así fortificados regresamos con menos temor a los peligros del momento, sabiendo que todo saldrá bien al final.

Este capítulo ha sido colocado aquí para beneficio de esta última clase de lectores. En realidad debería leerse mucho más tarde, pues es el final de la «trama,» una descripción de la finalización del propósito de Dios cuando su reino se ha establecido en la tierra. Pero lo he colocado aquí porque creo que muchos de nosotros preferiríamos asegurarnos de que todo irá bien para el mundo al final, y que cuando usted vea el maravilloso futuro que Dios ha dispuesto, aumentará su deseo de saber cómo se realizará esto. Así que en este capítulo exploraremos la Biblia para investigar todo lo relacionado con el reino de Dios.

Por otra parte, si usted es de esas personas que leen un libro ordenadamente, recordando los detalles en cada paso para traerlos a la mente y relacionarlos con el resultado final, entonces puede que prefiera saltar el presente capítulo para leerlo después del capítulo 12.

Una tierra bella pero afligida

Vivimos en un mundo que está lleno de belleza y maravillas naturales. Colina, montaña, bosque, llanura, río y océano, todos se combinan para proporcionar un ambiente apropiado para las necesidades de las miríadas de formas de vida que cubren nuestro planeta. Presidiendo sobre todas estas cosas está el hombre, la forma más desarrollada de vida, con inteligencia para lograr sus metas, con emociones para gozar de las maravillas que lo rodean y con un corazón hecho para la amistad y el amor.

Aun así, sigue siendo un mundo que clama por el cambio.

Navegando furtivamente bajo las azules aguas de los océanos se encuentran submarinos cargados con mortales misiles nucleares que pueden ser dirigidos a borrar algunas de las mayores ciudades de la tierra. Dentro de esas poblaciones florecen el crimen y la violencia en las peligrosas calles, y los inocentes y los débiles son oprimidos. En el campo, la guerrilla coloca sus letales trampas, y el francotirador se sienta pacientemente a esperar a su víctima. En otras partes del mundo hay millones de solitarias y patéticas figuras, de facciones hundidas y huesos que casi saltan de la piel llevando el horrible testimonio de los efectos del hambre. Aun en las áreas menos devastadas una tercera parte de la población de la tierra tiene que dormir cada noche sin haber comido. En el mundo entero languidece la gente en lechos de sufrimiento y dolor. En los hospitales hay largas filas esperando alivio para las quejas que afligen nuestros defectuosos cuerpos. El llamado mundo desarrollado está recogiendo una triste cosecha de enfermedades mentales que se deben a la presión de un sofisticado estilo de vida.

Podemos verdaderamente entender los sentimientos de Reginald Heber cuando dijo:

«Todos los paisajes son bellos, y sólo el hombre es vil.»

Soñando con el futuro

¿Ha soñado usted alguna vez que con sólo ondear alguna varita mágica podía curar instantáneamente las enfermedades del mundo? Una época de paz, abundancia y felicidad se asoma a su mente, pero luego la visión es opacada por la realidad y usted tiene que reconocer que los problemas de la tierra son insolubles.

En realidad usted puede seguir soñando. Sus más extravagantes sueños de felicidad humana serán sobrepasados algún día por los verdaderos sucesos. Desde luego, esto no se realizará por medio de un proceso mágico sino porque es la declarada intención de Dios. Si la gente tan sólo leyera la Biblia encontraría maravillosas y satisfactorias descripciones de la vida en la tierra cuando sea establecido el reino de Dios y se daría cuenta de que toda la enfermedad presente en este globo será curada y todos sus problemas serán resueltos.

Ahora consideraremos las referencias bíblicas que describen el reino de Dios, y mientras las lee le pediré que las tome en sentido literal. Sé que algunas veces se piensa que las descripciones bíblicas del futuro son simbólicas o una alegoría a la que debemos dar un significado místico. Este no es generalmente el caso. Las ocasiones en las que es permisible hacer tal interpretación, ésta debe ser un complemento del significado literal y no una sustitución de él. Por ejemplo: «Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos» se refiere a la curación de la ceguera tanto física como espiritual.

Me gustaría asegurarle solemnemente que cada uno de los siguientes pasajes de la Biblia puede ser aplicado correctamente al reino de Dios.

Vida individual en el reino de Dios
La mayoría de los ciudadanos de cualquier reino son súbditos; así que comenzaré nuestro análisis mostrando lo que la Biblia dice acerca de la posición de hombres y mujeres normales viviendo en el reino de Dios.

Una sociedad pacífica

Uno de los más grandes anhelos de la actualidad es el de paz y seguridad, con libertad del temor a cualquier peligro. El reino de Dios será una sociedad enteramente pacífica. Guerras o preparativos de guerra serán desconocidos. Violencia entre individuos o naciones será algo del pasado. Esta serenidad se extenderá a los animales, pues aun la naturaleza de las bestias será domesticada. Considere algunas de las declaraciones de Dios acerca de su reino que respaldan estas afirmaciones:

«Y volverán sus espadas en rejas de
arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni
se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2:4).

«Que hace cesar
las guerras hasta los fines de la tierra, que quiebra el arco, corta la
lanza, y quema los carros en el fuego» (Salmos 46:9).

«Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz» (Salmos 37:11).

«No
harán mal ni dañarán en todo mi santo monte» (Isaías 11:9). (En el
capítulo anterior consideramos una montaña que creció desde una pequeña
piedra. Aquí tenemos la misma figura refiriéndose al reino de Dios.)

«El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey» (Isaías 65:25).

«Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna» (Salmo 72:7).

Fertilidad y alimento

Otro problema del mundo actual es el látigo del hambre. La lluvia parece estar declinando en muchas áreas y los desiertos están devorando inexorablemente la tierra fértil. Cada año cientos de miles de personas mueren de hambre y millones más sufren los efectos prolongados de la desnutrición. En el reino de Dios los desiertos áridos de la tierra serán transformados en tierras fértiles con copiosos suministros de agua.

«Porque aguas serán cavadas en el desierto, y
torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el
sequedal en manaderos de aguas» (Isaías 35:6-7).

«Se alegraran el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Isaías 35:1).

Pero habrá una razón adicional para el cambio en la producción agrícola. Las pestes y enfermedades ahora causan mucho daño a las cosechas de los granjeros y rara vez se logra el completo potencial de la cosecha. En el reino de Dios el rendimiento de las cosechas aumentará dramáticamente, produciendo granos hasta en las cumbres de las colinas (Salmos 72:16). El ciclo de la agricultura continuará sin interrupciones estacionales (Amós 9:13), y esta cosecha aumentada de frutales y campo asegurará que el hambre sea desconocida en el reino de Dios (Ezequiel 36:30).

La justicia

Una de las tragedias del reino de los hombre es que a los pobres y a los débiles se les niega la justicia. Ellos no tienen los medios o las habilidades ni la capacidad para defenderse y son frecuentemente explotados. En las grandes ciudades del mundo florece el crimen organizado, y los negocios ilegales, las extorsiones y las drogas abundan, tiranizando a los que caen en sus garras. Cuando el reino de Dios se haya establecido, el cuidado de los desposeídos será una de las principales preocupaciones de la administración divina:

«Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor» (Salmos 72:4).

En aquellos días no habrá mala administración de justicia porque el juicio divino no se basará solamente en lo que vea o escuche, pues podrá ver directamente en las mentes de los hombres y mujeres para establecer la verdad en cualquier asunto:

«No juzgará según la vista
de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará
con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la
tierra» (Isaías 11:3-4).

Habitación

Hay pocas desigualdades más grandes en el mundo actual como el tipo de casa en que viven los seres humanos. La habitación siempre ha ocupado un lugar prominente en la agenda de la mayoría de gobiernos, pero el problema permanece. Las humildes casas de Africa, Asia y Sudamérica son principalmente covachas fabricadas con cartón, láminas de hierro corrugado y cualquier otro material utilizable que se puede encontrar. Muchos millones viven en condiciones deplorables donde los servicios esenciales son pobres y poco confiables, y el servicio de aguas negras es muy primitivo o inexistente.

Aun en el mundo occidental los barrios pobres todavía desfiguran las ciudades y los rapaces propietarios cierran sus ojos a las súplicas de sus desafortunados inquilinos.

El futuro que la Biblia presenta es el de gente contenta y serena que vive en casas propias, rodeadas de su parcela de tierra privada:

«Edificarán casas, y morarán en ellas;
plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que
otro habite, ni plantarán para que otro coma… Y se sentará cada uno
debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente;
porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado» (Isaías
65:21-22; Miqueas 4:4).

Salud y larga vida

Pero tal cuadro idílico sería arruinado a menos que los habitantes del reino de Dios recibieran buena salud para gozar de las bendiciones. Cuerpos sanos y robustos serán una de las características de la época futura:

«Entonces
los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se
abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua
del mudo» (Isaías 35:5-6).

Esas vidas felices y saludables serán largas. Una persona que muera de cien años de edad será considerada solamente un niño:

«No
habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no
cumpla; porque el niño morirá de cien años…porque según los días de
los árboles serán los días de mi pueblo» (Isaías 65:20,22).

Un lenguaje internacional

Uno de los obstáculos para la armonía internacional es la enorme variedad de idiomas que existe en el mundo. Cuando Dios establezca su reino en la tierra será removida esta causa de división y un lenguaje universal se aplicará en todo el globo:

«En aquel tiempo devolveré
yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de
Jehová, para que le sirvan de común consentimiento» (Sofonías 3:9).

Cambios dramáticos. ¿Por qué?
Estos pasajes se combinan para formar el cuadro bíblico de la vida en el reino de Dios. Paz, felicidad y seguridad caracterizarán la vida de todos los súbditos. Las maldades e injusticias que causan tanta ansiedad y angustia en la actualidad serán eliminados y todos recibirán alimento, salud y larga vida para que puedan gozar estas bendiciones a plenitud.

Usted estará disculpado por pensar que el cuadro bíblico que acabo de presentar es el de una sociedad completamente materialista, que vive para su propia gratificación y satisfacción. En realidad éste no será el caso. Más bien estas bendiciones grandes y de largo alcance vendrán como consecuencia de un cambio en las actitudes de las personas. Estos beneficios provenientes de Dios no son un fin en sí mismos, sino el resultado de que hombres y mujeres se vuelvan a él con sinceridad.

En la actualidad la mayoría de personas conocen las tantas veces repetidas palabras del coro de ángeles en el nacimiento de Jesús:

«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:14).

Esto representa la causa y el efecto. Si primero hay gloria a Dios, a continuación sigue paz en la tierra. La Biblia establece claramente que los hombres y las mujeres del mundo entero se volverán al reconocimiento de Dios antes de recibir las bendiciones del reino:

«Se
acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y
todas las familias de las naciones adorarán delante de ti» (Salmos
22:27).

Una consideración de la vasta gama de creencias en el mundo actual proporciona alguna idea de la magnitud de este futuro cambio. La lista de las diferentes religiones es interminable. Algunas de ellas son incompatibles con las otras, y algunas son hasta ateas. En el reino de Dios reconocerán que han estado equivocadas en sus más caras creencias. El profeta Jeremías echa una mirada a este tiempo:

«Oh Jehová…a ti vendrán
naciones desde los extremos de la tierra, y dirán: Ciertamente mentira
poseyeron nuestros padres, vanidad, y no hay en ellos provecho»
(Jeremías 16:19).

Verdadera adoración

Este nuevo reconocimiento del verdadero Dios será la base de un sistema universal de adoración correcta y un deseo sincero de parte de los adoradores de vivir como él lo desea:

«Acontecerá en
lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de
Jehová…y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos y
dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob;
y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas» (Isaías
2:2-3).

«Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún vendrán
pueblos, y habitantes de muchas ciudades; y vendrán los habitantes de
una ciudad a otra, y dirán: Vamos a implorar el favor de Jehová, y a
buscar a Jehová de los ejércitos. Yo también iré. Y vendrán muchos
pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en
Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová» (Zacarías 8:20-22).

Esta buena voluntad de parte de todo el mundo para aceptar a Dios es la única base sobre la cual él los bendecirá. La Biblia enseña claramente que los favores de Dios siguen a la verdadera adoración y la secuencia no puede ser revertida.

El reino de los cielos

Haremos una pequeña digresión por un momento para prevenir una posible confusión. Los lectores del evangelio de Mateo encontrarán que él usa «reino de los cielos» en vez de la forma más usual «reino de Dios.» No hay diferencia en el significado de las dos frases, las cuales se usan en forma intercambiable en las Escrituras. Una comparación entre los relatos paralelos de los evangelios sobre los mismos incidentes confirma esto (por ejemplo, Mateo 3:2 y Marcos 1:15; Mateo 5:3 y Lucas 6:20, etc.). El Nuevo Diccionario Bíblico tiene el siguiente comentario:

«Mientras
Mateo, quien se está dirigiendo a los judíos, habla la mayor parte de
las veces del ‘reino de los cielos,’ Marcos y Lucas hablan del ‘reino de
Dios,’ que tiene el mismo significado que el ‘reino de los cielos’…
En todo caso no puede asumirse ninguna distinción en el significado de
las dos expresiones» (Artículo ‘Reino de Dios’).

Note también que la frase de Mateo es ‘reino de los cielos,’ no ‘reino en los cielos.’ Como hemos visto en este capítulo, durante el reino de Cristo el estado de cosas en la tierra se aproximará al de los cielos, haciendo las palabras de Mateo las más apropiadas. La oración del Señor confirma esto: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.»

Cómo se llevará a cabo esta reforma

Los últimos milenios de historia humana con su beligerancia internacional, diversidad religiosa y animosidad conforman una realidad prominentemente clara. Este cambio de una sociedad mayormente egoísta, atea o pagana no resultará por medio de un proceso de desarrollo progresivo. En los capítulos anteriores ya hemos tenido una indicación de esto en la repentina e irrevocable remoción de la estatua metálica que representa al reino de los hombres. Ahora me gustaría dirigir su atención a los pasajes explícitos que nos dicen cómo se logrará este cambio de corazón. Será por medio de la revelación de Dios mismo como juez y castigador de todos los malos, dando así evidencia de su existencia y poder.

En la sección titulada ‘Una sociedad pacífica’ notamos que Isaías hablaba de naciones donde «no alzará espada nación contra nación.» Bajo el encabezamiento de ‘Verdadera adoración’ leímos más de la misma referencia donde se alude a las mismas naciones diciendo «subamos al monte de Jehová.» Pero en el pasaje completo estas dos declaraciones están conectadas por medio de las siguientes palabras:

«Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos» (Isaías 2:4).

Esto nos dice que la paz en la tierra se logrará por medio de un edicto y su correspondiente ejecución.

Hablando todavía de los sucesos que rodean al establecimiento del reino, Isaías refuerza el mensaje de que Dios usará su gran poder para imponer la sumisión:

«Acontecerá en aquel día, que Jehová
castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la
tierra sobre la tierra… Porque he aquí que Jehová sale de su lugar
para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él… Porque
luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo
aprenden justicia» (Isaías 24:21;26:21;26:9).

Ezequiel escribe el resultado de esta intervención divina:

«Y
seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de
muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová» (Ezequiel 38:23).

El proceso de llevar al mundo al reconocimiento de Dios será el trabajo de su representante, quien será rey sobre el reino de Dios. Este rey no será otro que el Señor Jesucristo quien, como la pequeña piedra del sueño, vendrá a la tierra con la misión de reemplazar el reino de los hombres con el reino de Dios.

En un salmo que el Nuevo Testamento específicamente aplica a Cristo tenemos una descripción de la situación a su regreso. A causa de su invencible poder se ordena a las naciones que se sometan al nuevo gobernante del mundo:

«Pero yo he
puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto;
Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te
daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la
tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los
desmenuzarás.»

«Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid
amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos
con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el
camino; pues se inflama de pronto su ira» (Salmos 2:6-12).

La autoridad divina investida en Cristo conducirá a la sumisión de todo gobernante humano. En el último libro de la Biblia, en palabras que claramente repiten el pronunciamiento de la suerte de la estatua de Nabucodonosor, leemos el resultado final del propósito de Dios tal como se revela en la Escritura:

«Los reinos del mundo han
venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los
siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).

«Para justicia reinará un rey»

«¿Luego eres tú rey? dijo Pilato a su noble prisionero. Jesús contestó en la cortés forma de palabras que en aquellos días indicaba completo asentimiento: «Tú dices que yo soy rey» (Juan 18:37).

El hombre llamado ante sus acusadores para responder de un cargo fraudulento fue el único hombre perfecto que jamás haya vivido. El dedicó su vida a hacer lo bueno. Tenía horror a la falsedad y a la hipocresía, lo cual lo conducía ocasionalmente a ser severo y franco. Pero también demostró amor y bondad y un perfecto sentido de justicia y honestidad. Su compasión no conocía límites: curó al enfermo, detuvo las lágrimas de la madre viuda devolviendo a su hijo a la vida. Enseñó con paciencia el camino de Dios y finalmente, en agonía indescriptible, entregó su vida por sus amigos.

Es el mismo hombre noble designado por Dios como futuro gobernante del mundo. «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8), y cuando él regrese mostrará sin cambio las características que tan gráficamente presentan los evangelios. La gente mala e hipócrita será tratada como lo fueron los cambiadores de monedas en el templo; pero para el resto será un gobernante sabio, justo y bondadoso. ¡Cuán bendecida será verdaderamente la tierra cuando el Hijo de Dios sea su rey! Por medio de su perfecto gobierno la tierra se volverá un lugar idílico donde vivir.

Contemple estos anticipos bíblicos de los beneficios del reinado de Cristo sobre el reino de Dios:

«He
aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en
juicio…y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia,
reposo y seguridad para siempre» (Isaías 32:1,17).

«El juzgará a
tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio… Salvará a los
hijos del menesteroso, y aplastará al opresor… Florecerá en sus días
justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a
mar, y desde el río hasta los confines de la tierra… Todos los reyes
se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán… Benditas
serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado» (Salmos
72:2,4,7-8,11,17).

Estos fervorosos términos describen al soberano bajo cuyo fuerte pero benigno gobierno todas las naciones del mundo encontrarán una vida de gozo y satisfacción.

«La ciudad del gran Rey»

El centro de este perfecto gobierno futuro será la antigua capital judía: Jerusalén. Será reconstruida y contendrá un glorioso templo que llegará a ser el punto focal de la adoración mundial. Desde la ciudad se dispondrán sabias y buenas leyes y todo el mundo mirará a Sion y a su rey con lealtad respetuosa, viajando allí para aprender los caminos de Dios. Esta es la unísona voz de las Escrituras. En el Sermón del Monte dijo Jesús:

«No juréis…por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey» (Mateo 5:34-35).

Y hablando del futuro trabajo de Jesús, dice Dios:

«Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte» (Salmos 2:6).

Los profetas hablaron similarmente de Jerusalén de una manera que nunca ha llegado a suceder, pero que será cumplida cuando Jesús regrese para ser su justo rey:

«En aquel tiempo llamarán a Jerusalén:
Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de
Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado
corazón» (Jeremías 3:17).

«Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová…el reino de la hija de Jerusalén» (Miqueas 4:2,8).

«…cuando
Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y
delante de sus ancianos sea glorioso» (Isaías 24:23).

Un reino de 1,000 años
El rey de la futura edad no reinará solo sino que será asistido por príncipes. Dejaré la identidad de estos asistentes para considerarla en un capítulo posterior, pero los menciono ahora pues cuando se habla de ellos en Apocalipsis, se señala también la duración del reinado de Cristo:

«Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinaran con él mil años» (Apocalipsis 20:6).

Durante estos mil años, conocidos como el milenio, la tendencia innata del hombre de hacer lo malo será refrenada, con el resultado de que la tierra será purificada gradualmente de todo mal. Después de un esfuerzo final de rebelión la naturaleza humana misma será erradicada, y la muerte será completamente eliminada de la tierra. Consideraremos esto con más detalle en el capítulo 13.

Después del milenio

Al final de los mil años el reino de Dios llegará a su etapa permanente. El reino de Cristo habrá preparado la tierra como un lugar apropiado para que Dios habite en comunión perfecta con su Creación. Así se nos dice que al final del milenio Cristo renunciará a su soberanía sobre el reino de Dios en favor de Dios mismo (1 Corintios 15:24-28). El cuadro final de la Biblia es de absoluta perfección: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:3-4).

Resumen

En este capítulo del presente libro he dejado a la Biblia describir en sus propias palabras el futuro que Dios ha determinado para la tierra, cuando el reino de los hombres sea reemplazado por su reino, regido por su rey y gobernado por sus leyes. Hemos visto que satisfará los deseos y anhelos de toda la humanidad, y será experimentado por todos los que estén dispuestos a reconocer su supremacía.

Pero este glorioso objetivo no será logrado sin cuidadosa planificación, esfuerzo y sacrificio. Por consiguiente en el capítulo 5 volveremos sobre nuestros pasos para ver las etapas por las cuales esta muy satisfactoria culminación será realizada. Mientras tanto, antes de que regresemos de nuestro extenso vistazo al final de la trama para examinar la emocionante forma en que el drama se desarrolla, debemos dedicar algún tiempo a pensar en Dios mismo y en los medios por los cuales ha comunicado su plan a la humanidad.

El rey del universo

Es imposible demostrar con total certeza la existencia de Dios. Si tal prueba existiera no habría ateos, puesto que Dios sería un hecho demostrable de la misma manera, por ejemplo, que la ciencia puede establecer que el agua está compuesta de hidrógeno y oxígeno o que la tierra gira alrededor del sol.

Pero aunque no tengamos una prueba absoluta, sí tenemos evidencia de su existencia. La evidencia difiere de la prueba en que puede formarse una opinión personal sobre la información dada. Permítame usar un sencillo ejemplo para explicar lo que quiero decir.

Usted abre una puerta para entrar en un huerto cerrado y encuentra una manzana en el suelo debajo de un manzano. A menos que usted la haya visto caer, no hay una prueba definitiva de que la manzana proviene del árbol sobre cuyo suelo la encontró. Sin embargo, al investigar encuentra varias evidencias que indican que en realidad había caído de las ramas del árbol mencionado.

Usted observa los demás árboles de la vecindad y se da cuenta de que ninguno de ellos es manzano. También observa la manzana caída y descubre que es de la misma variedad de las que todavía cuelgan de las ramas. Además nota que la manzana en el suelo y las del árbol están igualmente maduras y algunas están listas para caer en cuanto las toque, aunque sea levemente.

Al recoger la manzana encuentra que tiene una magulladura que coincide con una caída de cierta altura, pues, en caso contrario, no tendría ninguna mancha. Finalmente recuerda que el huerto estuvo cerrado y que usted es la primera persona que lo visita en varios días.

Aunque, repito, usted no tiene una prueba absoluta, no hay duda de que la evidencia lo obliga a aceptar que la manzana cayó del árbol de su huerto y no vino de otro lugar.

Podemos aplicar el mismo principio para razonar sobre la existencia de Dios. No tenemos prueba, pero hay suficiente evidencia de su realidad. Esta evidencia es del más amplio alcance. Parte de ella se encuentra en el diseño visible de las cosas naturales, desde el universo con toda su amplitud, complejidad y precisión, hasta la sorprendentemente diminuta estructura y función de las sustancias que conforman las cosas vivientes.

Ambos extremos, sin mencionar el fascinante mundo en que vivimos, ofrecen evidencia de que fueron producidos por un diseñador inteligente antes que por una acción fortuita. También la Biblia contiene en sí misma muy fuerte evidencia, tal como espero demostrarlo. Al combinar tales evidencias, la creencia puede convertirse en una convicción personal de que Dios realmente existe.

La evidencia en la naturaleza, aunque extremadamente fuerte, queda fuera del alcance de este libro, y sólo mencionaré un ejemplo. Pero si usted continúa leyendo estas páginas confío en que la fuerza de la evidencia bíblica lo impresionará. Veremos que los detalles del bello plan para la redención del hombre, cuyo cumplimiento fue descrito en el capítulo anterior, fueron compilados en un período de unos 1500 años por unos 40 escritores distintos.

El hecho de que en estas circunstancias la Biblia preservara y desarrollara un solo tema es una evidencia muy fuerte del control que se impuso sobre aquellos hombres de antaño por un poder superior. Ya hemos considerado también un ejemplo de profecía acertada, un don que no poseen personas sin ayuda, y la Biblia tiene muchos ejemplos más. Pero debemos dejar para el próximo capítulo un detallado examen de tales predicciones, cuando examinemos con más cuidado el hecho de que la Biblia es un libro inspirado por Dios. Cuando se demuestra esta inspiración, se demuestra la existencia de Dios.

¿Cómo es Dios?

Sabemos solamente lo que él ha elegido decirnos, y en esta sección examinaremos lo que Dios dice acerca de sí mismo en la Biblia. Es vital que examinemos solamente esta fuente para obtener nuestra información. Hay muchos puntos de vista acerca de Dios, sostenidos hasta por algunas iglesias cristianas, los cuales son poco más que especulaciones humanas sobre el tema. Mucha gente construye su propia imagen de Dios imaginando lo que ellos piensan que él debe ser, y cuando Dios no resulta tal cual se lo imaginaron, entonces pierden su fe y aun niegan su existencia. Por ejemplo, ver a Dios sólo como un Dios de amor presenta graves problemas a la luz del sufrimiento y la catástrofe humanos, lo que lleva a muchos a perder la fe. Distinto del punto de vista humano acerca de Dios, tenemos en la Biblia su propia descripción de sí mismo y lo que planea hacer con la tierra.

¿Qué nos dice entonces la Biblia acerca de Dios?

No todo, por supuesto; pero da información adecuada para nuestras necesidades y nuestro limitado entendimiento. El énfasis no está en la forma física de Dios, sino en sus atributos y carácter. Varias facetas de sus cualidades y habilidades son definidas y todas deben ser combinadas si queremos lograr la imagen correcta. Pero en cuanto vemos esta mezcla de características, vemos a un Dios en quien pueden confiar los seres humanos y a quien también pueden amar.

Dios, el supremo soberano
La primera cosa que la Biblia afirma acerca de Dios es su absoluta soberanía. El no reconoce ningún otro igual en lo que se refiere a su gobierno sobre el cielo y la tierra:

«Yo soy Jehová, y ninguno más hay.» (Isaías 45:5)

«No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.» (Isaías 44:8)

«Aprende
pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el
cielo y abajo en la tierra, y no hay otro.» (Deuteronomio 4:39)

Este concepto del Dios Todopoderoso fue confirmado por Jesús. En oración se dirigió a su Padre como

«Señor del cielo y de la tierra.» (Mateo 11:25)

En otra ocasión dijo a sus oyentes:

«El Padre mayor es que yo.» (Juan 14:28)

«Mi Padre…es mayor que todos.» (Juan 10:29)

Este es el testimonio unánime de la totalidad de las Escrituras. Dios se revela allí como el máximo poder y autoridad en el universo en todo sentido. No hay excepciones a esto: aun Jesús reconoció implícitamente que él estaba entre aquellos sobre los cuales Dios ejercía completa jurisdicción. «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo,» dijo cierta vez (Juan 5:19).

El efecto de la primacía de Dios sobre el hombre es que cualquier reto contra él es inútil:

«Mas
antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el
vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene
potestad el alfarero sobre el barro…? (Romanos 9:20-21)

Dios no solamente es todopoderoso pues, como veremos pronto, su supremacía va acompañada de perfección moral que hace imposible que él haga algo incorrecto.

El Dios eterno

Para nosotros es difícil concebir una situación donde el tiempo en realidad no existe. El concepto de un ser que siempre ha existido y que continuará en tal forma sin modificación o envejecimiento es difícilmente absorbido por la mente finita. Pero tan limitado entendimiento no excluye la posibilidad.

A una larva de zancudo nadando en un estanque le parecerá que el mundo consiste de agua, lodo, piedras y plantas acuáticas de su ambiente inmediato. Una sustancia llamada aire estaría normalmente fuera de su experiencia, sin mencionar árboles y animales. Sin embargo, después de su etapa de pupa deja el agua y entra en el hasta ahora inimaginado ambiente donde estas cosas son comunes y esenciales para su existencia.

Nuestra experiencia sobre las cosas situadas fuera de nuestro mundo es similarmente limitada, y no es sabio de parte de nosotros juzgar lo que es posible o imposible más allá de nuestra restringida esfera de conocimiento y observación. La revelación de Dios señala que no hay tiempo en el que él no existía, ni cesará de existir:

«Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.» (Salmos 90:2)

Dios el sabio y poderoso
Otro atributo de Dios se deduce del intrincado diseño y equilibrio en la naturaleza y que es claramente enseñado en la Biblia. Dios es la fuente de todo conocimiento y sabiduría. El conoce y entiende todo. El ha diseñado la estructura de todas las cosas, y la ciencia moderna ha mostrado un poco de su infinita habilidad diseñadora.

¿Ha pensado usted alguna vez en la inmensa variedad de las cosas que conforman el mundo? Cada día vemos cosas tales como rocas y minerales, diferentes metales, mucha variedad de líquidos, animales y plantas que crecen y se reproducen; sin mencionar las cosas que no podemos ver aunque sabemos que están allí, como los distintos gases que componen el aire que respiramos. Ciertamente todos estos parecen tener poco en común: el pesado trozo de hierro y el pájaro volador, o el apetitoso aroma de huevos y tocino y el planeta Saturno.

Viendo toda esta diversidad ¿quién pensaría que todas las cosas en el universo están compuestas de diferentes arreglos de solamente tres clases de minúsculas partículas? Aun los científicos consideran actualmente que éste es el caso, aunque debe decirse que la naturaleza exacta de estas partículas todavía está siendo discutida e investigada.

Si a usted se le preguntara cuáles son los más pequeños bloques formadores de la materia, probablemente diría «átomos,» y en un sentido general estaría en lo correcto. Hay cerca de 92 variedades naturales de átomos, y ellos producen las sustancias que vemos a nuestro alrededor. Atomos de hierro se unen para constituir una barra de hierro, átomos de carbono hacen lo mismo para componer un diamante, y una combinación específica de átomos de carbono, oxígeno e hidrógeno forman el azúcar.

Pero los diversos átomos difieren unos de otros solamente en que tienen diferente cantidad de las tres pequeñas partículas a las cuales me referí anteriormente. Los científicos las llaman protones, neutrones y electrones. Así el gas hidrógeno es hidrógeno porque sus átomos contienen un protón y un electrón. El átomo de oxígeno tiene diferente número de estas partículas: 8 protones, 8 neutrones y 8 electrones. El hierro es obviamente un material diferente de los dos anteriores, y aun cuando está formado de las mismas partículas, esta vez se unen 26 de cada clase. De este modo la diversidad entre las 92 clases de átomos depende de la variación en el número de las tres partículas que poseen.

Estos átomos diferentes se unen de manera especialmente ordenada para producir la infinita variedad de cosas que nos rodean. ¿Quién pensaría que esta variedad es causada por las combinaciones de solamente tres clases de pequeñas partículas? Este es sólo un ejemplo de la sabiduría y habilidad del Dios del cielo. Por medio de la ciencia el hombre ha comenzado a entender tales maravillas; sin embargo, ¿cuán infinitamente más grande debe ser el que planeó y produjo todo esto?

Este vistazo a la operación de la sabiduría divina nos da confianza en que el propósito de su obra es igualmente bueno. Una mente que pudo diseñar átomos debe haberlo hecho por una razón que es sabia, lógica y satisfactoria.

Pero la sabiduría por sí misma no es suficiente. Debe existir la capacidad para llevar a cabo las intenciones de la mente. Así Dios es también revelado como un Dios de supremo poder además de sabiduría; y cuando se alude a estos atributos particulares, a menudo son mencionados juntos para revelar un Dios cuyos sabios propósitos serán logrados en virtud de su supremo poder.

«Con Dios está la sabiduría y el poder.» (Job 12:13)

«Suyos son el poder y la sabiduría.» (Daniel 2:20)

«¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría.» (Salmos 104:24)

El Espíritu de Dios

Si alguna vez ha usado una lupa para quemar un trozo de papel durante un día soleado, fácilmente podrá usar esta experiencia como una analogía de la relación entre el Espíritu de Dios y el Espíritu Santo. Los rayos del sol son concentrados por la lente para formar un pequeño foco de calor intenso que es mucho más poderoso que cuando la misma energía se extiende sobre un área mayor. Así el Espíritu Santo de Dios puede ser considerado como el poder de Dios concentrado en un objetivo determinado. El Espíritu Santo es usado por Dios para realizar actos llamados sobrenaturales tales como los milagros descritos en la Biblia.

El milagro más notable fue la concepción de Jesús sin la intervención de un padre humano. Esto fue específicamente mencionado como obra del Espíritu Santo cuando el ángel dijo a María:

«El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado
Hijo de Dios.» (Lucas 1:35)

Otra obra importante del Espíritu Santo fue la de guiar a los escritores de la Biblia, lo cual veremos en el capítulo siguiente del presente libro.

A propósito, no hay nada misterioso en la palabra ‘Santo’. En los lenguajes originales en que fue escrita la Biblia esta era una palabra del lenguaje diario que significaba ‘separado’ o ‘apartado’, y en la Escritura siempre es usada de este modo. Por consiguiente, el Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Dios ‘apartado’ para sus propósitos especiales.

Dios creador de la tierra y la vida

Para ver uno de los ejemplos más obvios del poder y sabiduría de Dios en acción, solamente tenemos que mirar a la tierra y las miríadas de formas de vida que en ella se sostienen. El es el:

«…Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, y el mar, y todo lo que en ellos hay.» (Hechos 14:15)

Este no es el lugar para rebatir las enseñanzas y argumentos de los protagonistas de la teoría de la evolución. Sobre este tema, le refiero a los libros recientes que han logrado enfrentar con éxito a los científicos en su propio terreno y han puesto al descubierto la dudosa evidencia de la teoría. Me limitaré a hacer sólo dos observaciones: una para los cristianos y la otra directamente a los científicos.

Los cristianos y la evolución

A los cristianos les diré que su Líder, a quien dicen seguir, creía en la creación tal como se describe en el Antiguo Testamento. Respondiendo a una pregunta de los fariseos, dice de la primera pareja humana:

«¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?» (Mateo 19:4)

También, explicando los principios de la redención cristiana, los escritores del Nuevo Testamento tratan los sucesos descritos en los primeros capítulos de Génesis como verdaderos. Así en referencia a la caída de Adán leemos:

«El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.» (Romanos 5:12)

Pero esta muerte puede ser eliminada por la obra de Jesús:

«Porque
así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos.» (Romanos 5:19)

«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» (1 Corintios 15:22)

La clara enseñanza de la Biblia es que el pecado entró en el mundo en un momento específico como resultado directo de la ofensa de un hombre. Por consiguiente, un cristiano evolucionista tendrá una teología diferente de la de Cristo o el apóstol Pablo.

El origen de la vida

A los científicos, y a los que con demasiada frecuencia los siguen sin vacilación, les diré que dos de los científicos de su fraternidad han demostrado recientemente la imposibilidad de una evolución accidental de la vida. Chandra Wickramasinghe, profesor de Matemática Aplicada y Astronomía en el Colegio Universitario de Cardiff en Gran Bretaña, describiendo su educación científica ha dicho:

«Desde
mi temprano entrenamiento como científico me introdujeron con vigor la
creencia de que la ciencia no puede estar de acuerdo con ninguna clase
de creación deliberada.»

Pero este punto de vista fue destrozado cuando él y otro astrónomo, el profesor Sir Fred Hoyle, calcularon independientemente las posibilidades de que la vida haya surgido espontáneamente. Ambos encontraron que las posibilidades contra la biogénesis son de 10 elevado a un factor de 40,000 a uno. (Hoyle y Wickramasinghe, Evolución desde el Espacio, 1981). Para los que no están acostumbrados a esta forma de escribir los números les explicaré que la potencia de un número indica el número de veces que se multiplica por sí mismo.

Así 103 equivale a 10 x 10 x 10, o sea, 1000; 106 = 1,000,000; 1050 equivale a 1 seguido de 50 ceros, como sigue: 100,000,000,000,000,000,000, 000,000,000,000,000,000,000,000,000,000. Así, 10 elevado a un factor de 40,000 es un número enorme e inconcebible. ¡Se necesitarían unas 50 páginas de este folleto para imprimir todos los ceros! Si usted considerara que la probabilidad de que un suceso ocurriera fuera de 1,000 a 1 (es decir, 103), lo vería como una posibilidad remota. En lenguaje ordinario, una probabilidad de ‘un millón a uno’ constituiría algo verdaderamente improbable. Los expertos en estadística consideran que si hay una probabilidad menor de 1 en 1050 de que algo pueda suceder puede considerarse imposible.

¿Qué diríamos entonces de esta posibilidad? El profesor Wickramasinghe contesta en un comentario sobre su libro, citado por el Daily Express del 14 de agosto de 1981:

«Que la vida haya sido un
accidente químico en la tierra sería como buscar un determinado grano de
arena en todas las playas de todos los planetas del universo, y
encontrarlo.»

O en términos más sencillos:

«Las probabilidad de que la vida en la tierra se originara al azar es tan completamente minúscula como para volverse absurda.»

Y el profesor Wickramasinghe, budista ateo, concluye:

«Por
el momento no puedo encontrar un argumento racional para rebatir el
punto de vista que habla de una conversión a Dios… Anteriormente
teníamos mente abierta: ahora nos damos cuenta de que la única
explicación lógica de la vida es la creación.»

La Biblia lleva más de 3,000 años de decir lo mismo:

«Contigo está el manantial de la vida.» (Salmos 36:9)

Un Dios justo

Después de considerar la sabiduría y el poder de Dios, nos volvemos a sus cualidades morales. Preeminente entre todas éstas es su sentido de justicia y equidad. Así como Dios es supremo en conocimiento y poder, también es incapaz de cometer un error moral. A través de la Escritura se le atribuyen verdad, rectitud y justicia:

«Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto.» (Deuteronomio 32:4)

«Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.» (Apocalipsis 15:3)

«Yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.» (Jeremías 9:24)

Hay algo profundamente reconfortante en todo esto. El mundo no está bajo el control de un Dios extravagante o caprichoso, o peor aún, gobernado por uno malvado e inicuo. En este sentido hay un gran contraste entre el Dios de la Biblia y los dioses adorados por las naciones contemporáneas de los escritores bíblicos. Aquellas supuestas deidades a menudo eran seres malignos e impredecibles cuya ira explotaba regularmente contra sus dioses compañeros en imprecaciones, maldiciones y guerras, y cuyos agentes tenían similares designios sobre los humanos causándoles enfermedades y sufrimiento. Una autoridad en civilizaciones del Medio Oriente ha dicho:

«Los mitos antiguos más parecen
enseñar que la vida del hombre era decidida no por dioses rectos
limitados por sus propias leyes morales, sino por una interacción
arbitraria de los temperamentos inciertos de los líderes del Panteón»
(H. W. F. Saggs, Vida Diaria en Babilonia y Asiria, página 197).

Es digno de meditación que sin saberlo ni poderlo prevenir, bien podríamos haber nacido en una tierra gobernada por monstruos como estos. Cuán satisfactorio es saber que el Rey del universo es un Dios justo, quien simplemente no puede dejar de actuar correctamente. A propósito, este concepto sublime de Dios es uno de los hilos de evidencia en favor de la verdad de su revelación. Si los escritores de la Biblia hubieran sido dejados a su propio albedrío, habrían descrito a Dios en los términos usados por los paganos contemporáneos de hace 3000 a 4000 años.

Debemos recordar siempre la rectitud de Dios en nuestros intentos de entender el mundo que nos rodea. Algunas veces es difícil ver la razón de muchos de los problemas y catástrofes que experimenta el mundo; pero no debemos oponer nuestro minúsculo entendimiento a su infinita sabiduría y bondad. Como Pablo exclama:

«¿Hay injusticia en Dios? En ninguna manera.» (Romanos 9:14)

Un Dios de amor y misericordia

Aquí la Biblia va más allá de cualquier concepto humano de Dios. Las pretendidas deidades de las naciones paganas de antaño eran amos duros, crueles en sus demandas sobre sus engañados devotos, gobernándolos manifiestamente con un poder feroz y casi vengativo. Los adoradores demostraban temor y respeto, a veces terror, en la supuesta presencia del dios de quien eran esclavos absolutos. La posibilidad de que existiera algún afecto entre el adorado y el adorador nunca fue ni siquiera considerada.

¡Cuán diferente es la revelación de la Biblia! Dios es revelado como un ser que cuida de la humanidad, aun de aquellos que no lo reconocen:

«Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.» (Mateo 5:45)

Pero la relación puede desarrollarse todavía más, hasta volverse como la del padre con sus hijos:

«Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.» (Salmos 103:13)

Ese compadecimiento lo lleva a extender su misericordia a las debilidades y fracasos de ellos:

«Yo soy Jehová tu Dios…y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.» (Exodo 20:2,6)

«Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia.» (Números 14:18)

Pero sobre todo, el amor de Dios es mostrado en el esquema de la salvación del hombre y su reunión con él en el futuro:

«Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»
(Juan 3:16)

Un Dios justo y Salvador

Concluyendo nuestro análisis de los atributos de Dios, hay un punto importante que surge de la consideración de su justicia y de su amor. Desde el punto de vista humano estos dos atributos parecen estar en contradicción. Por un lado la justicia segura de Dios exige que los caminos pecadores del hombre sean castigados. Que Dios ignorara el pecado humano implicaría negar los principios de su rectitud, supremacía e intolerancia del mal. Por otra parte, su amor desea perdonar a la humanidad acogiéndolo a su presencia y compañerismo. Humanamente hablando, estos aspectos de Dios, aparentemente contradictorios, su amor y su justicia, no pueden ser reconciliados; pero nuestro Padre Celestial ha conseguido esto de un modo maravilloso por medio de la obra de su Hijo. Tal como veremos en el capítulo 9 de este libro, a través de Jesús él se ha manifestado como

«Dios justo y Salvador.» (Isaías 45:21)

El libro de texto del reino

En estas páginas he citado la Biblia como si fuera una fuente autorizada de información, y ahora veremos más de cerca si se justifica tal confianza en ella.

Si existe allí un sabio y poderoso Dios quien ha creado en la tierra una raza de seres inteligentes, es lógico asumir que debe haber algún medio de comunicación entre él y ellos. Podríamos ir más allá y decir que si Dios también tiene un propósito en la creación del hombre, es razonable que encontrara alguna forma de impartirle información. Y si la relación del hombre con ese propósito realmente depende de cómo responde a Dios, entonces tal comunicación se vuelve no sólo razonable o deseable, sino esencial.

Tal información podría haber sido programada en nuestro cerebro, tal como lo son otras habilidades físicas y mentales: la capacidad de caminar, los rudimentos del habla gramatical, y el instinto de las aves de construir nidos, sólo para citar unos ejemplos. Pero Dios no quiere que el hombre le responda por tales medios. Conocimientos y respuestas automáticas no son lo que él desea. Un simple robot no puede dar satisfacción espiritual a su Hacedor.

El medio más común de comunicación entre la gente es el lenguaje, ya sea hablado o escrito, y éste es el medio usado por Dios para dirigirse al hombre y explicarle su plan. La Biblia misma sostiene ser la ruta de comunicación entre el creador y el hombre, y en este capítulo veremos brevemente algunas de las evidencias de esta afirmación.

Algunos hechos acerca de la Biblia

Una o dos generaciones atrás, no habría sido necesario describir a la mayor parte de la gente los hechos básicos de la Biblia. Pero hoy en día el descuido de este libro está tan extendido que aparte de que posiblemente se sepa que la Biblia contiene dos secciones, el Antiguo Testamento, que tiene algo que ver con los judíos, y el Nuevo Testamento que habla de la vida de Jesús, se ha generalizado la ignorancia de la Biblia.

La Biblia es uno de los más antiguos libros del mundo, escrito entre los años 1,500 antes de Jesucristo (a. de J.C.) y 100 después de Jesucristo (d. de J.C.), aproximadamente. No es realmente un solo libro, sino más bien un compendio de 66 libros de diferentes extensiones, y unidos en un solo volumen: 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento fue completado antes del tercer siglo a. de J.C., y el Nuevo Testamento fue escrito durante los últimos 50 años del primer siglo d. de J.C. Hubo por lo menos 40 escritores diferentes en todo este largo período y muestran una amplia variación en sus ocupaciones y posición social. Reyes, estadistas, sacerdotes, un médico, un cobrador de impuestos, pastores de ganado, un agricultor, pescadores, y un general de ejército están entre todos los que escribieron la Biblia. Separados a veces por cientos de kilómetros o cientos de años, todos ellos contribuyeron a la producción del libro más notable.

