La persecución de los cristianos

La persecución de los cristianos
Por: Rafael Monroy
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La persecución no comenzó por los romanos, veamos lo que realmente pasó

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lgo difícil de entender es: ¿por qué persiguieron a Jesús y sus discípulos si no cometieron ningún crimen? La respuesta no es fácil de responder. ¿Acaso era un crimen predicar las buenas nuevas del Reino? ¿Fue porque Jesús dijo que era el Hijo de Dios? ¿O a lo mejor porque representaban un peligro para sus perseguidores? Eso precisamente es lo que vamos a analizar en este estudio. Por favor, tome un tiempo para escucharlo por completo y sabrá cuáles fueron las circunstancias y los motivos que causaron la persecución de los cristianos del primer siglo.

Hace dos mil años, poco después de la muerte y resurrección de Jesús, comenzó oficialmente la persecución de los cristianos. Muchos fueron asesinados, torturados, despojados de sus bienes, encarcelados o exiliados. Lo menos duro que experimentaron fue la discriminación social de una sociedad despiadada y testaruda.

La persecución por parte del Imperio Romano continuó de manera intermitente bajo los reinados de Nerón, Domiciano, Decio, Valeriano y Diocleciano. La persecución se prolongó por casi 300 años, hasta que el emperador Constantino promulgó un edicto que puso fin a la persecución de manera oficial y, unos años después, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano.

La escena de cristianos en el circo romano siendo devorados por leones y martirizados públicamente es la imagen mental que nos recuerda la crueldad de los hombres. Pero, ¿fue realmente el Imperio Romano quien inició la persecución? ¿Cuáles fueron las causas que desencadenaron este odio hacia los cristianos? Primero, veamos el contexto en el que ocurrieron estos eventos para luego entender las razones detrás de esta inhumana cacería.

¿Cómo eran tratados los judíos antes de la persecución por parte del Imperio Romano?

Bajo el Imperio Romano, la postura de los emperadores paganos hacia los judíos fue, en general, de tolerancia y, en algunos casos, de protección. La única distinción notable entre la comunidad judía y el resto de las naciones radicaba en su adoración a un solo Dios. La sociedad judía se destacaba por su religión y costumbres, lo que a menudo los hacía ver como antisociales o, al menos, algo apartados de la comunidad en general.

El mundo griego y romano, al ser politeísta, percibía a los judíos, monoteístas, como un pueblo que no podía integrarse por completo en la sociedad. Aunque sus creencias los hacían objeto de rechazo, muchos judíos participaban de las creencias de las naciones que los acogían. Sin embargo, la convivencia no siempre fue fácil, ya que los judíos solían ser una minoría distinta dentro de la sociedad. A pesar de esta separación social, el pueblo judío vivió en relativa paz bajo el Imperio Romano.

Esta situación de paz continuó de manera relativamente favorable cuando Alejandro Magno absorbió al Imperio Persa entre 334 y 331 a.C. No obstante, tras su muerte, comenzó una época difícil para los judíos, ya que Judea fue disputada entre los reyes egipcios y sirios. Bajo el dominio de los Ptolomeos, aún hubo una cierta tranquilidad.

Hacia el 200 a.C., la supremacía pasó de los Ptolomeos de Egipto a los Seléucidas de Siria. Fueron tiempos de intensa opresión, especialmente durante el reinado de Antíoco Epífanes IV y sus sucesores. La incansable lucha de los Macabeos condujo a la independencia de Israel y al inicio de la dinastía de los asmoneos.

La creación de los partidos político-religiosos marcó un cambio en la sociedad judía.

Simón Macabeo unificó el poder religioso con las autoridades políticas judías, surgiendo de esta manera los partidos político-religiosos de los fariseos, saduceos y esenios. En el 63 a.C., Pompeyo tomó Jerusalén y el Templo por asalto, y a partir de ese momento, Israel pasó a depender de Roma.