La gama de tópicos literarios y estilos es extensa. Hay registros históricos, documentos legales que forman una constitución, y cartas personales. Encontramos poemas y canciones junto a una guía práctica para el diario vivir. Algunas partes son altamente figuradas y alegóricas.

Dos testamentos en un libro

Pocas personas comprenden la importancia del Antiguo Testamento y la dependencia que de él tiene el Nuevo. El Antiguo Testamento era la única parte de la Biblia disponible para Jesús y sus primeros discípulos, y las enseñanzas cristianas originales están basadas en él. Cuando fue escrito, el Nuevo Testamento continuó este criterio en la temprana fe y práctica cristiana. El Nuevo Testamento contiene cientos de citas del Antiguo Testamento y alusiones frecuentes a los sucesos que describe. Las estadísticas son muy impresionantes. En el Nuevo Testamento hay 276 citas exactas, algo más de 100 citas indirectas y por lo menos 119 alusiones a incidentes del Antiguo Testamento.

Inspiración La suprema pretensión de la Biblia es que fue inspirada por Dios. La palabra original para inspiración significa literalmente soplo de Dios , e indica el proceso por medio del cual Dios sopló su mensaje en las mentes de los 40 escritores de modo que ellos dijeron o escribieron el mensaje de Dios en vez del suyo propio. El hecho de la inspiración fue prontamente reconocido por las personas inspiradas. Si usted abre una Biblia en cualquiera de sus libros proféticos, encontrará numerosas frases que indican la fuente verdadera de las palabras:

«Oíd la palabra de Jehová.» (Isaías 1:10)

«El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua.» (2 Samuel 23:2)

«Porque Jehová me dijo de esta manera.» (Isaías 8:11)

«Esta es la palabra que pronunció Jehová.» (Isaías 16:13)

«Palabra de Jehová que vino a Jeremías.» (Jeremías 35:1)

«Así ha dicho Jehová.» (Jeremías 21:8)

En muchas ocasiones la gente que escuchaba estos mensajes divinos claramente aceptó que los profetas eran un vehículo de los pensamientos de Dios y algunas veces mostraron su confianza en este hecho revirtiendo el flujo de comunicación y usando al profeta para llevar a Dios sus propias peticiones. Por ejemplo, en una ocasión el rey le dijo a Jeremías:

«Consulta ahora acerca de nosotros a Jehová.» (Jeremías 21:2)

En el Nuevo Testamento hay claras referencias a esta convicción de que todo el Antiguo Testamento fue producido por el proceso de inspiración. Escribiendo a un joven cristiano llamado Timoteo, el apóstol Pablo dijo:

«Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras… Toda la Escritura es inspirada por Dios… (2 Timoteo 3:15-16)

La inspiración fue efectuada por la influencia del Espíritu Santo en una persona determinada. El apóstol Pedro da cierta idea de la naturaleza irresistible de este proceso:

«Entendiendo primero
esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,
porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo.» (2 Pedro 1:20-21)

Del mismo modo que un niño llevado en los brazos de sus padres no puede resistirse o dictar el lugar adonde va, así los profetas estaban bajo el control de Dios cuando escribían por inspiración divina.

Todas las citas anteriores son tomadas del Antiguo Testamento. Los escritores del Nuevo Testamento fueron dirigidos por Dios de manera similar:

«Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor.» (1 Tesalonicenses 4:15)

Lo que os escribo son mandamientos del Señor.» (1 Corintios 14:37)

Ejemplo de inspiración en acción

Se relata el caso de una persona que trató de resistir el impulso de hablar el mensaje de Dios, pero al final tuvo que hacerlo. Jeremías estaba siendo perseguido porque las palabras de censura de Dios que él profería eran impopulares para su audiencia. Así que tomó esta resolución:

«No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre.»

Pero Jeremías no contaba con la fuerza superpotente de la inspiración por la cual estaba siendo llevado y pronto tuvo que reconocer su derrota:

«No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.» (Jeremías 20:9)

¡Un ejemplo perfecto de la inspiración en acción! De ningún modo pudo Jeremías retraerse del impulso de hablar las palabras de Dios.

Una pretensión distintiva

Esta afirmación de los escritores de que estaban siendo inspirados por Dios no puede ser soslayada fácilmente. O es un hecho que estos hombres a veces tenían una compulsión interna de hablar y escribir cosas que de otra manera nunca serían mencionadas, seleccionando y registrando sucesos futuros que de otra manera nunca habrían sido escritos, o es una falsedad. En este último caso, los escritores de la Biblia han perpetrado el más gigantesco fraude de la historia. Engañaron a la gente de su tiempo y a las generaciones posteriores haciéndoles creer afirmaciones falsas, y sobre este fundamento de mentiras ha sido construido el edificio de los judíos y la religión cristiana. Si hemos sido engañados, cuanto más pronto lo reconozcamos, mucho mejor. Pero si sus afirmaciones son verdaderas, y ellos estaban hablando las palabras de Dios, entonces debemos aplicar nuestros oídos a escuchar.

¿Cómo podemos, usted y yo, cerca de 2,000 años después que el libro fue completado, tomar la decisión correcta? De la misma manera que con la existencia de Dios, no hay prueba absoluta de que la Biblia fue inspirada por él, pero sí hay mucha evidencia.

El libro que el hombre no pudo haber escrito

Cuando la gente habla o escribe, debe reflejar sus puntos de vista, conocimientos y condiciones de la época en que viven. Por ejemplo, Galileo no tenía idea de la radioastronomía, o Newton de las partículas nucleares, así que no podían haber escrito acerca de estos descubrimientos posteriores. Tal dependencia del ambiente cultural sería más marcada en el caso de personas menos educadas. Un agricultor medieval no habría sido la clase de persona que desafiaría la corriente principal del pensamiento contemporáneo y proponer ideas que podrían cortar hasta el corazón de la cultura y sociedad de su época.

Aquí reside una de las más poderosas pretensiones de la Biblia. Contiene muchas características que van más allá del conocimiento y experiencia de sus escritores. Esto sólo puede explicarse asumiendo que un poder más alto y sabio que el hombre está involucrado en su producción. Esto es especialmente relevante considerando la baja condición y el restringido conocimiento de los escritores. Quiero proporcionar dos ejemplos de lo que trato de decir: El registro bíblico de la creación y su enseñanza acerca de la muerte.

El registro de la creación

Algunos ejemplos de intentos no inspirados de describir el origen del hombre en la tierra:

«Los
mitos de la creación de Hermópolis, como los de Heliópolis y Menfis,
hablan de un montículo primitivo… A este montículo, en el tiempo del
caos, vino el ganso celestial, el Gran Cacareador quien rompió el
silencio del universo. El puso un huevo del cual nació Ra, dios sol y
creador del mundo.» (R. Patrick, «Libro de Mitología Egipcia»)

«Según
una leyenda muy antigua, la humanidad fue dividida en cuatro razas. Los
egipcios u hombres fueron formados de las lágrimas que cayeron de los
ojos de Ra; éstas cayeron sobre los miembros de su cuerpo y se
convirtieron en hombres y mujeres. Los libios vinieron a la existencia
por medio de cierto acto del dios sol en conexión con su ojo, y el Aamú y
el Nehesú descendieron irregularmente de Ra. Otra leyenda declara que
el hombre fue hecho de barro de alfarero en una rueda por Khnemu, el
dios cabeza de carnero de Filae.» (Guía a las Colecciones Egipcias en el
Museo Británico, página 136)

«El más conocido de los mitos de la
creación es una adaptación babilónica tardía de la cosmogonía sumeria…
Tiamat y Apsu existían, pero después que nacieron otros dioses, Apsu
trató de deshacerse de ellos a causa de su ruido. Uno de los dioses, Ea,
el sumerio Enki, mató a Apsu; entonces Tiamat, resuelta a vengarse, fue
también muerta por el hijo de Ea, Marduk, el dios de Babilonia en cuyo
honor se compuso el poema. Marduk usó las dos mitades de Tiamat para
crear el firmamento del cielo y de la tierra. Entonces puso en orden las
estrellas, el sol y la luna, y por último, para librar a los dioses de
tareas indignas, Marduk con la ayuda de Ea, creó la humanidad de la
arcilla mezclada con la sangre de Kingú, el dios rebelde que había
dirigido las fuerzas de Tiamat.» (El Nuevo Diccionario Bíblico,
Artículo: Creación )

Estos son solamente tres de los relatos de la creación que datan del período en que la Biblia fue escrita, 1,000-2,000 años a. de J.C. Los egipcios y babilonios creían que describían el origen de la tierra y de la humanidad. Similares mitos, obviamente inexactos, pueden encontrarse entre otras antiguas razas. En aquellos días tales explicaciones fueron aceptadas por todos.

Excepto un pueblo: ¡la nación que produjo la Biblia! Teniendo en mente los conceptos sostenidos en aquellos tiempos, considere el registro bíblico de la creación tal como aparece en su primer capítulo. Aquí el origen del mundo y el hombre no es descrito como el resultado de peleas dentro del panteón de dioses; tampoco fue poco más que una casualidad, sino el producto final de una serie de actos deliberados e intencionales de parte de un solo y supremo Dios.

Primero fueron creados el cielo y la tierra, luego la luz, seguida por la aparición de la tierra seca en un mundo previamente cubierto de agua. Preparadas de esta manera, las áreas fueron pobladas con todas las variedades de cosas creadas. El sol, la luna y las estrellas se volvieron visibles en el cielo, la tierra produjo vegetación abundante, los mares se llenaron de peces, y la vida animal abundó en la tierra. Finalmente fue creada la especie raza humana, la cual recibió una posición única en la creación:

«Creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra
los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos;
llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las
aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra.» (Génesis 1:27-28)

Este relato fue escrito por Moisés alrededor de 1500 a. de J.C., casi al mismo tiempo que los otros relatos que he citado. Pero en vez de ser un relato obviamente absurdo como sus contemporáneos, es una secuencia lógica y racional de los sucesos. ¿Por qué es diferente el relato de la Biblia? El profesor Henri Devaux nos lo dice:

«Es una descripción que los
hombres de todas las épocas pueden entender. Póngase esta descripción de
las etapas sucesivas de la creación en lenguaje científico y se verá
que corresponden por su naturaleza y por las etapas progresivas a los
conceptos de la mayoría de teorías científicas… La fuente de la
información…sólo puede venir de la revelación.» (La Biblia Confirmada
por la Ciencia, página 78)

Así que en la primera página de la Biblia hay una fuerte evidencia de que el libro se originó en hombres que escribieron bajo la influencia de Dios.

Vida después de la muerte

Todo el mundo ha oído de las pirámides de Gizeh en Egipto. La más grande del grupo, la Gran Pirámide, es inmensa. Tiene 140 metros de altura con una base de unos 53,000 metros cuadrados, y aparte de una serie de pequeñas cámaras y túneles, está formada de sólido trabajo de albañilería.

Miles de esclavos trabajaron durante veinte años colocando en posición bloques de piedra de cantería que pesan tres toneladas cada una. Esta masiva estructura fue construida como tumba para el rey Keops, quien murió hace unos 4,500 años. La razón para estos 2,500,000 metros cúbicos de albañilería fue proveer de un lugar de descanso seguro a su cuerpo momificado.

Las pirámides evidencian la creencia egipcia de que en la muerte un componente inmortal del hombre, su alma, deja el cuerpo y va a los dioses en el cielo o en algún lugar de recompensa. El cuerpo fue momificado, pues se creía que la existencia del alma en otro mundo dependía de la preservación del cuerpo. De aquí que no sólo la momificación, sino la cámara secreta de la tumba y la entrada secreta servían para evitar la remoción o destrucción del cuerpo por los intrusos.

Este concepto de un alma inmortal que continúa en existencia consciente a pesar de la muerte del cuerpo es encontrado en la mayoría de culturas del mundo.

De nuevo hay una excepción: ¡la gente que escribió la Biblia! Y sin embargo, éste fue el grupo de personas que más necesitaba esta creencia, humanamente hablando. Fue en la tierra de Egipto, a la sombra de las pirámides, que la nación de Israel comenzó su vida como un pueblo distinto de los demás. Una sucesión de Faraones los había convertido en esclavos, haciendo sus vidas miserables y sin esperanza mientras transportaban material de construcción para el engrandecimiento de los reyes.

Trabajaban desde el amanecer hasta el anochecer en fábricas de ladrillos y canteras. Su único descanso del látigo cruel de los capataces era cuando se metían en sus pobres casas cada noche para dormir: su única liberación cuando, agotados y destruidos, eran abandonados a su muerte. Si alguna nación necesitaba del consuelo y esperanza de vida futura en la muerte era Israel en el cautiverio egipcio. Si alguna vez necesitaron reafirmación o inspiración pudieron con seguridad haberlo encontrado en las esperanzas de la gente entre la cual vivían.

Sin embargo una de las creencias únicas de los judíos tal como se revela en la Biblia es que en la muerte se extingue toda consciencia. En vano buscamos alguna referencia a un alma inmortal en las páginas de la Biblia. Al contrario, encontramos pasajes como estos:

«Oye mi oración, oh Jehová, y escucha mi clamor… Déjame, y tomaré fuerzas, antes que vaya y perezca.» (Salmos 39:12-13)

«Los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga.» (Eclesiastés 9:5)

¿Por qué era única esta creencia judía? ¿Por qué sostenían un concepto de la muerte que contrastaba tanto con el de las naciones que los rodeaban, y particularmente el país en el que tenían sus raíces nacionales? ¿Por qué tenían creencias tan mal adaptadas a sus circunstancias en el momento cuando sus tradiciones estaban siendo formadas? Es porque tenían una fuente de información independiente y autoritativa, que les era dada por los «santos hombres de Dios» quienes «hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.»

Un libro de historia exacto

«¿Cómo
puede ser posible que la Biblia sea exacta? Es una colección del
folklore judío y de cuentos transmitidos de padres a hijos por
generaciones, sin duda convenientemente exageradas y embellecidas
durante su transmisión. Con el tiempo, los relatos fueron escritos y
preservados, pero en su forma final obviamente tienen poca relación con
los sucesos originales.»

Este es un honesto resumen de la opinión de mucha gente acerca de las porciones históricas de la Biblia.

¡Pero los expertos piensan de modo diferente!

Una de mis fotografías favoritas es la de una reunión de hombres sentados en la cumbre de una colina en el sur de Israel. En el centro está un hombre leyendo a los otros de cierto libro. El grupo está formado por miembros de una expedición arqueológica próxima a excavar un sitio vecino antiguo.

El lector es Nelson Glueck, un profesor norteamericano de arqueología que pasa muchas temporadas excavando en el Oriente Medio. ¿Y el libro que estaba leyendo para orientar a su equipo? Sí; usted lo adivinó: ¡no era otro que la Biblia! ¿Podría haber un modo más expresivo de demostrar la confianza que los historiadores profesionales tienen en la exactitud de este registro?

«Después de todo la Biblia tenía razón»

A pesar de la opinión pública contradictoria, la mayoría de autoridades reconocen ahora que la Biblia fue escrita por personas que tenían un conocimiento íntimo y reciente de los sucesos que describieron. Así lo establece el profesor de Asiriología de la Universidad de Londres, D. J. Wiseman:

«Los hechos históricos de la Biblia,
correctamente entendidos, concuerdan con los hechos recogidos por la
arqueología, con tal de que ellos también sean entendidos
correctamente.» (D. J. Wiseman, Arqueología y Escritura en The
Westminster Theological Journal, XXXIII (1971), 151-152)

A esto podemos agregar el testimonio de Keller, un periodista que dedicó años de su vida a coleccionar ejemplos de coincidencia entre los hallazgos arqueológicos y la Biblia:

«Muchos sucesos
que previamente fueron considerados como cuentos piadosos deben ahora
considerarse históricos. A menudo los resultados de la investigación
coinciden en detalle con los relatos bíblicos. No solamente los
confirman sino que iluminan las situaciones históricas de las cuales
emergieron el Antiguo Testamento y los evangelios… Los sucesos mismos
son hechos históricos y han sido registrados con una exactitud no menos
que sorprendente.» (W. Keller, La Biblia como Historia, Edición de 1963,
página ix)

El mismo concluye afirmando la fuerza del argumento de una Biblia exacta:

«En
vista de la desbordante cantidad de evidencia auténtica y bien
atestiguada ahora disponible…se mantiene martillando en mi mente esta
sola frase: Después de todo la Biblia tenía razón. » (Idem, página x)

En años recientes han salido muchos libros que proporcionan ejemplos de cómo los hallazgos arqueológicos han confirmado la exactitud de las porciones históricas de la Biblia. Son demasiado numerosos para ofrecer una lista aquí, pero la mayoría de buenas librerías o bibliotecas públicas podrán conseguirlos.

¿Cuál historia?

Me gustaría hacer un comentario final acerca de la exactitud de la historia bíblica. El hecho de que los sucesos están correctamente registrados no es de por sí evidencia de inspiración: muchos otros libros históricos también son confiables. Donde la guía fue necesaria fue en la elección de cuál suceso registrar y cuál eliminar, y algunas veces en el orden en que los eventos son registrados. Un estudio cuidadoso de la Biblia revela que los sucesos históricos son frecuentemente usados como base de instrucción para posteriores generaciones y aun pueden prefigurar de manera simbólica grandes acontecimientos asociados con el futuro del hombre.

Por ejemplo, tenemos el éxodo de los israelitas de la esclavitud egipcia para convertirse en el pueblo de Dios. La historia está registrada en el segundo libro de la Biblia, pero más tarde, especialmente en el Nuevo Testamento, casi todos los detalles de este acontecimiento son señalados como figuras del proceso por medio del cual la humanidad en conjunto está siendo liberada de una aflicción mucho mayor y una esclavitud más severa, para convertirse en el pueblo de Dios en un sentido mucho más amplio. Por esta razón los registros históricos necesitaban inspiración tanto como cualquier otra parte de la Escritura. Solamente si los hechos apropiados eran seleccionados y registrados con absoluta exactitud podrían ser notadas y consideradas las correspondientes lecciones por las generaciones posteriores.

Historia escrita anticipadamente

Evidencia adicional para la inspiración bíblica se encuentra en el cumplimiento de sus predicciones. Existen literalmente docenas de éstas, pero el espacio me limita a sólo dos ejemplos:

Ya hemos considerado un ejemplo sobresaliente de profecía bíblica en el capítulo 1 del presente estudio. Usted recordará la enorme estatua de metal que el rey Nabucodonosor vio en su sueño y que correctamente predice la secuencia de cuatro imperios mayores. Tal como se predijo, Babilonia, Persia, Grecia y Roma vinieron y se fueron seguidos por un estado de desunión del mundo y una mezcla de naciones fuertes y débiles. En ese capítulo usé la profecía para explicar la naturaleza y la época de la venida del reino de Dios, pero ahora quiero proponerla como una indicación del origen divino del mensaje. La confiabilidad de la información dada al rey por Daniel ha sido ampliamente demostrada. Los imperios llegaron en el orden predicho.

¿Cómo fue posible que Daniel fuera tan exacto? La sucesión de los cuatro imperios sin un quinto que los siguiera no podía haber sido razonablemente deducida de los acontecimientos de la época, y no podemos imaginar que fuera una adivinanza afortunada. Aun después de 2,500 años ¿podríamos superar el análisis de la situación que hizo Daniel?

«Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios.» (Daniel 2:28)

La fecha exacta de la muerte de Jesús

De una profecía que abarca miles de años nos volvemos a una cuya medida de tiempo fue tan precisa que el control divino de su cumplimiento tiene que ser la única explicación lógica.

Daniel era un joven príncipe judío que había sido llevado cautivo por Nabucodonosor a Babilonia con miles de sus conciudadanos. Unos pocos años más tarde Jerusalén fue destruida e Israel dejó de ser una nación independiente. Setenta años después de su cautividad Daniel oró a Dios solicitando que la mala fortuna de la arruinada ciudad fuera revertida. En respuesta, Dios le dijo que Jerusalén sería reconstruida, y también pasó a darle una indicación de cuándo los judíos podían esperar a su Mesías, el ungido, como su nombre se traduce. La misión del Mesías sería la salvación de Jerusalén y del mundo entero.

La profecía completa se encuentra en Daniel capítulo 9, versículos 24 al 27 donde leemos que Dios habló a Daniel de un período de 70 semanas hasta el final en el que el Mesías habría de venir. Las 70 semanas fueron divididas en tres períodos: 7 semanas iniciales, 62 semanas posteriores, y 1 semana final consistente de dos mitades, así:

7 + 62 + 0.5 + 0.5 = 70 semanas

Hacia el final de este período varias cosas sucederían. Al final de la segunda división, que es 7 + 62, ó 69 semanas, Dios dijo que el Mesías aparecería. Un poco de tiempo más tarde el Mesías sería muerto. Durante la semana final Dios confirmaría su pacto con su pueblo, pero a la mitad de la semana sucedería algo que haría cesar los sacrificios en el templo.

Como usted puede ver fue una predicción detallada y precisa.

¿Se cumplió?

Dios dijo que la señal del comienzo de este período sería un mandato para restaurar la ciudad de Jerusalén, y una fecha para el comienzo de este período es fácilmente determinada con un error máximo de aproximadamente un año. En el tiempo en que fue dada esta profecía en respuesta a la oración de Daniel por la desolada ciudad, Persia había sucedido a Babilonia como la principal potencia del mundo.

En 455 a. de J.C. el monarca persa Artajerjes Longuimano despachó un edicto otorgando al sacerdote judío Esdras un generoso donativo para restaurar la ciudad y el templo de Jerusalén, tal como se registra en Esdras capítulo 7. Por consiguiente, esta fecha marca el comienzo de las 70 semanas de la profecía. Pero el sumar 70 semanas reales a esta fecha sólo nos lleva adelante un año y cuatro meses, así que las semanas obviamente no deben ser tomadas literalmente.

En la Biblia, un día es frecuentemente considerado como un año (Números 14:34; Ezequiel 4:6). Sobre esta base, las 70 semanas o 490 días se convierten en 490 años y la ecuación puede ser reescrita así:

49 + 434 + 3.5 + 3.5 = 490 años

Los primeros dos números suman 483, y comenzando en 455 a. de J.C. llegamos al 28 d. de J.C., el cual es exactamente el año en que la mayoría de eruditos creen que Jesús apareció por primera vez en público.

Su obra de predicación, o la «confirmación del pacto con muchos,» duró 3.5 años, o la mitad de la última semana. Después de estos 3.5 años Jesús fue muerto como la profecía lo predijo. Su sacrificio personal por el pecado realmente convirtió en superfluas todas las ofrendas del templo tal como la profecía también lo había indicado, ya que los sacrificios animales fueron innecesarios tras la muerte de Jesús.

Una vez más deben enfrentarse los hechos de la situación. La fecha del aparecimiento de Jesús y la duración de su ministerio fueron predichas con exactitud cerca de 500 años antes. ¿Cómo pudo Daniel haber escrito una profecía tan segura sin la guía del que en las palabras de la Escritura «conoce el fin desde el principio»?

Si el espacio lo permitiera, podríamos examinar en forma detallada muchos más ejemplos de profecías bíblicas cumplidas. Otros ejemplos de predicciones que han sido y están siendo cumplidas se refieren a otra destrucción de Jerusalén (esta vez por los romanos), la dispersión de los judíos en todos los países y su restauración en su propia tierra. Pero nos referiremos a esto en un contexto diferente en el capítulo 11.

¿Qué opinaba Jesús de la Biblia?

Para los que aseguran ser cristianos, Jesús debe ser la autoridad final en materia de fe. ¿Qué dijo Jesús acerca del Antiguo Testamento y cómo respondió a la afirmación de sus escritores de ser inspirados por Dios?

La respuesta es completamente clara. El consideró el Antiguo Testamento como la base de sus enseñanzas y le otorgó su total aprobación.

Cuando discutía, a menudo decía a sus oponentes «¿Nunca leísteis…?» (Marcos 2:25), y entonces basaba su enseñanza en un pasaje de las Escrituras judías. En ocasiones específicas fue más enfático sobre los escritos de Moisés (los primeros cinco libros) y los libros de los profetas:

«Porque
si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.
Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?» (Juan
5:46-47)

«Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.» (Lucas 16:31)

Con respecto al Nuevo Testamento, Jesús dijo a sus discípulos que ellos estarían sujetos al mismo proceso de inspiración como lo fueron los escritores del Antiguo Testamento:

«…El Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.» (Juan 14:26)

Este don del Espíritu Santo les dio la autoridad de Jesús, y aun de Dios mismo:

«El
que a vosotros oye, a mi me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me
desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió.» (Lucas
10:16)

Así que no hay duda acerca de la enseñanza de Cristo referente al Antiguo y Nuevo Testamentos.

La posición que los cristianos deben sostener en relación con la Biblia es, por consiguiente, de cristalina claridad. Todo el Antiguo Testamento debe ser considerado como inspirado por Dios, y visto como la información esencial para todos los seguidores de Jesús. Cualquier sistema de creencias que relega el Antiguo Testamento a un estado inferior o lo descarta del todo, no puede afirmar con honestidad que Jesús haya sido su fundador. De la misma manera, el Nuevo Testamento debe también ser aceptado como el trabajo del Espíritu Santo.

Consistencia en la variación

Una de las evidencias más fuertes de la inspiración de la Biblia es el hecho de que aunque fue escrita en un largo período de tiempo y por tantos autores, la totalidad de su mensaje es coherente. Esta coherencia se mantiene a pesar de las grandes variantes en la cultura y situación de los pueblos a medida que pasan los siglos. Aún más importante, contiene un tema que gradualmente se expande y desarrolla a medida que la revelación progresa.

Un libro imaginario

Para que usted aprecie lo que quiero decir, imagine un libro escrito en Inglaterra durante un período de tiempo semejante al que se tardó en escribir la Biblia.

El comienzo de este libro imaginario sería a mediados del siglo 5 d. de J.C., cerca del comienzo de la Edad Media cuando el legado de la cultura y la erudición romanas se iba perdiendo a medida que los ejércitos de ocupación eran llamados a Roma, dejando la isla a las contenciosas tribus británicas. Un hombre comenzó a escribir un libro diseñado para dar a conocer ideas acerca de tópicos como religión, moral y esperanza para el futuro.

El hombre había sido educado en la forma romana de vida, pero la abandonó para convertirse en el jefe de una de las tribus locales. El contribuyó con los primeros cinco capítulos del libro. En su lecho de muerte comisionó al jefe de su ejército para que continuara el libro, escribiendo el siguiente capítulo.

Después de un intervalo de un siglo o dos, cuando Gran Bretaña estaba siendo convertida del paganismo a la nueva fe cristiana, el líder religioso más prominente agrega dos capítulos más.

¿Puede usted imaginar la confusión en que estaría el libro para esta época? Los últimos escritores no sabrían cómo los primeros pensaban desarrollar el tema del libro, y seguramente no conocerían la conclusión que tenían en mente. Aun así el trabajo siguió adelante. En el siglo 9 el rey de la región agrega bastante material al libro. A esto sigue una contribución de su hijo.

Por contraste, un campesino supuestamente iletrado agrega otra sección. Luego, por el tiempo de la conquista normanda en el siglo 11, tres capítulos son escritos simultáneamente por hombres que no tenían ningún contacto entre sí. Uno es un sacerdote inglés, pero los otros escritores residen en países distantes: un miembro de la familia real que ha sido capturado en batalla, y otro sacerdote en el exilio.

Pienso que usted estará de acuerdo de que a estas alturas habría probablemente tanta diversidad entre los capítulos que cualquier mensaje coherente habría desaparecido, y el significado sería tan confuso como para volverse incomprensible.

Aun así imagine usted que el trabajo de escribir continuó. Después que unos pocos capítulos más fueron producidos hubo un intervalo de cerca de 450 años durante los cuales no se agregó nada. Este intervalo entre los siglos 14 y 19 vio llegar una transformación sin precedentes sobre Europa. Hubo un resurgimiento de la cultura que condujo a la revolución industrial y puso los fundamentos de la ciencia y tecnología modernas.

Se llevó a cabo la Reforma, y las ideas sobre religión sufrieron cambios drásticos. Las artes florecieron con particular énfasis en la revitalización de las civilizaciones antiguas como las de Grecia y Roma. Los medios más cómodos de transporte ampliaron la experiencia humana e introdujeron los conceptos y tradiciones de pueblos lejanos.

Y entonces en los comienzos del siglo XX, en un mundo que sería irreconocible para los hombres del siglo XIV debido a su vasto conocimiento superior, inmensos logros y perspectiva diferente, el trabajo siguió de nuevo en el libro que había sido comenzado hacía 1500 años atrás. Hay una tremenda actividad ahora, comparada con la constante producción de siglos anteriores, pero de nuevo hay una amplia gama de autores. Dos pescadores pobremente educados, un médico, un oficial local recaudador de impuestos y un brillante graduado de una de las mejores universidades.

Finalmente el libro fue completado. Dejo a su imaginación el resultado. ¿Habrá habido un libro con más contradictorios puntos de vista, más variadas interpretaciones de lo que es el mundo en su totalidad, más diversos conceptos de cómo llegaron a ser las cosas existentes, y una más inmensa discrepancia sobre las posibilidades del futuro? ¿Podría usted imaginar tal libro convirtiéndose en uno de los más vendidos, o a los hombres muriendo en su defensa?

Escribiendo la Biblia

La razón de describir tal libro imaginario es que la Biblia fue escrita justamente de esta manera. Cada uno de los autores ficticios tiene su contraparte entre los escritores de la Biblia. El período de 1,500 años que duró su escritura es también similar, y hasta los cambios sociales, religiosos y políticos durante los siglos encuentran paralelo con el trasfondo variable de los tiempos bíblicos.

  • El hombre que escribió los primeros cinco libros fue MOISES
  • El capitán de ejército JOSUE
  • El líder religioso SAMUEL
  • El rey DAVID
  • El hijo del rey SALOMON
  • El campesino inculto AMOS
  • Los tres que no tuvieron contacto entre sí:
    • El primer sacerdote JEREMIAS en Jerusalén
    • El sacerdote exiliado EZEQUIEL en Caldea
    • El príncipe capturado DANIEL en Babilonia

El intervalo entre los siglos 14 y 19 es casi el mismo que entre los escritos del Antiguo y el Nuevo Testamentos. Así como en Europa durante el renacimiento, así en el mundo mediterráneo después del siglo 4 a. de J.C. hubo una revolución de ideas y cultura.

Esto provino especialmente de los filósofos griegos cuyas ideas alteraron permanentemente el pensamiento del mundo entonces conocido. Así que fue después de un intervalo similar y en circunstancias vastamente alteradas que la redacción de la Biblia fue reiniciada por escritores equivalentes a los del libro imaginario:

  • Los dos pescadores PEDRO y JUAN, de la Galilea rural
  • El médico LUCAS el «médico amado»
  • Un oficial de impuestos MATEO
  • El graduado PABLO, probablemente el intelectual más prometedor de su día

Pero ¡qué diferencia con la Biblia! En vez de ser caótica en su plan, ininteligible en su contenido; en vez de mostrar una alteración gradual en sus conceptos para amoldarse a las cambiantes ideas del día; en vez de reflejar los disímiles trasfondos, las diferencias educacionales, culturales y sociales de sus escritores, las Escrituras muestran completa unanimidad de pensamiento, enseñanza y propósito. A pesar de la diversidad de escritores y el largo período en que fueron producidas, tienen un tema coherente, sugerido en sus primeras páginas, desarrollado gradualmente paso a paso, y llegando a su clímax en un magnífico final.

¿Por que es la Biblia tan diferente de lo que se esperaría en tales circunstancias? La única respuesta razonable es que durante esos quince siglos hubo Uno que estaba controlando las mentes y guiando las plumas de los 40 escritores para que el libro terminado tuviera sentido.

¿Cuál es su veredicto?

¿Está usted de acuerdo?

Si no, ¿cómo explica usted el fenómeno?¿Tenemos la Biblia original?

Para algunos surge una genuina ansiedad sobre la edad de la Biblia y el hecho de que fue escrita en lenguajes diferentes de los nuestros. Ninguno de los manuscritos originales escrito por sus autores ha sobrevivido. Los que se usan como base para nuestra Biblia actual son copias…de copias…de copias. ¿Cómo podemos estar seguros de que no se han introducido algunas equivocaciones? Sir Frederick Kenyon, Director del Museo Británico en Londres donde tantos manuscritos de la Biblia han sido guardados, fue un experto en el tema.

En su libro La Historia de la Biblia investiga la historia de la versión inglesa de la Biblia desde los manuscritos más tempranos hasta nuestros días. Hace notar todo el esfuerzo realizado hasta encontrar los viejos rollos y papiros, el cuidado con que se han preservado y copiado, y la habilidad que ha sido llevada a cabo en la traducción al idioma inglés. Luego concluye su libro con algunas palabras que pueden hacer descansar nuestras mentes:

«Es
muy reconfortante encontrar al final que el resultado general de todos
estos descubrimientos y todo este estudio confirma la evidencia de la
autenticidad de las Escrituras, y nuestra convicción de que tenemos en
nuestras manos, en forma sustancialmente íntegra la verídica palabra de
Dios.» (F. Kenyon, La Historia de la Biblia, página 113)

Resumen

Este capítulo no ha avanzado nuestro estudio del reino de Dios, pero ha sido esencial como fundamento para todo lo que aún hemos de considerar. Espero que ahora podamos examinar las enseñanzas de la Biblia con el conocimiento de que la evidencia de su autenticidad es irrebatible.

Comenzamos observando la afirmación de la Biblia de que se originó en Dios por medio del proceso de inspiración. Luego consideramos las varias formas en que la Biblia da indicaciones de su origen suprahumano. Vimos que contiene un registro sorprendentemente lógico y hasta moderno de la creación, y que su concepto del estado de la muerte es único e inesperado para su época.

Después echamos un vistazo a su exactitud histórica y mostramos cómo los hallazgos de la arqueología fuertemente indican que los registros bíblicos son relatos confiables de lo que sucedió, y no solamente tradiciones que han sido torcidas durante largos períodos de transmisión oral.

La profecía cumplida fue otra evidencia, y examinamos una que predijo un largo trecho de la historia, y otra que fue detallada y precisa. En ambos casos todo sucedió tal como fue predicho.

Para aquellos que aceptan la posición del cristianismo hicimos notar las enseñanzas de Cristo respecto de la Biblia. Concluimos con la analogía de un libro imaginario escrito en 15 siglos por muchos autores diferentes para enfatizar la singularidad de la producción bíblica y la naturaleza consistente de sus enseñanzas.

¿Ahora podrá estar de acuerdo con Henry Rogers cuando dijo de la Biblia:

«No es la clase de libro que el hombre habría escrito, si pudiera, o podría haber escrito si quisiera.»?

Con una confianza derivada de esta fuerte evidencia, ahora comenzamos nuestra investigación del gran tema de la Biblia.

Encontraremos que este tema no es otro que el establecimiento del reino de Dios en la tierra.

Preparando el reino

Ahora examinaremos en forma más detallada el tema de la Biblia. La enseñanza sobre el futuro reino de Dios es como un hilo de oro que va desde el principio hasta el final. Está entretejido dentro de los libros históricos, y a través de los profetas. Puede encontrarse claramente en los salmos, y aparece de nuevo en el Nuevo Testamento como el tema principal de la enseñanza de los primeros cristianos. Hemos visto en los capítulos previos del presente estudio que podemos tener confianza en la veracidad de la Biblia, y en el capítulo 2 echamos un vistazo al futuro cuando el reino será establecido. Ahora abriremos la Biblia para buscar el hilo del reino de Dios en su primeras páginas y comenzar a rastrearlo a través del resto de las Escrituras inspiradas.

Buscando en el principio de la Biblia las primeras alusiones al reino de Dios nos encontramos en terreno firme. Jesús dijo que en el futuro invitaría a los justos a su reino con estas palabras:

«Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» (Mateo 25:34)

Así que el plan de Dios para la tierra ha estado desarrollándose desde el principio, y el libro de Génesis (literalmente «comienzos») nos traslada hasta esos remotos tiempos. ¿En qué parte de Génesis podemos aprender acerca del reino de Dios? Jesús contesta la pregunta, pues en su predicación acerca del reino a menudo dirigió la atención a un hombre llamado Abraham. En cierta ocasión dijo a los que le preguntaban sobre la salvación:

«…cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios…» (Lucas 13:28)

¿Por qué Jesús se refirió particularmente a Abraham, a su hijo y a su nieto mencionándolos especialmente en relación con el reino de Dios? Porque Abraham fue una de las primeras personas a quien se habló de este maravilloso futuro para la tierra.

Ur de los caldeos

El Eufrates es uno de los ríos más grandes del mundo. Nace en las montañas del noroeste de Turquía y serpentea lentamente por la planicie antes llamada Mesopotamia, dentro del moderno Iraq. Después de un viaje de cerca de 2,700 kilómetros se une al Tigris para luego desembocar en el Golfo Pérsico. Actualmente el desierto llega casi hasta la ribera de los ríos, pero en los tiempos bíblicos toda la planicie era irrigada por medio de canales y cauces, convirtiéndola en una de las más fértiles y populosas regiones de la tierra.

Cuando el moderno viajero navega por el Eufrates ve muchos montículos de cúspide plana que surgen a intervalos en la llanura del río. Estas no son colinas naturales, sino los lugares de antiguas ciudades, donde siglos de acumulación de escombros han elevado gradualmente el sitio por encima del nivel del área circundante.

No lejos de la desembocadura del Eufrates, en la región conocida como la antigua Caldea, hay un gran montículo conocido por los árabes como el Montículo del Betún. En 1854 este montículo fue identificado como el sitio de Ur de los Caldeos, la ciudad mencionada en la Biblia como lugar de nacimiento de Abraham.

La tierra natal de Abraham

El sitio de la antigua Ur fue excavado de 1922 a 1934 por una expedición del Museo Británico bajo la dirección de Sir Leonard Woolley. Se encontró que Ur había sido el más importante pueblo del área y sobresalía por su zigurat, o torre templo. Esta fue una serie de plataformas artificiales de ladrillo sólido, una sobre otra dando la apariencia de una pirámide baja y amplia de unos 25 metros de altura. En la plataforma más alta estaba el templo dedicado a la diosa luna al que se llegaba por gradas construidas a los lados inclinados de la torre. Rodeaban el zigurat más templos para la adoración de la luna, y más allá estaban las casas de los habitantes de la ciudad.

Por el año 2,000 a. de J. C. Ur era una ciudad próspera. En las riberas del río, los botes se amarraban a los muelles y descargaban su carga en bodegas y almacenes. Ricos mercaderes vivían en grandes casas de dos plantas y enviaban a sus hijos a escuelas donde el currículum incluía ejercicios matemáticos tan difíciles como la extracción de raíces cúbicas. En un gran edificio cercano al zigurat vivía el rey dios quien presidía sobre la vida civil y religiosa de la ciudad.

En esta sociedad bien ordenada y sorprendentemente sofisticada vivió Abram, cuyo nombre fue posteriormente cambiado a Abraham. Podemos deducir que fue un hombre instruido y culto, y probablemente estaba entre los miembros más importantes de la comunidad de Ur. Las referencias bíblicas nos dicen que su familia también adoraba los ídolos de aquellos días (Josué 24:2).

Promesa de Dios a Abraham

La Biblia nos relata que el Dios verdadero se reveló a Abram pidiéndole que abandonara la idólatra ciudad donde se había criado, para emigrar hacia un destino desconocido:

«Pero Jehová había dicho
a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre,
a la tierra que te mostraré.» (Génesis 12:1)

La confianza de Abraham en Dios fue tan fuerte que sin ninguna vacilación obedeció el mandato «y salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8). Junto a este llamado a dejar su país y familia, Dios hizo una promesa solemne a Abraham:

«Y haré de ti una nación grande, y
te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a
los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán
benditas en ti todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:2-3)

En cumplimiento de esta promesa Abraham llegó a ser verdaderamente padre de una gran nación, puesto que toda la raza judía desciende de él. Pero la promesa abarca mucho más que eso.

Las palabras finales de esta promesa, «serán benditas en ti todas las familias de la tierra» muestra que no se trataba de una oferta ordinaria. Dios estaba diciendo que la completa población del mundo recibiría bendiciones un día por medio de este hombre. La promesa a Abraham fue claramente un paso vital en la revelación del plan de Dios para la tierra y el hombre. He aquí el hilo de oro del reino de Dios apareciendo en el primer libro de la Biblia.

La importancia de la promesa de Dios a Abraham se confirma por las muchas referencias encontradas en el Nuevo Testamento. En el capítulo 1 observamos que el evangelio predicado por Jesús eran las buenas nuevas de la venida del reino de Dios. Escribiendo a los cristianos gálatas, Pablo señala que el mismo evangelio que Jesús enseñó fue originalmente predicado a Abraham 2,000 años antes cuando Dios le hizo la promesa:

«Y
la escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los
gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti
serán benditas todas las naciones.» (Gálatas 3:8)

La esperanza del apóstol Pablo

Como la promesa hecha a Abraham estaba incluida en el evangelio predicado por Jesús, no es una sorpresa encontrar que los primeros cristianos se refirieran a ella muy a menudo. Cuando Pablo fue enjuiciado por su fe, abiertamente reconoció que su creencia en estas promesas estaba en juego:

«Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio.» (Hechos 26:6)

Para los que escuchaban a Pablo esta «esperanza de la promesa» significaba sólo una cosa: la promesa de Dios a Abraham. Otra descripción era «la esperanza de Israel» y cuando Pablo fue arrestado por la predicación del mensaje cristiano exclamó:

«Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.» (Hechos 28:20)

Por consiguiente el evangelio cristiano se remonta en el pasado hasta Abraham.

Lo que se dijo cuando Jesús nació

Si la promesa a Abraham era tan importante para Pablo esperaríamos encontrar referencias directas a ella cuando otros escritores del Nuevo Testamento hablaran acerca de la misión de Jesús. Este es exactamente el caso. Lucas registró dos discursos inspirados pronunciados durante el tiempo del nacimiento de Cristo. Uno fue del padre de Juan el Bautista, precursor del Cristo, y otro de María la madre de Jesús. Ambos vieron en la obra de Juan y de Jesús la implementación de la promesa a Abraham:

«Socorrió
a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a
nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre.»
(Lucas 1:54-55)

«Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y
redimido a su pueblo…para hacer misericordia con nuestros padres, y
acordarse de su santo pacto: del juramento que hizo a Abraham nuestro
padre.» (Lucas 1:68,72-73)

En su carta a los creyentes romanos Pablo señala que la misión de Jesús fue «confirmar las promesas hechas a los padres» (Romanos 15:8). Ya hemos encontrado que la obra de Cristo fue predicar el evangelio del reino de Dios, y aquí la misma obra es descrita como el cumplimiento de la promesa hecha a los padres: esto demuestra que las promesas y el evangelio son lo mismo.

Incidentalmente, la promesa a Abraham es un ejemplo del punto tratado en el capítulo 2, que el Nuevo Testamento depende completamente del Antiguo. Aquellos que niegan la relevancia del Antiguo Testamento para las creencias cristianas pasan por alto sus verdaderos fundamentos.

Por medio de estas referencias del Nuevo Testamento hemos establecido el principio de que la promesa a Abraham es el evangelio cristiano, estaba relacionada con la obra de Jesús y era la esperanza de los primeros cristianos. Ahora volveremos a referirnos a Génesis para buscar algo más sobre esta promesa.

Detalles de la promesa de Dios a Abraham

Ya hemos observado que Abraham recibió la promesa al abandonar Ur para ir a un destino desconocido. El lugar al cual lo guió Dios fue la tierra de Canaán, más tarde conocida como Palestina, donde se sitúa el moderno Estado de Israel.

Cuando Abraham llegó a Canaán Dios repitió su promesa. Muchos años más tarde, después de otra demostración de la gran confianza de Abraham en Dios, de nuevo le reiteró su promesa. Cada vez fueron agregados nuevos aspectos. Los siguientes pasajes son una declaración extensa de la promesa:

«Y Jehová dijo a
Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira
desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al
occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu
descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la
tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu
descendencia será contada. Levántate, vé por la tierra a lo largo de
ella y a su ancho; porque a ti la daré.» (Génesis 13:14-17)

«Por
mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me
has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y
multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la
arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las
puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las
naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.» (Génesis
22:16-18)

Estas referencias contienen muchos aspectos de la promesa y usted puede encontrarlas confusas al principio. Si así fuera, valdría la pena volver a leer de nuevo las referencias anteriores para extraer los puntos principales antes de estudiar las promesas en detalle. Pero antes de examinar más de cerca este asunto hay tres comentarios que quisiera hacer.