Herodes I, el Grande, hijo de Antípater y de origen idumeo, ganó el apoyo de Roma y, en el año 38 a.C., fue nombrado rey de los judíos, convirtiéndose en el primer rey de origen no judío en gobernar sobre Israel. Durante su reinado nació Jesucristo. El pueblo judío mantenía la esperanza de que su Mesías prometido fuera un libertador, un rey humano, un guerrero o caudillo similar a Moisés. Lamentablemente para ellos, Jesús no cumplía con sus expectativas, y especialmente de la élite político-religiosa que los gobernaba. Según ellos, el Mesías debía garantizar las fronteras del reino establecidas en el Antiguo Testamento y proteger al pueblo judío, entre otras cosas.

Es decir, las autoridades religiosas de la época no esperaban que el Mesías surgiera de la clase humilde de la sociedad, mucho menos que fuera un carpintero nacido en una de las ciudades más pequeñas e insignificantes de Israel. Creían que el Mesías se proclamaría como un rey poderoso que los liberaría de la opresión del Imperio Romano. También esperaban una restauración política del estado de Israel, ya que, según Miqueas 4:2, de Jerusalén saldría la ley para todas las naciones.

Los fariseos y otros líderes religiosos de la época no comprendieron cómo Dios estaba actuando, pues no eran guiados por el Espíritu Santo; en cambio, estaban enfocados en lo material y en la política, más que en Dios. De hecho, la muerte y persecución de Jesús se debieron al temor de que Roma tomara represalias contra el pueblo de Israel si Jesús continuaba predicando el evangelio del reino de Dios, el cual representaba la llegada de un nuevo orden divino donde Dios gobernará con justicia y amor, pero que sería establecido con violencia. Jesús representaba un riesgo tanto para la política de Israel frente a Roma como para ellos mismos, ya que no se sentían incluidos en la supuesta ascensión de Jesús como Rey de los Judíos.

Ellos persiguieron y mataron a Jesús porque pensaban que él les quitaría el poder político y la influencia religiosa que tenían en la nación de Israel, tal como lo narra el evangelio de Juan 11:47-53 de la Nueva Versión Internacional: “Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron a una reunión del Consejo. –¿Qué vamos a hacer? –dijeron–. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación. Uno de ellos, llamado Caifás, que ese año era el sumo sacerdote, les dijo: ¡Ustedes no saben nada en absoluto! No entienden que les conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación. Pero esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía, no sólo por esa nación sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, para congregarlos y unificarlos. Así que desde ese día convinieron en quitarle la vida.”

La razón por la cual convinieron asesinar a Jesús era por la supuesta invasión que el Imperio Romano les haría si Jesús continuaba con vida. Ellos creían que Jesús estaba ganando seguidores para proclamarse rey de los judíos. En esta situación, los altos miembros del sanedrín pensaban que Jesús era un sedicioso que buscaba el poder político. Los judíos esperaron por siglos a su Mesías; ellos sabían que su misión sería liberar al pueblo. Sin embargo, para ellos, Jesús no cumplía con sus expectativas, porque NO pertenecía a ninguna de las corrientes político-religiosas de la época.

El Imperio Romano gobernaba sobre Israel, pero no fueron ellos quienes iniciaron la persecución.

Los romanos dictaban las pautas a las naciones que eran gobernadas. Una de esas pautas era evitar revueltas populares que procuraran el restablecimiento de las monarquías en los territorios conquistados. De modo que Jesús era un peligro latente ante las autoridades políticas y religiosas de Israel, puesto que si los romanos se enteraban de que un líder como Jesús se proclamaba rey de los judíos, ellos corrían el riesgo de ser depuestos y posiblemente asesinados. Es difícil pensar cómo personas en posiciones eclesiásticas elevadas, que supondrían un conocimiento más profundo de las Escrituras y de las profecías, no comprendieron que Jesús era el Mesías que por tanto tiempo habían esperado. Ellos comenzaron la persecución desde el momento en que planearon matarlo.