Primero, observe la seguridad que Dios da a Abraham acerca del cumplimiento de la promesa. «Por mí mismo he jurado» dice Dios. Tal como lo expresa la carta a los hebreos, ésta es la máxima garantía:

«Porque cuando Dios hizo la
promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo,
diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré
grandemente.» (Hebreos 6:13-14)

En segundo lugar, el uso de la palabra «simiente.» La palabra equivalente en la actualidad es «descendiente.» Pero la palabra «simiente» puede ser singular o plural, así que examinaremos el contexto de la palabra para averiguar si se refiere a uno o a muchos descendientes.

En tercer lugar, Dios instituyó el rito de la circuncisión como señal de su promesa y mandó a todos los descendientes varones de Abraham que continuaran la costumbre. Así en lenguaje bíblico «la circuncisión» es otro término para el pueblo judío, y «la incircuncisión» para todos los pueblos no-judíos o gentiles.

La promesa resumida

Combinando los relatos de la dádiva de la promesa (o pacto, como algunas veces se le llama), podemos hacer una lista de las principales características como sigue:

1. La simiente de Abraham llegaría a ser una gran nación.

2. Abraham, junto a su simiente, heredaría para siempre la tierra en que vivía: Canaán, llamada también Palestina.

3. La simiente de Abraham «poseerá las puertas de sus enemigos.»

4. En Abraham y su simiente será bendecida toda la tierra. Este resumen enfatiza la enseñanza del Nuevo Testamento de que no es ésta una promesa trivial. Con palabras como «para siempre» y «toda la tierra será bendecida» deberá ser obvio que algo muy importante está siendo predicho.

Ahora veremos cada aspecto con más detalles.

1. Los descendientes de Abraham llegarían a ser una gran nación
Obviamente aquí debemos usar la palabra «simiente» en sentido plural. La promesa era que los descendientes de Abraham llegarían a ser muy numerosos y muy importantes. ¿A qué pueblo se refiere esto?

En primera instancia se refiere a la nación de Israel. Cada judío puede trazar su ascendencia hasta Abraham. Isaac, el hijo de Abraham, tuvo un hijo, Jacob, quien más tarde fue llamado Israel. Este a su vez tuvo doce hijos, de donde descienden las doce tribus de Israel. Al final de su vida, Jacob emigró a Egipto con su familia, en total 70 personas.

Unos 400 años después de Abraham las tribus de Israel habían aumentado hasta un total entre dos y tres millones de personas. Esta joven nación abandonó Egipto en el Exodo y eventualmente retornó a la tierra de Canaán, convirtiéndose allí en un reino importante a veces populoso y próspero. Después de varias vicisitudes, dispersión y persecución, los descendientes de Abraham están de nuevo viviendo en la tierra que les fue prometida, donde han formado el Estado de Israel.

Pero la posesión de los israelitas de la tierra, pasada o presente no debe considerarse como el cumplimiento de la promesa a Abraham. Aun en el período más próspero de su historia los profetas seguían esperando la realización definitiva del pacto, tal como lo indican las palabras de la profecía de Miqueas:

«Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos.» (Miqueas 7:20)

La nación judía puede ser vista como un cumplimiento parcial de este aspecto de la promesa, pero de ninguna manera su completa realización. Quien sería, entonces, la simiente de Abraham en el sentido del propósito de Dios?

En los días de Cristo la nación judía se enorgullecía de su descendencia de Abraham, y así se aplicaban la promesa a sí mismos basándose en su linaje natural. «Linaje de Abraham somos» le dijeron en cierta ocasión (Juan 8:33), y podemos darnos cuenta de la vanidosa satisfacción en sus rostros cuando proclamaron su parentesco. ¿Cuál fue la respuesta de Cristo?

«Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.» (Juan 8:39)

En otra ocasión les dijo Juan el Bautista:

«No
penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre;
porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas
piedras.» (Mateo 3:9)

Los verdaderos hijos de Abraham

¿Cual es el criterio que define a los verdaderos hijos de Abraham? Jesús ha dado ya una pista al decir que los verdaderos hijos de Abraham deben tener el mismo comportamiento de Abraham. Esta idea es ampliada posteriormente en el Nuevo Testamento. Los hijos de Abraham no son precisamente sus descendientes literales, sino aquellos que comparten sus cualidades. Su principal cualidad fue su fe y confianza en Dios. Llamado para ir a una tierra desconocida, obedeció sin vacilación. Se le dijo que tendría una multitud de descendientes cuando tenía 99 años de edad y su esposa, 90. El lo creyó a pesar de su aparente imposibilidad. Aun cuando se le pidió que ofreciera en sacrificio a su tan anhelado hijo único, él estaba dispuesto a obedecer.

Así que la fe antes que la descendencia natural convierte a las personas en hijos de Abraham. Pablo puso esto en claro a los romanos, y aquí tenemos un caso donde «la circuncisión» es usada para describir a los descendientes naturales de Abraham:

«Y recibió la circuncisión como
señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo…para que fuese
padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a
ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión,
para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también
siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham.»

«Por
tanto, es por fe…a fin de que la promesa sea firme para toda su
descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para
la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros.»
(Romanos 4:1-12,16)

La clara enseñanza aquí es que ser judío o gentil no tiene importancia en lo que a la promesa se refiere. Lo que vale es la manifestación de una fe y creencia similares a las que poseía Abraham. Pablo confirma esto en otra carta:

«Pues
todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús… Ya no hay judío
ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo,
ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.»
(Gálatas 3:26-29)

Ahora podemos identificar la «simiente» de Abraham con certeza. No son exactamente los descendientes literales, los judíos, sino todos los que creen en Jesús y manifiestan en sus vidas la misma clase de fe que Abraham. Estos «hijos espirituales» son los que finalmente heredarán las bendiciones contenidas en la promesa.

Consideraremos a continuación el significado de estas bendiciones.

2. Abraham y su simiente heredarán la tierra
La promesa de Dios a Abraham fue muy explícita. Abraham poseería algún día la tierra a la que viajó por mandato de Dios. Se le dijo que viajara a lo largo y ancho de ella en la seguridad de que un día sería de su propiedad. Pablo va más allá al decir que a Abraham le fue prometido que llegaría a ser «heredero del mundo» (Romanos 4:13).

¿Ha sido cumplida alguna vez esta parte de la promesa?

La respuesta es un rotundo «no.» Abraham nunca poseyó la tierra. Génesis relata que cuando murió su esposa Sara, Abraham tuvo que comprar de los habitantes locales un sitio para sepultarla. Como él mismo dijo en aquella ocasión:

«Extranjero y forastero soy entre vosotros.» (Génesis 23:4)

El hecho de que Abraham no haya entrado en posesión de su herencia antes de su muerte, es enfatizado por los escritores del Nuevo Testamento:

«Habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena.» (Hebreos 11:9)

«Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie.» (Hechos 7:5)

A menos que la promesa se rompa—y con la existencia de Dios como garantía esto es inimaginable—el tiempo de la posesión de Abraham de la tierra aún está en el futuro. Esto se confirma con algunas otras palabras de la carta a los hebreos:

«Por la fe Abraham, siendo
llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como
herencia; y salió sin saber a dónde iba.» (Hebreos 11:8)

De hecho se nos dice que Abraham no esperaba recibir posesión en ese momento:

«Conforme
a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino
mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran
extranjeros y peregrinos sobre la tierra.» (Hebreos 11:13)

De manera que otro ejemplo de la fe de aquellos «padres» fue vivir como extranjeros en tierra ajena, creyendo que un día heredarían esa tierra.

¿Cómo se cumplirá la promesa, si Abraham, Isaac y Jacob están muertos desde la antigüedad? Sólo podrá cumplirse por medio de su resurrección. No hay enseñanza más clara en la Biblia que la resurrección corporal de hombres y mujeres fieles. Si consideramos el tiempo cuando este sorprendente milagro habrá de ocurrir, entonces somos llevados inmediatamente a nuestro principal tema del reino de Dios. En el primer capítulo cité las palabras del libro de Apocalipsis que menciona el tiempo cuando «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo.» El pasaje también continúa para decir que es también:

«El tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos…» (Apocalipsis 11:18)

Este juicio de los muertos, no sólo de Abraham sino también de todos sus descendientes espirituales, será precedido por su resurrección. Como Jesús dijo:

«No os maravilléis de esto; porque vendrá
hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que
hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida…» (Juan 5: 28-29)

Podemos ver ahora la importancia de las palabras de Jesús citadas al comienzo de este capítulo, «Cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios.» Significan que Abraham será levantado de los muertos para finalmente heredar la tierra en la cual fue nómada una vez. Esto no será por el breve tiempo que dura la vida mortal sino «para siempre.»

La herencia de Abraham compartida con su simiente

Esto era una parte importante de la promesa. Hablando de la tierra prometida dijo Dios:

«…la daré a ti y a tu descendencia para siempre.» (Génesis 13:15)

Ya hemos visto que la simiente de Abraham no son necesariamente sus descendientes naturales sino los que comparten su fe y creencias. La promesa a Abraham les asegura que ellos también heredarán una parte de esta tierra. Una vez más esto concuerda con la predicación de Jesús. El dio comienzo a su Sermón del Monte con una serie de bendiciones para los fieles, y una de éstas fue:

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:5)

Ahora puede usted entender cómo pasajes de la Biblia que aparentemente no tienen relación entre sí son reunidos y relacionados por este penetrante tema del reino de Dios. Incidentalmente, esto se ve mejor en las antiguas traducciones de la Biblia. Es una de las desventajas de las traducciones modernas que en el intento de usar lenguaje moderno se pierde el claro significado de algunos pasajes.

3. La simiente de Abraham poseerá las puertas de sus enemigos
Mencioné anteriormente que la palabra «simiente» puede referirse a un solo descendiente o a muchos. Según la promesa citada en el título de esta sección parecería que además de tener un gran número de descendientes, Abraham tendría uno muy notable. «Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.»

En los tiempos bíblicos la puerta de una ciudad era un lugar muy importante. Así como era una parte vital del muro defensivo que rodeaba la ciudad, también era el área donde se realizaban todos los negocios, donde se publicaban los decretos y donde los gobernadores recibían el homenaje del pueblo. Hay varias alusiones a esta costumbre en la Escritura (Rut 4:1-2; Jeremías 38:7; Jeremías 39:1-4). Así que la puerta era el equivalente del edificio municipal de las ciudades modernas. Así que el hecho de que un invasor poseyera la puerta de una ciudad significaba tener el control completo de la ciudad después de expulsar a los dirigentes existentes.

Dios prometió a Abraham que tendría un descendiente quien un día «poseería las puertas de sus enemigos» gobernando sobre ellos. A la luz de lo que hasta aquí hemos estudiado está claro que aquí hay una promesa de enviar a Jesús a establecer el reino de Dios, cuando él «posea la puerta» del reino de los hombres y lo reemplace con su propio gobierno. En palabras de la Escritura:

«Los reinos del mundo han venido a ser de
nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los
siglos.» (Apocalipsis 11:15)

Pero nosotros no necesitamos suponer que esta «simiente» individual de Abraham es Cristo, pues esto se nos dice con total claridad en el Nuevo Testamento. Déjenme recordarles de nuevo uno de los aspectos de la promesa, y luego referirlos a la enseñanza que basaron en ella los cristianos del primer siglo. Dios dijo a Abraham:

«Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia (simiente) para siempre.» (Génesis 13:15)

Note la frase subrayada y vea cómo el Nuevo Testamento la toma para referirla a Cristo:

«Ahora
bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y
a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu
simiente, la cual es Cristo.» (Gálatas 3:16)

Por consiguiente no hay duda de que la simiente de Abraham se refiere no solamente a los muchos quienes más tarde compartirán su fe y su recompensa, sino también a un individuo quien un día tomará el gobierno del mundo después de desplazar a sus autoridades. Esta persona es Jesús.

Por consiguiente, los rasgos del reino de Dios que hemos aprendido de las Escrituras se encuentran claramente incrustados en esta promesa a Abraham.

Pero hay un aspecto más de la promesa que debemos considerar.

4. El mundo entero será bendecido en Abraham y su simiente
Esta es la característica predominante de la promesa, y la de más largo alcance:

«Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:3)

«En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra.» (Génesis 22:18)

Ya hemos visto que Cristo es el prometido descendiente de Abraham. ¿Cual será la bendición que él traerá para todo el mundo?

Es una bendición doble. Primero, a Abraham y sus muchos descendientes se les prometió que heredarían la tierra eternamente después de su resurrección de los muertos. Esto implica el don de vida eterna.

Segundo, el gobierno del mundo al regreso de Jesús, traerá bendición a la tierra, como vimos en el capítulo 2.

La bendición de vida eterna

Que la vida humana termina en la muerte es casi demasiado obvio para mencionarlo; pero la Biblia explica la razón de la muerte. Sucede a causa de lo que Dios llama pecado. Si el pecado puede ser removido, entonces la barrera que impide la vida eterna también será removida. En el capítulo 9 examinaremos cómo ha sido posible la remoción del pecado por medio del sacrificio de Jesús; pero para el propósito presente necesitamos decir solamente que Jesús hizo posible la vida eterna para la humanidad.

«Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 6:23)

«Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»
(Juan 3:16)

Y esta vida sin límite es posible porque los pecados pueden ser perdonados por medio de Jesús:

«Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.» (Mateo 26:28)

«La
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:7,9)

Así que una parte de las bendiciones prometidas al mundo a través de la simiente de Abraham fue el perdón de los pecados para hacer posible la vida eterna en el reino de Dios. Esto se enseña claramente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Anteriormente cité el pensamiento final de la profecía de Miqueas, en el que aún espera para el futuro el cumplimiento de la promesa a Abraham. El pasaje completo muestra que era el perdón lo que el profeta tenía particularmente en mente:

«¿Qué
Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente
de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en
misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará
nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros
pecados. Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham su misericordia, que
juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos.» (Miqueas 7:18-20)

El Nuevo Testamento registra las palabras del apóstol Pedro en una de las primeras ocasiones cuando el mensaje cristiano fue predicado después de la muerte y resurrección de Jesús, y él también identifica la bendición prometida a Abraham con el perdón disponible por medio del sacrificio de Jesús:

«Vosotros sois los hijos de los profetas, y
del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu
simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros
primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os
bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.» (Hechos
3:25-26)

No hay duda de que cuando Dios hizo la promesa a Abraham, él estaba prometiendo la venida del Salvador al mundo, a través de quien es posible el perdón y la vida eterna. ¡Una bendición verdadera!

La bendición de un gobierno perfecto

En el capítulo 2 ya consideramos las bendiciones que vendrán a toda la tierra como resultado del retorno de Jesús a establecer el reino de Dios y a «poseer la puerta de sus enemigos.» Pero quisiera referirme a un pasaje adicional que claramente identifica el perfecto gobierno de Jesús en el futuro con el cumplimiento de la promesa a Abraham. En Salmos 72 hay una bella descripción del reino de Dios bajo el perfecto gobierno de Cristo. Paz y justicia florecerán en el mundo, los pobres no serán más oprimidos, la tierra se volverá fructífera, todos los gobernantes del mundo se someterán al nuevo rey, y su gobierno abarcará a todo el mundo. Al final del salmo todo es resumido en palabras que claramente reiteran la promesa a Abraham, «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra»:

«Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado.» (Salmos 72:17)

Resumen

Ahora podemos entender por qué la promesa a Abraham es descrita como el evangelio. Cada aspecto de la obra de Jesús está incluido en el pacto que Dios hizo con aquel hombre fiel hace 4,000 años. La venida del Redentor, la salvación personal, el establecimiento del reino de Dios con Cristo como su sabio y bendito gobernante, y la posesión eterna de la tierra por todos los que comparten la fe de Abraham, todo está incluido. Permítanme en este resumen recordarles el contenido de la promesa.

1. Abraham llegaría a ser el padre de una gran nación. Vimos que esto se refiere primero al pueblo judío; pero particularmente al «Israel espiritual»: Los judíos y gentiles que comparten la fe de Abraham y su confianza en Dios.

2.Abraham y su simiente compartirán la herencia eterna de la tierra de Palestina, antes llamada Canaán. Esto implica su resurrección y el don de la inmortalidad.

3.A Abraham se le prometió una simiente particular y notable que compartirá la herencia con él y tomará en sus manos el gobierno del mundo. Vimos que esta gran persona es Cristo, y que esta promesa es el mismo evangelio del reino que Cristo predicó personalmente en Israel.

4.El mundo entero será bendecido en Abraham y en Cristo. Esta bendición es en primer lugar la oferta de vida eterna por medio del perdón de los pecados, hecho posible por la muerte de Jesús. Segundo, el gobierno perfecto de Cristo cuando él gobierne sobre el reino de Dios.

5.La promesa a Abraham fue la base de la esperanza cristiana original enseñada por Cristo y sus apóstoles.

Finalmente, en este capítulo quisiera comentar la notable fuerza de la evidencia encontrada para sostener este concepto bíblico del reino de Dios. Primero se presentó la destrucción de la estatua de Nabucodonosor por la piedra que llenó toda la tierra. Esta es una clara promesa de reemplazar el reino de los hombres por el reino de Dios. Ahora en una forma completamente diferente, y procedente de otra parte de la Biblia, llega este mismo mensaje: un tiempo de bendición y paz para el mundo cuando la simiente de Abraham triunfe y reine. Esto da al estudiante sincero de la Biblia la seguridad de que está en el buen camino.

Esta no es la única evidencia. En el siguiente capítulo de este estudio, seguiremos el hilo de oro en otra parte de la Escritura.

El gobernador del reino

Los siguientes siglos fueron muy memorables para los descendientes de Abraham. En los días de Jacob, nieto de Abraham, hubo una severa hambre sobre toda la región oriental del Mediterráneo, y Jacob (Israel), con once de sus hijos y sus esposas e hijos, unas 70 personas en total, emigraron de Canaán a la tierra de Egipto. Uno de los hijos, José, había llegado antes a Egipto y había ascendido hasta el cargo de primer ministro del rey. Debido al don divino de profecía de José, se había almacenado suficiente grano para preservar el pueblo de los efectos del hambre.

Después que la escasez llegó a los hijos de Israel, como ahora se llamaban, éstos permanecieron en Egipto y bajo el cuidado de José llegaron a ser tan numerosos que los egipcios comenzaron a verlos como una amenaza para la seguridad del país. Después de la muerte de José la política hacia los israelitas cambió y fueron hechos esclavos de los faraones, soportando servidumbre y dureza extremas mientras construían ciudades para el engrandecimiento de sus amos.

El segundo libro de la Biblia describe su liberación de esta servidumbre. Dios hizo que una serie de desastrosas plagas cayera sobre los egipcios con el efecto de que los esclavos fueron liberados y abandonaron el país bajo el liderazgo de Moisés.

Con la dirección de Dios, Moisés condujo esta multitud de esclavos liberados dentro del desierto, donde acamparon al pie del monte Sinaí. En una dramática y aterradora manifestación, Dios les mostró su presencia y los invitó a convertirse en su propio y especial pueblo:

«Vosotros visteis lo
que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he
traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi
pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos de la
tierra; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa.» (Exodo 19:4-6)

Así que en Sinaí los hijos de Israel se convirtieron en el pueblo propio de Dios, y en cierto sentido, el reino de Dios.

Después de viajar por algún tiempo a través del desierto entre Egipto y Canaán, la nueva nación de Israel conquistó la tierra en la que sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob habían sido meramente nómadas. Durante los primeros cinco siglos después de su conquista de la tierra prometida fueron dirigidos por gobernantes no hereditarios conocidos como jueces, pero finalmente a pedido de ellos, Dios les permitió ser gobernados por un rey a la manera de las naciones circundantes. En este momento de su historia estamos a unos 900 años del tiempo de Abraham, y en los registros de estos primeros reyes vemos de nuevo el hilo de oro del reino de Dios.

El primer rey, Saúl, no resultó muy apropiado, pero David, su sucesor divinamente escogido, llevó al reino a una situación militar, económica y religiosa saludable. Fue a David a quien Dios reveló aun más acerca de su plan para la tierra y la humanidad, centrado en el establecimiento del reino de Dios.

El hombre según el propio corazón de Dios

El carácter excelente de David fue descrito por el mismo Dios:

«He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón.» (Hechos 13:22)

Tal como su antepasado Abraham, David poseía la sobresaliente cualidad de confiar en Dios. Esto fue demostrado por su notable victoria sobre el gigante Goliat. Este mismo valor y confianza hicieron que el pueblo lo estimara, y cuando Saúl murió en batalla, David fue elegido popularmente para sucederlo en el trono de Israel. Uno de sus primeros actos fue hacer de Jerusalén su ciudad capital, donde él mismo construyó un palacio desde donde dirigió una serie de campañas que pusieron bajo su dominación a todas las naciones circundantes.

Durante toda su vida, David se había preocupado por el objeto más sagrado que Israel poseía: el arca del pacto. Esta caja de madera cubierta de oro con figuras querúbicas sobrepuestas, era el símbolo de la presencia de Dios en medio de su nación. David había traído el arca a su nueva ciudad capital, alojándola temporalmente en una tienda especial. El rey deseaba construir un apropiado y glorioso edificio para su más santa pieza de mobiliario. No le parecía correcto que él viviera en un palacio mientras el emblema de Dios permanecía en una tienda.

El rey expresó su preocupación al profeta Natán:

«Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas.» (2 Samuel 7:2)

En la misma noche Dios le dio a Natán un mensaje para el rey. David no construiría una casa para Dios: más bien, ¡Dios iba a construir una casa para David!

La promesa de Dios a David
A la mañana siguiente Natán se acercó al rey con los detalles de la promesa divina:

«Así
mismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean
cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de
tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El
edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su
reino. Yo le seré a él padre, y el me será a mí hijo. Y si él hiciere
mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de
hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de
Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable
eternamente.» (2 Samuel 7:11-16)

David se dio cuenta inmediatamente de que ésta era una promesa grande y de largo alcance. Su primera reacción fue buscar a Dios para agradecerle por su bondad hacia él:

«Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa,
para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto,
Señor Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por
venir.» (2 Samuel 7:18-19)

La promesa a David resumida

Cuando examinamos la promesa en detalle, podemos ver por qué David se sintió tan honrado. Dios había prometido que:

1. David sería el fundador de una casa real, o dinastía, que permanecería por siempre.

2. El trono y reino de David permanecerían por siempre.

3. Su hijo construiría la casa de Dios.

4. Este sería también hijo de Dios.

¿Fue Salomón ese hijo?
David fue sucedido por su hijo Salomón quien reinó sobre el trono de David. El también construyó un templo o casa de Dios (2 Reyes 2:12; 6:1). ¿Podrá decirse entonces que la promesa se cumplió durante el reino de Salomón?

La respuesta debe ser «No.» Salomón constituye un anticipo del cumplimiento de la promesa, así como la nación de Israel ha sido un cumplimiento parcial de la promesa a Abraham; pero de ninguna manera podría decirse que Salomón reinó por siempre sobre el trono de David. Esto se confirma cuando encontramos que mucho tiempo después de la muerte de Salomón, la realización de la promesa a David aún se esperaba.

La esperanza de los profetas

Un vistazo a los subsecuentes libros del Antiguo Testamento muestra que la venida de un hijo de David a reinar para siempre en el trono de su padre, era la esperanza predominante de los judíos. Estas palabras de Isaías que datan de unos trescientos años después de David son un ejemplo:

«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es
dado, y el principado sobre su hombro… Lo dilatado de su imperio y la
paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino,
disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para
siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.» (Isaías 9:6-7)

Si usted retrocede para revisar la declaración de Dios de su promesa a David verá que la profecía está aquí repitiendo los mismos términos de la promesa. «Un hijo,» «el trono de David,» «su reino,» y «para siempre,» todos fueron parte del mensaje divino que Natán retransmitió al rey.

Un poco más tarde en su profecía, Isaías alude a este gobernante futuro usando la metáfora de una rama de árbol:

«Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces.» (Isaías 11:1)

Isaí fue el padre de David, así que la rama que brota de él es una clara alusión al futuro hijo de David quien, tal como el pasaje continúa describiéndolo, será un gobernante justo que traerá bendiciones para todo el mundo.

El siguiente profeta, Jeremías, vivió en un tiempo triste para la nación judía. Cuatrocientos años después del fiel David, los sucesores al trono habían abandonado la adoración del verdadero Dios en favor de los ídolos de las naciones circundantes. Uno tras otro, Dios les había enviado sus mensajeros inspirados, pero ellos no respondieron. Por consiguiente, Dios estaba a punto de castigarlos llevando a una suspensión temporal del reino de David. Todo el poder del ejército babilónico bajo su rey Nabucodonosor fue dirigido contra Jerusalén, y Jeremías describe algunos de los horrores de los tres años de sitio. Torres de madera fueron construidas alrededor de la ciudad para dominar las murallas, y grandes arietes de madera sacudían las puertas. Dentro de la ciudad el rey Sedequías, el último de los descendientes de David que se sentó en su trono, gobernaba la ciudad debilitada por el hambre y las enfermedades, y era obvio que el fin del reino estaba cerca.

En este tiempo de desesperación Dios dio a Jeremías un mensaje de esperanza. El no había olvidado su compromiso con David, y a pesar de las presentes apariencias un día haría realidad su palabra. Usando la misma figura que Isaías, la de una rama, Dios le asegura que su promesa será finalmente cumplida:

«He
aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que
he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y
en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará
juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y
Jerusalén habitará segura.» (Jeremías 33:14-16)

Para enfatizar la certeza de la promesa a David, Dios procedió a dar una garantía que no podía fallar:

«Así
ha dicho Jehová: Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi pacto
con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá
también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener
hijo que reine sobre su trono.» (Jeremías 33:20-21)

Dos mil quinientos años más tarde, la salida del sol por la mañana es una seguridad de que Dios no olvidará su promesa a David.

«Hasta que venga aquel cuyo es el derecho»

En la lejana Babilonia, donde algunos judíos ya habían sido llevados cautivos, el profeta Ezequiel esperaba ansiosas semanas por noticias del sitio de Jerusalén. El también tenía un mensaje de Dios, esta vez para el malvado rey Sedequías. Predijo el derrocamiento del trono y reino de David, aunque como Jeremías, también veía hacia el tiempo cuando reinaría el prometido hijo de David:

«Y tú, profano e
impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la
consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara,
quita la corona; esto no será más así… A ruina, a ruina, a ruina lo
reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y
yo se lo entregaré.» (Ezequiel 21:25-27)

Por consiguiente el borde plateado de aquella oscura nube que pendía sobre el reino de David consistía en que su suspensión habría de ser sólo temporal. Cuando venga «aquel cuyo es el derecho»—el hijo prometido a David—entonces Dios le dará el reino.

El Mesías

Hasta aquí hemos visto las dos grandes promesas a los padres judíos, Abraham y David, así como también el hecho de que ambos profetizaron la venida de un hombre sobresaliente que traería un tiempo de bendiciones para Israel y el mundo. Esta persona poseería la tierra y gobernaría a la humanidad al mismo tiempo que se sentaría en el restaurado trono de David en Jerusalén. Era la costumbre en aquellos días, tal como ahora, iniciar a los gobernantes por medio de una ceremonia de unción. Por consiguiente este futuro gobernante fue llamado por ellos «el Ungido,» o en hebreo «el Mesías». La creencia en la venida del Mesías era el verdadero fundamento de la esperanza judía. El Nuevo Testamento también se refiere al Mesías, pero como esta sección de la Biblia fue escrita originalmente en griego, el término equivalente aquí es el «Cristo.»

Largas y oscuras épocas de cautividad siguieron al fin del reino judío, y aunque después de 70 años algunos judíos regresaron a su tierra, fue sólo para ser gobernados por extranjeros. Durante todo este tiempo ellos aún esperaban la venida del prometido Mesías a restablecer el trono de David en Jerusalén, a librarlos de sus enemigos y a bendecirlos en las formas variadas que todos los profetas habían predicho.

Por consiguiente llegamos al advenimiento del tiempo del Nuevo Testamento.

Jesús es el Mesías

En vista de este gran tema del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías o Cristo, son significativas las palabras de apertura del Nuevo Testamento:

«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» (Mateo 1:1)

¿Podría esto ser más claro? Mateo estaba en efecto diciendo a los judíos de su tiempo: «¿Ustedes están buscando al Mesías, el hijo prometido a Abraham y David? Entonces ¡aquí está él!»

El espléndido tema de la venida del Mesías a establecer el reino de Dios en la tierra continúa inalterado cuando pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento. Habiendo trazado el hilo de oro a través de Génesis, Samuel y los libros de los profetas, ahora lo vemos de nuevo en los incidentes relacionados con el nacimiento de Jesús.

El mensaje del ángel Gabriel a María

Por el tiempo del nacimiento de Jesús había entre el pueblo judío un ambiente de expectación general. Muchos de ellos conocían tales predicciones bíblicas como la profecía de las setenta semanas que fue considerada en el capítulo 4 del presente estudio, y entendían que la venida del Mesías podría hacerse realidad en cualquier momento. Sin duda había muchas mujeres jóvenes que soñaban con que serían la madre del que devolvería el bienestar a Israel. Pero se daban cuenta que la elección para tal honor sólo podría recaer sobre una de un pequeño grupo de doncellas. Mientras todas las judías eran hijas de Abraham, no todas eran del linaje de David a través de quien el Mesías habría de venir.

No sabemos si María, quien era descendiente directa del rey David, alguna vez tuvo tales pensamientos; pero no dudamos de su inmensa sorpresa cuando el ángel Gabriel se le apareció repentinamente con las sorprendentes noticias:

«¡Salve, muy favorecida! El
Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres… María, no temas,
porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu
vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS.» (Lucas
1:28-31)

Gabriel continuó describiendo la misión que Dios había preparado para este niño, pero antes de citar sus palabras quisiera recordarle las principales provisiones de la promesa a David. Dios le dijo que tendría un descendiente que

  • Reinaría en el trono de David.
  • Gobernaría sobre el reino de Israel para siempre.
  • Sería hijo de Dios.

Manteniendo esto en mente, y recordando que el nombre original de Israel es Jacob, ahora leamos las palabras de Gabriel. ¿Puede haber alguna duda de que se refieren a la promesa a David?

«Este será grande, y
será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de
David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.» (Lucas 1:32-33)

Sería difícil expresar la promesa a David en una forma más concisa, y Gabriel le dijo a María que su hijo iba a ser en quien tal promesa se cumpliría.

Podemos imaginar la excitación entre los judíos temerosos de Dios con el nacimiento de Jesús. ¡Ahora al fin se cumplirían las promesas a Abraham y David! ¡Después de siglos de expectación y anhelo, la esperanza de todos los fieles israelitas iba a volverse realidad! Es así como Zacarías, el padre de Juan el Bautista, consideró la situación. Sus palabras abarcan todas las fuentes de información en el Antiguo Testamento que hemos examinado al aprender acerca de la venida del reino de Dios:

«Bendito el Señor Dios de Israel, que ha
visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en
la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas
que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos, y de la
mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con
nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a
Abraham nuestro padre…» (Lucas 1:68-73)

Nuestros estudios en este capítulo nos conducen inevitablemente a la conclusión de que treinta años más tarde, cuando Jesús se dedicó a su misión de predicación, lo hizo como el tan largamente esperado Mesías judío que cumpliría las promesas a Abraham y David. El era quien convertiría en gloriosa realidad las predicciones del Antiguo Testamento concernientes al reino de Dios.

El gobernador del reino

Los siguientes siglos fueron muy memorables para los descendientes de Abraham. En los días de Jacob, nieto de Abraham, hubo una severa hambre sobre toda la región oriental del Mediterráneo, y Jacob (Israel), con once de sus hijos y sus esposas e hijos, unas 70 personas en total, emigraron de Canaán a la tierra de Egipto. Uno de los hijos, José, había llegado antes a Egipto y había ascendido hasta el cargo de primer ministro del rey. Debido al don divino de profecía de José, se había almacenado suficiente grano para preservar el pueblo de los efectos del hambre.

Después que la escasez llegó a los hijos de Israel, como ahora se llamaban, éstos permanecieron en Egipto y bajo el cuidado de José llegaron a ser tan numerosos que los egipcios comenzaron a verlos como una amenaza para la seguridad del país. Después de la muerte de José la política hacia los israelitas cambió y fueron hechos esclavos de los faraones, soportando servidumbre y dureza extremas mientras construían ciudades para el engrandecimiento de sus amos.

El segundo libro de la Biblia describe su liberación de esta servidumbre. Dios hizo que una serie de desastrosas plagas cayera sobre los egipcios con el efecto de que los esclavos fueron liberados y abandonaron el país bajo el liderazgo de Moisés.

Con la dirección de Dios, Moisés condujo esta multitud de esclavos liberados dentro del desierto, donde acamparon al pie del monte Sinaí. En una dramática y aterradora manifestación, Dios les mostró su presencia y los invitó a convertirse en su propio y especial pueblo:

«Vosotros visteis lo
que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he
traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi
pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos de la
tierra; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa.» (Exodo 19:4-6)

Así que en Sinaí los hijos de Israel se convirtieron en el pueblo propio de Dios, y en cierto sentido, el reino de Dios.

Después de viajar por algún tiempo a través del desierto entre Egipto y Canaán, la nueva nación de Israel conquistó la tierra en la que sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob habían sido meramente nómadas. Durante los primeros cinco siglos después de su conquista de la tierra prometida fueron dirigidos por gobernantes no hereditarios conocidos como jueces, pero finalmente a pedido de ellos, Dios les permitió ser gobernados por un rey a la manera de las naciones circundantes. En este momento de su historia estamos a unos 900 años del tiempo de Abraham, y en los registros de estos primeros reyes vemos de nuevo el hilo de oro del reino de Dios.

El primer rey, Saúl, no resultó muy apropiado, pero David, su sucesor divinamente escogido, llevó al reino a una situación militar, económica y religiosa saludable. Fue a David a quien Dios reveló aun más acerca de su plan para la tierra y la humanidad, centrado en el establecimiento del reino de Dios.

El hombre según el propio corazón de Dios

El carácter excelente de David fue descrito por el mismo Dios:

«He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón.» (Hechos 13:22)

Tal como su antepasado Abraham, David poseía la sobresaliente cualidad de confiar en Dios. Esto fue demostrado por su notable victoria sobre el gigante Goliat. Este mismo valor y confianza hicieron que el pueblo lo estimara, y cuando Saúl murió en batalla, David fue elegido popularmente para sucederlo en el trono de Israel. Uno de sus primeros actos fue hacer de Jerusalén su ciudad capital, donde él mismo construyó un palacio desde donde dirigió una serie de campañas que pusieron bajo su dominación a todas las naciones circundantes.

Durante toda su vida, David se había preocupado por el objeto más sagrado que Israel poseía: el arca del pacto. Esta caja de madera cubierta de oro con figuras querúbicas sobrepuestas, era el símbolo de la presencia de Dios en medio de su nación. David había traído el arca a su nueva ciudad capital, alojándola temporalmente en una tienda especial. El rey deseaba construir un apropiado y glorioso edificio para su más santa pieza de mobiliario. No le parecía correcto que él viviera en un palacio mientras el emblema de Dios permanecía en una tienda.

El rey expresó su preocupación al profeta Natán:

«Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas.» (2 Samuel 7:2)

En la misma noche Dios le dio a Natán un mensaje para el rey. David no construiría una casa para Dios: más bien, ¡Dios iba a construir una casa para David!

La promesa de Dios a David
A la mañana siguiente Natán se acercó al rey con los detalles de la promesa divina:

«Así
mismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean
cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de
tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El
edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su
reino. Yo le seré a él padre, y el me será a mí hijo. Y si él hiciere
mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de
hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de
Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable
eternamente.» (2 Samuel 7:11-16)

David se dio cuenta inmediatamente de que ésta era una promesa grande y de largo alcance. Su primera reacción fue buscar a Dios para agradecerle por su bondad hacia él:

«Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa,
para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto,
Señor Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por
venir.» (2 Samuel 7:18-19)

La promesa a David resumida

Cuando examinamos la promesa en detalle, podemos ver por qué David se sintió tan honrado. Dios había prometido que:

1. David sería el fundador de una casa real, o dinastía, que permanecería por siempre.

2. El trono y reino de David permanecerían por siempre.

3. Su hijo construiría la casa de Dios.

4. Este sería también hijo de Dios.

¿Fue Salomón ese hijo?
David fue sucedido por su hijo Salomón quien reinó sobre el trono de David. El también construyó un templo o casa de Dios (2 Reyes 2:12; 6:1). ¿Podrá decirse entonces que la promesa se cumplió durante el reino de Salomón?

La respuesta debe ser «No.» Salomón constituye un anticipo del cumplimiento de la promesa, así como la nación de Israel ha sido un cumplimiento parcial de la promesa a Abraham; pero de ninguna manera podría decirse que Salomón reinó por siempre sobre el trono de David. Esto se confirma cuando encontramos que mucho tiempo después de la muerte de Salomón, la realización de la promesa a David aún se esperaba.

La esperanza de los profetas

Un vistazo a los subsecuentes libros del Antiguo Testamento muestra que la venida de un hijo de David a reinar para siempre en el trono de su padre, era la esperanza predominante de los judíos. Estas palabras de Isaías que datan de unos trescientos años después de David son un ejemplo:

«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es
dado, y el principado sobre su hombro… Lo dilatado de su imperio y la
paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino,
disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para
siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.» (Isaías 9:6-7)

Si usted retrocede para revisar la declaración de Dios de su promesa a David verá que la profecía está aquí repitiendo los mismos términos de la promesa. «Un hijo,» «el trono de David,» «su reino,» y «para siempre,» todos fueron parte del mensaje divino que Natán retransmitió al rey.

Un poco más tarde en su profecía, Isaías alude a este gobernante futuro usando la metáfora de una rama de árbol:

«Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces.» (Isaías 11:1)

Isaí fue el padre de David, así que la rama que brota de él es una clara alusión al futuro hijo de David quien, tal como el pasaje continúa describiéndolo, será un gobernante justo que traerá bendiciones para todo el mundo.

El siguiente profeta, Jeremías, vivió en un tiempo triste para la nación judía. Cuatrocientos años después del fiel David, los sucesores al trono habían abandonado la adoración del verdadero Dios en favor de los ídolos de las naciones circundantes. Uno tras otro, Dios les había enviado sus mensajeros inspirados, pero ellos no respondieron. Por consiguiente, Dios estaba a punto de castigarlos llevando a una suspensión temporal del reino de David. Todo el poder del ejército babilónico bajo su rey Nabucodonosor fue dirigido contra Jerusalén, y Jeremías describe algunos de los horrores de los tres años de sitio. Torres de madera fueron construidas alrededor de la ciudad para dominar las murallas, y grandes arietes de madera sacudían las puertas. Dentro de la ciudad el rey Sedequías, el último de los descendientes de David que se sentó en su trono, gobernaba la ciudad debilitada por el hambre y las enfermedades, y era obvio que el fin del reino estaba cerca.

En este tiempo de desesperación Dios dio a Jeremías un mensaje de esperanza. El no había olvidado su compromiso con David, y a pesar de las presentes apariencias un día haría realidad su palabra. Usando la misma figura que Isaías, la de una rama, Dios le asegura que su promesa será finalmente cumplida:

«He
aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la buena palabra que
he hablado a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y
en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará
juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y
Jerusalén habitará segura.» (Jeremías 33:14-16)

Para enfatizar la certeza de la promesa a David, Dios procedió a dar una garantía que no podía fallar:

«Así
ha dicho Jehová: Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi pacto
con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá
también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener
hijo que reine sobre su trono.» (Jeremías 33:20-21)

Dos mil quinientos años más tarde, la salida del sol por la mañana es una seguridad de que Dios no olvidará su promesa a David.

«Hasta que venga aquel cuyo es el derecho»

En la lejana Babilonia, donde algunos judíos ya habían sido llevados cautivos, el profeta Ezequiel esperaba ansiosas semanas por noticias del sitio de Jerusalén. El también tenía un mensaje de Dios, esta vez para el malvado rey Sedequías. Predijo el derrocamiento del trono y reino de David, aunque como Jeremías, también veía hacia el tiempo cuando reinaría el prometido hijo de David:

«Y tú, profano e
impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la
consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara,
quita la corona; esto no será más así… A ruina, a ruina, a ruina lo
reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y
yo se lo entregaré.» (Ezequiel 21:25-27)

Por consiguiente el borde plateado de aquella oscura nube que pendía sobre el reino de David consistía en que su suspensión habría de ser sólo temporal. Cuando venga «aquel cuyo es el derecho»—el hijo prometido a David—entonces Dios le dará el reino.

El Mesías

Hasta aquí hemos visto las dos grandes promesas a los padres judíos, Abraham y David, así como también el hecho de que ambos profetizaron la venida de un hombre sobresaliente que traería un tiempo de bendiciones para Israel y el mundo. Esta persona poseería la tierra y gobernaría a la humanidad al mismo tiempo que se sentaría en el restaurado trono de David en Jerusalén. Era la costumbre en aquellos días, tal como ahora, iniciar a los gobernantes por medio de una ceremonia de unción. Por consiguiente este futuro gobernante fue llamado por ellos «el Ungido,» o en hebreo «el Mesías». La creencia en la venida del Mesías era el verdadero fundamento de la esperanza judía. El Nuevo Testamento también se refiere al Mesías, pero como esta sección de la Biblia fue escrita originalmente en griego, el término equivalente aquí es el «Cristo.»

Largas y oscuras épocas de cautividad siguieron al fin del reino judío, y aunque después de 70 años algunos judíos regresaron a su tierra, fue sólo para ser gobernados por extranjeros. Durante todo este tiempo ellos aún esperaban la venida del prometido Mesías a restablecer el trono de David en Jerusalén, a librarlos de sus enemigos y a bendecirlos en las formas variadas que todos los profetas habían predicho.

Por consiguiente llegamos al advenimiento del tiempo del Nuevo Testamento.

Jesús es el Mesías

En vista de este gran tema del Antiguo Testamento sobre la venida del Mesías o Cristo, son significativas las palabras de apertura del Nuevo Testamento:

«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» (Mateo 1:1)

¿Podría esto ser más claro? Mateo estaba en efecto diciendo a los judíos de su tiempo: «¿Ustedes están buscando al Mesías, el hijo prometido a Abraham y David? Entonces ¡aquí está él!»

El espléndido tema de la venida del Mesías a establecer el reino de Dios en la tierra continúa inalterado cuando pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento. Habiendo trazado el hilo de oro a través de Génesis, Samuel y los libros de los profetas, ahora lo vemos de nuevo en los incidentes relacionados con el nacimiento de Jesús.

El mensaje del ángel Gabriel a María

Por el tiempo del nacimiento de Jesús había entre el pueblo judío un ambiente de expectación general. Muchos de ellos conocían tales predicciones bíblicas como la profecía de las setenta semanas que fue considerada en el capítulo 4 del presente estudio, y entendían que la venida del Mesías podría hacerse realidad en cualquier momento. Sin duda había muchas mujeres jóvenes que soñaban con que serían la madre del que devolvería el bienestar a Israel. Pero se daban cuenta que la elección para tal honor sólo podría recaer sobre una de un pequeño grupo de doncellas. Mientras todas las judías eran hijas de Abraham, no todas eran del linaje de David a través de quien el Mesías habría de venir.

No sabemos si María, quien era descendiente directa del rey David, alguna vez tuvo tales pensamientos; pero no dudamos de su inmensa sorpresa cuando el ángel Gabriel se le apareció repentinamente con las sorprendentes noticias:

«¡Salve, muy favorecida! El
Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres… María, no temas,
porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu
vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS.» (Lucas
1:28-31)

Gabriel continuó describiendo la misión que Dios había preparado para este niño, pero antes de citar sus palabras quisiera recordarle las principales provisiones de la promesa a David. Dios le dijo que tendría un descendiente que

  • Reinaría en el trono de David.
  • Gobernaría sobre el reino de Israel para siempre.
  • Sería hijo de Dios.

Manteniendo esto en mente, y recordando que el nombre original de Israel es Jacob, ahora leamos las palabras de Gabriel. ¿Puede haber alguna duda de que se refieren a la promesa a David?

«Este será grande, y
será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de
David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.» (Lucas 1:32-33)

Sería difícil expresar la promesa a David en una forma más concisa, y Gabriel le dijo a María que su hijo iba a ser en quien tal promesa se cumpliría.

Podemos imaginar la excitación entre los judíos temerosos de Dios con el nacimiento de Jesús. ¡Ahora al fin se cumplirían las promesas a Abraham y David! ¡Después de siglos de expectación y anhelo, la esperanza de todos los fieles israelitas iba a volverse realidad! Es así como Zacarías, el padre de Juan el Bautista, consideró la situación. Sus palabras abarcan todas las fuentes de información en el Antiguo Testamento que hemos examinado al aprender acerca de la venida del reino de Dios:

«Bendito el Señor Dios de Israel, que ha
visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en
la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas
que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos, y de la
mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con
nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a
Abraham nuestro padre…» (Lucas 1:68-73)

Nuestros estudios en este capítulo nos conducen inevitablemente a la conclusión de que treinta años más tarde, cuando Jesús se dedicó a su misión de predicación, lo hizo como el tan largamente esperado Mesías judío que cumpliría las promesas a Abraham y David. El era quien convertiría en gloriosa realidad las predicciones del Antiguo Testamento concernientes al reino de Dios.

El reino predicado

Jesús proclamó su título de Mesías

Primero notemos que Jesús dijo claramente que él era el Mesías prometido, o Cristo. En los primeros días de su ministerio una mujer samaritana le dijo:

«Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.» (Juan 5:25)

Jesús replicó inmediatamente:

«Yo soy, el que habla contigo.» (Juan 5:26)

Cuando Jesús fue enjuiciado, al final de su ministerio, el sumo sacerdote le aplicó el Juramento del Testimonio, el cual ningún judío piadoso podía evadir o responder falsamente:

«Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios.» (Mateo 26:63)

Observe que el sumo sacerdote conocía la promesa a David. El Cristo no solamente sería un gobernante, sino también el Hijo de Dios. La respuesta de Jesús fue:

«Tú lo has dicho.» (Mateo 26:64)

Para nosotros ésta podría ser una respuesta evasiva, pero de hecho expresaba total acuerdo, pues en aquellos días la cortesía impedía responder con un directo «sí» o «no.» Más tarde el gobernador romano hizo una pregunta similar:

«¿Luego, eres tú rey? (Juan 18:37)

De nuevo llegó la afirmación cortés:

«Tú dices que yo soy rey.» (Juan 18:37)

A causa de esta afirmación y a pesar de la vehemente oposición de los sacerdotes, Pilato puso sobre la cruz de Jesús este título de su reinado:

«Jesús Nazareno, Rey de los judíos.» (Juan 19:19)

Por consiguiente es claro que Jesús dijo que él era el Mesías, pero ¿usó el término en el mismo sentido que sus hermanos, los judíos? ¿Predicó acerca de aquel tiempo de bendiciones para el mundo cuando reinaría en el trono de David como rey sobre el reino de Dios?

O ¿dijo a sus oyentes que todo el tiempo habían estado equivocados en sus creencias, puesto que el reino de Dios no era literal, y que este reino consistía más bien en su soberanía sobre las vidas presentes?

Aun una lectura superficial de los evangelios proporciona la respuesta. Jesús respaldó completamente el concepto del Antiguo Testamento sobre el Mesías. El habló del tiempo cuando vendría y se sentaría «en su trono de gloria» (Mateo 25:31), cuando sus discípulos compartirán la responsabilidad del gobierno con él (Mateo 19:28). También dijo que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas estarían en el reino de Dios, y se sentarían allí con las multitudes que habrían sido congregadas de todos los puntos de la tierra (Lucas 13:29).

Lo que la gente pensaba de Jesús

Aquellos que escucharon a Jesús y no lo menospreciaron por su aparente origen humilde encontraron convincente su pretensión de ser el Mesías. Andrés dijo a su hermano Pedro:

«Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo).» (Juan 1:41)

También Felipe dijo a su amigo Natanael:

«Hemos
hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los
profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.» (Juan 1:45)

Más o menos un año más tarde, después de escuchar a Jesús y ver su poder de curación, el pueblo preguntó:

«¿Será éste aquel hijo de David?» (Mateo 12:23)

Tres años en su compañía hicieron que sus discípulos estuvieran más convencidos de la afirmación de Jesús. En una ocasión les preguntó quién pensaban que era. Pedro, como siempre, fue el portavoz de ellos, contestando de nuevo en el lenguaje de las promesas de los padres:

«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Mateo 16:16)

Si Jesús no era el Mesías en el sentido convencional de los judíos, aquí había una oportunidad ideal para instruir a sus discípulos sobre su verdadera misión. Pero su respuesta confirmó que el entendimiento de ellos era correcto:

«Bienaventurado eres, Simón, hijo
de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está
en los cielos.» (Mateo 16:17)

El efecto de la predicación de Cristo

No puede haber duda, por consiguiente, de que cuando «recorría Jesús todas las ciudades y aldeas enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino» (Mateo 9:35), estaba hablándoles del cumplimiento de las promesas a Abraham y David. Lo que no les dijo expresamente fue cuándo sería establecido el reino. Teniendo en mente la opresiva ocupación romana de su tierra, no es sorprendente que habiendo reconocido a Jesús como su Mesías, los judíos esperaran que en ese mismo momento rompiera el yugo romano, estableciera de nuevo el trono de David, y gobernara en justicia como los profetas habían predicho. En la última ocasión en que Jesús viajó a Jerusalén esta expectación se volvió más pronunciada. A medida que subía desde Jericó muchedumbres cada vez más excitadas se le unieron hasta que llegó a Jerusalén acompañado de una multitud de hombres y mujeres cantores que lo aclamaban como el Mesías, el Hijo de David:

«Y la
gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna
al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna
en las alturas!» (Mateo 21:9)

Pero todos saben lo que sucedió a Jesús durante su visita a Jerusalén. Fue arrestado. Unos días más tarde, la misma multitud que le dio la bienvenida a la ciudad clamaba por su crucifixión, y en pocas horas Jesús colgaba sin vida en la cruz. ¿Significa esto que Jesús no era el Mesías? ¿Acaso era un impostor, y su afirmación de ser el hijo prometido a Abraham y David era falsa?

No. De haber estudiado aquellos judíos las Escrituras con mucha más percepción, habrían podido ver que la obra del Mesías comprendía dos aspectos. Ya hemos visto que una parte de las bendiciones que han de venir al mundo por la obra de la simiente de Abraham es el perdón de los pecados. Su sacrificio en la cruz hizo posible ese perdón, y es un aspecto vital de la misión del Salvador que consideraremos en detalle en el capítulo 9. Pero por el momento debemos volver a la enseñanza de Jesús acerca del reino de Dios.

En aquel fatal viaje a Jerusalén, Jesús ya había indicado que aunque el reino de Dios vendría, éste no aparecería inmediatamente. Lucas registró la enseñanza de Jesús mientras viajaba con ellos:

«Oyendo ellos estas
cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de
Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría
inmediatamente.» (Lucas 19:11)

¿Cómo logró esta parábola corregir tal impresión? Sus claras palabras proveen la respuesta:

«Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver.» (Lucas 19:12)

Es obvio que el hombre noble es el mismo Jesús, y con esta parábola les decía que tendría que irse «a un país lejano,» una inequívoca alusión a su ascenso al cielo. Luego él regresaría a la tierra con autoridad para establecer el reino. Unos días más tarde dio en privado a sus discípulos un mensaje similar. Les habló de las muchas cosas terribles que sucederían a Jerusalén y al pueblo judío; pero posteriormente el regresaría para salvar al mundo:

«Entonces verán al
Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria… Así
también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está
cerca el reino de Dios.» (Lucas 21:27,31)

He aquí un resumen de lo que he señalado hasta aquí sobre la enseñanza de Cristo:

1. Jesús predicó el evangelio, o buenas nuevas, del reino de Dios.

2.Sus oyentes esperaban un reino literal en la tierra, tal como había sido prometido a sus padres.

3. Ellos vieron en Jesús a su ansiado Mesías.

4.Jesús enseñó que el reino sería establecido en su segunda venida, y no durante su primer ministerio.

Lo extraño de la actitud de los discípulos fue que las prevenciones de Cristo sobre su inminente muerte no fueron comprendidas. Habiendo estado en el apogeo de la esperanza en su entrada triunfal en Jerusalén, se sumergieron en las profundidades de la desesperación en su crucifixión. ¡La persona que genuinamente creyeron que era el Mesías, estaba muerta! Así lo comentó uno de ellos días más tarde:

«Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel.» (Lucas 24:21)

¡Entonces sucedió la cosa más maravillosa! Jesús se levantó de los muertos y se les apareció. Habló con ellos, comió con ello y pudieron examinar las cicatrices de los clavos en sus manos. Realmente «se les presentó vivo con muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3). ¿De qué hablaron el resucitado Jesús y sus discípulos? Lucas nos dice en el mismo pasaje que no fue de otra cosa que del reino de Dios:

«…apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.» (Hechos 1:3)

¿Es ahora el tiempo?

No es difícil imaginar la reacción de los discípulos. Jesús había vindicado su derecho de ser el Mesías por medio de su resurrección. Estaba hablando del reino de Dios que los profetas habían predicho. Seguramente el tiempo que habían estado esperando había llegado al fin. Con voces ansiosas le preguntaron si había llegado el momento de tomar el trono de David y reinar como rey:

«Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1:6)

De nuevo había una oportunidad para que Cristo los corrigiera si su concepto del reino era incorrecto. He aquí la mejor oportunidad para explicarles que el reino que vino a establecer era espiritual, y que cuando ellos fueran a convertir al mundo estarían creando el reino de Dios al formar un cuerpo de creyentes que extenderían la influencia y dominio de Dios por todo el mundo.

Pero Jesús no los corrigió. Su único comentario fue sobre el tiempo de la aparición del reino, no sobre el hecho mismo:

«No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad.» (Hechos 1:7)

Estas fueron casi las últimas palabras de Cristo para sus discípulos. Mientras ellos estaban allí mirándolo, él ascendió al cielo y se fue. Jesús había aparecido y desaparecido antes durante esos cuarenta días después de su resurrección; pero obviamente ésta era la despedida final, y ellos lo vieron irse con pesar en sus corazones. Quizá de nuevo se cruzó por sus mentes el pensamiento: «¿Es éste el final?» Si así fue pronto se les disipó por la presencia de dos hombres en vestiduras blancas que silenciosamente se habían unido al grupo. Estos ángeles tuvieron enfáticas palabras de reafirmación:

«Varones
galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al
cielo.» (Hechos 1:11)

Así supieron los discípulos que la esperanza del reino no se había extinguido, pero que su cumplimiento se demoraría hasta el retorno de Jesús.

La primera predicación del cristianismo

Unos pocos días después de la ascensión de su Maestro, los discípulos estuvieron bajo la influencia directa del Espíritu Santo como los profetas lo habían estado en el pasado (Hechos 2:1-4). Ellos inmediatamente pusieron en acción este nuevo poder y autoridad y comenzaron la tarea de convencer, primero a los judíos y luego a todo el mundo, de que Jesús era el Mesías.

Ellos comenzaron en Jerusalén. Una multitud se congregó y Pedro comenzó hablándoles acerca de Jesús. Esta era la primera ocasión en la cual el cristianismo estaba siendo predicado al mundo. ¿A qué se refirió Pedro? ¡Nada menos que a la promesa que Dios había hecho a David! Recordó a sus oyentes que Dios había dicho a David que él tendría un hijo, el Cristo, el cual se sentaría en su trono. El argumento era que David había previsto la muerte y resurrección de su descendiente, y como podía demostrarse que este hombre Jesús a quien los judíos habían crucificado había resucitado de los muertos, por consiguiente, él debía ser la prometida simiente, el Cristo:

«Varones hermanos, se os puede decir
libremente del patriarca David… siendo profeta, y sabiendo que con
juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la
carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo
antes, habló de la resurrección de Cristo…» (Hechos 2:29-31)

Habiendo demostrado que las Escrituras predecían la muerte y resurrección del Cristo, entonces Pedro enfatizó:

«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.» (Hechos 2:32)

Y concluyó:

«Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.» (Hechos 2:36)

Observe que Pedro de ninguna manera estaba cambiando el concepto judío del Mesías. Su objetivo era solamente demostrar que el Mesías era Jesús.

En su predicación uno o dos días más tarde Pedro dijo a sus oyentes que las bendiciones del reino predichas en el Antiguo Testamento llegarían cuando Jesús volviera a la tierra:

«Y el envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario
que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido
desde tiempo antiguo.» (Hechos 3:20-21)

No estábamos equivocados por consiguiente al trasladarnos al Antiguo Testamento para entender la misión de Jesús. Según el apóstol Pedro éste es el lugar donde su gran obra es profetizada. ¿Puede usted reconocer ahora el papel vital de las Escrituras hebreas para nuestro entendimiento de la obra de Cristo? ¿Puede usted apreciar más completamente el tema que corre como el hilo de oro por toda la Biblia y, maravillado de este descubrimiento, reconocer que esto sólo puede ser la obra de Dios?

El tema del cristianismo del primer siglo

Esta forma de describir la obra de Cristo fue mantenida por todos los discípulos del primer siglo. El establecimiento del reino de Dios al retorno de Jesús fue el mensaje que prevaleció. Aunque pueda parecer repetitivo, me gustaría citar varios predicadores bien conocidos del Nuevo Testamento a fin de dejar completamente establecido este criterio más allá de toda duda. De Felipe leemos:

«Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.» (Hechos 8:5)

Unos pocos versículos más adelante hay una definición de lo que implicaba su predicación de Cristo:

«Pero
cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y
el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombre y mujeres.» (Hechos 8:12)

Otro de los grandes exponentes del cristianismo fue el apóstol Pablo, quien de manera especial se dedicó a predicar a los gentiles. Escuchemos algo de sus discursos. En Antioquía, del mismo modo que Pedro en Jerusalén, introduce la promesa a David diciendo:

«De la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel.» (Hechos 13:23)

Vemos que Pablo creía que Jesús era el prometido hijo de David, con todo lo que esto implicaba. Hablando a los atenienses cerca de la Acrópolis les explica la intención de Dios de juzgar al mundo por medio del gobierno justo de Jesús:

«Por cuanto ha establecido un día en
el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó,
dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.» (Hechos 17:31)

En Efeso:

«Entrando
Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses,
discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios.» (Hechos 19:8)

Dijo a los efesios que había llegado a ellos

«predicando el reino de Dios.» (Hechos 20:25)

Que Pablo predicaba a Jesús como el gobernante de un reino literal, es evidente por la reacción de sus adversarios en Tesalónica. Ellos acusaron a Pablo de decir cosas que

«contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús.» (Hechos 17:7)

Está claro que el venidero gobierno de Jesús fue visto como una amenaza para el emperador romano. Podemos estar seguros de que la predicación de un rey místico o simbólico no habría levantado tal reacción.

Aun estando en prisión por sus creencias pudo decir a sus visitantes:

«Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.» (Hechos 28:20)

Esta esperanza es definida unos pocos versículos mas tarde:

«…les
declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la
tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como
por los profetas.» (Hechos 28:23)

Toda su actividad en prisión se resume en el último versículo de Hechos:

«Predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.» (Hechos 28:31)

El retorno de Cristo, la esperanza de los primeros cristianos

Un estudio de los escritos cristianos del primer siglo demuestra claramente que el retorno de Jesús para establecer el reino de Dios fue la principal esperanza de los creyentes. Como ejemplo veamos las epístolas de Pablo a los tesalonicenses, donde hay alusiones repetidas señalándolo como la culminación de la expectación de los creyentes (1 Tesalonicenses 1:10; 2:19; 3:13; 4:15-16; 5:2, etc.).

El retorno de Jesús a la tierra fue considerado vital por aquellos cristianos no sólo porque significaba bendiciones para toda la tierra bajo el gobierno de Cristo, sino porque solamente entonces podría realizarse su propia salvación. Cualquier idea de galardón inmediato a la hora de la muerte sería extraña al cristianismo del Nuevo Testamento. Lea cuidadosamente estos ejemplos de la enseñanza de los apóstoles:

«Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino… Por lo demás,
me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez
justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman
su venida.» (2 Timoteo 4:1,8)

«Para que sometida a prueba vuestra
fe…sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo… Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed
sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando
Jesucristo sea manifestado.» (1 Pedro 1:7,13)

«Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.» (1 Pedro 5:4)

«Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él.» (1 Juan 3:2)

El último mensaje de Cristo para sus seguidores, contenido en los últimos versículos de la Biblia, es:

«He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.» (Apocalipsis 22:12)

Por consiguiente, no existe ni la menor duda de que el retorno de Jesucristo a la tierra para establecer el reino de Dios y recompensar a sus verdaderos seguidores era la esperanza de los primeros cristianos.

Un resumen de la esperanza del evangelio

En capítulos anteriores he colocado usualmente al final un breve resumen de los puntos principales, por lo que en este momento podría ser útil presentar un sumario más extenso de las cosas que hemos examinado en nuestro estudio de ambos Testamentos de la Biblia.

Ud. recordará que en el capítulo 1 vimos que el reino de Dios fue el tema de la predicación de Cristo y los apóstoles, y que las decenas de referencias al respecto sólo pueden reconciliarse unas a otras si se considera el reino como verdaderamente literal. Luego vimos la notoria profecía de la estatua metálica que predijo que el reino de los hombres, un día sería súbitamente reemplazado por un reino de Dios en todo el mundo.

Con este esbozo general en mente dimos entonces un tremendo salto hacia el futuro, y de los profetas del Antiguo Testamento y de las referencias del Nuevo Testamento obtuvimos el bello panorama de un mundo libre del mal, y gobernado por un sabio, justo y firme gobernante divino.

Luego retrocedimos casi hasta el comienzo de la Biblia para señalar la forma como Dios planeó lograr este mundo perfecto. Dios seleccionó a Abraham para ser el padre de su nación, y le hizo una solemne promesa, garantizada por su propia existencia. Abraham iba a tener un descendiente en quien algún día toda la tierra sería bendecida, y quien poseería la tierra y la gobernaría, poniendo a todas las naciones bajo su dominio.

Cerca de mil años más tarde Dios dijo al rey David quien gobernaba entonces sobre los descendientes de Abraham, la nación de Israel, que él tendría un hijo, de hecho la misma persona prometida a Abraham, y ahora de nuevo el énfasis estaba en su gobierno. El hijo de David iba a reinar por siempre en el trono de David y establecería su reino eternamente.

Combinando estas dos grandes promesas los judíos esperaban la venida del que llamaban su Mesías, en quien serían cumplidas ambas promesas. En los escritos inspirados de los profetas hay muchas alusiones a la venida de este Mesías y el trabajo que realizaría para traer bendiciones a la tierra.

En el Nuevo Testamento encontramos que el primer versículo es un enlace inmediato con estas promesas, y en el nacimiento de Jesús se dijo que él era la persona en quien vendrían a ser cumplidas. Durante su ministerio Jesús demostró continuamente que él era el Mesías, pero enseñó que su papel como gobernante del mundo se realizaría solamente después de ir al cielo y regresar.

Después de su resurrección Jesús continuó predicando un reino literal, y este tema fue repetido en la misma forma por sus apóstoles en su dedicación por convertir hombres y mujeres al cristianismo. El reino de Dios en la tierra fue la clave del mensaje original predicado por apóstoles como Pedro y Pablo, cuyos escritos están llenos de referencias al respecto.

Primer siglo vrs. siglo XX

Después de este repaso de las creencias y enseñanzas del primer siglo sobre el reino de Dios surge obviamente la pregunta: ¿Comparte el cristianismo del siglo XX estas creencias originales? Si no lo hace, ¿a qué se debe el cambio?

Esto es lo que examinaremos en el siguiente capítulo.

El reino en el olvido

En nuestro estudio bíblico hasta aquí hemos visto que el hilo de oro que corre a través de todo el Antiguo y el Nuevo Testamento es el plan de establecer el reino de Dios en la tierra, gobernado por Jesús, trayendo gloria a Dios en las alturas, y exquisita paz y felicidad para el hombre. Este fue el tema de la predicación de Cristo y la esperanza que los apóstoles y otros predicadores del primer siglo expusieron a sus oyentes.

Sin embargo, en la actualidad usted puede leer casi cualquier libro que intenta explicar el mensaje cristiano, o escuchar algún sermón que trata de definir la fe cristiana, sin encontrar la menor alusión a las cosas que la Biblia asocia con el reino de Dios. Tengo delante de mí un Manual de Instrucción para Miembros de la Iglesia Anglicana, escrito a principios de este siglo. Es un libro de más de 400 páginas señalando en detalle la historia, práctica y creencias de la Iglesia Anglicana.

Hasta en su muy extenso índice de unos 600 temas no hay absolutamente referencia alguna bajo el título Reino de Dios. En el texto del libro hay tres referencias breves asociando al reino de Dios con la iglesia, pero no se da evidencia alguna para esta relación.

Parece casi increíble que más de 1900 años después de su nacimiento, el verdadero tema de la predicación de Cristo es escasamente mencionado en un libro que pretende explicar el sistema de fe establecido por él. Este no es un ejemplo excepcional, pues similar descuido de este tema puede notarse en la mayoría de los libros modernos de la cristiandad. No puede discutirse que el retorno de Cristo a la tierra para establecer el reino de Dios ya no es en la actualidad el mensaje central de la iglesia que lleva su nombre.

¿Por qué y cómo ha venido a producirse este cambio?

Advertencias de los apóstoles

El apóstol Pablo fue el hombre que llevó el cristianismo a la famosa ciudad griega de Efeso. Después de permanecer tres años con ellos para establecer la comunidad de creyentes, se marchó para continuar su trabajo en otros lugares. Algunos años más tarde, en un viaje a Jerusalén, donde él sabía que sería arrestado y encarcelado, interrumpió su viaje cerca de Efeso y mandó llamar a los ancianos de aquella comunidad cristiana para darles su consejo y bendición final y prevenirlos sobre los peligros del futuro. Le dijo al entristecido grupo que ésa sería su última reunión con ellos:

«Y ahora,
he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado
predicando el reino de Dios, verá más mi rostro.» (Hechos 20:25)

Note que la frase «el reino de Dios» fue usada por Pablo para resumir todo lo que él les había predicado. Su siguiente comentario demuestra todo el significado con que usaba este término:

«Por tanto,
yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos;
porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.» (Hechos
20:26-27)

Luego lanza una mirada hacia el futuro y ve las verdades que ha predicado volviéndose corrompidas, por lo que con tristeza los previene de los peligros:

«Por tanto,
mirad por vosotros, y por todo el rebaño… Porque yo sé que después de
mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no
perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que
hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.» (Hechos
20:28-30)

Esta prevención no era la primera. Desde el principio de su asociación Pablo les había advertido constantemente sobre el peligro del error que se introduciría en la fe:

«Por tanto, velad acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.» (v. 31)

Les advirtió que la única manera de permanecer libres del error consistía en mantenerse adheridos a Dios y a su palabra, porque sólo así podía encontrarse la salvación:

«Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para
sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.» (v. 32)

Así que la prevención final de Pablo (¡y cuán ferviente y genuina debe haber sido, considerando las circunstancias!) fue para que estuvieran en guardia contra la inevitable llegada de hombres con falsas enseñanzas, para que pudieran combatir sus ideas manteniéndose apegados a Dios y la Biblia.

La tarea de guiar la comunidad cristiana de Efeso pasó más tarde a manos de Timoteo, un joven convertido por Pablo. Este repitió a Timoteo las mismas predicciones del Espíritu Santo de que algún tiempo más tarde la verdad del evangelio sería pervertida por hombres hipócritas de conciencia endurecida:

«Pero el Espíritu
dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la
fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la
hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia,
prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos…» (1 Timoteo
4:1-3)

Esta predicción no fue exclusiva de Pablo. Pedro advirtió a sus lectores que así como había habido falsos maestros en Israel en el pasado, así los habría en las filas de los cristianos:

«Pero
hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros
falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras… Y muchos seguirán sus disoluciones… y por avaricia
harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.» (2 Pedro 2:1-3)

No se puede evitar el significado de estas enfáticas palabras de Dios por medio de sus apóstoles. Hombres que «apostatarían de la fe,» hablarían «cosas perversas,» veladamente introducirían «herejías destructoras,» con «palabras fingidas» e «hipocresía de mentirosos,» todo con el fin de «arrastrar tras sí a los discípulos.» Estas advertencias fueron profecías divinas de la misma manera que lo fue el vistazo que Nabucodonosor dio a la historia del mundo en su sueño, o la predicción de Daniel sobre la venida del Mesías, lo cual igualmente tendría que cumplirse.

Cuando fueron removidas la manos guiadoras de los apóstoles inspirados, estas predicciones no tardaron en cumplirse. Juan, el último sobreviviente de los doce discípulos, en sus cartas al final de su vida habla de los que estaban promulgando doctrinas erróneas, y manda a sus lectores apartarse de ellos (1 Juan 4:1-3; 2 Juan 7-8). En el último libro de la Biblia, en cartas de Jesús mismo para aquellos primeros creyentes, aprendemos de su aborrecimiento de las falsas doctrinas y prácticas malas que ya se habían introducido en su iglesia (Apocalipsis 2:14-16,20; 3:1-3).

Estas referencias muestran claramente la enseñanza explícita del Nuevo Testamento que predijo una desviación de las verdades originales enseñadas por Jesús y los apóstoles. Al trasladarnos de los tiempos apostólicos hacia los siguientes siglos, encontramos que muchas bellas y simples doctrinas fueron mutiladas hasta hacerlas irreconocibles por las manos de estos falsos maestros, incluyendo la enseñanza del reino de Dios.

Donde los registros históricos inspirados del Nuevo Testamento terminan, la crónica humana continúa. Entre muchos historiadores de la iglesia, posiblemente el más respetado por su confiabilidad es el Dr. Mosheim, cuya Historia Eclesiástica, publicada en 1755 ha llegado a ser el trabajo normativo sobre el tema. Presentaré muchas citas de Mosheim en las siguientes páginas, pero también es conveniente consultar otras autoridades independientes como el historiador Gibbon y la Enciclopedia Británica.

Los primeros seis siglos del cristianismo

El plan de la Historia Eclesiástica de Mosheim es simple y conveniente. Toma la historia de la iglesia siglo por siglo, comenzando con los días de los apóstoles, y examina en cada período varios aspectos de la vida eclesiástica. Así para un siglo dado hay un capítulo sobre los sucesos externos que afectaron a la iglesia, otro sobre las personalidades del período, otro sobre los ritos de la Iglesia, y otro sobre sus divisiones y herejías. También hay un capítulo sobre la doctrina de la iglesia de cada siglo, y con el fin de trazar la enseñanza acerca del reino de Dios, éste es el que especialmente estudiaremos.

Primero quisiera dar un resumen siglo por siglo del relato de Mosheim de las tendencias que surgieron en la iglesia durante los primeros seis siglos. Es un completo cumplimiento de las predicciones de los apóstoles de que los hombres «apostatarían de la fe,» escucharían a «espíritus engañadores» y aceptarían «falsos maestros» que traerían «herejías destructoras.»

Siglo I: Las Escrituras, regla y norma
En este siglo las enseñanzas cristianas se basaron solamente en el Antiguo Testamento asociado a los libros del Nuevo Testamento tan pronto como se escribían. Hablando de la creencia y práctica cristiana de esos primeros días, Mosheim dice:

«La regla y norma de
ambos son aquellos libros que contienen la revelación que Dios hizo de
su voluntad…y estos libros divinos son usualmente llamados Antiguo y
Nuevo Testamentos. Los apóstoles y sus discípulos tuvieron el máximo
cuidado…que estos libros sagrados estuvieran en las manos de todos los
cristianos, para que fueran leídos y explicados en las reuniones de los
fieles.»

Siglo II: Eliminada la bella sencillez
Al comienzo de este siglo la enseñanza primitiva [original] de la primera iglesia fue mantenida. Mosheim reporta:

«El
sistema cristiano, como hasta aquí fue enseñado, preservó su bella
sencillez original… Los maestros públicos no inculcaron otras
doctrinas más que aquellas que están contenidas en lo que comúnmente se
llama el Credo de los Apóstoles.»

Pero pronto esta simple labor cedió el lugar a un método filosófico complicado:

«Esta
venerable simplicidad no tuvo, verdaderamente, larga duración; su
belleza fue gradualmente eliminada por el esfuerzo laborioso de la
sabiduría humana y las oscuras sutilidades de una ciencia imaginaria.»

Mosheim sigue explicando que la filosofía alteró «la sencillez de la religión cristiana» y de allí produjo:

«Nada sino perplejidad y confusión, ante las cuales casi desapareció el genuino cristianismo.»

Por consiguiente, unos 150 años después del ministerio de Jesús, el simple mensaje de su evangelio estaba ya siendo olvidado.

Siglo III: La sabiduría celestial sujeta a la filosofía
En este siglo se aceleró el distanciamiento de las enseñanzas originales de Cristo y los apóstoles, principalmente por la importación de ideas promulgadas primero por la filosofía griega. Aquí conocemos a hombres como Orígenes, a quien la iglesia actual reverencia como uno de sus padres. De este siglo escribe Mosheim:

Los doctores cristianos que se habían dedicado al estudio de las letras y la filosofía, pronto abandonaron los caminos frecuentados y se aventuraron dentro de las extrañas desviaciones de la imaginación. Ellos consideraron como noble y gloriosa su tarea de sujetar en cierta medida las doctrinas de la sabiduría celestial a los preceptos de su filosofía… Orígenes fue el cabecilla de esta tribu especuladora. Este gran hombre, seducido por los encantos de la filosofía platónica, la colocó la piedra angular de la religión.»

En otras palabras, ¡si su filosofía humana pensaba que la enseñanza de Dios era razonable, ellos la aceptaban! Si no, ¡la alteraban!

Siglo IV: Ficciones vanas y ritos paganos
Durante este período el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano con Constantino como el primer emperador cristiano. Libre como estaba ahora de la persecución, y bajo la protección del emperador mismo, la iglesia tuvo grandes oportunidades de desarrollo, las cuales explotó totalmente, pero a expensas de la pureza de la fe original. La obsesión por la filosofía dio sus frutos en este siglo, y muchos conceptos paganos fueron introducidos como incentivo para que los idólatras se volvieran cristianos. La descripción de Mosheim vuelve triste la lectura:

«Aquellas vanas
ficciones, que habían sido adoptadas por la mayoría de los doctores
cristianos antes del tiempo de Constantino, debido a su apego a la
filosofía platónica y las opiniones populares, ahora eran confirmadas,
ampliadas y embellecidas de varias maneras.»

«Una enorme carga de
supersticiones diferentes, gradualmente sustituyeron a la verdadera
religión y genuina piedad…un absurdo deseo de imitar los ritos
paganos, y de mezclarlos con la adoración cristiana…todo contribuyó a
establecer el reino de la superstición sobre las ruinas del
cristianismo.»

«Las doctrinas del cristianismo no tuvieron un
mejor destino que las Sagradas Escrituras de donde provenían. Orígenes
fue el gran modelo a quien los más eminentes doctores cristianos seguían
en sus explicaciones de las verdades del evangelio, las cuales fueron,
como consecuencia, explicadas según las reglas de la filosofía
platónica, tal como había sido corregida y modificada por aquel padre
erudito.»

Siglo V: Nubes de superstición
Según Mosheim la sencillez del cristianismo original llegó a ser casi un motivo de burla para los seguidores de las nuevas ideas en el siglo V, y el ritmo de los cambios fue incrementado:

«La
sagrada y venerable sencillez de los tiempos primitivos… parecía poco
menos que rústica e ignorante a los sutiles doctores de esta edad
ambigua.»

«Si antes de este tiempo, el lustre de la religión fue
nublado con la superstición, y sus divinos preceptos adulterados con una
mezcla de invenciones humanas, este mal, en vez de disminuir, se
incrementaba diariamente.»

Siglo VI: Mezcla diversa de invenciones humanas
Como los comentarios de Mosheim se están volviendo ahora redundantes, concluiremos nuestro breve repaso del desarrollo de la doctrina cristiana después de su observación sobre este siglo:

«Cuando
los ministros de la iglesia se apartaron de la antigua sencillez de la
adoración religiosa, y mancharon la pureza original de la divina verdad
con una mezcla diversa de invenciones humanas, se volvió difícil poner
límites a esta creciente corrupción. Los abusos se multiplicaron
diariamente, y la superstición extrajo de su terrible fecundidad un
increíble número de absurdos, que fueron agregados a la doctrina de
Cristo y los apóstoles.»

Cumplimiento de las predicciones inspiradas

Estos extractos no son sino unos pocos ejemplos de tantos similares de la pluma de Mosheim, y demuestran la exactitud de las predicciones de los escritores inspirados del primer siglo. Los «lobos rapaces» vinieron, los «hombres que hablen cosas perversas» se levantaron, los «falsos maestros» produjeron «herejías destructoras,» y muchos apostataron de la fe que originalmente se predicaba. La historia registra que unos pocos grupos de cristianos sinceros y devotos permanecieron leales a la fe primitiva y simple que primero fue enseñada por Cristo y sus discípulos, pero con el tiempo la vasta mayoría de conversos ingresaron a una iglesia contaminada por el pensamiento especulativo humano mezclado con ideas y prácticas paganas que atraían a los idólatras; una iglesia que se había vuelto rica y dictatorial, y cuyo mensaje tenía poca semejanza con el verdadero evangelio del reino de Dios.

Un reino literal descontado

Es innecesario decir que la doctrina del regreso de Cristo a la tierra para gobernar sobre un reino de Dios literal fue una de las creencias originales que pronto fueron sometidas al profundo análisis filosófico de hombres como Orígenes, quienes trataban de medir todo con la regla platónica. El resultado es descrito por escritores antiguos e historiadores modernos quienes relatan cómo le fue a la doctrina del milenio a través de los años.

Sin duda los cristianos originales esperaban que el reino fuera establecido al regreso de Cristo en cumplimiento de las promesas a Abraham y David. La Enciclopedia Británica dice:

«La fe en la cercanía de la segunda
venida de Cristo y el establecimiento de su reino de gloria en la tierra
era indudablemente un tema predominante en la Iglesia Cristiana
primitiva.» (14ª Edición; artículo: Milenio)

En el mismo artículo leemos que los padres de los primeros siglos de la Iglesia creían en el venidero milenio «simplemente porque era una parte de la tradición de la Iglesia,» y que eran «pronunciados milenaristas, sosteniendo los mismos detalles de las expectaciones cristianas primitivas.»

Uno de estos tempranos padres fue Ireneo, obispo de la iglesia de Lyons en el año 177, un hombre que había conversado con alguno que podía aún recordar haberse reunido con el apóstol Juan. El habla de Dios trayendo «a los justos el tiempo del reino,» y del cumplimiento a Abraham de «la promesa de la herencia,» en «el cual reino, dice el Señor, muchos vendrán del este y del oeste, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob.»

Más o menos por el mismo tiempo vivió Justino Mártir a quien se describe como «una valiosa autoridad sobre la vida de la iglesia cristiana a mediados del segundo siglo» (la misma obra, artículo: Justino Mártir). En su diálogo con Trifón se refiere al reino de Cristo de mil años, y dice que todos aquellos cristianos que fueran verdaderamente ortodoxos conocerían su reino, cuando Jerusalén sería reconstruida, adornada y agrandada. También veía el cumplimiento de la promesa a Abraham como la esperanza cristiana:

«Nosotros,
juntamente con Abraham poseeremos la tierra santa, y recibiremos en
ella una eterna herencia, siendo hijos de Abraham por la misma fe.»

Así que es evidente que las creencias de los primeros cristianos en lo que se refiere al reino de Dios eran las mismas que ya hemos considerado en este libro, y es grato encontrar una confirmación independiente de que nuestra exposición ha sido correcta.

«Gradualmente lanzadas al olvido del pasado»

Ya hemos visto en el testimonio de Mosheim que la doctrina de la iglesia en general, sufrió un drástico cambio por la adopción de ideas paganas, y los registros nos dicen que las enseñanzas acerca del reino de Dios no escaparon a los ataques. Hablando de la creencia en el retorno literal de Jesús para establecer el reino de Dios, la Enciclopedia Británica en su artículo sobre el milenio continúa:

«Después de
mediados del siglo II estas expectaciones fueron gradualmente lanzadas
al olvido del pasado. Sin embargo, no habrían desaparecido si las
circunstancias no se hubieran alterado y no hubiera surgido una nueva
actitud mental. El espíritu de especulación filosófica y teológica, y la
reflexión ética, que comenzó a extenderse en las iglesias, no sabía qué
hacer con las viejas esperanzas del futuro… Estos sueños
extravagantes del glorioso reino de Cristo comenzaban a perturbar la
forma de organización que la iglesia consideraba conveniente
introducir.»

Parece casi inconcebible que lo que para una anterior generación había sido una sólida esperanza, basada totalmente en las Escrituras, fuera considerado ahora como un «sueño extravagante» que no tenía cabida en la nueva teología. Una figura prominente de esta reinterpretación de las creencias sobre el reino fue Orígenes en el siglo III. Mosheim dice de esta época:

«Mucho
antes de este período, había prevalecido la opinión de que Cristo
vendría a reinar mil años entre los hombres… Esta opinión… hasta
aquí no había encontrado oposición… Pero en este siglo su credibilidad
comenzó a declinar principalmente por la influencia y autoridad de
Orígenes, quien se le opuso con mucho vigor, porque era incompatible con
algunos de sus sentimientos predilectos.»

Note la razón por la que Orígenes rechazaba la doctrina del reino de Cristo en la tierra. No era porque fuera considerada antibíblica, o porque nunca hubiera sido parte del cristianismo original, sino ¡porque no coincidía con sus nuevas ideas!

De este modo se llegó a la batalla doctrinal. Algunos permanecieron leales a la predicación de Jesús y los apóstoles en este asunto: hasta el nombre de Lactancio, tutor en el siglo IV del hijo del emperador Constantino, fue incluido entre los milenaristas. Pero las nuevas ideas lograron prevalecer. En su libro Declinación y caída del Imperio Romano, Gibbon describe cómo la fe original perdió terreno:

«La antigua y popular
doctrina del milenio estaba íntimamente conectada a la segunda venida de
Cristo. La seguridad de un milenio fue cuidadosamente inculcada por una
sucesión de padres, desde Justino Mártir e Ireneo, quien conversó con
los discípulos inmediatos de los apóstoles, hasta Lactancio quien fue
preceptor del hijo de Constantino… Parece haber sido el sentimiento
reinante entre los creyentes ortodoxos… Pero cuando el edificio de la
iglesia quedó casi completo, el soporte temporal fue hecho a un lado. La
doctrina del reino de Cristo en la tierra fue primero tratada como una
profunda alegoría, posteriormente llegó a ser considerada como una
opinión dudosa e inútil, y al final fue rechazada como la absurda
invención de la herejía y el fanatismo.» (Capítulo 15)

Parece casi imposible entender cómo un aspecto tan fundamental de la enseñanza de Cristo pudo ser descartado por su profesos seguidores. Pero tal es el resultado cuando los hombres se guían por sus propios pensamientos, en vez de confiar en la palabra de Dios.

El reino alterno

Pero estos cristianos del siglo IV aún tenían los evangelios, los cuales contienen innumerables e indelebles alusiones al reino de Dios. Si de acuerdo a las nuevas ideas el reino no se refería más al reino de Cristo a su regreso, entonces ¿qué pusieron en su lugar?

¡El reino de Dios era la iglesia misma! Esta fue la idea revolucionaria de Agustín de Hipona a comienzos del siglo V. (Este Agustín no debe ser confundido con el hombre de quien más o menos un siglo más tarde se cree que fundó la iglesia en Inglaterra.) Hablando de la creencia original en el milenio la Enciclopedia Británica continúa:

«Este
estado de cosas, sin embargo, gradualmente desapareció después del fin
del siglo IV. El cambio fue el resultado de…la nueva idea de la
iglesia diseñada por Agustín en base a la alterada situación política de
la iglesia. Agustín fue el primero que se atrevió a enseñar que la
iglesia católica, en su forma empírica, era el reino de Cristo, que el
milenio había comenzado con la aparición de Cristo y por consiguiente
era un hecho consumado. Con esta doctrina de Agustín el viejo
milenarismo, aunque no completamente extirpado, fue por lo menos
eliminado de la teología oficial.»

Así comenzó la creencia oficial de la iglesia de que el reino de Dios no es un reino literal que será establecido al regreso de Jesús, sino que es y siempre ha sido la iglesia sobre la cual se considera que Jesús debe reinar. Confío que aparte de la clara enseñanza bíblica del reino que hemos considerado en capítulos anteriores, nuestro breve vistazo a la forma en que la iglesia se desenvolvió después del primer siglo lo ha convencido de que esto no es correcto. Es un sistema que deliberadamente introdujo la filosofía griega, creencias paganas y ritos paganos en el cristianismo original, y que más tarde se involucró en un dominio tiránico sobre las mentes y cuerpos de los hombres llegando hasta la intriga y el asesinato para lograr sus propósitos. ¿Es éste el reino de Cristo en la tierra, que produce gloria a Dios en las alturas y paz, gozo y felicidad a la humanidad?

Un reino de gracia

Posiblemente conscientes de lo inadecuado de la sugerencia de que la iglesia establecida es el reino de Dios, muchos expresan la idea de que se trata de un reino de gracia en el corazón de los que creen en Jesús. En sus motivos, pensamientos y acciones, tal corazón está bajo el control del Salvador, quien reina allí como rey. Al preguntarle cuál es el apoyo bíblico para esta creencia, el interrogado usualmente se refiere a las palabras de Jesús: «El reino de Dios esta entre vosotros.»

Es una de las grandes tragedias de los religiosos modernos hacer que la gente tome pasajes aislados de la Biblia y los use para construir un edificio completo de fe y creencia, a menudo en oposición a la enseñanza general de la Biblia. Este concepto particular del reino es un ejemplo sobresaliente de esta práctica.

En vez de considerar la frase aisladamente veamos todo el pasaje tal como lo registra Lucas:

«Preguntado
por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió
y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo
aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. Y
dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los
días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Y os dirán: Helo aquí, o helo
allí. No vayáis, ni los sigáis. Porque como el relámpago que al fulgurar
resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será
el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca
mucho, y sea desechado por esta generación.» (Lucas 17:20-25)

Con todo el pasaje delante de nosotros tenemos mejor capacidad para entender su significado. En primer lugar notemos a quiénes habla Jesús: inicialmente fue a los fariseos, quienes veían a Jesús como enemigo y rival; luego habló a sus propios discípulos.

El primer pensamiento que viene a la mente al considerar este incidente es: ¿Por qué los fariseos necesitaban hacer la pregunta? Si un reino espiritual de gracia fuera la enseñanza de Cristo cuando andaba predicando el reino de Dios—y ya hemos visto que el reino fue el verdadero tema de su mensaje—entonces ninguno de ellos, ni aun lo fariseos, habría estado buscando señales visibles de su venida, puesto que vendría en diferentes momentos a personas diferentes. La pregunta habría sido entonces innecesaria. Así que el mismo hecho de que se hiciera la pregunta nos proporciona un punto de vista de lo que Jesús estaba diciendo acerca del reino—o dicho de otra manera, qué era lo que no estaba diciendo.

¿Eran los fariseos el reino de Dios?

El segundo pensamiento es sugerido por la palabra fariseos. Todo lector de los evangelios conoce la clase de hombres que eran. Ellos consideraban a Jesús como un rival en su posición de poder y estima en asuntos religiosos. A causa de esto raramente hacían preguntas para ganar información; más bien las hacían para intentar entrampar o confundir a Cristo y reducir su posición ante los ojos de la gente ordinaria que lo escuchaba con avidez. Hay muchos ejemplos de esto en los cuatro evangelios. Así que la pregunta fue realmente un reto burlador para Jesús. «Tú has estado hablando todo este tiempo acerca del reino de Dios—¿alguna vez vendrá?» Cuando era enfrentado por los hombres de esta manera, Jesús nunca daba una respuesta directa. Como él había dicho previamente a sus discípulos, aquellos que no querían ver la verdad acerca del reino de Dios permanecerían ciegos en lo que al reino se refería:

«A vosotros os es dado saber el misterio del
reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas;
para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan…»
(Marcos 4:11-12)

Podemos estar seguros de que los fariseos entraban en la categoría de aquellos que estaban «fuera» del alcance del mensaje de Cristo, y la réplica de Cristo podía tener la intención de ser una especie de parábola, para esconder antes que aclarar. ¿No deberíamos, por consiguiente, investigar su significado escondido, así como en las otras parábolas de Cristo, en vez de tomar su significado superficial?