Las Escrituras describían al Mesías como un rey conquistador, todopoderoso, que destruiría al impío, como las profecías de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Miqueas y Zacarías; sin embargo, Jesús se presentó como un manso cordero, hablando de amor, de compasión hacia los necesitados, de poner la otra mejilla y de compartir con los pobres. Algo que, visto desde el punto de vista humano, no cubría las expectativas de los religiosos de la época. De modo que, en lugar de escucharlo y aprender de él, lo persiguieron y crucificaron, como también posteriormente lo hicieron con su Iglesia (Hechos 6:7-12).

Por otra parte, ellos también tenían envidia de sus discípulos, puesto que poseían la sabiduría y el poder de Dios a su favor, además del riesgo que implicaba mantenerlos con vida, ya que el movimiento de Jesús continuaría después de su muerte. Los fariseos, siendo personas educadas e instruidas en la ley, no podían hablar ni hacer las cosas que los discípulos de Cristo hacían. La persecución de la Iglesia comenzó por su propio pueblo, por los mismos que él había designado como sus ministros. Aquellos que oraban y ministraban a Dios, son los mismos que persiguieron y crucificaron a su Hijo.

Los religiosos de la época usaban la ley de Moisés como un instrumento de ganancia; ellos usaron su posición para enriquecerse a costillas del pueblo y no estaban dispuestos a renunciar a todos sus privilegios por seguir al carpintero. Por esa razón, desconocieron al Señor y lo persiguieron. Tenían temor a perder su fuente de ingresos, el respeto del pueblo y las comodidades que con tanto esfuerzo habían logrado.

Conocer y memorizar las Escrituras no significa conocer a Dios.

Durante los tres años y medio que Jesucristo enseñó sobre el futuro Reino de Dios, muchos de sus opositores, específicamente los líderes de las altas esferas religiosas, no creyeron en su anuncio; no porque él enseñara algo errado o doctrinas contrarias a la ley de Moisés, sino porque era una doctrina que nunca habían escuchado. Jesús enseñaba estas doctrinas con toda autoridad y con el respaldo de los milagros que hizo; algo que los fariseos no podían hacer porque no eran guiados por el Espíritu Santo (Mateo 7:29).

Los sacerdotes y los doctores de la ley eran personas muy preparadas e instruidas en las Escrituras, pero su arrogancia no les permitía aceptar las enseñanzas de aquel pobre carpintero, y, al igual que muchos cristianos en la actualidad, conocían mucho de las Escrituras, pero les faltaba una relación personal y de confianza con Dios. Ellos comenzaron la peor persecución conocida en la época, que duró casi 300 años. En la era moderna, estos doctores y maestros se gradúan en universidades cristianas, obtienen títulos de reverendo, obispo, pastor y hasta de profeta y apóstol.

Según ellos, graduarse de una prestigiosa universidad cristiana los capacita para tomar las riendas de una congregación. Conocen mucho de hermenéutica, homilética, estudian lenguas muertas, muchos hablan hebreo, griego, arameo, son peritos en historia, y quién sabe cuántas cosas más… muchos conocen la letra, pero no conocen a Dios, porque no han nacido de nuevo, por lo tanto, no pueden hacer su voluntad (2 Corintios 3:6). No me malentienda, estudiar las Escrituras y su entorno no tiene absolutamente nada de malo; al contrario. El problema está en creer que ese estudio los pone en otro nivel espiritual.

Los fariseos seguían a Jesús, observándolo y poniendo atención a lo que decía, no para aprender de él, sino para ver en qué se equivocaba para acusarlo. Eran arrogantes, no podían aceptar que el hijo de José y María, a quien conocían desde su infancia, les enseñara algo nuevo, y mucho menos que se proclamara Hijo de Dios. “Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?” Mateo 13:54-56.

Los fariseos veían a Jesús como un fenómeno o un loco que salió de la nada. Sin embargo, si Jesús hubiera nacido en nuestros tiempos, también hubiera pasado lo mismo; lo hubieran perseguido, porque las costumbres cristianas tienen más peso que la obediencia a Dios. Los fariseos se esforzaron por cumplir la ley al pie de la letra y, dentro de las líneas religiosas de aquella época, ellos eran los más estrictos, pero en ninguna manera comprendieron que lo más importante de la ley era la misericordia, la justicia y la fe, como lo dice Jesús en Mateo 23:23. Hacer esto, lógicamente, implicaba ayudar a sus hermanos necesitados, y ellos eran avaros, les gustaba el dinero y la posición de liderazgo que habían alcanzado en el pueblo.