La prueba más convincente de que Jesús no se estaba refiriendo al reino de Dios como a un interior espíritu de gracia, reside en los caracteres de los hombres a quienes se dijo «el reino de Dios está entre vosotros.» ¿Reinaría Jesús en el corazón de los fariseos? La pregunta no necesita hacerse. Esto es lo que Jesús dijo que estaba en estos hombres obstinados y malvados:

«¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de
fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de
injusticia.» (Mateo 23:25)

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera,
a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis
llenos de hipocresía e iniquidad.» (Mateo 23:27-28)

Así que según el juicio de Cristo, los fariseos tenían corazones malvados «entre» ellos—ciertamente no tenían el reino de Dios en ningún sentido posible.

¿Qué dio entonces a entender?

«El reino de Dios ha llegado a vosotros»

Primero, un comentario sobre dos de las palabras que usó Jesús: «El reino de Dios no vendrá con advertencia.» La palabra original traducida aquí como «advertencia» es única en el Nuevo Testamento, así que no podemos aplicar el método normal para obtener una idea del significado comparando cómo la palabra es usada en el resto de la Biblia. Pero se usa una palabra relacionada, y ésta tiene el significado de examinar cuidadosamente algo o alguno. Se usa para describir el cuidadoso escrutinio que hacían de Jesús los fariseos para ver si encontraban algo censurable (Marcos 3:2; Lucas 6:7; 14:1; etc.), o la cuidadosa vigilancia puesta a las puertas de Damasco para impedir que Pablo saliera de la ciudad sin ser observado (Hechos 9:24). La traducción de Weymouth subraya la idea:

«El reino de Dios no viene de tal forma que pueda observarlo con precisión.» (Nuevo Testamento en Lenguaje Moderno)

La palabra traducida «entre» no es frecuente en la Biblia, aunque su raíz es a menudo usada y traducida por palabras familiares como en, dentro, entre, con, por, para, etc. Algunas versiones prefieren en medio de en su traducción.

Entonces, ¿en que sentido el reino de Dios estaba entre los fariseos? Dejemos que la Biblia se interprete a sí misma. Mientras Jesús viajaba por todo el país predicando el evangelio, enviaba a los discípulos a las ciudades de los alrededores para que por medio de sus milagros de sanidad y su predicación, los habitantes estuvieran preparados para la visita de Jesús mismo. El instruyó a los discípulos así:

«Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.» (Lucas 10:9)

Cuando el mismo Jesús hacía tales milagros se decía que el reino de Dios había llegado:

«Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros.» (Lucas 11:20)

Es completamente fácil ver la forma en que Jesús usaba estas palabras. El reino de Dios se había acercado a ellos, o estaba entre ellos, en el sentido de que la gente había recibido la oportunidad de escuchar y aceptar la enseñanza al respecto, había sido testigo del gran poder por medio del cual el reino habría de ser establecido (Pablo llama a los milagros «los poderes del siglo venidero» (Hebreos 6:5), y sobre todo tenían entre ellos a quien era la encarnación de todo lo que el reino representaba, y quien sería su futuro rey.

Retornando a la confrontación entre Jesús y los fariseos, podemos ver que él estaba replicando a su hostilidad diciendo en efecto: «No hay necesidad de que ustedes busquen cuidadosa y asiduamente el reino de Dios. Si solamente tuvieran ojos para ver sabrían que yo, quien estoy aquí entre ustedes, soy el largamente prometido gobernante del futuro reino, y quien por medio de la predicación y milagros lo ha acercado a ustedes para su aceptación. Pero como ustedes han estado tan obsesionados con una observación crítica y un examen meticuloso de mí, han fallado en ver quién realmente soy.» En verdad, fue una respuesta enigmática, pero ese era su estilo con los fariseos cuando ellos trataban de entramparlo. Nosotros ciertamente no debemos interpretar las palabra de Cristo de modo que contradigan el resto de su predicación o el resto de la Escritura.

Palabras de Cristo a los discípulos

Habiendo replicado a los fariseos, Jesús se vuelve a sus discípulos y con ellos habla claramente sobre su futura venida a establecer el reino de Dios. Primero tendría que sufrir y morir, luego se separaría de ellos, y ellos ansiarían su regreso. El dice que su futura venida será tan obvia para ellos y el mundo como su papel actual debió haberlo sido para los fariseos. Esto parece ser el significado del siguiente pasaje, en una moderna paráfrasis del texto de Lucas:

«Más tarde
habló de nuevo de esto con sus discípulos. El tiempo viene cuando
ansiarán que esté con ustedes aun por un solo día, pero no estaré aquí,
dijo. Informes llegarán a ustedes de que he regresado y que estoy en
este o en otro lugar. No los crean ni vayan a buscarme. Porque cuando
regrese lo sabrán sin ninguna duda. Será tan evidente como el relámpago
que brilla a través de los cielos. Pero primero debo sufrir
terriblemente y ser rechazado por toda esta nación. » (Lucas 17:22-25,
El Nuevo Testamento Viviente)

Así Jesús explicó a sus discípulos que ellos no tendrían que buscar cuidadosamente la venida del reino. Cuando finalmente viniera sería obvia para todos.

Así que cuando consideramos la frase «el reino de Dios está entre vosotros» en su contexto, y en asociación con todas las otras enseñanzas de Jesús, tales como las que hemos examinado en el capítulo 7, no existe apoyo para la idea de que el reino predicado por Jesús es un reino de gracia en el corazón de los hombres. Serio daño resultará si basamos nuestras creencias en un solo versículo de la Escritura. Cuando tal creencia puede ser sostenida solamente tomando las palabras fuera de su contexto e interpretándolas de manera contraria a la enseñanza bíblica total, el resultado puede ser un desastre personal—sin hablar de la deshonra a Dios en el manejo descuidado de su palabra.

Al mismo tiempo es completamente evidente que hay un sentido en el que Dios puede morar y efectivamente mora en los corazones de hombres y mujeres. Hay muchas alusiones a la gloriosa verdad de que Dios y Cristo moran en los corazones de aquellos que los aman y les son fieles. Uno de los temas de las epístolas es el templo espiritual de Dios edificado sobre Cristo, en el cual Dios mora en un sentido espiritual ahora, y morará en una sentido mayor en el futuro. Entonces será dicho que estará «el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos» (Apocalipsis 21:3). Pero ésta es una figura bíblica diferente del reino de Dios. El reina sobre el reino, pero mora en su templo.

Resumen

Después de considerar en el capítulo 7 la enseñanza de Jesús y sus apóstoles acerca del reino de Dios, y notar la diferencia entre su mensaje original y la enseñanza del cristianismo organizado de la actualidad, expuse la pregunta de cómo había llegado a realizarse el cambio.

En el comienzo de este capítulo vimos las predicciones de los apóstoles en el sentido de que después de su muerte la fe original sería corrompida desde dentro y fuera de la joven iglesia.

Con la ayuda de historiadores serios hemos examinado la historia de la iglesia durante los siguientes siglos. Concerniente a la iglesia en general hemos aprendido que desde la segunda mitad del segundo siglo gradualmente se apartó de la primitiva simplicidad de la fe y comenzó a incorporar ideas de la filosofía griega. Más tarde esto se volvió una política deliberada para atraer conversos del paganismo. Finalmente las nuevas ideas se impusieron tan completamente que los pocos que aún se aferraban a la fe original fueron vistos como objetos de desprecio y burla, y hasta de persecución.

La doctrina clara del Nuevo Testamento del retorno de Cristo a establecer el reino de Dios en la tierra fue un blanco especial de estos ataques. Mientras generalmente se adhirió a ella durante los primeros trescientos años, más tarde fue vista como una alegoría y finalmente fue considerada como una herejía.

En el siglo IV se dijo que el reino de Dios había llegado con el reino de Cristo sobre su iglesia, a pesar del hecho de que la iglesia por esta época era corrupta en la práctica y extraviada en la doctrina.

En tiempos más recientes se ha dicho que el reino de Dios se manifiesta cuando un corazón está sintonizado con la mente divina y Dios reina supremo en la vida de la persona. Vimos el único pasaje bíblico que sugiere esto y encontramos que la frase «el reino de Dios está entre vosotros» fue dirigido a los fariseos hipócritas a quienes Cristo ciertamente no consideraba como hijos de Dios, sino al contrario. Vimos que Jesús usó la palabra entre en el sentido de estar en medio de ellos, siendo él el centro y la encarnación de todo lo que el reino de Dios representaba.

«Preguntad por las sendas antiguas»

Cuando hace mucho tiempo Israel se apartó de la verdadera adoración de Dios, recibió esta súplica de Dios de retornar a él:

«Así
dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas
antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso
para vuestra alma.» (Jeremías 6:16)

Cuál sería la advertencia que Dios haría a las iglesias de hoy?

El reino se ha hecho posible

La muerte de Jesús en la cruz es para muchos el aspecto central del mensaje cristiano, y usted puede haber estado un tanto sorprendido de que en un libro sobre la obra de Jesús, hasta aquí se haya mencionado escasamente su sacrificio. La razón es que la muerte de Jesús en la cruz fue el medio para conseguir un fin, y no el fin mismo. Pero habiendo considerado en capítulos anteriores el objetivo, el establecimiento en la tierra del reino de Dios, en el cual hombres y mujeres inmortales experimentarán un perfecto compañerismo con su Creador, ahora debemos considerar los medios por los cuales ese futuro ha sido hecho posible. Nos apartaremos de nuestro cuadro de Jesús como el grande y poderoso rey para ver a Jesús el hombre, humilde, amoroso, y que entrega su vida por el bienestar de la humanidad.

¿Qué fue lo que logró con su sacrificio?

Desde los primeros tiempos de la existencia del hombre en la tierra ha habido una barrera entre él y su Creador. La Biblia llama a esa barrera el pecado, y la misión de Jesús en su vida mortal fue hacer posible la eliminación del pecado para reconciliar al hombre con Dios. Este capítulo examina primero qué se da a entender por pecado y cómo se originó, y luego consideraremos la victoria duramente ganada por Jesús por medio de la cual el mundo puede ser salvo de sus efectos.

¿Qué es pecado?

A la par del hilo de oro del reino de Dios, el tema del pecado aparece por toda la Biblia, desde los primeros capítulos de Génesis hasta los finales de Apocalipsis. Entre el comienzo y el fin de la Escritura hay cientos de alusiones al pecado. Si incluimos palabras relacionadas como ofensa, iniquidad y transgresión, el número de alusiones al tema general se multiplica, y virtualmente se encuentra que el pecado es mencionado de un modo u otro en todos los libros de las Escrituras.

Si se pregunta ¿qué entiende usted por pecado? muchas personas probablemente dirán que es una mala conducta como robar, mentir o asesinar. En otras palabras, generalmente se piensa que pecado son los errores más obvios que el hombre puede cometer. Sin embargo, en términos bíblicos el pecado es mucho más que esto. La palabra que los escritores inspirados usaron indica una desviación de un camino, o errar un tiro al blanco. Encontramos un ejemplo en el libro de Jueces donde se dice que algunos guerreros «tiraban una piedra con la honda a un cabello, y no erraban» (Jueces 20:16). La palabra traducida errar es la misma que se traduce cientos de veces pecado.

Esto demuestra la idea dentro de la palabra pecado, usada en el Antiguo Testamento. Significa desviarse de una senda, o no dar en el blanco al que se apuntaba, o fallar en lograr algo. Esta definición hace al pecado mucho más extenso de lo que la mayoría de las personas se da cuenta. El Nuevo Testamento usa una definición similar:

«Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.» (Romanos 3:23)

La «gloria de Dios» mencionada aquí no comprende solamente su presencia física, sino que incluye especialmente sus atributos perfectos. Cierta vez dijo Moisés a Dios «Te ruego que me muestres tu gloria» (Exodo 33:18). Cuando esta solicitud fue concedida el énfasis divino estuvo en el despliegue de las cualidades morales de Dios:

«Y
pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y
verdad… y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…» (Exodo
34:6-7)

Que la gloria de Dios consiste en primer término en sus cualidades morales antes que su presencia física fue expresado por Juan cuando habló de Jesús:

«Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.» (Juan 1:14)

Cuando Jesús estuvo en la tierra no manifestó la gloria literal de Dios. La manera como Jesús mostró la gloria de su Padre, fue siendo un perfecto reflejo del carácter de Dios. La gloria de Dios es por consiguiente la totalidad de sus virtudes, tales como las que consideramos en el capítulo 3. Según Pablo tener poco de esta gloria, o fallar en alcanzar tal estatura, es pecado. En vista de esta definición no es extraño que «todos pecaron.»

Esto nos lleva a fijarnos en otras palabras de la Biblia que describen el pecado. Juan escribió en su carta:

«Toda injusticia es pecado.» (1 Juan 5:17)

«Pues el pecado es infracción de la ley.» (1 Juan 3:4)

Usted puede ver que eso expresa la misma idea. Ya hemos considerado la rectitud y la justicia de Dios en el capítulo 3 y hemos visto que estos términos describen sus atributos perfectos. La injusticia del hombre, el hecho de que no vive con rectitud, constituye pecado en el sentido de las Escrituras, aun cuando aparentemente mantenga una vida buena y sin mancha. Similarmente, el pecado es infracción de la ley, un estado mental en el que la persona no acepta las leyes de Dios como la regla de su vida, y no las obedece.

Note que esto es verdad aunque una persona no conozca los atributos o la voluntad de Dios. La gente es culpable de pecado aunque nunca haya oído hablar de las leyes de Dios. En esto no hay nada que no sea razonable: aun en nuestro sistema legal la ignorancia de la ley del país no es una defensa si la persona rompe esa ley.

Dios ha dado también a la humanidad leyes específicas que debe obedecer: la Biblia está llena de referencias sobre las cosas que podemos hacer o no. Aquellos que conocen estos mandamientos pero no los obedecen pecan en una escala mayor. Este pecado causado por la desobediencia de un mandamiento específico de Dios, es llamado generalmente transgresión. Como la palabra lo indica, esto implica cruzar una línea o regla que ha sido puesta por Dios.

Así que posiblemente seamos pecadores por dos razones: primero, por el hecho de que en términos generales no manifestamos las características de Dios, y en segundo lugar, debido a una transgresión directa de su ley por todos los que la conocemos. El pecado en el primer caso puede verse como un estado o condición de una persona o sociedad, y en el segundo como la desobediencia de mandamientos específicos de Dios por aquellos que conocen la voluntad de Dios.

El pecado es universal

Con tal definición del pecado no nos sorprenderá encontrar que toda la humanidad es culpable. Ya hemos observado las palabras de Pablo, «todos pecaron,» y hay muchas otras referencias similares:

«Pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado.» (Romanos 3:9)

«Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado.» (Gálatas 3:22)

«…que quita el pecado del mundo.» (Juan 1:29)

Así que podría decirse que el pecado es la «constitución» del mundo. En los sistemas humanos de gobierno ordinarios cada nación tiene su constitución por medio de la cual se gobierna, y cada persona nacida en ese territorio hereda esa constitución, ya sea que le guste o no. De manera similar cada uno de los que nacen en la tierra viene a un mundo donde la tendencia a pecar es inherente a la misma naturaleza de cada ser humano y a cada aspecto de su sociedad. Así que el pecado «reina» en todos los asuntos del hombre (Romanos 5:21).

El efecto del pecado

Habiendo nacido en una tierra donde reina el pecado, no es fácil para nosotros apreciar el efecto que tiene el pecado. Forma una gran parte de la diaria experiencia humana, por lo que sus resultados son vistos como circunstancias normales. De hecho el reino del pecado tiene efectos incalculables.

Un resultado es nuestra separación de Dios. Puesto que no hemos experimentado la intimidad del divino compañerismo, se vuelve difícil para nosotros visualizar los efectos de su ausencia. Pero la Biblia enseña claramente que la presencia del pecado levanta una barrera entre el hombre y su Creador:

«Vuestras
iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros
pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.» (Isaías
59:2)

«Los designios de la carne son enemistad contra Dios.» (Romanos 8:7)

La tierra es una mancha negra en el universo. A través de vastas distancias en el espacio Dios es uno con su creación pues, como dijo Jesús en su oración, se hace la voluntad de Dios en los cielos. Pero esto no es verdad en nuestro planeta. Hablando metafóricamente, Dios no puede mirar la tierra a causa del pecado:

«Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio.» (Habacuc 1:13)

Así que si Dios va a cumplir su plan de venir y morar entre los hombres en el reino perfecto de Dios, esto significa que de alguna manera el pecado tendrá que ser removido de la tierra.

Otro resultado del pecado es una tierra bajo la maldición del sufrimiento y el pecado. La muerte es una experiencia tan normal que es difícil pensar que es resultado del pecado. Pero es la enseñanza clara de la Biblia:

«Porque la paga del pecado es muerte.» (Romanos 6:23)

«El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.» (Santiago 1:15)

Usted puede recordar la profecía bíblica citada en el capítulo 2, la cual predijo que cuando el reino de Dios llegue a su etapa final «ya no habrá más muerte» (Apocalipsis 21:4), implicando la abolición de la causa de la muerte, el pecado. Así que el esquema de Dios para la remoción del pecado y la reconciliación del mundo con Dios mismo es una parte del hilo de oro del reino de Dios señalado por la Biblia. Ya hemos visto que el perdón de los pecados fue un aspecto de la promesa de Dios a Abraham; pero para encontrar el comienzo del hilo debemos volver atrás hasta el comienzo mismo de la Biblia. Aquí aprendemos que la inclinación al pecado se volvió parte de la misma estructura de la humanidad y logró su dominación del mundo.

El origen del pecado

En esta sección consideraremos los sucesos del huerto de Edén como verdaderos. Este es la única manera de verlos para un seguidor de Jesús. El se refiere a Adán y Eva como personas históricas, y las circunstancias de su caída como sucesos literales (Mateo 19:4-5). Los apóstoles, escribiendo el Nuevo Testamento, los consideraron de la misma manera. La completa doctrina de la redención entre Dios y el hombre se vuelve incomprensible bajo otro análisis.

La escena inicial de la Biblia es grata (Génesis 2). La pareja recientemente creada vivía en un bello parque campestre lleno de una variedad de árboles ornamentales y de frutos alimenticios. Manantiales y ríos regaban este paraíso de Edén y no había nada que manchara la felicidad de Adán y Eva. Especialmente grata era su asociación con Dios. En una forma que no ha sido revelada conversaban con su Creador, y con toda probabilidad les informó acerca de sí mismo, los educó, y los instruyó en los principios de una forma correcta de vida.

Sin embargo, desde el punto de vista de Dios este arreglo tenía un inconveniente. Su propósito no sería completo solamente con el acto de crear al mundo. Leemos en los salmos que Dios obtiene poco placer con las cosas meramente físicas:

«No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre.» (Salmos 147:10)

Sólo podría obtener verdadera satisfacción cuando su creación le respondiera con amor. Así el salmista continúa:

«Se complace Jehová en los que le temen.» (Salmos 147:11)

Este placer no se realizaba por la servil obediencia de Adán y Eva a la manera de robots. Lo que produce placer y satisfacción a Dios es cuando las personas que enfrentan una decisión escogen deliberadamente hacer lo que es correcto para complacerlo, mostrando así su confianza en él. En otras palabras Dios quiere personas de carácter.

Con este objetivo él diseñó una prueba de lealtad. Señaló a la pareja un árbol especial de fruto apetitoso y les dijo que no comieran de él ni aun lo tocaran:

«Y
mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás
comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque
el día que de él comieres, ciertamente morirás.» (Génesis 2:16-17)

Adán escuchó estas palabras con todo el poder de entendimiento que Dios le había dado, sin duda ponderando su significado y reflexionando sobre ellas una y otra vez. Cuántas veces la pareja pasó cerca del árbol, apartándose para no ofender a Dios y traer la ruina sobre ellos, no lo sabemos. Hasta entonces nada había ocurrido que los indujera a desobedecer a Dios. Pero un día, cuando Eva estaba sola, se le aproximó una serpiente. El animal tenía cierta habilidad de razonamiento y poder de habla, y comenzó a sembrar semillas de duda en la mente de la mujer:

«¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?» (Génesis 3:1)

Ella contestó demostrando que había entendido completamente el mandamiento de Dios:

«Del
fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol
que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él ni le
tocaréis, para que no muráis.» (Génesis 2:2-3)

La serpiente rechazó esto terminantemente. Dios estaba tratando de proteger su propia posición, según razonó. Si ustedes comen de este fruto instantáneamente se volverán tan sabios como él, y maravillosas perspectivas de conocimiento y entendimiento se abrirán ante ustedes. Ciertamente la muerte es ridícula.

«Entonces la
serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día
que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios,
sabiendo el bien y el mal.» (Génesis 3:4-5)

La mujer dudó. ¿Diría la verdad esta serpiente hablante? Estaba Dios escondiendo algo que sería de beneficio para ellos? ¿Les había infundido el temor a la muerte sólo para evitar que compartieran su conocimiento y sabiduría? La semilla de duda implantada comenzó a crecer; y con el fruto colgando tentadoramente en las ramas, la confianza de Eva en Dios se debilitó y entonces se extinguió. Extendiendo sus manos tomó el fruto y lo comió. Encontró a Adán y, sin duda después de convenientes explicaciones, él compartió el fruto con ella.

De este modo entró el pecado en el mundo.

El resultado de la transgresión

Piense en lo que Adán y Eva habían hecho. Su desobediencia no había sido un pequeño desliz o un error accidental, sino un deliberado reto a Dios. El les había dicho que si lo desobedecían morirían. Ellos respondieron en efecto, «No te creemos.» Dios se había revelado a ellos como su Creador e Instructor. Ellos en su orgullo buscaron una inmediata igualdad mental con él. Habían puesto su propia voluntad en desafiante oposición a la voluntad de Dios. Habían retado la supremacía de Dios.

Para un Dios que es absolutamente supremo y cuyos pensamientos y acciones son completamente justos esto era un reto que no podía ser tolerado, como tampoco la pena de muerte podía ser anulada. Así que, como veremos pronto, la sentencia de muerte fue pronunciada sobre el hombre pecador.

El desagrado de Dios no fue demostrado inmediatamente, dando a la pareja pecadora tiempo para darse cuenta de su nueva situación. El fruto prohibido había hecho su trabajo, abriendo sus ojos para ver las cosas con ideas diferentes a las anteriores (Génesis 3:7). De lo primero que se dieron cuenta era que estaban desnudos.

Algo que antes les había parecido perfectamente natural e inocente ahora aparecía vergonzoso. Aunque ellos posiblemente no se dieron cuenta en el momento, su desnudez resumía su pecaminosidad. Sintiendo una necesidad instintiva de cubrirse se apresuraron a coser grandes hojas de una cercana higuera en delantales sencillos que se pusieron. Este fue un acto muy significativo. Instintivamente sintieron la necesidad de cubrir los resultados de su gran pecado. Ellos no podían aparecer delante de Dios desnudos.

Pero la temida confrontación no pudo ser demorada. Cuando el sol comenzó a hundirse en el oeste, Adán y Eva esperaban su acostumbrada plática con Dios. Entonces vino el sonido de la voz que había sido su vida y gozo, pero ahora paralizaba su corazón con terror: «Adán, ¿dónde estás tú?» Pero Adán se estaba escondiendo entre los árboles, dándose cuenta de que su apresurada cubierta artificial era inefectiva para esconder su pecado de la mirada de Dios. No cabe duda de que él estaba consciente de que su transgresión lo había separado de su Creador, y había destruido el compañerismo y comunión existente entre ellos.

«Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.»

«¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? (Génesis 3:10-11)

Avergonzada, la pareja culpable salió de su escondite para recibir una justa sentencia sobre su acción. Los tres participantes fueron advertidos por turno, y el mensaje completo fue que mientras el prospecto inmediato era oscuro y ominoso, había un rayo de luz que apuntaba hacia la remoción final del extrañamiento que entre Dios y el hombre apenas había comenzado.

La sentencia de Adán

El castigo de Adán fue una vida de esfuerzo y duro trabajo tratando de producir alimento en una tierra ahora maldita por su culpa: los cultivos crecerían solamente con dificultad y pesar. Al final el hombre moriría y regresaría de nuevo al polvo del cual había sido creado al principio (Génesis 3:17-19).

Esta maldición no sólo abarcó a Adán, sino también a toda su posteridad. Ellos heredarían su naturaleza pecaminosa y compartirían la pena de muerte. El Nuevo Testamento comenta esto muy claramente:

«Por
tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado
la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron.» (Romanos 5:12)

Este es un lugar conveniente para enfatizar dos verdades referentes al pecado y sus consecuencias. Primero, la Biblia siempre atribuye el origen y continuación del pecado al hombre, y solamente a él. Ningún agente externo puede ser culpado por la conducta del hombre. El hombre peca «cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido» (Santiago 1:14).

En segundo lugar, el castigo por el pecado significa la completa terminación de la existencia. La idea de que en la muerte un componente inmortal del hombre continúa una existencia consciente, es totalmente ajena a la enseñanza de la Biblia. La muerte sería difícilmente un castigo bajo tales condiciones. Hablando a Dios, dice David:

«Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿Quién te alabará?» (Salmos 6:5)

Muchos otros pasajes enseñan lo mismo:

«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben.» (Eclesiastés 9:5)

«Sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.» (Salmos 146:4)

Pero la muerte, aunque real en todo sentido, no es necesariamente el final de una persona. Hay una esperanza más allá de la tumba, como veremos más adelante.

La sentencia de Eva

El tema del dolor y el pesar continuó en el castigo de Eva. La angustia de ella llegaría en los dolores del parto y también en el hecho de que ocuparía una posición de subordinación en la relación entre el hombre y la mujer (Génesis 3:16).

De acuerdo a este relato de los castigos de Adán y Eva, podría parecer que la humanidad estaba sin esperanza. Ellos habían deliberadamente menospreciado las leyes del Dios Todopoderoso, oponiendo su voluntad a la de él. El los había prevenido de su respuesta y ahora estaba con justicia pidiendo cuentas de su pecado. En este caso era imposible que Dios simplemente perdonara al hombre, aunque su amor y misericordia desearan reconciliación. Como vimos al final del capítulo 3, la justicia de Dios y su misericordia parecían estar en oposición, pero él diseñó una forma por medio de la cual su amor podría mostrarse sin comprometer de ninguna manera su justicia y rectitud. En su sentencia a la serpiente Dios dio una idea de su plan.

La sentencia de la serpiente
Aquí apareció el primer rayo de esperanza. Puesto que era la que había animado a Adán y Eva a pecar, la serpiente iba a ser maldita: un castigo que la reduciría a una posición baja y despreciable en la creación. Pero al mismo tiempo Dios prometió la libertad final de la maldición que la serpiente había ayudado a traer al mundo. Dirigiéndose a la serpiente dice Dios:

«Y pondré enemistad entre ti y la
mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la
cabeza, y tú le herirás en el calcañar.» (Génesis 3:15)

Aquí hay otro versículo clave de la Escritura, y de nuevo encontramos que el cumplimiento debía involucrar la obra de las simientes prometidas. Tanto la mujer como la serpiente tendría un descendiente, y habría enemistad entre ellos. La descendencia de la mujer infligiría una herida en la cabeza de la serpiente, la cual por deducción sería fatal y la serpiente moriría. Pero en el curso de este conflicto la serpiente daría a la descendencia de la mujer una herida en el calcañar, una herida que no sería fatal por lo que la descendencia de la mujer habría de recuperarse.

La siguiente tabla ayudará a poner en claro esta relación:

  • La serpiente – tendrá enemistad – conla mujer
  • La simiente de la serpiente – tendrá enemistad con – la simiente de la mujer
  • La cabeza de la serpiente – será herida por – la simiente de la mujer
  • La serpiente – herirá – el calcañar de la simiente de la mujer

Obviamente éstas son alusiones figuradas. ¿Qué representan?

La serpiente y su simiente

La serpiente fue la causa indirecta de la entrada del pecado en el mundo, por lo que se convierte en una figura conveniente del pecado mismo. Quienes viven gobernados por el pecado son por consiguiente simiente de la serpiente. «Hijos de serpientes» es una descripción bíblica de los que se oponen a las normas de Dios. Jesús se dirige a los malos fariseos como «¡Serpientes, generación de víboras! (Mateo 23:33). En otras ocasiones está claro que se refiere a ellos con este pasaje de Génesis en su mente (Juan 8:44). Así «la serpiente» que será destruida por la «simiente de la mujer» es una personificación del pecado manifestado en la naturaleza humana, y aquellos en quienes está presente son la «simiente» de la serpiente.

Es apropiado mencionar aquí que en la Biblia, el pecado en su oposición a Dios es personificado de otras maneras. La personificación es una figura del lenguaje usada frecuentemente, en la cual una idea abstracta es descrita como una persona. Abundan ejemplos en toda la literatura y son prontamente entendidos:

«La Esperanza se esfumó marchita, y la Misericordia suspiró la Despedida.» (Byron, La Prometida de Abydos)

«La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas.» (Proverbios 1:20)

Un examen más cuidadoso del uso bíblico de términos como «el diablo» y «Satán» mostrará que ellos también son personificaciones del pecado, y no se refieren a un monstruo malo y sobrehumano. La simiente de la mujer

A la mujer le fue prometida una descendencia que destruiría la serpiente, es decir, el poder del pecado. Como en el caso de la simiente de Abraham y la simiente de David, esta persona prometida es Jesús. Aludiendo a la promesa en Edén de que la mujer tendría un hijo, leemos en el Nuevo Testamento:

«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer…» (Gálatas 4:4)

En el bien conocido capítulo 53 de Isaías se predice claramente la venida de uno que salvaría a la humanidad de los efectos del pecado. Aquí de nuevo el lenguaje nos recuerda la promesa que Dios hizo en Edén de que en el proceso de destrucción del pecado la simiente de la mujer sufriría un daño temporal a manos del pecado:

«Mas él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de
nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados… mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros… Con todo eso, Jehová
quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su
vida en expiación por el pecado, verá linaje… por su conocimiento
justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de
ellos.» (Isaías 53:5-6,10-11)

Principales características de la promesa en Edén
Un breve sumario puede ayudarnos a fijar en nuestras mentes los principales aspectos de la promesa. El castigo del hombre:

  • La tierra sería maldita por su causa.
  • La vida sería difícil y penosa.
  • El hombre moriría y retornaría al polvo.
  • Todos los descendientes de Adán nacerían con su naturaleza sujeta a maldición por el pecado y, por consiguiente morirían.

La sentencia de la serpiente:

  • El pecado sería finalmente destruido.

El castigo de la mujer:

  • Dolores de parto.
  • Sujeción al esposo.

Pero (aquí surge la promesa de la remoción del pecado), su «simiente» (Jesús) mataría la serpiente aun cuando en esta actividad recibiría una herida temporal.

Vestiduras de piel

Además de hablar con Adán y Eva sobre la obra de la simiente de la mujer en cuanto a la reconciliación de Dios y el hombre, Dios también les proporcionó una lección objetiva de cómo el pecado sería perdonado. Ya hemos observado que inmediatamente después de haber pecado, nuestros primeros padres se dieron cuenta de su desnudez intentando esconderla fabricándose delantales con hojas de higo. Esta desnudez ha venido a ser un símbolo de su pecado y el uso de delantales equivalía a tratar de cubrir el pecado por su propio esfuerzo, lo que resultó ser imposible. Entonces Dios realizó un acto muy significativo:

«Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.» (Génesis 3:21)

Esta acción enseñó a Adán dos cosas. Primero, la humanidad no podría cubrir el pecado por sí misma; sólo Dios podría hacer esto. En segundo lugar, las pieles deberían provenir de un animal sacrificado, enseñando que la cubierta del pecado sólo podría conseguirse con la muerte. El animal que con su muerte proveyó vestidos de piel, estaba prefigurando la muerte de la simiente de la mujer para cubrir los pecados del mundo.

Dios enfatizó esto a la nueva generación. Cuando Caín, el hijo de Adán, ofreció frutos como sacrificio a Dios, fue rechazado. Era el equivalente de las hojas de higuera que Dios ya había indicado como inútiles para cubrir el pecado. Su otro hijo, Abel, reconoció la verdad de que el perdón sólo sería alcanzado por medio de muerte, y su sacrificio de un cordero fue aceptado.

De este modo los principios de la redención humana fueron señalados desde el principio de la historia humana, y registrados en Génesis de tal manera que las generaciones posteriores pudieran esperar la venida del Redentor que moriría por los pecados de la humanidad.

Jesús el salvador

Aunque la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el sacrificio de Jesús posiblemente no sea muy bien conocida, es reconocida indudablemente como el aspecto principal del Nuevo Testamento. El hecho de que Jesús se ofreció a sí mismo en su crucifixión para perdón del pecado se menciona una y otra vez. Cuando anuncia el nacimiento del Salvador el ángel dice:

«Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» (Mateo 1:21)

Los apóstoles aluden continuamente al perdón de los pecados y la reconciliación con Dios como resultado del sacrificio de Cristo:

«Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.» (1 Corintios 15:3)

«Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.» (Hebreos 9:26)

«Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5:8)

«En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.» (Efesios 1:7)

«Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas… haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.» (Colosenses 1:20)

«Ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte.» (Colosenses 1:21-22)

«Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.» (1 Pedro 2:24)

«Nuestro Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad.» (Tito 2:13-14)

«Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios.» (Apocalipsis 5:9)

¿Por qué el mundo tenía que esperar que viniera su Salvador? ¿Por qué no pudo cualquier hombre haber sacrificado su vida para efectuar la ansiada reunión con Dios? La respuesta es que el sacrificio de sí mismo no bastaba. Tenía que ser verdaderamente la ofrenda de un miembro representativo de la raza humana, aunque también había de ser la ofrenda de uno que nunca había pecado. Jesús fue el único que pudo reunir estos dos requisitos.

Jesús compartió nuestra naturaleza humana

Ya antes me he referido al insólito parentesco de Jesús. Por haber sido engendrado por medio del Espíritu Santo él era Hijo de Dios; pero a causa de su madre humana, también era el Hijo del Hombre —»Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). La Biblia manifiesta claramente que Jesús poseía la misma naturaleza física que el resto de la humanidad había heredado de Adán, y estaba sujeto a la misma tentación de pecar:

«Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también
participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía
el imperio de la muerte, esto es, al diablo.» (Hebreos 2:14)

«Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos.» (Hebreos 2:17)

Note en ambas citas el énfasis repetido del hecho de que Jesús era un verdadero representante de la raza humana: «también», sí mismo», «por lo cual.» Era algo que Pablo necesitaba destacar. Revertiendo la frase bíblica para llamar a Jesús «Dios el hijo» (un término que no se encuentra en la Biblia), y dándole una naturaleza diferente de la nuestra, no sólo es incorrecto, sino que hace imposible la obra redentora.

Jesús fue sin pecado

Sin embargo, aunque Jesús tenía las mismas inclinaciones al pecado como el resto de la humanidad, él pudo vencer completamente los engaños que a otros hicieron caer, con el resultado de que él jamás pecó. En ninguna ocasión, Jesús fue «destituido de la gloria de Dios.» Nunca fue desobediente a la voluntad de Dios. El pudo decir con verdad, «Yo hago siempre lo que le agrada [al Padre]». Este logro grandioso es mencionado con frecuencia en las Escrituras:

«Un cordero sin mancha y sin contaminación.» (1 Pedro 1:19)

«El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca.» (1 Pedro 2:22)

«Y no hay pecado en él.» (1 Juan 3:5)

«¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Juan 8:46)

«Porque
no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado.» (Hebreos 4:15)

La victoria completa de Cristo sobre el pecado mientras poseía la naturaleza humana pecadora hizo de su sacrificio una base por medio de la cual Dios podía perdonar el pecado del hombre y otorgar vida eterna. Pero antes de considerar esto con mayor detalle, detengámonos en la grandeza de su conquista.

La vida y sacrificio de Jesús

Desde su niñez Jesús dedicó su vida al propósito de su Padre de redimir la humanidad. El estudio de las Escrituras, nuestro Antiguo Testamento, fue su ocupación constante. Con ellas y con la comunión con su Padre por medio de la oración se preparó para desempeñar el rol que los escritos sagrados le habían señalado. Cuando a la edad de treinta años, comenzó a predicar las buenas nuevas del reino de Dios, la gente vio en él a un hombre a quien ninguna crítica personal válida podía hacerse: un hombre cuyo conocimiento de las Escrituras no era igualado ni aún por los veteranos eruditos de la época. Un hombre cuyo mensaje era respaldado por señales milagrosas demostrando que estaba investido con el poder de Dios.

Ellos lo aclamaron como el largamente esperado Mesías, y por lo menos en una ocasión trataron de obligarlo a convertirse en su rey creyendo que seguidamente llegarían las bendiciones prometidas. Pero Jesús sabía que el reinado habría de esperar su segunda venida, y trató de preparar a sus oyentes para su muerte, la cual fue de la misma manera predicha por los antiguos profetas.

Durante todo este tiempo Jesús soportó la creciente hostilidad de los líderes religiosos de los judíos, hasta que la enemistad entre la simiente de la serpiente y la de la mujer, predicha mucho antes en el huerto de Edén, viniera a su final. La integridad personal de Cristo y el descubrimiento de la hipocresía de ellos hizo que sus oponentes se volvieran celosos y vengativos, por lo que su asesinato judicial pareció ser el único camino para silenciarlo. Con el conocimiento de los gobernantes de sus conciudadanos fue comparativamente fácil cambiar la opinión pública contra Jesús, y en unos pocos días la multitud que lo había aclamado a su arribo a Jerusalén, estaba pidiendo a gritos su crucifixión.

Debemos recordar que Jesús tenía el poder de evitar todo esto. El podía haberse anticipado a las acciones de los escribas y fariseos en cada momento. Como él mismo dijo en el momento de su arresto, pudo haber obtenido más de doce legiones de ángeles para su defensa. Pero tal acción habría evitado el divino plan de reconciliación humana, como el mismo lo manifestó:

«¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?» (Mateo 26:53-54)

Por medio de su estudio de las Escrituras, Jesús sabía que la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer, así que voluntariamente se sometió a su arresto y al dolor e ignominia que le sobrevinieron. El pudo haberse apartado de aquella humillación y sufrimiento, o pudo haberse defendido en su juicio haciendo inevitable su absolución. Pero, en vez de eso fue hacia la cruz por su propia voluntad, con la única compulsión del deseo inmenso de ser obediente a la voluntad de su Padre, y su indeclinable amor por sus amigos.

La crucifixión romana era una terrible tortura.

Después que los sacerdotes habían presionado a Pilato para que aprobara la sentencia de muerte, Jesús fue azotado. Esto consistió en treinta y nueve golpes en la espalda desnuda con un látigo con extremos de hueso. Con su espalda herida y sangrante fue conducido por los soldados a su cuartel donde, habiendo escuchado su pretensión de ser rey, le pusieron un apretado anillo de espinos sobre su cabeza en simulación de una corona. Luego lo vistieron con traje real y se hincaban delante de él en homenaje burlesco. Era la costumbre obligar al prisionero a llevar el instrumento de su propia muerte, por lo que la cruz fue colocada sobre la lastimada espalda de Cristo y así fue conducido fuera de la ciudad para su crucifixión. En el lugar señalado la cruz fue puesta en el suelo y Jesús fue sujetado a ella con grandes clavos. Se necesita poca imaginación para darse cuenta de la agonía que debe haber sentido cuando la cruz fue rudamente levantada e introducida en el hueco en el suelo.

Por seis horas el único humano perfecto que jamás hubiera vivido colgó allí en agonía, rodeado de los triunfantes y burladores sacerdotes. Mirando la inscripción sobre su cabeza, «El Rey de los judíos», dijeron en tono de burla:

«El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos.» (Marcos 15:32)

Los pensamientos de Jesús mientras pendía de la cruz, y los sucesos de aquel triste día fueron registrados con anterioridad en el Antiguo Testamento:

«He sido derramado como aguas, y todos mis
huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, derritiéndose en
medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se
pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque
perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron
mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto ellos
me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi
ropa echaron suertes.» (Salmos 21:14-18)

«El escarnio ha
quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese
de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron
además hiel por comida y en mi sed me dieron a beber vinagre.» (Salmos
69:20-21)

Aun en semejante agonía mental y corporal el Salvador del mundo permaneció fiel a la voluntad de su Padre. Ni un reproche pasó por sus labios ni un pensamiento de enojo pasó por su mente, manteniendo así hasta el final su impecabilidad. Así cuando sintió que su fuerza se desvanecía supo que había ganado la batalla. Fue con un glorioso sentido de triunfo que gritó con voz fuerte, «Consumado es» y entonces entró en la inconsciencia de la muerte.

De este modo Jesús de Nazaret se convirtió en el Salvador del mundo. Este era el precio que debía pagarse para que Dios y el hombre pudieran reconciliarse logrando de esta manera el designio final de Dios para su creación.

¿Cómo fue efectivo el sacrificio de Cristo?

Tratando de entender por qué Jesús tenía que morir en la cruz para remover el pecado nos acercamos a los límites de nuestra capacidad mental. El plan de salvación pertenece al único que dice «Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8-9). Frente a tal superioridad debemos aceptar sin ninguna duda que la muerte de su Hijo era la única manera como se lograría el propósito de Dios. Una inquebrantable creencia en este hecho es el requerimiento esencial aun cuando la razón para el sacrificio de Cristo no sea completamente entendida.

Las Escrituras permiten echar un vistazo a las razones por las que la muerte de Cristo fue suficiente para obtener el perdón de los pecados del hombre. Aunque una vida entera de estudio no bastará para entender todos los aspectos, algunos de los principios divinos involucrados pueden ser vistos a través de un reverente análisis de la palabra de Dios.

Una explicación común de la obra de Jesús compara a la humanidad con un condenado a muerte que espera su ejecución. Un amigo llega y se ofrece como sustituto del criminal, es aceptado y muere en vez del hombre culpable. Así Dios aceptaría la muerte de Jesús en vez de la de la humanidad condenada. Pero la idea de que Cristo sufrió un castigo en vez de aquellos que lo merecían no coincide con los hechos del caso o con la enseñanza de la Biblia. La razón nos dice que si Cristo murió en vez de nosotros, entonces no debemos morir ya; sin embargo, lo hacemos. Pero la idea de sustitución es particularmente incompatible con lo que Dios ha revelado. Pablo describe la muerte de Jesús como una declaración de la justicia y rectitud de Dios; mientras que la muerte de un hombre inocente en vez de uno culpable parece ser una tergiversación grotesca de la justicia.

Así que con reverencia preguntamos ¿qué sucedió en la cruz que posibilitó el perdón de Dios para los pecados del hombre? ¿Por qué fue la posición después de la muerte de Cristo diferente de lo que fue antes de la crucifixión? Buscando en la Biblia respuestas a estas preguntas comenzamos a ver la manera en que Dios en su infinita sabiduría diseñó los medios de mantener su rectitud y su supremacía que exigía que los hombres murieran por sus pecados, pero al mismo tiempo abrió un camino por el cual los pecados podrían ser perdonados. En otras palabras, vino a ser «Dios justo y Salvador» (Isaías 45:21).

La Biblia establece un contraste entre lo que hizo Adán y lo que logró Jesús. En Edén, Adán desobedeció a Dios cuando comió el fruto prohibido. Así desafió la supremacía de Dios poniendo su propia voluntad en oposición a la voluntad de Dios. Se nos habla de un incentivo para su desafío. «Serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.» Esta fue la tentación de la serpiente. Esta posibilidad de conseguir igualdad con Dios fue una de las inducciones a desobediencia que recibió la infeliz pareja. Tal desobediencia, conteniendo un desafío a la soberanía de Dios no podía quedar impune. Sentencia de muerte fue pronunciada como castigo por el pecado de Adán, y todos sus descendientes han muerto igualmente por cuanto todos pecaron.

Contrastemos esta situación con la situación en la cruz. Jesús se ofreció a sí mismo como un hombre que verdaderamente representaba a toda la raza caída de Adán, con idéntica tendencia al pecado, aunque nunca cedió a tal impulso. Así de manera distinta a Adán, quien hizo su propia voluntad, Jesús subordinó su voluntad a Dios completamente. De él fue profetizado en el Antiguo Testamento: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Salmos 40:6; Hebreos 10:7). Y él recapitula este aspecto de su misión cuando dice que vino «no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 6:38). Así que Jesús, a diferencia del desobediente Adán, fue completamente obediente a Dios: «Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hebreos 5:8).

Existe otro contraste entre Adán y Cristo. Adán trató de igualarse a Dios comiendo del fruto del árbol prohibido. Jesús, aunque verdadero Hijo de Dios no trató de hacerlo. Pablo nos dice que él «No estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse… haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:6-8).

Además, en Edén Dios castigó a Adán justamente con la muerte. En contraste, Jesús voluntariamente sacrificó su vida, y por este acto deliberado reconoció que Dios tiene el derecho de mantener la pena de muerte por el pecado.

Así que en lo que Adán falló, Jesús tuvo éxito.

¿Qué logró esto? La vindicación de la posición de Dios. Lo declaró justo. Esta es la explicación que dio Pablo y que ahora debemos examinar.

La justicia de Dios

Comentando sobre el esquema de redención de Dios, Pablo dice en uno de los más definidos pasajes sobre la muerte de Cristo:

«Pero
ahora… se ha manifestado la justicia de Dios… por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él… por cuanto todos pecaron,
y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo
Jesús a quien Dios puso como propiciación [cubierta sobre el pecado] por
medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia a causa de
haber pasado por alto… los pecados pasados, con la mira de manifestar
en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que
justifica al que es de la fe de Jesús.» (Romanos 3:21-26)

Varios puntos se extraen de un cuidadoso examen de estas palabras. Primero notamos que cuatro veces en este pasaje el sacrificio de Jesús es considerado como una declaración de la justicia de Dios. Luego leemos que el resultado de esta declaración es el perdón de los pecados. Se nos dice también que este perdón y justificación está disponible para los que creen en Jesús y tienen fe en lo que su sangre derramada ha logrado.

Aquí tenemos las pistas para el entendimiento de lo que logró el sacrificio de Cristo. En cuanto la justicia de Dios ha sido demostrada, entonces el perdón puede ser accesible para los que creen en Jesús.

¿Por qué fue la crucifixión una declaración de la justicia de Dios? Veámoslo de este modo. Jesús fue un descendiente mortal de Adán, y en todo sentido un verdadero representante de la raza, aunque sin pecado. ¿Fue correcto que alguien como él muriera? ¿Estaba siendo justo Dios en requerir su muerte? Por medio de su ofrenda voluntaria Jesús declaró que así era. El diría en efecto, «Dios actuó correctamente al castigar a Adán. Esta es la forma como la naturaleza humana condenada debe ser tratada.»

Con la supremacía y la justicia de Dios ahora reconocidas la situación del Edén ahora ha sido revertida. Sobre esta nueva base Dios ofrece perdón, no a todos, sino a quienes se identifican con ese sacrificio. Esto requerirá mayor elaboración posterior, pero baste decir hasta aquí que todos aquellos que creen en Jesús serán convertidos en justos tal como Dios es justo:

«Reconciliaos con Dios. Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él.» (2 Corintios 5:20-21)

Así que el humano injusto y pecador será considerado justo por Dios si cree en Jesús, con todo lo que el creer envuelve. Así el castigo en el Edén fue revertido.

Levantado de nuevo para nuestra justificación

Debemos considerar otro aspecto que resulta del Cristo sin pecado. Puesto que la muerte es el castigo por el pecado, y Jesús jamás pecó, leemos que «Dios [lo] levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hechos 2:24). En la sentencia a la serpiente se predijo que la simiente de la mujer, en el proceso de aniquilar el pecado, sufriría una herida temporal. Así la muerte de Cristo resultó ser sólo temporal. Dios lo levantó de entre los muertos.

La resurrección de Jesús es un aspecto esencial de la redención que él consiguió. Por su resurrección los beneficios de su sacrificio están disponibles para los creyentes. Hablando de la justicia disponible a través de Jesús, Pablo dice que será imputada a todos

«los
que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el
cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para
nuestra justificación.» (Romanos 4:24-25)

Por consiguiente la resurrección de Cristo es esencial para la salvación del creyente:

«Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.» (1 Corintios 15:17)

Con el cuadro completo del propósito de Dios para la tierra en nuestras mentes podemos ver la verdad de estas palabras. El plan de Dios no podía completarse sin la resurrección de Jesús. El Jesús ahora levantado tiene el rol esencial de ser nuestro mediador en el cielo (Romanos 8:34; 1 Timoteo 2:5; Hebreos 4:14-15), y Dios por su causa perdona los pecados del creyente. También la vida eterna que se hizo posible por el sacrificio de Cristo será dada a su regreso a la tierra. Un Jesús que hubiera permanecido en la tumba no podría ser mediador y redentor.

El resultado de este sacrificio amoroso de Jesús será el establecimiento de un completo compañerismo entre el hombre y su Creador cuando el reino de Dios se establezca finalmente en la tierra. La muerte desaparecerá completamente al fin y será removida la barrera que separa a los hombres de Dios. ¡Cómo compartimos las acciones de gracia, alabanzas, y adoración que son debidas al único que por su muerte hizo todo posible y quien, excepto Dios mismo, ha venido a ser la más grande persona en todo el universo!:

«El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza… porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.» (Apocalipsis 5:12,9)

La gracia de Dios

En estos días cuando los «derechos» del hombre son objeto de múltiples comentarios y argumentos, es valioso notar que en lo que se refiere a su salvación el hombre no tiene «derechos» de ninguna clase. Si Dios hubiera escogido no salvar al hombre nadie habría podido presentar una objeción válida. Pero incrustada en toda la enseñanza bíblica acerca de la salvación del hombre se encuentra el hecho de la gracia de Dios hacia el hombre caído. La gracia es favor inmerecido, y Dios ha demostrado esto en abundante medida «en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). Todo su plan es una evidencia de su amor hacia la raza caída que es completamente incapaz de ayudarse a sí misma. ¡Cuan agradecidamente los escritores del Nuevo Testamento reconocen esto! Hablando de Jesús dice Pablo:

«En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.» (Efesios 1:7)

«Así
como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la
justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.» (Romanos
5:21)

En realidad, ningún hombre o mujer ganará jamás el reino de Dios por sus propios esfuerzos. Pablo de nuevo nos recuerda de esto:

«Quien
nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras,
sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo
Jesús…» (1 Timoteo 1:9)

¿Perdón para todos?

Ahora preguntamos: Ya que Cristo murió y la justicia de Dios ha sido demostrada, ¿se diría que la total raza humana ha sido perdonada de sus pecados? No. Ya hemos visto que el perdón se extenderá únicamente a los que creen en Jesús y lo que su muerte conquistó. Muchos otros pasajes enseñan esto. Jesús dijo que su Padre

«…ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.» (Juan 3:16)

O como el Salvador de nuevo dijo:

«El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.» (Juan 11:25)

Es necesario que el pecador reconozca su estado pecaminoso, vuelva sus ojos a Jesús muriendo en la cruz y en efecto diga: «Yo creo sinceramente que tú hiciste esto por mí, y que a través de tu sacrificio amoroso todos mis pecados pueden ser perdonados y yo puedo reconciliarme con Dios». Habiéndose convertido en un creyente, debe haber una pública confesión de esa fe en Jesús, tal como su declaración fue pública en la cruz. Pablo dice de nuevo:

«Si confesares con tu boca
que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de
los muertos, serás salvo.» (Romanos 10:9)

Este tópico de la respuesta del creyente a la vida y obra de Jesús es tan vital que merece un capítulo por separado. Pero antes de abandonar el capítulo actual permítanme resumir la enseñanza de la Biblia sobre el pecado y su remoción.

En este capítulo hemos visto que el pecado es primeramente una tendencia intrínseca del hombre que lo impide vivir de manera aceptable a Dios. En segundo lugar, describe el acto de aquellos que conocen la voluntad de Dios pero quebrantan sus mandamientos. El efecto del pecado es la separación de Dios, la experiencia del mal y el sufrimiento y finalmente la muerte.

Del Antiguo Testamento, el cual tiene el respaldo de los escritores del Nuevo Testamento, aprendimos que el pecado y la muerte entraron a causa de la desobediencia de nuestros primeros padres. Pero al mismo tiempo que sentenciaba a Adán y Eva, Dios prometía la venida de un descendiente de Eva quien destruiría el poder del pecado.

Jesús fue este prometido Salvador, y por su vida perfecta y sacrificio amoroso en la cruz hizo posible que Dios perdonara los pecados del hombre dándole así inmortalidad en el reino de Dios, cuando la brecha creada en el Edén será finalmente cerrada.

Este perdón es ofrecido a los que primero creen en la obra de Jesús y luego se asocian con él en el camino que Dios ha prescrito.

Más que todo, nuestro estudio en este capítulo tiene una aplicación personal. Cada uno de nosotros necesita el perdón de pecados y liberación de la muerte. También hemos visto cómo Jesucristo puede convertirse en Redentor suyo y mío.

¿Cómo responderemos?

Buscad primeramente el reino de Dios

Hasta aquí en nuestro estudio hemos visto que Dios tiene la intención de establecer su reino en la tierra con Jesucristo como rey. El finalmente morará en perfecto compañerismo con los hombres y las mujeres a quienes haya dado inmortalidad. Hemos considerado cómo ha llegado a ser posible esta reconciliación por medio de la provisión de amor y sacrificio de Jesús. La cuestión candente ahora es nuestra posición frente a este glorioso futuro. ¿Cómo podemos estar usted y yo entre todos los limpiados del pecado que serán invitados al reino de Dios? Tal como el título de este capítulo indica, Jesús nos invita a buscar el reino de Dios (Mateo 6:33), pero ¿cómo debe hacerse esto?

Hay una creciente tendencia a ver la selección del camino de retorno a Dios como un asunto de preferencia personal. Mucha gente sostiene que siempre que la forma de vida de una persona sea pura y su corazón recto, Dios lo reconocerá como la base para la reconciliación con El. Frecuentemente oímos decir que «todos los caminos conducen a Dios» y «usted lo adora a su manera y yo a la mía, pero ambos estaremos allí al final.» Esto no sólo se está diciendo con referencia a todas las diferentes ramas de la fe cristiana, pues también se incluye a la mayoría de las otras religiones.

Pero ¿es éste el criterio de Dios? ¿No sería sabio investigar lo que él ha dicho acerca de esto antes de ponernos a buscar su reino?

Cornelio

Quisiera poner delante de los partidarios de la teoría de que «todos los caminos conducen a Dios» el caso de Cornelio. El era un centurión romano de carácter muy admirable. En realidad habría sido difícil encontrar fallas en su estilo de vida. Esta es la descripción inspirada de él:

«Piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.» (Hechos 10:2)

Usted podría pensar: «¿Qué más se podría pedir? Este era un hombre sincero y completamente religioso, que había criado a su familia en la fe, oraba a Dios constantemente y era muy generoso con los necesitados. ¡Ojalá que todos los hombres que dicen ser religiosos vivieran tal vida! Seguramente ese hombre no necesitaba preocuparse por su futuro eterno. Si hay algún galardón en la otra vida él será el primer candidato en obtenerlo.»

Pero ¿cuál fue el mensaje de Dios para él? Fue que había algo más que él tenía que hacer:

«Envía,
pues, ahora hombres a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por
sobrenombre Pedro… él te dirá lo que es necesario que hagas.» (Hechos
10:5-6)

Así que la sinceridad, devoción, caridad, vida devota y oraciones, aunque eran indudablemente encomiables, resultaban insuficientes para hacer a este hombre aceptable delante de Dios. La única forma en que un hombre podía acercarse a Dios era aceptando a su Hijo, y el apóstol Pedro pudo explicar a Cornelio cómo hacer esto.

Un camino de vida

El camino de vida es una figura que puede encontrarse en toda la Biblia. En su primer capítulo se nos dice que al mismo tiempo que el árbol de ciencia también se encontraba otro árbol en el jardín de Edén, el cual tenía el poder de dar vida eterna a todos los que comieran de su fruto. Este es un símbolo de la inmortalidad que Dios concederá en el futuro. Pero cuando Adán y Eva fueron lanzados de la presencia de Dios a causa de su pecado, el camino a este árbol fue cerrado para que no retornaran a comer de su fruto y se volvieran pecadores inmortales:

«Echó,
pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines,
y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el
camino del árbol de la vida.» (Génesis 3:24)

Obsérvese que en un lenguaje simbólico, había sólo un camino para volver ante la presencia de Dios, el cual fue cerrado. Pero por medio de la obra de Jesús este camino fue abierto para los que deseaban buscar a Dios:

«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14:6)

En su predicación después de la resurrección de Cristo, los apóstoles enfatizaron esto a sus oyentes. Cristo era el único en el mundo entero por medio de quien era posible la vida eterna:

«Y en
ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:12)

Pensándolo bien, esto debe parecer perfectamente razonable. Dios difícilmente habría enviado a su propio Hijo al mundo a morir en tal agonía por los pecados de la humanidad si hubiera habido otro camino de redención. No hay duda, por consiguiente, de que la reconciliación con Dios solamente puede encontrarse dentro de la fe cristiana.

Pero ¿qué damos a entender por fe cristiana, puesto que hay muchas formas de ella en el mundo? ¿Tendrá importancia cuál de los caminos transitamos con tal que tenga la etiqueta de cristiano ? De nuevo Jesús nos manda tener mucho cuidado. El con seguridad visualizó nada más que un camino a la vida. Para Jesús, en el mundo entero solamente hay dos caminos, y conducen en direcciones opuestas: uno es un camino estrecho y poco frecuentado que conduce a la vida, y el otro un amplio y muy transitado camino que lleva a la destrucción:

«Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la
hallan.» (Mateo 7:13-14)

No hay duda de que esta enseñanza no concuerda con la actual tendencia a suavizar las diferencias entre los muy opuestos puntos de vista dentro de las esferas religiosas. Pero tampoco se puede negar que aquella fue la posición de la iglesia cristiana original. De hecho las epístolas del Nuevo Testamento llegaron a existir a causa de este reconocimiento de que existe solamente una camino a la vida. Pablo escribió con lágrimas en sus ojos (2 Corintios 2:4; Filipenses 3:18), rogando a sus convertidos abandonar las variaciones que habían introducido en su enseñanza. Eran enmiendas que ahora serían vistas como completamente insignificantes; pero él las vio como asunto de vida o muerte. Los que se habían adherido a la nueva enseñanza habían «caído de la gracia» (Gálatas 1:8-9). Para el inspirado Pablo, como para su Maestro, había solamente un evangelio y la menor desviación de él sería fatal. Lea su énfasis insistente en esto:

«Más si aun nosotros, o un ángel del cielo, os
anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea
anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os
predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.»
(Gálatas 1:8-9)

Así que es absolutamente seguro que en lo que concierne al cristianismo original, no llevan a Dios todos los caminos. Hay sólo un camino, el cual es estrecho y no permite desviación de su ruta, y sólo aquellos que lo encuentran y caminan por todo su trayecto alcanzarán el reino de Dios.

¿Cómo puede usted encontrar ese camino?

La Biblia, única guía

Hasta aquí nuestro estudio ha servido para enfatizar el lugar vital de la Biblia en el trato de Dios con la humanidad. La verdadera razón para la existencia de la Escritura es decirnos lo que Dios está haciendo y cómo podemos estar asociados con su plan. Buscar en otro lugar alguna forma de llegar al reino de Dios sería una ruina. Aún así, siempre que el problema de la religión surge casi invariablemente oímos a la gente comenzar la conversación diciendo «yo creo…» en vez de «la Biblia dice…» La Biblia tiene frecuentes comentarios sobre esta tendencia a confiar en nuestra propia preferencia en asuntos de creencia y religión, y señala lo catastrófico que resultará seguir tales pensamientos e inclinaciones:

«Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.» (Jeremías 10:23)

«Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte.» (Proverbios 16:25)

Por consiguiente, lo primero que un aspirante al camino de la vida debe hacer es aceptar la guía de la Escritura:

«¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.» (Isaías 8:20)

«Y
que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.»
(2 Timoteo 3:15)

Pero usted podría preguntar: «¿Qué hay de la enseñanza de la Iglesia? ¿No tiene autoridad otorgada por Cristo con el mismo valor que la revelación escrita de Dios? En respuesta podríamos preguntar: «¿Cuál iglesia? ¿Católica Romana? ¿Ortodoxa Griega? ¿Protestante?» Las variantes de creencia y práctica entre estos sectores de la cristiandad son enormes. ¿Cuál es correcta? Ya hemos visto que las creencias han cambiado durante la historia de la Iglesia, haciendo difícil de aceptar que aún posee el «único evangelio» mencionado por Pablo. Sus prácticas también han cambiado. ¿Fue conducida la terrible Inquisición de la Edad Media con la aprobación y autoridad de Jesús? Si fue la voluntad de Dios en aquella época ¿por qué no se realiza igualmente ahora? ¿Han cambiado las normas y exigencias de Dios?

El hecho es, tal como lo vimos en un capítulo anterior, que el cristianismo moderno tiene poco en común con el mensaje original de Cristo y los apóstoles. Una iglesia que ha alterado más allá de todo reconocimiento la enseñanza sobre el reino de Dios es altamente improbable que pueda dirigir a hombres y mujeres a un destino en el cual ha dejado de creer.

En lo que a la autoridad en materia religiosa concierne, es la Biblia o nada. No existe un punto medio.

«¿Qué debo hacer para ser salvo?»

Este fue el sincero clamor del carcelero de Filipos ante Pablo y Silas cuando se dio cuenta de que ellos eran predicadores enviados por Dios. La respuesta de Pablo fue inmediata y directa, e ilustra la forma de conversión al cristianismo en el primer siglo:

«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.»

El carcelero claramente quería saber más, puesto que el relato sigue diciendo:

«Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.» (Hechos 16:31-32)

El resultado de esta predicación fue el bautismo del hombre y los de su casa:

«Y
él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas;
y en seguida se bautizó él con todos los suyos.» (Hechos 16:33)

En respuesta al ruego del carcelero, Pablo fue obediente al mandato final de Jesús a sus discípulos:

«Id
por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será
condenado.» (Marcos 16:15-16)

Por consiguiente, poner pie en el camino al reino de Dios implica realizar dos pasos: creer es el primero y bautizarse, el segundo.

Creer en Jesús

Creer o tener fe, es el verdadero fundamento de la aceptación de parte de Dios. Desconfiar o dudar de él y de su propósito impide que una persona se acerque a Dios. «Pero sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Esta fe debe ser en la misión de su Hijo por medio de quien será cumplido su propósito.

¿Qué necesita saber un posible cristiano acerca de Jesús? Hay dos principales aspectos de su obra que deben ser aceptados. Refiriéndonos a la práctica del primer siglo encontramos que estos son el nombre de Jesús y el reino de Dios :

«Pero
cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y
el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.» (Hechos
8:12)

Estos dos aspectos contienen la totalidad del mensaje sobre el propósito de Dios para el hombre. Lo concerniente al reino de Dios, tal como lo he explicado en este libro, se refiere a todo lo relacionado con su plan para el futuro del hombre, lo cual es el tema de la Biblia. Lo concerniente al nombre de Jesucristo es lo que consideramos en los capítulos anteriores, la cruz y su sacrificio que ha hecho posible la salvación en el reino. Ambas partes de la obra de Cristo deben ser entendidas y aceptadas por todos los que dicen creer en él.

Arrepentimiento

Entender y creer en esta doble misión de Jesús tendrá un profundo efecto en una persona. Habrá conciencia de pecado y del alejamiento de Dios. Una vida de placer resultará vacía y sin futuro, y la realidad y permanencia de la muerte, una carga que necesita ser levantada. La vida perfecta y el amor de Jesús tocarán una cuerda vibrante cuando se dé cuenta de lo que él sufrió para hacer posible que el hombre se vuelva inmortal.

Hay una palabra usada en la Biblia para describir este cambio en la manera de pensar: arrepentimiento. Sin este cambio de corazón y mente el rito del bautismo se vuelve una ceremonia solamente exterior. Esta es la voz unánime del Nuevo Testamento:

«Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.» (Marcos 1:4)

«Pedro
les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados.» (Hechos 2:38)

Bautismo
Se piensa comúnmente que el rito del bautismo es la ceremonia que sirve para iniciar a un infante en la Iglesia. En realidad, es un paso obligatorio en el camino al reino de Dios. Como Jesús mismo dijo:

«De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» (Juan 3:5)

Ya hemos visto que en cualquier parte del Nuevo Testamento este nacer del agua es considerado como el siguiente paso después de la fe y el arrepentimiento. Los Hechos de los Apóstoles describe la expansión del evangelio y es una característica constante en el libro que cuando registra una conversión al cristianismo, ésta va acompañada de una referencia al bautismo del converso.

Una cosa es clara: El bautismo era efectivo solamente si era precedido por la fe. Un visitante etíope de Jerusalén, respondiendo a la predicación de Felipe sobre Jesús, preguntó si podía ser bautizado. Felipe respondió:

«Si crees de todo corazón, bien puedes.» (Hechos 8:37)

Por consiguiente, está claro que en esos tiempos el bautismo fue solamente para creyentes adultos. No existe la más pequeña sugerencia de que hubiera alguna excepción a esta regla.

¿Qué es el bautismo?

El bautismo cristiano consiste en la completa inmersión en agua de un creyente que ha confesado tener fe en Jesús. Encontramos amplia evidencia bíblica e histórica para esto, y el mismo significado de la palabra excluye cualquier otro punto de vista. La palabra bautismo es una forma castellanizada de la palabra griega que significa hundir o sumergir . Hablando de la época apostólica, la Enciclopedia Británica dice:

«En la ceremonia el candidato al bautismo es sumergido en el agua.» (14 Edición, artículo: Bautismo)

Ejemplos de esto abundan en las Escrituras. Juan bautizaba en cierto lugar «porque había allí muchas aguas» (Juan 3:23). Después que Jesús fue bautizado «subió luego del agua» (Mateo 3:16). Felipe y el etíope «descendieron ambos al agua… y le bautizó» (Hechos 8:38).

A esto puede añadirse el testimonio de los historiadores. Refiriéndose al tiempo de los apóstoles, Mosheim dice:

«El
sacramento del bautismo fue administrado en este siglo fuera de las
asambleas públicas… y se llevaba a cabo por inmersión de la totalidad
del cuerpo.» (Siglo 1, capítulo 4)

También Dean Stanley concuerda:

«No
hay duda de que la forma original de bautismo el verdadero significado
de la palabra fue la completa inmersión en aguas bautismales profundas.»
(Conferencias sobre la Iglesia Oriental)

Por consiguiente no existe duda sobre la forma de bautismo practicada por Cristo y sus discípulos.

El efecto del bautismo

Por medio del bautismo un creyente hace una pública confesión de fe en lo que Jesús logró en la cruz y se identifica personalmente con este sacrificio. El efecto inmediato del verdadero bautismo es el de borrar todos los pecados pasados del creyente, permitiéndole un comienzo completamente fresco de una nueva vida. El símbolo del lavado en agua se vuelve así apropiado:

«Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.» (Hechos 2:38)

«Levántate y bautízate, y lava tus pecados.» (Hechos 22:16)

Purificado de esta manera, el creyente llega a estar en Cristo en vez de en Adán, y todos los beneficios de largo alcance del sacrificio de Jesús están disponibles. Pablo enfatiza el cambio en su carta a los corintios:

«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» (1 Corintios 15:22)

Estar en Adán significa poseer la inclinación natural al pecado que ha sido heredada de él; y sin el perdón esto resulta en muerte. Pero todos los que por el bautismo llegan a estar «en Cristo» serán perdonados por su causa y destinados a vida eterna.

Por consiguiente, el bautismo no es un rito innecesario, sino el único medio para llegar a la redención y reconciliación posibilitadas por la muerte de Cristo en la cruz.

El significado del bautismo

La naturaleza vital del bautismo es enfatizada cuando nos damos cuenta del significado que hay bajo el acto de inmersión. En su carta a los cristianos romanos Pablo explica que en el bautismo el creyente sufre en símbolo lo que Jesús experimentó en la realidad. Jesús murió en la cruz, fue sepultado en la tumba y después se levantó de nuevo a una nueva vida. La persona bautizada repite esto de una manera simbólica. Muere a su antigua vida, es sepultado bajo el agua y después se levanta de su sepulcro temporal a una nueva vida. Estas son las palabras de Pablo:

«¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de
que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados
juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos
en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado… Y si morimos con
Cristo, creemos que también viviremos con él.» (Romanos 6:3-8)

El bautismo del creyente es visto de este modo como una forma de crucifixión. El viejo hombre (la pasada vida dominada por el pecado), es destruido y dejado atrás en las aguas del bautismo. Al resucitar del agua comienza una nueva vida, la cual por ser «en Cristo» conducirá al perdón y a la vida.

En una alteración de la figura Pablo continúa diciendo que por el bautismo cambiamos de amo y cambiamos también la recompensa de nuestro servicio. Habiendo sido anteriormente esclavos del pecado y habiendo obteniendo su salario, ahora nos hemos vuelto convertido en esclavos de Dios para experimentar su bendición:

«Pero
gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido
de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados…
Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de
Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida
eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 6:17,22-23)

Así que el bautismo es un paso esencial en el camino a la vida.

¿Es bautismo echar un poco de agua en la cabeza?

Después de las enseñanzas bíblicas que hemos considerado, no es necesario hacer esta pregunta. Todos los elementos del bautismo cristiano están ausentes cuando unas cuantas gotas de agua mojan la cabeza de un infante. Fe y arrepentimiento definitivamente no son posibles en alguien tan joven. Un litro de agua no es lo mismo que inmersión, por lo que no se efectúa el sepultamiento con Cristo, como tampoco tiene lugar la resurrección a una nueva vida.

No existe la más leve justificación bíblica para el bautismo de infantes. Uno de los teólogos del siglo pasado advertía:

«Grandes
cantidades de quienes han sido educados en la creencia de que las
Escrituras aprueban el bautismo de infantes, se quedan perplejos cuando
al examinar el tema por sí mismos, encuentran que ni siquiera lo
mencionan.» (Dr. Ball, Morning Star, página 209, 1869)

Dean Stanley en 1879 justificó el cambio de la práctica original en estas palabras:

«La
práctica casi universal del bautismo fue aquella de la que leemos en el
Nuevo Testamento… que todos los que eran bautizados lo hacían por
inmersión en agua… Pero en la práctica fue cambiado desde el comienzo
del siglo diecisiete… Con las pocas excepciones ya mencionadas, la
totalidad de las Iglesias Occidentales ha sustituido el antiguo baño por
la ceremonia de rociar unas cuantas gotas de agua en la cara. La razón
del cambio fue obvio. La práctica de inmersión, tan apostólica y
primitiva como fue era… era especialmente inapropiada para el gusto,
conveniencia y sentimientos del Norte y el Oeste… No hay nadie que
quisiera volver a la vieja práctica. Gozaba sin duda de la aprobación de
los apóstoles y de su Maestro… El bautismo por aspersión fue
rechazado por todas las iglesias antiguas por no constituir bautismo de
ninguna manera… [El bautismo por aspersión] es un contundente ejemplo
del triunfo del sentido común y la conveniencia sobre la esclavitud de
la forma y la costumbre.» (The Nineteenth Century Review, octubre de
1879)

Si es sentido común alterar deliberadamente el rito que Dios ha seleccionado como camino al perdón de los pecados y la obtención de la vida eterna, es algo sobre lo que usted tendrá que ser el juez. Sobre qué bautismo sea más conveniente , los cristianos bien podrían preguntarse dónde estarían si Jesús hubiera preferido su conveniencia en vez de morir en la cruz. Todos los que afirman seguir a Jesús difícilmente pueden usar tal excusa para desobedecerlo.

Vida en Jesús

Después del bautismo el creyente, quien ahora se ha convertido en hermano o hermana de Cristo, comienza el viaje a lo largo del camino de la vida al reino de Dios con paso ligero y un corazón lleno de gratitud y amor a Dios y a Jesús por todo lo que ellos han hecho. La posición del cristiano ahora es de gran privilegio, aunque con las correspondientes responsabilidades. El breve y necesario repaso que sigue trata de mostrar lo que la vida en Cristo implica.

Perdón
Un cristiano no irá tan lejos en el camino de la vida antes de que la verdad de estas palabras de Pablo se vuelva evidente:

«Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.» (Hechos 14:22)

La más grande tribulación para todos los verdaderos cristianos es nuestra propia falla en responder a Dios como quisiéramos, porque aun cuando nuestra pasada vida ha sido borrada en el bautismo, la naturaleza humana que poseemos no ha sido cambiada y continuamos pecando. Pero la gran diferencia después del bautismo es que si confesamos nuestras fallas y nos arrepentimos de ellas todos los pecados serán perdonados por causa de Cristo y comenzamos de nuevo con una hoja limpia. Lograr este perdón para sus hermanos y hermanas es la labor presente de Jesús como mediador nuestro en los cielos. El claro y confortante mensaje es que no hay límite para el perdón que Dios garantizará por su causa.

«¿Quién
es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros.» (Romanos 8:34)

«Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.» (1 Juan 2:1)

«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.» (1 Timoteo 2:5)

La efectividad de la mediación de Jesús es mucho mayor por su experiencia personal en las pruebas y tentaciones de nuestra naturaleza. El recuerda cuáles son los problemas que se experimentan cuando se es humano:

«Por
lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser
misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para
expiar los pecados del pueblo.» (Hebreos 2:17)

«Porque no tenemos
un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado.» (Hebreos 4:15)

«Por lo cual puede salvar perpetuamente a
los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos.» (Hebreos 7:25)

El creyente bautizado tiene el portavoz más bondadoso, más comprensivo y más efectivo en todo el universo para rogar por su perdón, y Dios se complace en perdonar cualquier pecado cuando su Hijo se lo solicita.

Oración

El perdón está disponible gratuitamente, pero debe buscarse en oración. La cita anterior que se refiere a Cristo como nuestro sumo sacerdote continúa con este consejo:

«Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro.» (Hebreos 4:16)

La oración es el privilegio de los hermanos y hermanas de Cristo, no sólo para obtener perdón sino también para ofrecer alabanza a Dios y buscar su ayuda en la dificultad. Todos los que experimentan el valor de este ejercicio difícilmente necesitarán las repetidas exhortaciones a practicarlo:

«Orad sin cesar.» (1 Tesalonicenses 5:17)

«Por
nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante
de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.» (Filipenses
4:6)

«La necesidad de orar siempre, y no desmayar.» (Lucas 18:1)

Siguiendo a Jesús
Jesús ha ido antes que nosotros hasta el fin del camino y ya ha comido del figurado árbol de vida. Su vida tal como se revela en los evangelios es el modelo para todos los que lo han de seguir:

«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.» (Filipenses 2:5)

«El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.» (1 Juan 2:6)

«Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.» (1 Pedro 2:21)

El respeto de Cristo por su Padre, su obediencia a la voluntad de Dios, su amor por sus compañeros y su compasión: todo esto y más ha sido manifestado en los evangelios como una norma para sus discípulos en todos los tiempos.

Obediencia a Cristo

Además de su ejemplo él mismo dio mandamientos específicos que pondrían a prueba el amor y la lealtad de sus amigos. El confirmó esto en varias ocasiones:

«Si me amáis, guardad mis mandamientos.» (Juan 14:15)

«El que me ama, mi palabra guardará.» (Juan 14:23)

«Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.» (Juan 15:10)

«Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.» (Juan 15:14)

No hay error en el significado de estas palabras. La obediencia al amo es el distintivo del discipulado, el criterio de un verdadero cristiano. La gente de hoy huye de la idea de mandamientos. Estos son vistos como una infracci ón a la libertad individual o como medios de inhibir la libertad de expresión, y deberían, por consiguiente, ser evadidos siempre que sea posible. Pero si los cristianos pasan por alto los mandamientos de Jesús, pierden así el derecho de llamarse cristianos:

«Y
en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus
mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos,
el tal es mentiroso, y la verdad no esta en él.» (1 Juan 2:3-4)

Dónde quedarán los países y personas cristianos si son juzgados de acuerdo a este criterio?

Los mandamientos de Cristo

Muchos y diversos mandamientos de Jesús a sus seguidores están registrados en el evangelio, cubriendo todos los aspectos de la vida de un discípulo. Un aspecto importante es la relación del cristiano con los demás:

«Este
es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.»
(Juan 15:12-13)

El único mandamiento más importante era el de amar y obedecer a Dios:

«Y
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
otro mandamiento mayor que éstos.» (Marcos 12:30-31)

Y para señalar que un prójimo es alguien en necesidad, Jesús prosiguió refiriendo la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:27-37).

En otra ocasión Jesús dijo que él tomaba en cuenta cualquier obra misericordiosa que se hiciera con otros como si se hiciese con él. De manera similar, descuidar a los demás es descuidarlo a él:

«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mateo 25:40)

Pero el amor a los demás no es el único deber de un cristiano. Una serie extensa de mandamientos de Cristo a sus seguidores se encuentra en el discurso conocido como el «Sermón del Monte» (Mateo 5-7). Es una descripción de gran alcance de la manera como Jesús espera que sus seguidores se comporten. Los temas cubiertos incluyen: enojo y malos pensamientos, divorcio, veracidad, paciencia ante los ataques personales o insultos, generosidad con otros, hipocresía, devoción, confianza en las riquezas antes que en Dios, apegamiento al camino angosto y evitar el peligro de los falsos maestros. Mucha gente cuando lee estos mandamientos dirá: «Están muy bien como ideal, pero en la práctica no pueden ser obedecidos. La sociedad simplemente no saldría adelante obedeciéndolos.»

Jesús no compartía este punto de vista. Claramente vio el peligro de que algunos de sus seguidores llegaran a ser únicamente cristianos nominales, y concluyó su discurso enfatizando la vital importancia de la obediencia. Estar de acuerdo con los mandamientos que él acababa de dar significaba la entrada al reino de Dios: la desobediencia significaba exclusión.

«No todo
el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» (Mateo
7:21)

En refuerzo de esto él les dijo una parábola. Un sabio y un insensato construyeron cada uno su propia casa. El sabio realizó un gran esfuerzo excavando hasta que el cimiento estuviera en la roca. El insensato se contentó con edificar directamente en el suelo, con ningún cimiento. La apariencia exterior de los dos edificios era igualmente buena, pero cuando llegaron la lluvia, el viento y la inundación la casa sin cimiento se derrumbó y fue arrastrada. Estos dos hombres representan las dos categorías de oyentes de Cristo: El sabio, a los que oyen los mandamientos de Cristo y los obedecen; y el insensato, a los que oyen los mandamientos pero prefieren ignorarlos, y por consiguiente perecen (Mateo 7:24-27).

Al decir esto no deseo dar la impresión de que es posible ganar la vida eterna. La redención es el don de Dios, otorgado libremente por medio de su gracia. El error de los fariseos fue creer que podían ser aceptables a Dios por sus buenas obras. Pero así como un regalo puede ser condicionado y aún seguir siendo regalo, así la vida eterna puede ser dada tomando en cuenta nuestro uso de las habilidades y oportunidades que Dios nos ha dado. La parábola de Cristo de los talentos enseña esto claramente (Mateo 25:14-30).

Tomando un pueblo para su nombre

A juzgar por estas altas normas de fe y conducta parecería que la humanidad ha fallado. Semana a semana el mundo se vuelve mas malo, violento y materialista, y el impacto de la enseñanza de Cristo parece ir desvaneciéndose. Este es un problema real para quienes creen que un tiempo de paz y bendiciones para el mundo llegará por medio de la expansión gradual de la influencia cristiana. Pero el entendimiento del propósito actual del cristianismo hace comprensible su falta de progreso. Puede ser una sorpresa aprender que la Biblia no define el propósito de la predicación como un intento de convertir al mundo entero. Antes bien, es un llamado a los hombres y mujeres de fe y amor a salir del mundo y prepararse personalmente para el tiempo cuando Cristo regrese para establecer el reino de Dios. Esta es la enseñanza de Jesús y de los apóstoles:

«Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.» (Hechos 15:14)

«Si
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.» (Juan
15:19)

«He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me
diste… no ruego por el mundo, sino por los que me diste… Yo les he
dado tu palabra… porque no son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.»
(Juan 17:6,9,14-15)

«Por lo cual, salid de en medio de ellos, y
apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y
seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice
el Señor Todopoderoso.» (2 Corintios 6:17-18)

Así que en un sentido espiritual los seguidores de Cristo están separados del mundo, puesto que rechazan sus prácticas e influencias; pero en sentido literal permanecen en el mundo. De aquí que tales mandamientos como los del Sermón del Monte no fueron dados para regular la sociedad en toda su extensión, sino como un código de disciplina personal para los pocos que voluntariamente responden al llamado de separación del mundo malo en el cual forzosamente tienen que vivir.

La iglesia

Esta idea del llamado a salir es perpetuado en el significado del término iglesia . La iglesia original no era un edificio sino la comunidad de adoradores cristianos. Iglesia se deriva de dos palabras griegas: ek, que significa fuera de , y klesis que significa llamado . Los cristianos originales eran por consiguiente una comunidad de los llamados afuera , y este proceso de llamar afuera hombres y mujeres sobre la base de su fe en Jesús ha continuado hasta ahora. Una palabra relacionada es santo . En el uso bíblico un santo no es alguien que ha sido canonizado por la Iglesia, sino uno que se aparta , siendo éste el significado original simple de la palabra. Así santos simplemente se refiere a los miembros del cuerpo cristiano, y se deriva de su separación del mundo para convertirse en siervos de Cristo.

Recompensa por la obediencia amorosa
Aunque se requiere disciplina diaria de los seguidores bautizados de Cristo, sus vidas aún están llenas de gozo y paz pues saben que las imperfecciones en su servicio a Cristo serán perdonadas bajo arrepentimiento. Sobre todo, ellos esperan ansiosos su recompensa en el reino de Dios. La esperanza de vida eterna, participación en la obra del retornado Maestro y el compartimiento en todas las bendiciones de su reino es una fuente continua de feliz anticipación. Aunque esta recompensa aún está en el futuro, y por consiguiente no es parte rigurosa del tema de este capítulo, puede considerarse apropiadamente en este momento. La búsqueda del reino con fe y obediencia debe inevitablemente conducir a encontrarlo.

Hay actualmente una tendencia creciente a menospreciar la idea de una recompensa. «La virtud es nuestro premio,» se dice, implicando que la esperanza de una recompensa por el servicio degrada el ideal cristiano. Pero la enseñanza está presente en toda la Biblia. Se nos dice que el Hijo de Dios consideró la perspectiva de felicidad futura como un incentivo en su vida difícil, y a nosotros se nos exige verlo como un ejemplo de lo que deberá ser nuestra actitud:

«Corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús… el cual
por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio.» (Hebreos 12:1-2)

El tiempo cuando se dará esta recompensa por nuestra fidelidad está claramente establecido en las Escrituras. No es al momento de la muerte del creyente, sino en la resurrección, después que Jesús haya retornado a la tierra. El libro de Apocalipsis, hablando del tiempo cuando «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo,» dice que estos eventos incluirán:

«El tiempo de juzgar a los muertos, y de
dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a todos los
que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes.» (Apocalipsis
11:18)

La resurrección

La resurrección de los santos al regreso de Jesús a la tierra es enseñada con claridad en toda la Biblia. Fue la esperanza ferviente expresada por todos los fieles de Dios en el pasado. Job, David, Ezequías, Isaías, Daniel, Pablo y muchos otros se refieren a esto (Job 14:14-15;19:25-27; Salmos 17:15; Isaías 26:19; Daniel 12:2; Filipenses 3:11; etc.). La muerte es considerada como un estado de inconsciencia (Eclesiastés 9:5), que será interrumpido por la voz de Jesús llamando de sus tumbas a los santos de Dios:

«De
cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.»
(Juan 5:25)

«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando
todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo
bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a
resurrección de condenación.» (Juan 5:28-29)

Que ésta fue la esperanza de los primeros discípulos de Jesús se evidencia por la reacción de ellos cuando enfrentaron la muerte de algunos de sus amados:

«Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.» (Juan 11:24)

«Porque
el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitaran
primero… Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.»
(1 Tesalonicenses 4:16,17)

El tribunal de Cristo
Aunque los detalles de cuándo, dónde y cómo no son revelados, todos los santos resucitados, juntamente con aquellos que aún estén vivos al regreso de Cristo, serán reunidos delante de Jesús para enfrentar el juicio de sus vidas. Pablo con frecuencia hace a sus lectores un recordatorio de esto:

«Porque es necesario que todos
nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno
reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o
sea malo.» (2 Corintios 5:10)

«Te encarezco delante de Dios y del
Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su
manifestación y en su reino.» (2 Timoteo 4:1)

En uno de sus últimos discursos a sus discípulos Jesús comparó este solemne evento con un pastor que divide su rebaño mixto en dos grupos: ovejas a su derecha y cabras a su izquierda. El estaba hablando del tiempo de su regreso en gloria para sentarse en su trono (el restaurado trono de David). Las cabras serán expulsadas de su presencia para sufrir castigo y destrucción, pero las ovejas serán invitadas al reino que Dios ha preparado desde el principio de la historia humana:

«Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» (Mateo 25:34)

El premio a la fidelidad
¿Cuál es el galardón que será otorgado a los santos que sean aceptados por Jesús cuando él regrese? Está compuesto de muchas facetas; pero la principal es el regalo de la inmortalidad. Entonces serán cumplidas finalmente las palabras de Jesús:

«Yo les doy vida eterna.» (Juan 10:28)

«Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al hijo, y cree en él, tenga vida eterna.» (Juan 6:40)

Pablo describe el estimulante y dramático proceso por el cual las criaturas débiles, mortales e inclinadas al pecado serán instantáneamente cambiadas en seres perfectos en mente y cuerpo, apropiados para el compañerismo del Padre y su Hijo:

«En un momento, en
un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la
trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros
seremos transformados… Y cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?»
(1 Corintios 15:52-55)

Heredando la tierra

Estos seres que ahora son inmortales recibirán la tierra como su eterno lugar de morada. La Biblia nunca prometió el cielo como recompensa para los justos. David y Jesús concuerdan al decirnos esto:

«Pero
los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.
Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella.»
(Salmos 37:11,29)

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:5)

Usted puede recordar de nuestro estudio en el capítulo 5 que esto es exactamente lo que Dios prometió a Abraham. El habría de heredar para siempre la tierra en la que estaba viviendo, y también habría de compartir esta posesión con su gran descendiente, Jesús, y con sus muchos descendientes espirituales, los santos.

La cena de bodas del Cordero

Dentro de este cuadro general se encuentran destellos de otras actividades que gozarán los santos inmortales. Primero entre estos será una gozosa unión entre Jesús y los redimidos ahora perfeccionados. La figura es de una novia unida con su esposo en una ceremonia deleitosa, con los ángeles como espectadores felices (Apocalipsis 19:6-9). Pablo también sugiere esta reunión de Cristo y los santos (1 Tesalonicenses 4:16-17), pero los detalles sobre dónde y cuándo tendrá lugar esta unión no son revelados. Sin embargo, se nos dice que en este día de suprema felicidad Jesús volverá sus ojos a los sufrimientos soportados en la cruz y sabrá que valieron la pena:

«Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.» (Isaías 53:11)

Reyes y sacerdotes para Dios

Después que la extáticamente feliz unión de Jesús con su Esposa haya sido celebrada, será tarea de ellos llevar a cabo el establecimiento del reino de Dios en la tierra, resultando en la transformación del mundo en una condición dichosa que ya hemos considerado en el capítulo 2. Jesús será el rey de toda la tierra y la administración de su gobierno será compartida por sus inmortales hermanos y hermanas. Ya hemos notado que Isaías profetizó la venida de un rey que reinaría en justicia y príncipes que gobernarían en juicio. Cuando miramos algunas promesas expresas de Jesús a sus creyentes encontramos la identidad de estos asistentes.