Los diezmos como fuente de ganancia entre los sacerdotes.

Resulta irónico pensar que los levitas al principio dependían enteramente de la misericordia de sus hermanos, puesto que no poseían tierras, sino sólo los diezmos de sus hermanos. Los diezmos eran lo único con lo que contaban; estos eran básicamente alimentos, los cuales guardaban en un lugar común llamado alfolí (o granero). Esos alimentos estaban destinados a cubrir las necesidades básicas de toda la tribu de Leví. En el libro de Números 18:23-24 encontramos: “Mas los levitas harán el servicio del tabernáculo de reunión, y ellos llevarán su iniquidad; estatuto perpetuo para vuestros descendientes; y no poseerán heredad entre los hijos de Israel. Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel, que ofrecerán a Jehová en ofrenda; por lo cual les he dicho: Entre los hijos de Israel no poseerán heredad.”

Después de un tiempo, los israelitas dejaron de diezmar, quizá por olvido o porque no querían dar a aquellos que Dios dispuso que le sirvieran en el templo. El asunto es que Dios les recordó por medio del profeta Malaquías que el diezmo no era una opción, sino una obligación establecida en la ley. Malaquías 3:8-10 dice: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.”

Estos versículos son el caballo de batalla de algunos predicadores; con estos versículos han maldecido al pueblo de Dios pretendiendo bendecirlo. Cuando en realidad, estos versículos eran un llamado de atención al pueblo de Israel porque habían dejado de diezmar y, de paso, habían abandonado a todos sus hermanos levitas. No sé cuáles necesidades estaban pasando ellos, pero debieron ser muy serias para ameritar la intervención de Dios a través del profeta Malaquías.

Los levitas estaban prácticamente muriendo de hambre y enfrentando muchas necesidades económicas porque el pueblo había dejado de diezmar. Esta fue la razón por la cual Dios los mandó a hacerlo nuevamente. No solo eso, en su infinita bondad, les prometió recompensarlos con bendiciones abundantes si no desamparaban a sus hermanos. A pesar de que el pueblo fue ladrón y avaro, Dios los llamó al arrepentimiento y a mostrar misericordia hacia sus hermanos los levitas, a través del diezmo. Dios les prometió bendecirlos abundantemente. Esta promesa no era nueva; simplemente, Dios les estaba recordando lo que hacía años les había ordenado cumplir.

En Deuteronomio 14:22-29 el Señor le dice al pueblo de Israel: “Sin falta darás el diezmo de todo el producto de tu semilla que el campo rinda año tras año. Delante de Jehová tu Dios, en el lugar que Él haya escogido para hacer habitar allí su nombre, comerás el diezmo de tu grano, de tu vino nuevo, de tu aceite, de los primerizos de tu ganado y de tu rebaño, a fin de que aprendas a temer a Jehová tu Dios, todos los días. Si el camino es largo y tú no puedes transportar el diezmo, cuando Jehová tu Dios te bendiga, porque está muy lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios haya escogido para poner allí su nombre, entonces lo darás en dinero. Tomarás el dinero contigo e irás al lugar que Jehová tu Dios haya escogido. Entonces darás el dinero por todo lo que apetezcas: vacas, ovejas, vino, licor o por cualquier cosa que desees. Y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te regocijarás tú con tu familia. No desampararás al levita que habite en tus ciudades, porque él no tiene parte ni heredad contigo. Al final de cada tres años, sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año y lo guardarás en tus ciudades. Entonces vendrán el levita que no tiene parte ni heredad contigo, el forastero, el huérfano y la viuda que haya en tus ciudades. Ellos comerán y se saciarán, para que Jehová tu Dios te bendiga en toda obra que hagas con tus manos.”