A su inmediato círculo de doce apóstoles les prometió la supervisión de las doce tribus de Israel, para entonces reunidas en su tierra y obedientes:

«De cierto os digo que en la
regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su
gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce
tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.» (Mateo 19:28)

«Pero
vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo,
pues, os asigno un reino, como mi padre me lo asignó a mí, para que
comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a
las doce tribus de Israel.» (Lucas 22:28-30)

Pero el gobierno no estará restringido a los apóstoles. Cada uno de los redimidos recibirá una posición de autoridad sobre las naciones del mundo. La promesa de Cristo «al que venciere y guardare mis obras hasta el fin» es:

«Yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro.» (Apocalipsis 2:26-27)

Estos seres inmortales reconocerán agradecidamente que fue a través del sacrificio de Jesús que ellos tienen esta posición de gobierno:

«Porque
tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación; Y nos has hecho para nuestro Dios
reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.» (Apocalipsis 5:9-10)

Este reino de Cristo y de los santos continuará por mil años, como leemos en otra parte de Apocalipsis que se refiere a quienes han sido aceptados en el tribunal de Cristo:

«Y vivieron y reinaron con Cristo mil años.» (Apocalipsis 20:4)

Durante el milenio el mundo será limpiado de todo pecado y maldad, convirtiéndolo en un lugar donde Dios puede habitar en perfecto compañerismo con el hombre. Cuando este tiempo indescriptiblemente feliz haya venido, el reino de Dios habrá entrado a su final y permanente etapa. Pero éste es el tópico de nuestro próximo capítulo.

Resumen

En el capítulo 1 vimos un esbozo del plan de Dios para la tierra; los capítulos posteriores han llenado algunos de los detalles. Espero ahora que el cuadro bíblico completo del reino de Dios viene a su mente. No hemos construido esta descripción del reino escogiendo unos pocos pasajes aislados sino mirando a través de toda la Biblia. Puesto que el resultado ha sido un cuadro coherente podemos estar confiados de que hemos entendido correctamente su mensaje.

Al comienzo el hombre cayó y el pecado y la muerte entraron en el mundo, con la inevitable separación de un Dios justo. Pero en Edén Dios prometió un redentor que destruiría el poder del pecado y finalmente reconciliaría al hombre de nuevo con su Hacedor. Más tarde Dios prometió a Abraham que este libertador descendería de él, trayendo bendición a toda la gente y gobierno sobre el mundo. Abraham también heredaría para siempre una porción de esta tierra, y tendría un gran número de descendientes quienes, debido a la misma fe y obediencia, compartirían esta bendición con él. Más tarde Dios hizo una promesa al rey David que se refería a un descendiente que reinaría por siempre en su trono. Estas promesas dieron lugar a la esperanza judía de un Mesías o Cristo que vendría.

Luego vimos en el Nuevo Testamento que Jesús fue quien vino a cumplir todas estas promesas. El tema de su predicación fue el reino de Dios, tal como fue predicho en el Antiguo Testamento. Sus discípulos también predicaron un reino literal en la tierra y confirmaron la enseñanza de Jesús de que la fe y el bautismo eran las condiciones por medio de las cuales sería posible la participación personal en este reino.

Viviendo en la tierra, Jesús se ofreció como sacrificio por los pecados de la humanidad. A través de él la misericordia de Dios se extiende a todos los que creen y obedecen a su Hijo, a fin de darles vida eterna al regreso de Jesús.

Cuando Jesús venga quitará el control del mundo a los gobiernos existentes y establecerá el reino de Dios. Los santos, habiendo sido hechos inmortales, compartirán con Jesús esta tarea de gobernar la tierra, trayendo un tiempo de incomparable bendición para el mundo.

¿Buscará usted el reino?

Cuando usted abre la Biblia, tiene en sus manos la oportunidad de recibir el don de Dios de vida eterna, hecho posible por la devoción amorosa de su Hijo. Este libro es un intento de expresar humildemente este propósito revelado del Todopoderoso, con el objeto de extender una mano de auxilio a quienes sientan la necesidad de guía a través de las páginas de la Escritura. Necesariamente el llamamiento que he hecho hasta aquí ha sido a su entendimiento, en cuanto he intentado explicar el propósito de Dios por medio de Jesús. Pero el evangelio del reino es mas que conocimiento mental. También demanda una respuesta emocional. Jesús murió en agonía por usted, y la invitación de Dios es para que usted crea esto con todo su corazón, amando y sirviendo a Dios, para que así comparta la vida perfecta que será experimentada cuando Jesús regrese. Un verdadero aprecio de la vida y obra de Jesús puede encender una llama en lo más íntimo de su ser, la cual nada podrá extinguir, haciendo la tarea de seguir al Salvador tanto un placer como un deber.

Jesús dice:

«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él.» (Apocalipsis 3:20)

¿Puede usted oír el llamado a su puerta?

La venida del rey

La mayoría de las personas pensativas se da cuenta de que el mundo se encuentra en una encrucijada y que el camino que queda por delante parece conducir cuesta abajo, a la ruina. Admitir esto es fácil, pero es mucho más difícil sugerir cuál de las rutas alternas debe seguir la humanidad. Probablemente sería acertado decir que la mayor parte de la gente contempla el futuro con resignada preocupación en vez de esperanza, reconociendo que los problemas que enfrenta la humanidad son demasiado difíciles para ser resueltos con éxito.

Considere, por ejemplo, el presente estado de cosas en la tierra. En estos días es casi imposible leer un periódico nacional sin encontrar informes de tendencias nefastas en nuestro mundo moderno. La violencia contra las personas y la propiedad se vuelve cada vez más frecuente; las normas morales están declinando; la contaminación ambiental parece estar sofocando nuestro planeta; millones de personas pasan hambre mientras otros millones más están sobrealimentadas; los recursos de la tierra se están agotando; las principales potencias del mundo tienen suficientes armas letales para destruir todo el globo varias veces, y por encima de todo está el temor de un accidental o planeado holocausto nuclear.

En realidad, un cínico podría decir con cierta justificación que el mundo ya pasó la encrucijada y se precipita por el camino de una sola vía hacia su propia destrucción.

Pero el cínico no se da cuenta del hecho de que Dios está al mando, y que con su toque mágico serán resueltos los problemas del mundo, aunque no sin pasar por una época traumática para la humanidad. El emocionante mensaje de la Biblia, que he tratado de explicar en los capítulos anteriores, es que en esta era de crisis para el mundo Jesús regresará para establecer el largamente prometido reino de Dios.

El regreso de Jesús

Si Ud. habla a la mayoría de las personas sobre el regreso de Jesús a la tierra, probablemente reciba una respuesta algo así como esta: «¡El regreso de Jesús! ¿Usted no cree eso en serio? Hace dos mil años que se fue, y no creo que alguna vez regrese. Puede haber esperanza de un gradual mejoramiento en los asuntos humanos, pero no creo que se produzca un cambio repentino y dramático—mucho menos por intervención divina.»

Por el poder de la inspiración, el apóstol Pedro predijo que esta actitud prevalecería en los días inmediatamente anteriores al regreso de Cristo. El nos recuerda la necesidad de traer a la memoria «las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas,» puesto que algunos se reirían de la idea misma del regreso de Jesús:

«Sabiendo
primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando
según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de
su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas
las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.» (2
Pedro 3:3-4)

A continuaci ón, el apóstol afirma que Dios no mide necesariamente el tiempo en términos humanos, y que a pesar de la aparente demora, Cristo verdaderamente regresará aunque el mundo no esté esperándolo:

«Mas, oh amados, no ignoréis
esto: que para con el Señor un día es como mil años… El Señor no
retarda su promesa… Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la
noche.» (2 Pedro 3:8-10)

Note con cuidado lo que implican estas palabras. Un período de mil años nos parece un largo tiempo, pero para Dios no es más que un solo día. En este sentido usted está leyendo esta página solamente dos días después que los discípulos vieron a Jesús ir al cielo. Observe que desde el punto de vista de Dios, El no ha tardado en enviar a Jesús de nuevo.

En los capítulos anteriores hemos visto que el regreso de Jesús a la tierra fue claramente proclamado como la verdadera esperanza de los cristianos del primer siglo. Ahora volvamos a la descripción bíblica del cumplimiento de esta esperanza, que nos dice cuándo regresará y describe algunos de los sucesos que anunciarán la venida del reino de Dios.

Señales del regreso de Cristo

La Biblia describe la clase de mundo al que Jesús regresará, y esta descripción coincide con el mundo que actualmente conocemos: un planeta que necesita desesperadamente al Salvador, aun cuando no lo esté esperando. Dice que vendrá a una tierra llena de violencia y angustia, a un mundo amenazado por conflictos globales, a una sociedad donde las cosas materiales son el centro de la vida humana, y la gente se adhiere nominalmente a una religión aunque en la práctica niega su poder de influir para bien en sus vidas. El hecho de que éstas son las verdaderas condiciones del mundo de hoy es una indicación de que el reino de Dios pronto será establecido en la tierra.

Siempre ha sido una práctica de Dios revelar el momento en el que los mayores episodios del cumplimiento de Su propósito son inminentes. Hace bastante tiempo dijo a través del profeta Amós:

«Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.» (Amós 3:7)

Ya hemos visto que esto fue verdad en cuanto se refiere al nacimiento de Jesús. Nació al tiempo esperado por los que habían estudiado la profecía de las setenta semanas en Daniel capítulo 9. Por consiguiente es razonable esperar que el regreso de Jesús para inaugurar la etapa final del plan de Dios para la tierra, sea de manera similar precedido por señales, advirtiendo a quienes estén velando, que el reino de Dios es inminente. Con seguridad, los discípulos de Cristo esperaban que hubiera algunas indicaciones de su regreso. En el monte de los Olivos le hicieron una pregunta confidencial:

«Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida?» (Mateo 24:3)

En respuesta Jesús se tomó el tiempo necesario para hablarles acerca de las señales que constituirían un presagio de su retorno, y nosotros examinaremos en breve esta profecía del «monte de los Olivos.»

Algunas personas usan la Biblia para intentar predecir el año o día exacto del regreso de Cristo, y hasta publican sus expectativas. Cuando la fecha anunciada pasa sin su cumplimiento, el resultado es que la gente se burla de ellos y del concepto mismo del regreso de Jesús.

Pero las señales no nos fueron dadas para permitirnos ser tan precisos. En la profecía del monte de los Olivos Jesús nos aconseja que no tratemos de determinar el momento exacto de su regreso:

«Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.» (Marcos 13:32)

Así que ni Jesús mismo conocía la fecha de su venida. Si él no pudo usar su profundo conocimiento y entendimiento de las Escrituras para determinar la fecha exacta de su regreso, debe sobrentenderse que nosotros tampoco podemos. Pero aunque la fecha precisa está oculta para nosotros, la Biblia describe en forma detallada las condiciones sociales, nacionales e internacionales que caracterizarán al mundo al que él regresará. Estas son las señales a las que Jesús se refiere.

Los «postreros días»

En diferentes partes de la Biblia se encuentran frases como «los postreros días», «al cabo de años», «al cabo del tiempo», y «el día del Señor» (Isaías 2:2; 2 Timoteo 3:1; Ezequiel 38:8; Daniel 11:40; Joel 3:14; 2 Pedro 3:10). Un examen del contexto de estas frases invariablemente muestra que describen los eventos asociados con el regreso de Jesús. Podemos usar esos pasajes para construir un cuadro del tipo de mundo al cual tendrá que retornar Jesús. Nuestro primer ejemplo se encuentra en las predicciones del apóstol Pablo.

Descripción de Pablo de los «postreros días»

Ya hemos visto que el establecimiento del reino de Dios al regreso de Jesús fue la esperanza del apóstol Pablo. Esto está expresado en su carta a Timoteo, donde él se refiere a Jesús como quien

«…juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.» (2 Timoteo 4:1)

En un pasaje anterior de la misma epístola, se refiere a las condiciones distintivas del mundo de los «postreros días» que precederá al regreso de Cristo. Les dijo a sus lectores que aquellos días se caracterizarían por una amplia declinación en las normas morales:

«También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin
afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores
de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella.» (2 Timoteo 3:1-5)

Al leer cualquier periódico nacional, usted se dará cuenta de que esta fea lista podría ser aplicada generalmente a casi cualquier país actual. En realidad se puede decir con certeza que la falta de normas morales, tal como Pablo lo predijo, es la característica predominante de la sociedad del siglo veinte. Particularmente significativo es su análisis de las razones por tal decaimiento moral: «Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella.» Esta es la clave de la presente situación.

Se da una aprobación nominal a los principios de conducta religiosa; pero cuando es necesario aplicar estos principios en la vida diaria se vuelve una historia diferente. Tal como Pablo lo predijo, la piedad de hoy, más que nunca, no tiene poder para cambiar la conducta de las personas, o ni siquiera intenta controlar la maldad inherente de la naturaleza humana.

Así, por ejemplo, mientras la fornicación, el adulterio, la violencia y la avaricia son reconocidas por la Iglesia como pecado, ésta permanece muda en un mundo donde estas maldades van en aumento. Hablando del problema de los embarazos de adolescentes, cierto columnista de un periódico británico subrayó recientemente el efecto de «una forma de piedad» que no tiene «poder» para influir en la conducta del pueblo:

«Ahora aquí hay un caso obvio donde las iglesias, y los obispos en particular, deberían emplear toda su energía y elocuencia para insistir en la enseñanza cristiana, puesto que influye directamente en este problema. Después de todo, evitar el pecado sexual, centro y santidad del matrimonio cristiano, es uno de los fundamentos de la teología moral de todas nuestras iglesias.

Sin embargo, por extraño que parezca, ha pasado mucho tiempo desde que oí a un clérigo, no digamos a un obispo, predicar un sermón sobre el pecado de la fornicación. Usted puede escucharlos un día domingo denunciando los pecados del Presidente Reagan en América Latina. Pero los más elementales y mortales pecados de la carne en nuestro propio país no son denunciados.» (Paul Johnson, Daily Telegraph, 11.5.85)

El cristianismo moderno es un tigre sin dientes cuando se trata de atacar al pecado.

Otro significativo indicador del tiempo presente es el comentario del apóstol Pablo de que las personas serían «amadores de los deleites más que de Dios.» Esto es totalmente cierto, por lo menos en lo que al mundo occidental se refiere. La mayoría de la gente llena su tiempo libre con las actividades que ellos quieren realizar, ya sea deporte, recreación, pasatiempos o diversión personal, dejando poco tiempo para el servicio a Dios.

Cualquiera que en Inglaterra se haya visto obligado a hacer un viaje en un domingo de verano por carreteras hacia la costa u otros sitios turísticos estará de acuerdo en que el placer es adorado en vez del Unico que ha creado las cosas que gozamos, y esto es también cierto para otros países.

Todo esto, dice el apóstol Pablo, será una característica del mundo al cual retornará Jesús.

Descripción de Cristo de los «postreros días»

Como ya hemos sugerido, Jesús tuvo mucho que decir acerca del momento de su venida y la condición del mundo al cual habría de volver. Dijo que su venida sería una sorpresa completa para la mayoría; pero al mismo tiempo dio señales a sus seguidores para que, aunque no supieran el tiempo exacto, pudieran obedecer su mandamiento de «velar» por su retorno (Lucas 12:37).

De las muchas señales que Jesús dijo que aparecerían en la tierra justo antes de su regreso examinaremos dos: la condición del mundo en general y la situación de la nación de Israel.

¿Qué dijo Jesús acerca de la primera de estas señales?

«Como
fue en los días de Noé»Uno de los más dramáticos relatos del Antiguo
Testamento se refiere al gran diluvio que destruyó a casi toda la
humanidad a causa de la vida de maldad que estaban llevando. El agua
sumergió al mundo y solamente el justo Noé y su familia se salvaron por
medio del arca. De los descendientes de Noé fue repoblada toda la
tierra. Es interesante observar de paso que los grupos étnicos en todas
partes del mundo conservan en su folklore un recuerdo de tan lejano
evento, el diluvio, indicando que realmente tuvo lugar.

Algún tiempo después hubo otro caso de intervención directa de Dios para destruir unos hombres incorregiblemente malos. Las ciudades de Sodoma y Gomorra en el extremo sur del valle del Jordán fueron destruidas por fuego y solamente Lot, el sobrino de Abraham, y sus dos hijas escaparon (Génesis 19).

Jesús menciona cada uno de estos sucesos al hablar de su regreso:

«Como
fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del
Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el
día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a
todos. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían,
compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió
de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así
será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.» (Lucas 17:26-30)

La primera cosa que se deduce de estas palabras del Maestro es que su venida ser á inesperada y repentina. La gente estará ocupada en sus actividades rutinarias hasta que todo se suspenda repentinamente al venir Jesús. En otros pasajes Jesús compara su retorno con la silenciosa intrusión de un ladrón en la casa de una familia que duerme:

«He aquí, yo vengo como ladrón.» (Apocalipsis 16:15)

Lo inesperado del retorno de Cristo fue también enfatizado por Pablo cuando escribió a los cristianos de Tesalónica:

«Porque
vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como
ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá
sobre ellos destrucción repentina.»

Pero el apóstol sigue diciendo a los creyentes:

«Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón.» (1 Tesalonicenses 5:2-4)

Así que la autoridad del Nuevo Testamento nos dice que el regreso de Cristo para establecer el reino de Dios tomará al mundo en general por sorpresa. Pero los verdaderos cristianos, advertidos por las señales, estarán esperándolo.

Pero ¿acaso hay en la alusión de Cristo a Noé y a Lot algo más que sólo lo repentino de su regreso? Si no lo hubiese, su mensaje se aplicaría a cualquier época histórica. Un estudio de las varias alusiones que Jesús hizo al Antiguo Testamento muestra claramente que usualmente no fue sólo un significado superficial lo que se propuso, y esto es cierto en el caso de su alusión al diluvio.

Jesús no solamente implicó que tanto las personas que vivían en el tiempo del diluvio como las que estuvieran vivas en el momento de su regreso personal no estarían preparadas para el suceso, sino que otra similaridad sería la necesidad de castigar a ambos grupos—la repentina destrucción que Pablo mencionó a los tesalonicenses. Por consiguiente, Jesús está diciéndonos que la condición espiritual del mundo a su regreso sería similar a la del mundo destruido por el diluvio. De la misma manera, las condiciones en Sodoma tendrán un paralelo con el mundo al que Jesús viene de regreso.

«El mundo de los impíos»

Así es como Pedro describe el mundo que pereció en el diluvio (2 Pedro 2:5), y remontándonos hasta Génesis podemos darnos cuenta de que no es una descripción exagerada. La condición del hombre a los ojos de Dios era preocupante, tanto por sus pensamientos como por sus acciones:

«Y
vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que
todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal.»

«Y se corrompió la tierra delante de Dios, y
estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí
que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino
sobre la tierra.» (Génesis 6:5, 11-12)

En este estado de degradación, la humanidad se negaba a obedecer a Dios e incluso repudiaba Su poder de intervención. El libro de Job alude a estos hombres malvados y describe la actitud de ellos ante Dios:

«¿Quieres tú seguir la senda antigua
Que pisaron los hombres perversos,
Los cuales fueron cortados antes de tiempo,
Cuyo fundamento fue como río derramado?
Decían a Dios: Apártate de nosotros.
¿Y qué les había hecho el omnipotente?» (Job 22:15-17)

Combinando estas referencias, aprendemos que en la época del diluvio la los pobladores de la tierra eran malvados a los ojos de Dios, puesto que sus pensamientos eran perversos y corruptos. Además la tierra estaba llena de violencia; los hombres no querían saber nada de Dios y hasta negaban que tuviera el poder de intervenir.

Con esto en mente veremos un significado más en las palabras de Jesús:

«Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.» (Lucas 17:30)

«El mundo de los impíos» de este siglo

¿Coincide nuestro mundo moderno con esta descripción de los días de Noé? Tomemos el caso de los pensamientos dedicados al mal. En muchos países del mundo proveer malos pensamientos es una industria multimillonaria. La satisfacción sexual es glorificada, aun en periódicos familiares: los chistes «colorados» abundan en la radio y la televisión, sin hablar de la dura pornografía en libros, películas y videos que pervierten tanto la mente como el cuerpo. Las llamadas «tiendas de videos» ostentan su corrupta mercadería en nuestras calles. La sociedad está cosechando ahora su recompensa por tanta indulgencia en la forma de aumentos horroríficos en casos de violación y acoso sexual que han sido atribuidos directamente a la disponibilidad de tan desagradable material.

Obviamente, este no es el único aspecto de maldad en el mundo actual, pero es un ejemplo de las normas decadentes de la sociedad moderna que justifican su comparación con la situación anterior al diluvio. Esta es una evolución reciente, una tendencia que ha acelerado en los últimos veinte años.

Jesús también seleccionó los días de Lot y la destrucción de Sodoma como otro ejemplo de las condiciones del mundo a su regreso. En Génesis leemos que el pecado de Sodoma y Gomorra se había «agravado en extremo.» El relato posterior nos demuestra que esto consistía en la perversión sexual de sus habitantes (Génesis 19:4-9). En años recientes nuestra sociedad ha dado a tal conducta una apariencia de respetabilidad, permitida y hasta estimulada por organizaciones oficiales.

De nuevo, Jesús dice que esto es una señal de su regreso: «Como sucedió en los días de Lot… así será el día en que el hijo del hombre se manifieste.»

Un mundo de violencia

Otro aspecto de los días de Noé que Jesús dijo que encontraría un paralelo con los días de su regreso fue una tierra «llena de violencia.» La violencia es una característica tan familiar de este último cuarto del siglo XX que casi no le damos importancia. En la mayoría de países la incidencia del crimen violento está mostrando un dramático incremento. La gente no puede andar por las calles de noche y en algunos lugares ni siquiera en el día, por miedo a ser asaltada o atacada salvajemente.

El asesinato es tan común que raramente provoca más de una referencia ocasional. La violencia en eventos deportivos es ahora un problema internacional, y el vandalismo insensato causa un daño incalculable a la vida y a la propiedad. La sociedad se alimenta con una dieta de programas de televisión violentos, y hasta los noticieros algunas veces parecen desviarse de su propósito al exagerar los aspectos más brutales de la delincuencia. El mundo se ha acostumbrado a escenas de ataques terroristas, asaltos, intentos de asesinatos, secuestros y guerras sectarias sangrientas. En muchas esferas de la vida la gente recurre casi inmediatamente a las medidas violentas si sus demandas no son concedidas.

Este siglo se ha caracterizado hasta ahora por el derramamiento de sangre en todo el mundo, con cientos de millones de personas asesinadas en dos guerras mundiales, en purgas y pogroms. A los europeos les gusta pensar que los últimos cuarenta años han sido de paz; pero esto es cierto sólo en esa parte del mundo, sin tomar en cuenta la sangrienta lucha sectaria y genocidio en la ex-Yugoslavia.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial más de cuarenta grandes conflictos han devastado enormes áreas del globo y llevado miseria a millones de personas. Además, ha habido una serie casi ininterrumpida de guerras civiles o conflictos que surgen de diferencias religiosas o étnicas y que frecuentemente desembocan en derramamiento de sangre y desolación. Aun bajo regímenes estables y pacíficos la seguridad y calma a menudo sólo se logra con el puño de hierro de la represión, con severos castigos para los que osan salirse de la línea oficial.

A la par de la caída de las normas morales, este incremento en la violencia es una característica de los tiempos recientes. En los días de Noé los hombres habían llegado a tal degradación y violencia que Dios tuvo que intervenir. Jesús da a entender que por una razón similar la intervención será necesaria de nuevo en el momento cuando él retorne a la tierra.

Así Cristo y Pablo se combinan para presentar un panorama del estado del mundo cuando Jesús retorne. El tiempo presente coincide con esta descripción como ninguna época anterior lo ha hecho. El materialismo moderno, el ateísmo y la violencia comprenden una de las señales de que Jesús pronto estará de regreso en la tierra para establecer el tan esperado reino de Dios.

La nación de Israel

Unos pocos días antes de su crucifixión, mientras Jesús conversaba con sus discípulos en el templo de Jerusalén, ellos le señalaron el esplendor del edificio. Por las descripciones de testigos oculares que han sido preservadas, sabemos que verdaderamente era una bella estructura. Espaciosas columnatas rodeaban una serie de patios, y en el área central estaba un elevado y magnífico edificio que constituía el verdadero santuario. Es comprensible que los discípulos estuvieran orgullosos de su lugar nacional de adoración. Pero la respuesta de Cristo a su entusiasmo fue inesperada:

«¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.» (Mateo 24:2)

Quizá demasiado conmovidos para hablar ante el pensamiento de la completa destrucción de tal edificio, los discípulos no le respondieron nada, pero meditaron en las palabras del Maestro mientras su pequeño grupo abandonaba la ciudad y ascendía por el camino del monte de los Olivos, al este de Jerusalén. Cerca de la cima se sentaron y miraron a través del valle a la ciudad bañada por el sol de la mañana con el templo resplandeciendo en el centro.

Este parecía ser el momento apropiado para pedir a Jesús que ampliara su breve declaración acerca del templo, y algunos de los discípulos aprovecharon la oportunidad:

«Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?» (Mateo 24:3)

Notemos que aquí había dos preguntas diferentes. Ellos querían saber primero cuándo serían estas cosas, es decir las cosas relacionadas con la destrucción del templo; pero también estaban preguntando por las señales de su regreso.

La destrucción de Jerusalén y el templo
La respuesta de Jesús fue un largo discurso, comúnmente llamado la profecía del monte de los Olivos, el cual contesta ambos interrogantes (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21). Primero predijo un tiempo de creciente intranquilidad para la nación judía, culminando con el sitio y final destrucción de Jerusalén y de su templo:

«Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.» (Lucas 21:20)

Esta profecía se cumplió cerca de 35 años más tarde, cuando el emperador romano, cansado de las continuas insurrecciones judías, envió un ejército bajo el mando del general Tito para acabar de una vez para todas con las rebeliones.

Tito puso sitio a Jerusalén por dos años, durante los cuales los habitantes sufrieron terriblemente por las luchas internas, las enfermedades y el hambre. (Todo esto había sido predicho 1500 años antes por Moisés: Deuteronomio 28:49-57). En el año 70 de nuestra era finalmente sucumbieron, y aunque Tito dio enfáticas instrucciones de perdonar el templo, los soldados romanos estaban tan airados por la conducta de los judíos que desafiaron sus órdenes y quemaron totalmente el edificio sagrado. Más tarde los romanos removieron todas las piedras del templo judío al limpiar el suelo para construir un templo de Júpiter.

De este modo las predicciones de Jesús acerca de la destrucción del templo se cumplieron con exactitud.

Los tiempos de los gentiles

En su profecía, Jesús no sólo predijo la destrucción de Jerusalén. También habló de las posteriores vicisitudes del pueblo judío y su ciudad capital en las épocas que habrían de seguir. Después del exacto cumplimiento de su profecía sobre el templo ahora leemos sus palabras con mayor confianza:

«Y caerán a filo de espada, y
serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada
por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.»
(Lucas 21:24)

En estas páginas he señalado ocasionalmente ciertos pasajes como referencias claves para el entendimiento del plan de Dios de establecer su reino. Este es otro ejemplo. Estas pocas palabras de Jesús están llenas de información acerca del momento en que sería cumplido el propósito de Dios. Después de contestar la primera pregunta sobre la destrucción del templo, Jesús sigue responde a la segunda, que se refiere a las señales de su regreso. En este pasaje advierte a sus discípulos que después de la invasión romana sucederían tres cosas:

  • Los judíos serían dispersados en todas las naciones.
  • Jerusalén estaría bajo el dominio de los gentiles (es decir, los no judíos).
  • Llegaría el momento cuando la dominación gentil de Jerusalén terminaría porque los tiempos de los gentiles habrían expirado.

En la última de éstas tenemos una enseñanza similar a la profecía de Daniel que examinamos anteriormente en el capítulo 1 de la presente obra. Usted recordará que la estatua que vio Nabucodonosor, en el sueño que Dios le dio, representaba el reino de los hombres bajo el dominio sucesivo de cuatro imperios gentiles, seguido de un estado de cosas fragmentado. Este reino de los hombres no iba a durar indefinidamente, pues los «tiempos de los gentiles» terminarían cuando Jesús, representado por la pequeña piedra, vendría a la tierra para establecer el reino de Dios sobre las ruinas del gobierno humano.

En la profecía del monte de los Olivos, Jesús habló del mismo suceso cuando «los tiempos de los gentiles» llegarían a su final. Hasta ese tiempo Jerusalén sería gobernada por las potencias gentiles.

Así que en una frase de la profecía del monte de los Olivos, y con esa pequeña pero significativa palabra hasta, Jesús atraviesa los aproximadamente 1900 años entre la caída de Jerusalén en el año 70 de nuestra era y su regreso para establecer el reino de Dios con la restaurada Santa Ciudad como su capital.

Esta conclusión se confirma cuando encontramos que inmediatamente continúa hablando de su retorno:

«Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.» (Lucas 21:27)

Claramente se observa que los cambios de fortuna de los judíos, y el nuevo estatuto político de Jerusalén, son de algún modo «señales» del regreso de Cristo.

¿Cuáles son los hechos históricos y proféticos?

La dispersión y el retorno de Israel

Cuando Jesús habló de la dispersión de los judíos en todas las naciones, estaba tocando un tema que los profetas del Antiguo Testamento ya habían presentado. Desde el principio de su historia nacional los israelitas fueron prevenidos de que si fallaban en tomar en serio su posición como pueblo de Dios, serían esparcidos por todo el mundo, y su tierra quedaría desolada:

«Pero si no me oyereis… os
esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y
vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades.»
(Levítico 26:14,33)

«Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos,
desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo… Y ni aun entre
estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo.»
(Deuteronomio 28:64-65)

Los judíos abandonaron a Dios hasta el grado de crucificar a su Hijo, y la historia registra que estas predicciones de dispersión fueron fielmente cumplidas. En el siglo VII a. de J.C. la mayor parte de la nación fue llevada cautiva por los asirios, y el resto por los romanos en los años posteriores al 70 d. de J.C. Desde ese día hasta tiempos comparativamente recientes ha habido pocos judíos en su tierra natal.

Así Jesús y los profetas concuerdan en predecir la dispersión de los judíos.

Pero el hecho sobresaliente es que aunque ampliamente dispersos, los judíos nunca perdieron su identidad nacional. Este fenómeno también fue predicho en las palabras de Dios:

«Porque yo estoy
contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones
entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré.» (Jeremías
30:11)

Esto ha sucedido. En los siglos que han transcurrido, los judíos han sido encontrados en casi todos los países del mundo, exceptuando su propia tierra. Han sido despreciados, odiados, perseguidos y masacrados por millares, pero todavía sobreviven como una raza distinta y fácilmente identificable. Sus primeros captores, los babilonios y asirios, han desaparecido, pero los judíos permanecen. ¿Por qué? Porque son vitales para el plan de Dios de establecer Su reino.

La promesa de restauración

En los alrededores del año 600 a. de J.C., el profeta Ezequiel recibió una muy impresionante revelación (Ezequiel 37). Bajo el poder de Dios vio un valle que estaba lleno de viejos y secos huesos humanos. A medida que observaba, Ezequiel vio que los huesos se unían unos con otros, y pronto formaron esqueletos completos. Pero la transformación no se detuvo allí. Tendones y ligamentos conectaron los huesos, y luego la carne y la piel los cubrieron. Finalmente estos cuerpos resucitados volvieron a la vida, y se pusieron de pie como un gran ejército.

Dios le dijo a Ezequiel que los huesos secos representaban a la nación de Israel en dispersión. Nacionalmente los judíos estaban entonces muertos, sin país, rey o gobierno. Pero vendría el tiempo cuando habría una resurrección nacional y los judíos regresarían a su antigua tierra natal. Esto es lo que Dios dijo:

«Todos estos huesos
son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron,
y pereció nuestra esperanza… Por tanto, profetiza, y diles: Así ha
dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y
os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de
Israel.» (Ezequiel 37:11-12)

El mensaje de la visión fue entonces reforzado en lenguaje claro, con la adición de algunos detalles. No sólo serían nuevamente recogidos los judíos, sino que de nuevo tendrían su propio rey y serían reconciliados permanentemente con su Dios:

«Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo
tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y
los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una
nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos por
rey… y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios.» (Ezequiel
37:21-23)

Hay muchas predicciones muy similares dispersas en todos los escritos prof éticos (ej.: Ezequiel 36:24; Jeremías 31:8-10; Zacarías 8:7-9). El claro mensaje de todas ellas es que en el tiempo del fin los judíos serán recogidos en su antigua tierra natal, para nunca más ser removidos. Serán gobernados por un rey justo y estarán permanentemente reconciliados con Dios. En otras palabras, el retorno de los judíos será el preludio de la venida de Jesús a establecer el largamente prometido reino de Dios y a introducir todas las bendiciones de su perfecto reino en la tierra. Como Jesús dijo en el monte de los Olivos, los judíos tendrían que permanecer en cautividad y Jerusalén tendría que estar bajo el control gentil solamente hasta que los «tiempos de los gentiles se cumplan.»

El milagro moderno

A mediados del siglo XIX había sólo unos centenares de judíos pobres en la tierra de Israel, llamada entonces Palestina. El resto de la nación estaba disperso por todos los países del mundo. Para 1980 cerca de cuatro millones de judíos estaban viviendo en su antigua tierra natal, habiéndose constituido en un estado eficiente y democrático. La manera como se produjo esta resurrección nacional es nada menos que un milagro. Después de la primera propuesta en 1897 de un hogar nacional judío en Palestina, unos pequeños grupos de inmigrantes comenzaron a llegar.

La migración fue incrementada después del año 1917 debido al éxito británico en liberar la tierra del dominio turco, y entre la Primera y Segunda Guerras Mundiales los judíos regresaron en forma ininterrumpida de su exilio mundial. Las atrocidades del régimen nazi añadieron ímpetu al deseo de los judíos de regresar, y después de la Segunda Guerra Mundial el flujo de inmigrantes se convirtió en una avalancha.

En 1948 los inmigrantes proclamaron el Estado de Israel. Aunque fue atacado inmediatamente por sus vecinos árabes, la nueva nación sobrevivió tanto a éste como a posteriores ataques y mientras continúa siendo acosada, sigue manteniendo su posición e independencia hasta este día.

El punto culminante de la restauración de los judíos llegó en 1967 cuando capturaron la Ciudad Vieja de Jerusalén. Por más de 1900 años su antigua capital y sitio del trono de David había estado bajo el dominio de los gentiles, tal como Jesús lo había predicho, pero ahora estaba una vez más bajo la soberanía judía.

¿Significa esto que el largo período de «los tiempos de los gentiles» está casi cumplido? ¿Que el reino de los hombres representado por aquella estatua de varios metales está a punto de ser totalmente destruido?

Ciertamente significa que el momento de intervención divino está muy próximo, aunque como veremos en la siguiente señal, los judíos posiblemente pierdan temporalmente el control de la ciudad una vez más antes de recuperarla completamente.

Resumen de las señales judías

Hemos cubierto mucho terreno desde que dejamos a Jesús hablando con sus discípulos en el monte de los Olivos sobre las señales de su retorno, así que sería aconsejable enumerar lo que hemos aprendido acerca de los judíos y Jerusalén como presagios de la venida de Cristo.

1.Jerusalén sería sitiada y el templo destruido.
Cumplimiento: Por los romanos en 70 D.C.

2. Los judíos serían dispersados entre todas las naciones. Los profetas del Antiguo Testamento también lo habían predicho en caso de que los israelitas desobedecieran a su Dios.
Cumplimiento: Por los asirios y babilonios y posteriormente por los romanos después de 70 D.C.

3.Mientras los judíos estuvieran en el exilio Jerusalén sería gobernada por potencias gentiles.
Cumplimiento: Desde el año 70 d. de J.C. Jerusalén ha sido gobernada por una serie de naciones extranjeras, culminando con la ocupación árabe hasta 1967.

4.Los profetas predijeron un tiempo de resurrección nacional para los judíos, y un retorno a su tierra original.
Cumplimiento: Este retorno ha tenido lugar dentro del siglo actual, culminando con la formación del Estado de Israel en 1948.

5.Jesús dijo que cuando la ciudad de Jerusalén estuviera libre del control extranjero los «tiempos de los gentiles» serían cumplidos.
Cumplimiento: Posiblemente después de la captura de Jerusalén en 1967 por los israelíes. O posiblemente después de la «señal» que consideraremos a continuación. En cualquier caso se refiere a los días en los cuales actualmente vivimos.

6.El retorno de los judíos a su tierra será una «señal» de que el regreso de Jesús está cerca.
Cumplimiento: Los judíos están de regreso, así que su venida será pronto. Jesús dijo: «Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca» (Lucas 21:28).

Hasta aquí hemos visto dos «señales» ampliamente diferentes del regreso de Cristo a la tierra para establecer el reino de Dios: la declinación moral del mundo, y el establecimiento del Estado de Israel. Puesto que ambas son acontecimientos recientes, parece que estamos justificados al creer que estamos viviendo en el tiempo aproximado cuando Jesús ha de regresar. ¿Hay algunas otras señales que confirmen esta conclusión?

Seguramente las hay, y concluiremos este capítulo con otra asombrosa profecía acerca de los «postreros días.»

Israel será invadido

Las anteriores señales han preparado la escena para este suceso dramático. Las campañas militares de la Primera Guerra Mundial liberaron la tierra de Palestina, permitiendo a los judíos regresar a su antigua tierra natal. Ellos han reclamado y hecho fructificar las colinas y valles que por tanto tiempo habían estado desolados. Estos son los antecedentes de la sobresaliente profecía contenida en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel.

En pocas palabras, esta profecía describe la invasión de la recientemente colonizada tierra de Israel por una enorme fuerza compuesta por los ejércitos de una gran potencia en alianza con otras más. El dramático resultado del ataque está relacionado estrechamente con la venida de Jesús.

Ezequiel señala dos claras indicaciones del tiempo al que la profecía se refiere. En primer lugar, repetidamente usa la frase significativa «al cabo de años» o «al cabo de los días,» que en otros pasajes donde se encuentra en la Biblia invariablemente se refiere al establecimiento del reino de Dios (Ezequiel 38:8,16).

La segunda pista es que la invasión ocurre cuando la otrora desolada tierra de Israel está poblada de exiliados que han retornado y es fértil de nuevo. El invasor viene

«…a la tierra salvada de
la espada, recogida de muchos pueblos, a los montes de Israel, que
siempre fueron una desolación; mas fue sacada de las naciones, y todos
ellos morarán confiadamente.» (Ezequiel 38:8)

Al establecer el propósito de esta invasión, Ezequiel de nuevo identifica el tiempo del ataque:

«Para
arrebatar despojos y para tomar botín, para poner tus manos sobre las
tierras desiertas ya pobladas, y sobre el pueblo recogido de entre las
naciones.» (Ezequiel 38:12)

Sin duda alguna, esta profecía se refiere a la era actual. Desde que estas palabras fueron pronunciadas no ha habido otra época en que el pueblo de Israel haya emigrado de muchas naciones y regresado a repoblar su anteriormente desolada tierra.

¿Quién es el invasor?

La primera pista está en la dirección de donde viene el ataque. Dos veces se nos dice en la profecía que el invasor vendrá del norte, lejos de la tierra de Israel. «De los confines del norte» es la verdadera frase (Ezequiel 38:6,15).

La segunda pista surge de los nombres de los países. Obviamente los países se identifican por los nombres que tenían en los días de Ezequiel por el año 600 a. de J.C.; pero no es difícil encontrar los nombres modernos equivalentes. El líder de la invasión es llamado Gog, de quien se dice lo siguiente:

«Gog en tierra de Magog, príncipe soberano de Mesec y Tubal.» (Ezequiel 38:2)

No hay duda de la identidad de la tierra de Magog en Ezequiel. Fue el territorio de un pueblo conocido en tiempos antiguos como los escitas. Josefo, el historiador judío del primer siglo, dice:

«Magog
fundó a quienes fueron llamados por él magogitas, aunque los griegos
los llamaron escitas.» (Antigüedades de los judíos, Libro I, Capítulo
6:1)

El pueblo escita estaba compuesto de tribus inquietas que parecen haber venido originalmente de las estepas al norte del Mar Negro, las cuales luego ocuparon el área que queda inmediatamente al sur de las montañas del Cáucaso entre el Mar Negro y el Mar Caspio. Es fascinante que en las crónicas asirias que datan del tiempo de Ezequiel, se menciona que la tierra de Magog tenía un rey llamado Gog. Hablando de la tierra de los escitas un arqueólogo dice:

«Para
los hebreos de ese período y de la época posterior era conocida como
Magog, y uno de los principales descubrimientos que debemos a los
asiriólogos fue el encontrar que el «Gog, rey de Magog» de Ezequiel era
originalmente un personaje real e histórico, de hecho ninguno más que el
jefe de los escitas en el tiempo de Asurbanipal.» (Ragozin, Asiria, p.
383)

Así que Ezequiel usó el verdadero Gog de la tierra de Magog de su día como un modelo para el Gog del postrer día, quien gobernaría sobre el mismo territorio en el futuro.

Gog es también descrito como el príncipe gobernante de Mesec y Tubal. Estos nombres también aparecen con frecuencia en las inscripciones asirias como Mushki y Tabali, y eran tribus cuyos territorios estaban situados al sur y al este del Mar Negro. Heródoto, el «Padre de la Historia» del siglo V antes de J.C., se refiere a ellos como los pueblos moshkoi y tibarenoi. Los aliados de los invasores

Ezequiel describe varias naciones que estarán confederadas con Gog:

«Gomer,
y todas sus tropas; la casa de Togarma, de los confines del norte, y
todas sus tropas; muchos pueblos contigo.» (Ezequiel 38:6)

Gomer era la tribu conocida de los antiguos como los cimerianos, cuyo territorio es bien conocido. La Enciclopedia Británica tiene los siguientes comentarios:

«Gomer, quien en la tabla de
las naciones de Génesis 10 es el mayor de los hijos de Jafet, y en
Ezequiel 38:6 forma parte del ejército de Gog, representa el pueblo
conocido de los griegos como los cimerianos. Su hogar más antiguo que se
conoce es el distrito al norte del Mar Negro.» (14ª Edición, Art.
Gomer)

«El primer nombre histórico en la Rusia meridional es el de
cimerianos… en asirio son gimirianos y en Génesis, Gomer.» (Art.
Europa)

Hay un eco del nombre antiguo de los cimerianos en la región moderna conocida como Crimea.

La Togarma de Ezequiel fue el área actualmente conocida como Armenia en la región del Cáucaso meridional. Acerca de los antiguos asentamientos en esta región leemos:

«Formaron una población pequeña
pero guerrera y emprendedora. Es a ésta a la que el capítulo 10 de
Génesis se refiere en la familia jafética como Togarma, hijo de Gomer, y
al cual los profetas hebreos repetidamente llaman Bet-Togarmah (la casa
de Togarma)» (Ragozin, Asiria, p. 368)

El moderno Gog

Resumiendo estos descubrimientos, las áreas que según Ezequiel serían el origen de los atacantes de Israel en los últimos días son como siguen:

  • Magog – Norte del Mar Negro y Cáucaso Meridional
  • Mesec, Tubal – Sur y este del Mar Negro
  • Gomer – Rusia meridional
  • Togarma – Armenia

Cualquier atlas claramente muestra que todos los lugares mencionados por Ezequiel están dentro del territorio de Rusia. De hecho las diversas tribus han emigrado más al norte desde los tiempos bíblicos, llevando sus nombres con ellos. Muchos eruditos consideran que el equivalente moderno de Mesec es Muscovy, el estado del cual Moscú es la capital, y que Tubal es el río Tobl en el este que dio su nombre a la ciudad de Tobolsk. Basado en estas conclusiones, Mesec y Tubal son respectivamente las partes occidental y oriental de Rusia. Esta sugerencia es confirmada por las palabras de los profetas de que el invasor vendrá «de los confines del norte». Similarmente, Gomer emigró al oeste de Europa y esto puede tener implicaciones para el cumplimiento de la profecía en los últimos días.

Aun sin ver nada más de esta profecía, está claro que sólo hay una nación contemporánea con el moderno Estado de Israel que puede ser posiblemente considerada. Gog (palabra que significa alto) es sin duda el líder del poder ruso, y podemos por consiguiente esperar una invasión rusa de Israel en el Medio Oriente en un futuro no muy distante. He aquí la descripción que proporciona Ezequiel de este ataque:

«Al
cabo de años vendrás a la tierra salvada de la espada, recogida de
muchos pueblos, a los montes de Israel… Subirás tú, y vendrás como
tempestad; como nublado para cubrir la tierra serás tú y todas tus
tropas, y muchos pueblos contigo…para arrebatar despojos y para tomar
botín, para poner tus manos sobre las tierras desiertas ya pobladas, y
sobre el pueblo recogido de entre las naciones, que se hace de ganado y
posesiones, que mora en la parte central de la tierra.

Vendrás de
tu lugar, de las regiones del norte… y subirás contra mi pueblo Israel
como nublado para cubrir la tierra; será al cabo de los días.»
(Ezequiel 38:8-9,11-12,15-16)

Consecuencias de la invasión rusa

La invasión rusa de Israel conducirá a la agónica muerte final del reino de los hombres. La paciencia de Dios se agotará y El intervendrá abiertamente en los asuntos humanos. Ezequiel describe la impetuosidad de la respuesta de Dios a este ataque contra su pueblo y su tierra:

«En
aquel tiempo, cuando venga Gog contra la tierra de Israel, dijo Jehová
el Señor, subirá mi ira y mi enojo. Porque he hablado en mi celo, y en
el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la
tierra de Israel.» (Ezequiel 38:18-19)

Luego pasa a describir cómo por medio de la fuerza militar, derramamiento de sangre, enfermedad, lluvia torrencial, enorme granizada y fuego serán destruidos los ejércitos de Gog (Ezequiel 38:21-22).

El resultado de esta derrota aplastante por medios sobrenaturales será que el mundo vendrá al reconocimiento de que hay un Dios en el cielo:

«Y
seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas
naciones; y sabrán que yo soy Jehová.» (Ezequiel 38:23)

Jesús regresa durante esta crisis

Aunque no podemos asegurar la exacta secuencia de los acontecimientos, es obvio que la destrucción del invasor está relacionada con el regreso de Jesús a la tierra. El profeta Daniel también se refiere a esta invasión de Israel desde el norte «al cabo del tiempo» (Daniel 11:40-45). Después, describiendo cómo el invasor «llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude,» Daniel continúa hablando de la llegada del Mesías de Israel bajo el nombre simbólico de Miguel (nombre que significa uno que es como Dios), y de la resurrección de los muertos:

«En
aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de
los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue… Y
muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados,
unos para vida eterna…» (Daniel 12:1-2)

La obra de Cristo para reformar el mundo y establecer el reino de Dios la examinaremos con mayor detalle en el siguiente capítulo. Aquí estamos particularmente interesados en las señales de su regreso. Habiendo visto que la invasión rusa de Israel estará asociada con el regreso de Jesús, un breve análisis de la posición actual de Rusia confirma nuestra creencia de que el retorno de Jesús está cerca.

El coloso de Europa

Esta frase de Sir Winston Churchill describiendo a Rusia cabalgando sobre Asia y Europa señala una de las características más notables de los últimos 50 años: el ascenso del poderío ruso. No hay necesidad de describir los logros, la fuerza militar o los vastos recursos de Rusia. Tampoco es necesario enfatizar la inestabilidad del Medio Oriente, el cual es visto por la mayoría de los observadores como el polvorín del mundo. Estas cosas son muy conocidas. Lo que es importante reconocer son las implicaciones de la presente situación. La coincidencia del regreso de los judíos a Israel, el surgimiento de Rusia como un poder dictatorial y dominante, y la situación volátil en el Medio Oriente que podría dar una excusa al Kremlin para intervenir, es la señal sobre todas las demás, de que la venida de Cristo puede ser muy pronto.

Resumen

En otros capítulos hemos visto que el regreso de Cristo a la tierra es el punto central del propósito de Dios para establecer su reino. En este capítulo hemos considerado las señales que indican que su regreso está muy cerca.

Señal 1: Sociedad
Primero vimos las condiciones de la sociedad. Pablo predijo que en «los postreros días,» aun entre creyentes profesos habría poca restricción moral. La adhesión a la religión sería solamente nominal, una «apariencia de piedad» sin poder para controlar la perversidad natural de las personas, resultando en la tolerancia de un modo de vida pecaminoso. El placer y la autocomplacencia constituirían el dios real.

Jesús también habló de la condición del mundo a su regreso, prediciendo que retornaría a un mundo semejante al que mereció la destrucción por medio del diluvio. Al examinar la descripción bíblica de esos días, vimos que el diluvio sobrevino porque la tierra estaba llena de violencia, y se había depravado en sus pensamientos y conducta malvados. El comentario de Cristo fue: «Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.»

Luego revisamos el mundo de nuestro día y encontramos que el cuadro pintado por Jesús y Pablo de los días del retorno tienen un parecido muy cercano a la sociedad moderna, sugiriendo que el tiempo está actualmente maduro para el retorno de Cristo.

Señal 2: Israel
Nuestra segunda señal enfocaba la atención en un aspecto totalmente diferente de la profecía bíblica: las experiencias nacionales del pueblo judío y el destino de Jerusalén, su ciudad capital. Jesús dijo que después de su captura por los romanos, la ciudad sería gobernada por gentiles hasta que finalizaran «los tiempos de los gentiles.» Mientras tanto los judíos estarían esparcidos por todo el mundo, volviéndose tan dislocados y nacionalmente inertes como los huesos secos que vio el profeta Ezequiel. Sin embargo siempre preservarían su identidad distintiva, y al final regresarían a la tierra de sus padres y experimentarían una milagrosa resurrección nacional. La consecuencia de este retorno sería la liberación de Jerusalén del dominio gentil y el reinado final de su Mesías, por quien serían reconciliados con Dios.

Volviendo de lo que fue predicho a lo que realmente sucedió, encontramos que la historia de los judíos ha seguido exactamente el curso que Dios reseñó en su Palabra. Actualmente el Estado de Israel es un testigo viviente de la mano controladora de Dios en los asuntos del mundo, y una indicación de que Jesús pronto regresará.

Señal 3: Rusia
Para nuestra tercera señal volvimos a los profetas del Antiguo Testamento, quienes predijeron que cuando los judíos estuvieran de nuevo en su antigua tierra natal serían invadidos por un poder al norte de la Tierra Santa. Por los nombres de los lugares mencionados identificamos este poder como viniendo de áreas actualmente ubicadas dentro de Rusia. Los profetas predijeron que el ataque fallaría porque Dios intervendría para defender a su pueblo y a su tierra, y que Jesús retornaría por este tiempo.

En el Medio Oriente encontramos actualmente la situación descrita en la Biblia. Israel ha regresado y Rusia, que tiene intereses estratégicos y económicos vitales en el área, ha llegado a tal posición de dominación como para poder invadir a Israel. El ascenso del poder e influencia de Rusia y el regreso de los judíos a Israel coinciden para dar una evidencia convincente de que el retorno de Jesús esta próximo.

Consejo de Cristo a sus seguidores

No hay duda de que en estos últimos años del siglo XX estamos muy cerca del suceso que conmoverá al mundo: el regreso de Cristo. Todas las señales bíblicas de su venida convergen en la presente situación. El estado moral del mundo, el regreso de los judíos y la posición de Rusia se combinan para señalar a nuestra generación como la que verá a Jesús cuando repentinamente aparezca. Aunque la época general de su venida puede de este modo deducirse, el momento preciso tomará a todos por sorpresa. Uno de los grandes temas del Nuevo Testamento es el consejo a los cristianos de prepararse para esa reunión con su Señor y velar por su regreso, de modo que cuando venga, estén preparados para darle una gozosa bienvenida.

¿Lo está esperando usted? ¿Está usted preparado para recibirlo? Para todos viene el consejo y advertencia del Maestro al concluir la profecía del monte de los Olivos en la cual dijo muchas cosas sobre su regreso:

«Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Es como el hombre que yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo.

Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad.» (Marcos 13:33-37)

El establecimiento del reino

Jesús regresará repentinamente para establecer el reino de Dios. No cabe la menor duda. Dios lo ha prometido por el poder de su propia existencia. El dice que la venida de su reino es tan segura como el hecho de que el día sigue a la noche.

Exactamente cómo y cuándo aparecerá Cristo, no se nos ha dicho, pero desde el momento de su venida el mundo no volverá a ser el mismo.

El establecimiento del reino de Dios no será un suceso instantáneo. Los indecibles sufrimientos causados por siglos de mal gobierno humano no serán borrados de la noche a la mañana, ni la tierra despertará inmediatamente a un nuevo y límpido amanecer y a un día incomparable. Más bien la Biblia nos dice que habrá un período de transición durante el cual los viejos males serán eliminados para introducir un nuevo y perfecto sistema. Aunque una considerable cantidad de detalles puede ser recogida de la Biblia, la cronología de algunos de los sucesos de este período es incierta, así como su secuencia exacta. En otras palabras, se nos dice lo que sucederá al regreso de Cristo, pero no podemos estar seguros de cuándo y en qué orden. Con esta salvedad veamos dos importantes sucesos de este período de transición: la resurrección y galardón de los santos, y el castigo de Dios para el mundo por su maldad.

Resurrección y recompensa

En el capítulo 10 consideramos las enseñanzas bíblicas sobre la resurrección y la emocionante perspectiva que espera a quienes sean hallados dignos de vida eterna. La resurrección y juicio de sus santos figurarán probablemente entre las primeras actividades que Jesús hará realizará a su regreso.

Todo el que ha conocido el camino de vida de Dios es responsable ante el tribunal de Cristo. La vasta mayoría de estos habrá muerto, algunos en los milenios pasados, pero otros todavía estarán vivos en su venida. De estas dos categorías los muertos resucitarán primero, y luego los vivos serán reunidos para encontrar con ellos a Cristo. Varios pasajes describen esos sucesos:

«Por
lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos,
que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los
que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que
habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes
para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.»
(1 Tesalonicenses 4:15-17)

«Y enviará sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un
extremo del cielo hasta el otro.» (Mateo 24:31)

«Entonces estarán
dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres
estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será
dejada.» (Mateo 24:40-41)

De este modo todos los que han conocido el camino de Dios serán reunidos delante de Jesús para recibir su veredicto sobre sus vidas. Como vimos en el capítulo 10, los infieles y desobedientes recibirán castigo y muerte. Para ellos habrá «vergüenza y confusión perpetua» (Daniel 12:2; Juan 5:29; Mateo 25:46). Pero los fieles recibirán en el juicio el don de inmortalidad, pues como dijo Pablo, Jesús «transformará el cuerpo de la humillación nuestra» (Filipenses 3:21). Después que los santos hayan sido glorificados, Cristo tendrá a su disposición una multitud de inmortales para ayudarlo en su tarea de establecer el reino de Dios.

Cristo y sus perfeccionados santos comenzarán entonces la gran tarea de derribar el reino de los hombres, cumpliendo así la predicción de Dios en el sueño de Nabucodonosor cuando la gran estatua cayó en fragmentos a la tierra al recibir el impacto de la piedra. Será también el tiempo cuando las promesas de Dios a Abraham y David tendrán su cumplimiento definitivo. Cristo finalmente «poseerá las puertas de sus enemigos» como Dios prometió a Abraham, y habrá restablecido el trono de David en Jerusalén.

El conflicto final

Se esperaría que un mundo en el que cientos de millones afirman seguir a Jesús le dará la bienvenida con los brazos abiertos y la voluntad de someterse a su dominio; pero la Biblia desvanece tales pensamientos confortantes. La afirmación de Cristo de ser el nuevo gobernante del mundo será respondida con violencia. David predijo la reacción de por lo menos algunas naciones en este tiempo:

«¿Por qué se
amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán
los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y
contra su ungido (Mesías), diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos
de nosotros sus cuerdas.»

Pero tan insignificante oposición será inútil, provocando solamente la ira de Dios:

«El
que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego
hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto
mi rey sobre Sion, mi santo monte.» (Salmos 2:1-6)

Claramente, la pretensión de Cristo de ser rey será resistida. ¿Qué más dice la Biblia sobre esto?


Jesús se manifestará en la tierra probablemente después que el invasor del norte haya desbordado a Israel, y su primera tarea será librar la tierra de la ocupación extranjera. Después aplastará la oposición proveniente de otros lugares, lo cual posiblemente incluya otro ataque contra la tierra de Dios. La Biblia contiene muchas alusiones al gran conflicto final entre el poder del pecado disfrazado de gobierno humano y el invencible poder de Cristo.

En el capítulo anterior vimos que los preparativos para este encuentro se están realizando actualmente, y ésta es una señal del inminente retorno de Cristo. Ahora veremos el resultado. Será una guerra de varias batallas y aunque, como ya hemos mencionado, las profecías no nos permiten determinar la secuencia exacta de los eventos, parece que la tierra santa será liberada primero y los judíos serán presentados a su Mesías. Entonces Jesús aplastará los desafíos a su autoridad que ocurran en otras partes del mundo. En la siguiente sección proporcionaré el resultado general de los sucesos sin intentar distinguir entre las diversas fases de la operación.

Israel liberado

Las referencias al ataque final sobre los judíos y Jerusalén y su consiguiente liberación por su Mesías son muy específicas. Este es el cuadro revelado por los profetas:

«Porque he aquí que
en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré volver la cautividad de
Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y las haré descender
al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi
pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las
naciones, y repartieron mi tierra.» (Joel 3:1-2)

«Porque yo
reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad
será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la
mitad de la ciudad irá en cautiverio.» (Zacarías 14:2)

Esto será acompañado de vastos preparativos de guerra en muchas partes del mundo:

«Proclamad
esto entre las naciones, proclamad guerra, despertad a los valientes,
acérquense, vengan todos los hombres de guerra. Forjad espadas de
vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces; diga el débil: Fuerte soy.
Juntaos y venid, naciones todas de alrededor, y congregaos.» (Joel
3:9-11)

Los nombres hebreos casi siempre tienen significado, y esto es verdad en cuanto al lugar donde se reúne este enorme ejército internacional, el valle de Josafat. La primera parte de la palabra Josafat es una forma abreviada del nombre personal de Dios, Jehová, o mejor, Yahvé. La segunda parte significa juicio. Así que el valle de Josafat en el que estos invasores se reúnen significa el valle del juicio de Yahvé y con tan siniestra denominación debe verse claramente como un nombre simbólico, que se propone describir los acontecimientos trascendentales que ocurrirán allí, más que identificar un valle israelita en particular. El Nuevo Testamento también describe este suceso y le da otro nombre simbólico que es probablemente más conocido. Hablando de un espíritu de oposición operando en la tierra en esta época, Juan dice que irá

«a los reyes de la
tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día
del Dios Todopoderoso… Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama
Armagedón.» (Apocalipsis 16:14,16)

Una posible traducción de la palabra Armagedón es «un montón en un valle de juicio,» lo que la hace equivalente al valle de Josafat del Antiguo Testamento. Ambos nombres describen el enfrentamiento entre Dios y el hombre:»

Muchos
pueblos en el valle de la decisión; porque cercano está el día de
Jehová en el valle de la decisión… Y Jehová rugirá desde Sion, y dará
su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra.» (Joel
3:14,16)

«Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla.» (Zacarías 14:3)

El resultado de este conflicto será decisivo. Muchos pasajes bíblicos que usan el lenguaje figurado aplicable a épocas pasadas, pero que puede ser fácilmente percibido en términos de guerra moderna, relatan la destrucción de toda oposición humana cuando Dios interviene abiertamente para proteger su tierra y pueblo:

«Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén.» (Zacarías 12:9)

«Porque
he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo
habrá gran temblor sobre la tierra de Israel… Y sacaré tu arco de tu
mano izquierda, y derribaré tus saetas de tu mano derecha. Sobre los
montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y los pueblos que fueron
contigo… Y seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los
ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová.» (Ezequiel 38:19;
39:3-4; 38:23)

«Dios es conocido en Judá; en Israel es grande su
nombre… Allí quebró las saetas del arco, el escudo, la espada y las
armas de guerra… Los fuertes de corazón fueron despojados, durmieron
su sueño; no hizo uso de sus manos ninguno de los varones fuertes. A tu
reprensión, oh Dios de Jacob, el carro y el caballo fueron entorpecidos
… ¿Y quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira?
Desde los cielos hiciste oír juicio; la tierra tuvo temor y quedó
suspensa cuando te levantaste, oh Dios, para juzgar, para salvar a todos
los mansos de la tierra.» (Salmos 76:1,3,5-9)

La última de esas tres citas es un ejemplo excelente de que hay información sobre el futuro oculta en la Biblia en muchos lugares inesperados. Lo que parece ser un salmo sobre el reino de David en el pasado, se transforma repentinamente en una profecía del tiempo del fin y el establecimiento del trono eterno de David. ¿Cómo podemos saber esto? Por la información de la última frase. Sólo habrá una vez cuando Dios se levantará en juicio «para salvar a todos los mansos de la tierra,» y eso sucede cuando Cristo retorna. Si Ud. lee el resto del salmo, encontrará alusiones que lo vinculan con el salmo 2 que definitivamente se refiere a este tiempo.

El núcleo del reino

Por el tiempo en que la tierra santa es liberada de todas las fuerzas hostiles, Jerusalén será la escena de un evento dramático y conmovedor. Los judíos después de experimentar la humillación y los horrores de la invasión y ocupación, seguidos del gozo de la liberación, llegarán a darse cuenta repentinamente de la identidad de su libertador. La política nacional de los judíos ha sido siempre el rechazo de la pretensión de Jesús de ser su tanto tiempo prometido Mesías. Pero entonces su error al rechazarlo y su culpa en la crucifixión serán innegables.

No es difícil imaginar el sincero remordimiento de los judíos cuando se dan cuenta de la enormidad de su pecado al haber matado al único a quien Dios envió para ser su Mesías. Se arrodillarán delante de Jesús llenos de penitencia, contrición y angustia, dejando escapar públicamente sus lamentos y expresiones de pesar:

«Y
derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén,
espíritu de gracia y de oración; y miraran a mí, a quien traspasaron, y
llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como
quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en
Jerusalén… Y la tierra lamentará…» (Zacarías 12:10-12)

Este arrepentimiento nacional y aceptación de Jesús será la base sobre la cual Dios restaurará y bendecirá a Israel:

«Y
de aquel día en adelante sabrá la casa de Israel que yo soy Jehová su
Dios. Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi
Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor.» (Ezequiel
39:22,29)

La redimida nación de Israel, con Jesús finalmente entronizado como rey de los judíos, vendrá entonces a ser el núcleo del reino de Dios en la tierra, y Jerusalén su ciudad capital (Mateo 5:35; Miqueas 4:8). Desde este centro parece que Jesús invitará a someterse al resto del mundo, dando a las naciones la elección entre aceptar voluntariamente o por la fuerza su posición como Rey de reyes. Continuando la cita de Salmos 2, que la autoridad del Nuevo Testamento aplica a Cristo (Hechos 13:33), leemos la promesa de Dios a Jesús de que poseerá toda la tierra, y su consejo a las naciones de someterse a su nuevo gobernante:

«Pero yo he puesto mi rey sobre
Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi
hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las
naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los
quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los
desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid
amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos
con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el
camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que
en él confían.» (Salmos 2:6-12)

Podemos deducir que esta invitación a conceder la soberanía al nuevo rey en Jerusalén no será muy aceptable para la mayoría de las naciones. Claras referencias hablan de un intento unificado para destituir este nuevo campeón de los judíos a quien las otras naciones verán probablemente como un impostor que ha engañado a Israel con pretensiones fraudulentas, y quien con su presencia personal está profanando los santos lugares en Jerusalén. Esta es la trama descrita en el libro de Apocalipsis siguiendo las ideas y hasta las mismas frases del salmo antes citado. Aunque el lenguaje es obviamente figurado, claramente indica que habrá un conflicto final entre los gobernantes del mundo y Cristo, quien será ayudado por sus santos inmortales:

«Entonces vi el cielo abierto; y he
aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y
Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Y los ejércitos celestiales,
vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos
blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las
naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del
vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en
su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEñOR DE SEñORES.

Y
vi… a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para guerrear
contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.» (Apocalipsis
19:11,14-16,19)

El resultado de tal enfrentamiento ha de ser inevitable. El hombre mortal no puede prevalecer cuando opone su minúsculo poder al que puede decir con total veracidad «toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18). La oposición a Jesús se derretirá bajo el calor de su poderosa y justa ira, hasta que al final todo el mundo lo reconocerá como su supremo gobernante.

La obra de Cristo para someter a las naciones, resucitar a los muertos, recompensar a los fieles, y establecer el reino de Dios es resumida en otra parte del libro de Apocalipsis. Forma parte de las bien conocidas palabras del Coro Aleluya en el Mesías de Handel, pero aquí están colocadas en el contexto exacto de su regreso a la tierra.

«Hubo
grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a
ser de nuestro Señor y de su Cristo; y el reinará por los siglos de los
siglos. Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso… porque has tomado
tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha
venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los
pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.»
(Apocalipsis 11:15,17-18)

El día del juicio

Para mucha gente los anteriores pasajes de la Biblia, con sus repetidas alusiones a cosas como la «ira de Dios» y «el ardor de su ira,» posiblemente parezcan muy extraños. Podrían aceptar que Jesús regresará un día a la tierra; pero sugerir que él usará su poder para atacar y castigar a la gente, o usar la fuerza para efectuar los cambios necesarios para inaugurar el reino de Dios, es, según ellos, nada menos que ridículo y blasfemo. ¿Dónde está el benévolo Jesús, manso y tierno que se les enseñó en la Escuela Dominical? ¿Dónde está el Dios de amor que es bondadoso, misericordioso y deseoso de salvar a todos los hombres?

Este cómodo punto de vista popular sobre Dios y Jesús no se ha derivado de un estudio completo de la enseñanza de la Biblia, sino más bien de lecturas selectivas que no toman en cuenta la mayoría de pasajes que no concuerdan con el concepto de un Ser Supremo totalmente benigno. Dios ciertamente es revelado como un Dios de amor, bondad y paciencia, pero también como un Dios de justicia «que de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Exodo 34:7). En el Nuevo Testamento, Pablo de modo similar se refiere a los dos aspectos de los atributos del Creador. El habla de «la bondad y severidad de Dios» (Romanos 11:22), y en otra ocasión previene a sus lectores que «nuestro Dios es fuego consumidor» (Hebreos 12:29).

Jesús es también verdaderamente tierno y bondadoso con aquellos que están preparados para escucharlo; pero para los que lo rechazan será severo e inflexible. Como ejemplo considere sus propias palabras sobre lo que él hará a su regreso:

«Así
será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles,
y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que
hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro
y el crujir de dientes.» (Mateo 13:40-42)

Así que mientras Dios es bondadoso y misericordioso con los que creen y confían en él, su sentido de justicia y su odio del pecado hacen que castigue a quienes se niegan a escuchar. En todos sus tratos con el hombre, Dios es muy paciente, pero finalmente debe ser justo:

«¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?» (Ezequiel 18:23)

«Jehová es tardo para la ira y grande en poder y no tendrá por inocente al culpable.» (Nahum 1:3)

As í que si el hombre rehúsa escuchar, Dios, por muy paciente que sea, finalmente tendrá que intervenir para castigar el pecado. El ha hecho esto antes por lo menos en dos ocasiones anteriores: el diluvio y la destrucción de Sodoma y Gomorra. Se está acercando rápidamente el tiempo cuando lo hará otra vez. Por tanto no cerremos nuestros ojos a la clara enseñanza de toda la Biblia de que al tiempo del fin, la humanidad sufrirá terriblemente durante el proceso de purificación que la limpiará y preparará para el establecimiento del reino de Dios. Recuerde que la estatua del sueño de Nabucodonosor no fue gradual y quietamente absorbida dentro de la piedra que llegó a ser el reino de Dios, sino que fue violentamente demolida y luego retirada.

«El justo juicio de Dios»

Hay una situación que es muy popular entre los caricaturistas. Un hombre sucio y desgreñado sostiene una pancarta con la leyenda «El fin del mundo se acerca», o también «Prepárese para enfrentar su sentencia.» La mayor parte de las personas se burla de tales advertencias que según su criterio provienen de grupos lunáticos de la sociedad, aunque en términos de la Biblia contienen más que una partícula de una verdad incómoda. El mundo está a punto de sufrir las consecuencias más terroríficas y devastadoras por su rechazo a Dios. Si estos juicios divinos sólo fueran mencionados en algún pasaje oscuro y simbólico de la Escritura sería posible interpretarlos de manera simbólica; pero son el centro del mensaje de toda la Biblia. Me gustaría dar ejemplos de las palabras de los apóstoles Pablo y Pedro y de la profecía de Isaías para demostrar que, contrario a la práctica actual de la mayoría de iglesias, la realidad del juicio de Dios al pecado fue una parte prominente de la predicación cristiana original.

Pablo y el «juicio venidero»

El juicio final, en escala particular o mundial, es una característica importante de la enseñanza de Pablo. En una de sus cartas el apóstol previene a los de corazón duro e impenitente que están atesorando para sí mismos

«ira para el día de la ira y de la
revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a
sus obras.» (Romanos 2:5-6)

Pablo pudo obviamente expresar este juicio en términos muy reales, puesto que leemos que cuando

«al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó…» (Hechos 24:25)

Antes había dicho a los atenienses por qué debían volverse a Dios:

«Por
cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia,
por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado
de los muertos.» (Hechos 17:31)

Pero las descripciones más fuertes de Pablo del castigo que el mundo que rechaza a Dios recibirá de mano de Jesús a su regreso están contenidas en su carta a los creyentes de Tesalónica. Aquellos que piensan que amor y misericordia son las únicas características de Cristo y su Padre deben examinar con cuidado estas palabras inspiradas. Hablando del tiempo de recompensa y consuelo para los verdaderos seguidores de Cristo, Pablo dice que será un tiempo de castigo para un mundo impío:

«Y
a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se
manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en
llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni
obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán
pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor.» (2
Tesalonicenses 1: 7-9)

Pablo se refiere de nuevo a este aspecto de la obra de Cristo en su segunda carta a ellos. Con relación a los sistemas inicuos que se opondrán a Jesús en su retorno, escribió:

«a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida.» (2 Tesalonicenses 2:8)

¿Ha notado usted la repetida mención de fuego en relación con estos castigos? Claramente Pablo no tenía ilusiones sobre la severidad del juicio de Dios para el mundo al cual Jesús habría de regresar. ¿Compartían otros escritores inspirados del primer siglo esta comprensión de los problemas que antecederán al establecimiento del reino de Dios?

«Guardados para el fuego»

Esta frase del apóstol Pedro describe el destino del mundo que experimentará el retorno de Jesús a la tierra. Como su Maestro él basa su enseñanza en el mundo antiguo destruido por el diluvio. Refiriéndose a los que en los últimos días no creerían en el regreso de Jesús, dice:

«Estos
ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la
palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y
por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado
en agua.» (2 Pedro 3:5-6)

Cuando Pedro se refiere al mundo antediluviano que pereció, obviamente no se refiere al cielo y la tierra literales. El diluvio destruyó el maligno sistema sobre la tierra que había sido producido y mantenido por una generación de hombres perversos. El planeta en sí sobrevivió y pronto fue restaurado a su fertilidad y belleza antiguas. Del mismo modo los cielos y la tierra de los cuales habla Pedro y que pasarán cuando Jesús retorne, representan la estructura de la sociedad y gobierno humanos y no el globo mismo. Esto tiene que ser así puesto que en otra parte leemos que «la tierra siempre permanece» (Eclesiastés 1:4).

Admitiendo que los cielos y la tierra son las organizaciones humanas en este planeta y que han existido desde el diluvio, prestemos atención a lo que Pedro dice que les sucederá al regreso de Jesús:

«Pero los cielos y
la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra,
guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los
hombres impíos.»

«Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la
noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los
elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que ella hay
serán quemadas.» (2 Pedro 3:7,10)

Pedro repite el mensaje de Jesús y Pablo. El mundo será sujetado a un intenso y doloroso proceso de purificación en el período que sigue al regreso de Cristo. Los malos serán destruidos y todos los sistemas humanos serán abolidos como lo fueron en el diluvio.

«Será quebrantada del todo la tierra»

El tercer ejemplo es del Antiguo Testamento, y su mensaje es exactamente el mismo. En la profecía de Isaías hay un grupo de cuatro capítulos (24-27) que contienen una imagen gráfica del caos que viene sobre un mundo que se ha contaminado completamente:

«He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores.»

«La tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; porque Jehová ha pronunciado esta palabra.»

«Será
quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra,
en gran manera será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un
ebrio… y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se
levantará.» (Isaías 24:1,3,19-20)

La completa desolación de la tierra vendrá como un castigo sobre su población a causa de sus caminos degradantes:

«Y
la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las
leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta
causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados;
por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y
disminuyeron los hombres.» (Isaías 24:5-6)

Todo esto sucederá a pesar de las oportunidades que el hombre ha recibido año tras año a fin de que se vuelva a Dios y manifieste arrepentimiento:

«Se
mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de
rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová. Jehová, tu
mano está alzada, pero ellos no ven.» (Isaías 26:10-11)

Así que el único modo para que el mundo pueda ser reformado y purificado será por medio de los juicios de Dios:

«Porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.» (Isaías 26:9)

Pero la perspectiva no es totalmente oscura. De las cenizas y caos de los reinos humanos destruidos se levantará un nuevo orden. Las ciudades arruinadas de las naciones darán paso a una nueva «ciudad»—el reino de Dios sobre el cual Cristo gobernará y en el cual todos encontrarán paz y seguridad. Porque Isaías también dice en este pasaje:

«En
aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad
tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro. Abrid las puertas, y
entrará la gente justa, guardadora de verdades. Tú guardarás en completa
paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.
Confiad en Jehová perpetuamente porque en Jehová el Señor está la
fortaleza de los siglos.» (Isaías 26:1-4)

Un mensaje invariable

Nuestra tendencia natural es evadir la visualización de la época del juicio y castigo para la tierra que estos pasajes indican. Por esto es importante que nos demos cuenta de la fuerza y unanimidad de la enseñanza bíblica sobre este tiempo de dificultades. En el Antiguo Testamento vimos:

1.La remoción violenta de la estatua que representa el reino de los hombres (Daniel).

2.La destrucción del norteño invasor de Israel en los últimos días (Ezequiel).

3.La destrucción de los ejércitos de las naciones reunidos en el valle de la decisión de Jehová (Joel).

4.La destrucción de las naciones que vienen contra Jerusalén (Zacarías).

5.Catástrofe mundial que resulta en despoblación y ruina del sistema humano presente (Isaías).

6.En cada una de estas referencias la devastación es causada por la directa intervención divina que obliga a las naciones a reconocer el poder y autoridad de Dios, y conduce al establecimiento del reino de Dios en una tierra purificada.

Las predicciones del Nuevo Testamento son igualmente específicas:

1.Jesús habló de un tiempo de juicio ardiente para el mundo a su regreso.

2.Pablo frecuentemente aludió a la misma época, llamándola el tiempo de venganza de Dios, cuando Jesús regrese «en llama de fuego.»

3. Pedro comparó los juicios del tiempo del fin con la destrucción causada por el diluvio, excepto que esta vez la agencia será fuego en vez de agua.

4.El libro de Apocalipsis varias veces describe las grandes batallas finales que pondrán de manifiesto la ira de Dios e introducirán al tiempo cuando «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo.»

Combinando estas predicciones inspiradas encontramos una visión de una tierra azotada por la guerra, atormentada por el sufrimiento, sacudida por terremotos, trastornada por las revueltas sociales, con sus ciudades quemadas y su población diezmada; hasta que la humanidad finalmente reconoce la existencia del Dios de los cielos y la autoridad que él ha otorgado al único que ha enviado para ser Rey de reyes y Señor de señores. Otro salmo que el mismo Jesús citó aplicándolo al Mesías, habla de su regreso de los cielos para reclamar el trono de David en Jerusalén, y de su aceptación final por un pueblo castigado:

«Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi
diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Jehová
enviará desde Sion la vara de tu poder; domina en medio de tus enemigos.
Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder.»
(Salmos 110:1-3)

No ha sido fácil escribir estas pocas y últimas páginas. No es cosa sencilla contemplar un mundo devastado, lleno de miseria, sufrimiento y muerte. Pude haber ignorado la evidencia. Después de describir el regreso de Cristo pude haberme trasladado rápidamente hasta el tiempo de paz y gozo que envolverá al mundo en el reino de Dios. Pero evitar toda referencia a los juicios de Dios habría sido deshonesto, y yo habría fallado en mi objetivo de presentar la enseñanza bíblica completa. Sobre todo estaría deshonrando al Unico que ha revelado esto para el entendimiento y prevención de la generación que vive en el tiempo del fin.

Pero después de la noche oscura viene un espléndido amanecer. Desde su núcleo en Jerusalén e Israel, el reino de Dios bajo el gobierno de Cristo y sus inmortales auxiliares se extenderá por el mundo entero, tal como en el sueño de Nabucodonosor la piedra que había destruido la estatua finalmente creció hasta llenar la tierra.

Ya hemos considerado en el capítulo 2 el cuadro bíblico del reino de Dios en la tierra y sugiero que mis lectores vuelvan ahora a ese capítulo y refresquen su mente con el gozo y paz que llenarán la tierra bajo el reinado del Mesías de Israel, antes que veamos las breves alusiones bíblicas al perfecto estado del mundo después del milenio.

El reino perfecto

En este capítulo completaremos el plan de Dios para la tierra y el hombre. En las páginas anteriores hemos trazado el desarrollo gradual de su propósito desde los lejanos días de la creación del hombre y el huerto del Edén. Vimos cómo el pecado entró en el mundo, y las trágicas consecuencias de la transgresión humana. Pero también vimos aparecer el primer rayo de luz cuando a Eva se le prometió que tendría un hijo quien finalmente destruiría el pecado y la muerte.

Echamos un vistazo a las promesas de Dios que proclamaron a Abraham que uno de sus descendientes traería bendición a todos los pueblos del mundo. Luego consideramos la promesa hecha a David en el sentido de que uno de sus hijos sería rey como él mismo, pero sobre un reino mucho más glorioso que el de David. Posteriormente notamos que el tema de la venida de este gobernante fue ampliamente desarrollado por los profetas del Antiguo Testamento, y que cuando Jesús nació fue saludado como el largamente esperado Mesías. El futuro reino de Dios fue el enfoque de la predicación de Cristo, quien habiendo hecho posibles el perdón y la vida eterna para sus seguidores por medio del sacrificio de su vida, fue al cielo para esperar el tiempo de su regreso para establecer el reino.

Después de estudiar las señales establecidas por Dios para el retorno de Jesús, notamos que éstas indican que la tierra parece ahora lista para su regreso. Seguidamente examinamos los pasajes que explicaban cuál será la gran obra de Jesús al resucitar a sus seguidores muertos, juntar a los vivos y recompensar a los fieles con vida eterna. Vimos que con ayuda de éstos limpiará la tierra del malvado legado del gobierno humano. Finalmente retornamos a algunas de aquellas agradables visiones del mundo venidero en las que los profetas describen la bendición del futuro reino de Cristo, lo que consideramos en forma detallada en el capítulo 2.

Ahora llegamos al punto culminante, cuando los años de preparación dan paso a los siglos eternos de cumplimiento.

Al final de sus mil años de gobierno Jesús reinará sobre un mundo transformado. El reino de los hombres, que a su regreso se tambaleaba al borde de su propia destrucción, habrá dado paso al perfecto gobierno del reino de Dios.

Los males de la guerra, hambre, enfermedad, opresión e injusticia, que fueron la herencia del pecado, serán sólo un recuerdo lejano en la mente de las personas privilegiadas y felices, quienes bajo la sabia conducción de Cristo y de sus inmortales asistentes, se habrán vuelto a Dios en servicio amoroso y obediente. La profecía pronunciada en el momento del nacimiento de Jesús finalmente será una realidad, pues debido al hecho de haber dado «gloria a Dios en las alturas» habrá «en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.»

Pero por muy agradable y feliz que sea este tiempo, esta fase del reino de Dios no es la culminación del plan de Dios para la tierra. El pecado, aunque mucho menos prominente, todavía existirá. La muerte, aunque será un suceso relativamente raro, todavía existirá. Así, aun durante el milenio la tierra todavía no habrá alcanzado una condición que posibilite la morada del puro y santo Creador entre los hombres en perfecto compañerismo. El cumplimiento de este propósito original tiene que esperar un acontecimiento posterior: la completa remoción del pecado y la muerte de la faz de nuestro planeta.

En el libro de Apocalipsis aprendemos que durante el milenio el poder del pecado estará restringido. Como vimos en el capítulo 9 del presente estudio, la Biblia usa una serpiente como símbolo del pecado, porque en Edén la serpiente fue el instrumento para introducir el pecado en el mundo. Manteniendo esta simbología, Apocalipsis afirma que la serpiente será atada con una cadena durante los mil años del gobierno de Cristo, simbolizando así el hecho de que en este período el poder del pecado será reducido aunque no completamente destruido (Apocalipsis 20:2).

Pero al final del milenio esta restricción sobre el pecado será removida, y un espíritu de rebelión surgirá en el mundo. Esta será la prueba final de lealtad para los habitantes mortales del reino de Dios. ¿Permanecerán fieles al Dios que los ha bendecido con su inagotable liberalidad durante los anteriores mil años, o escucharán los argumentos aparentemente razonables de quienes olvidando los horrores del antiguo reino de los hombres, piensan que pueden crear un mundo mejor por sus propios esfuerzos.

Parece que el liberado poder del pecado hará que los rebeldes tengan muchos seguidores, pues Apocalipsis describe cómo después de su liberación, la serpiente

«saldrá a
engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra… a
fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la
arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el
campamento de los santos y la ciudad amada» (Apocalipsis 20:8-9).

Inevitablemente esta insurrecci ón estará condenada a fallar. Las sencillas palabra de la Escritura describen la total aniquilación de los rebeldes:

«Y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió» (Apocalipsis 20:9).

Este mismo capítulo continúa describiendo la remoción total del pecado y la muerte. Al final del milenio aquellos que han vivido durante ese período serán juzgados en un tribunal similar al que mil años antes había determinado el destino eterno de los que habían vivido bajo el gobierno humano.

Tras la resurrección de algunos que pudieran haber muerto, los fieles recibirán vida eterna y serán reunidos con los que fueron hechos inmortales al comienzo del milenio. Entre tanto los infieles serán castigados con la muerte. De este modo, al final de estos eventos no quedará gente mortal en la tierra. El pecado y sus consecuencias habrán sido eliminados, y todos se deleitarán en la perfección de la naturaleza divina, experimentando la plenitud del poder y amor de su Creador (Apocalipsis 20:10-15).

Con la completa remoción del pecado, el magnífico esquema para la redención del hombre será finalmente completado, y no habrá nada que detenga el perfecto e ininterrumpido compañerismo entre Dios y el hombre. Así el reino de Dios entrará a su etapa final y permanente. En otro pasaje clave de su primera carta a los corintios, Pablo resume el proceso por el cual esta perfecta unidad habrá se logrará. En un amplio recorrido sobre la enseñanza bíblica, describe la entrada del pecado en el mundo, trayendo la muerte a todos aquellos que están «en Adán.» Señala el medio de redención en Cristo explicando que primero Jesús obtuvo vida eterna, y luego sus seguidores serán bendecidos del mismo modo a su regreso.

Se refiere al reinado de Jesús en el reino de Dios, en cuyo tiempo dominará a todos los poderes y por último hasta la muerte misma. Luego Pablo explica que el único poder que no se sujetará a Jesús es Dios mismo. Finalmente, Jesús presentará el perfeccionado reino a Dios, para que habite en él por toda la eternidad. Aun el Hijo se sujetará al gobierno universal del Padre. El pasaje recompensará un estudio serio y cuidadoso, puesto que resume la totalidad del propósito de Dios en relación con su reino:

«Porque así como en Adán todos
mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su
debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su
venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando
haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso
es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus
pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque
todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas
las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que
sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén
sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a
él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios
15:22-28).

Las delicias del tiempo perfecto cuando Dios será «todo en todos» están más allá del alcance de nuestro presente entendimiento; tampoco podemos imaginar las habilidades, sentimientos y oportunidades que se abrirán para todos los que estén unidos eternamente al gran Creador del universo. Acorde con nuestro entendimiento limitado, la Escritura describe este tiempo como la ausencia de las enfermedades presentes, en vez de intentar describir un estado para el cual no tenemos experiencia a la que podamos referirnos, como tampoco palabras adecuadas para describirlo:

«Y
oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con
los hombres, y el morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios
mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los
ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:3-4).

Para mí la referencia más impresionante sobre el estado perfecto de cosas después del milenio es la visión última del libro de Apocalipsis. Aquí en el último capítulo de la Biblia se nos presenta un contraste bello y sublime con los primeros capítulos de Génesis. Cientos de años separaron la escritura de estos dos pasajes, y miles de años separaron los sucesos que describen; pero escondidas en los símbolos de las últimas palabras de la Escritura están las circunstancias y sucesos del huerto de Edén una convincente indicación del control que el Autor de la Biblia ejerció sobre los escritores que fueron solamente sus portavoces.

En el huerto original el hombre y la mujer experimentaron compañerismo con su Creador. Había un río fluyendo por el medio y que traía agua dadora de vida, como también había un árbol de vida en el centro de este paraíso original. La placentera tarea de la pareja recién creada era la de cuidar esta fructífera parcela en servicio a su Dios, y ejercer dominio sobre la creación divina. Pero todo esto fue puesto fuera del alcance del hombre a causa de su transgresión. El y su mujer fueron echados del huerto, el árbol con su fruto dador de vida dejó de estar accesible, fueron desterrados de la presencia de Dios y la comunión con él fue rota. Salieron a una tierra que había sido maldita a causa de su pecado. Y así comenzó la larga historia humana de problemas, dolor y muerte.

Por contraste el último cuadro descrito en la Biblia es de un huerto simbólico en el cual todas estas perdidas delicias serán restauradas a los fieles de la humanidad. Será regado por un río de vida, habiendo además un árbol de vida con frutos y hojas curativas. La maldición será removida de la tierra, Dios morará en el huerto y sus redimidos verán su rostro. Estos también serán invitados a servirle y a ejercer dominio sobre la tierra, esta vez para siempre.

Aquí hay un pasaje en toda su deleitosa figuración, en el cual las palabras cursivas enfatizan la unidad de ideas entre Génesis y Apocalipsis, el principio y el fin de la revelación de Dios para el hombre. Todo lo perdido en la expulsión del hombre de Edén es restablecido en mucha mayor medida en el perfecto reino de Dios:

«Después me
mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la
ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que
produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran
para sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de
Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su
rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y
no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el
Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos»
(Apocalipsis 22:1-5).

Con este cuadro simbólico termina el hilo de oro de la revelación de Dios al hombre. Después de abrirse paso dentro y fuera de las páginas de toda la Biblia, nos ha conducido al fin a la visión del tiempo futuro de perfecta intimidad, gozo puro e inexpresable unidad que existirá eternamente entre el Todopoderoso Creador, su Hijo, y los que se habrán reconciliado con Dios por medio de su Hijo. Entonces la oración de Jesús por los creyentes recibirá su glorioso y completo cumplimiento:

«…para
que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros… La gloria que me diste, yo les he dado,
para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí
para que sean perfectos en unidad» (Juan 17:21-23).

Fue en
anhelo por este estado de absoluta perfección que nuestro amado Salvador
puso las siguientes palabras en los labios de cada uno de sus
verdaderos seguidores: «Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. VENGA TU REINO, HAGASE TU VOLUNTAD, COMO EN
EL CIELO, ASI TAMBIEN EN LA TIERRA». (Mateo 6:9-10)

Espero que nuestro estudio bíblico conjunto en estas páginas haya abierto sus ojos a la verdadera enseñanza bíblica sobre el reino de Dios. Espero que le haya dado el deseo de estudiar la palabra de Dios como algunos de los antiguos quienes examinaban «cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.» Y también espero que haya despertado en su corazón el deseo de responder al amor de Dios revelado en su Hijo, por quien el reino ha sido hecho posible.

Porque cuando haya producido este efecto, usted podrá pronunciar las palabras finales del Padrenuestro no solamente con entendimiento, sino también con gozosa esperanza de vida eterna:

«PORQUE TUYO ES EL REINO, Y EL PODER, Y LA GLORIA, POR TODOS LOS SIGLOS. AMEN.»

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Ramón Gilberto Navarro Nava
Ramón Gilberto Navarro Nava
3 años atrás

Es muy grato para mí el aprender de una u otra forma más de Dios y todo lo que el es. Pero a decir verdad no tengo buena retención de las cosas eso me desmotiva a veces, pero con la ayuda de Dios y ustedes aprenderé poco a poco, bendiciones… Leer más »

Nicolás Barahona Araya
Nicolás Barahona Araya
4 años atrás

Me es grato comentar su estudio “TUYO ES EL REINO” debido a que Uds. han demostrado acuciosidad hasta el grado de analizar las palabras que puedan influir en el significado del tema. Sin embargo, he encontrado algunas cosas que, según yo, difieren de lo que dice la Biblia, que detallo… Leer más »

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