La bendición de Jehová sobre el pueblo de Israel estaba estrechamente vinculada al bienestar de los levitas. Si ellos estaban bien alimentados y satisfechos, el Señor bendecía abundantemente al pueblo. Durante muchos años, los levitas dependieron de la misericordia del pueblo; sin embargo, aproximadamente 500 años después, la situación cambió. Los levitas comenzaron a enriquecerse al punto de ocupar las posiciones más destacadas tanto en el ámbito religioso como en el gobierno. A pesar de haber sido menospreciados y de haber carecido de ayuda de parte de sus hermanos en el pasado, ahora eran ellos quienes no movían un dedo para ayudar al necesitado. Por esta razón, Jesús los reprendió con dureza; habían olvidado de dónde venían y cómo Dios los había cuidado y protegido durante el tiempo de la ley.

Los fariseos, así como otros líderes religiosos, no querían perder su liderazgo ni sus riquezas, lo que los llevó a esforzarse por acusar a Jesús. Él no se cansaba de llamarlos hipócritas (Mateo 23:27) y «generación de víboras» (Lucas 3:7), ya que ellos afirmaban conocer a Dios, pero no hacían su voluntad.

El Señor Jesús no ha cambiado en dos mil años; él sigue siendo el mismo, tal como lo dice Hebreos 13:8, y su lenguaje hacia los religiosos sigue siendo el mismo. Hoy existen muchos religiosos que están más enfocados en conservar sus costumbres, su posición de liderazgo y sus riquezas que en conocer a Dios y hacer su voluntad. Ellos saben que tomar la decisión de cambiar es de valientes, y la mayoría son cobardes. Ellos saben que no todas sus ovejas estarán dispuestas a aceptar el cambio, y por lo tanto, no lo harán. Muchas ovejas están tan acostumbradas a seguir la corriente de este mundo que no darán vuelta atrás. Gálatas 1:9-11 dice: “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.”

En la era moderna abundan los falsos evangelios y los falsos maestros.

En la actualidad, la Gracia de Dios es constantemente mal utilizada por muchos líderes religiosos, que han tergiversado su misericordia, engañando a sus seguidores con vanas esperanzas (Santiago 4:2-4). Ellos usan la Gracia de nuestro Señor Jesucristo como medio de ganancia, del mismo modo que los fariseos lo hicieron en la antigüedad (Judas 1:4). Otros buscan poder y gloria del hombre en lugar de la gloria de Dios.

Bien dice la Palabra de Dios que todo se vuelve a repetir (Eclesiastés 1:9). Y de la misma manera que ocurrió en el tiempo de los primeros cristianos, ocurre en la actualidad; oímos evangelios diferentes al anunciado por los apóstoles. Lamentablemente, los apóstoles ya no están para amonestarnos y guiarnos por el único y verdadero evangelio. Jesús dijo: “Vendrán muchos maestros enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” Marcos 7:7.

Muchos adoptan las costumbres de los pueblos, incluidas algunas paganas, y las enseñan como si fueran mandamientos de Dios, pretendiendo honrar al Señor con esas tradiciones, aunque Él no las ha ordenado. Por el contrario, los mandamientos que expresamente ha decretado que guardemos son desobedecidos sin que parezca importar. Veamos lo que dice el profeta Amós 2:4: “Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Judá, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque menospreciaron la ley de Jehová, y no guardaron sus ordenanzas, y les hicieron errar sus mentiras, en pos de las cuales anduvieron sus padres.”

Es responsabilidad del cristiano maduro identificar cuáles son aquellas costumbres y creencias que se han infiltrado en las congregaciones y que, en ninguna manera, forman parte de la enseñanza de Jesús, y apartarse de ellas, aunque en su congregación las hayan practicado por años.

Una de estas prácticas paganas es la celebración de la Navidad y Halloween. Aunque esta postura pueda parecer demasiado radical, le pido que analice los hechos y las Escrituras para que compruebe por usted mismo la realidad de las cosas. Al final, usted es quien dará cuenta a Dios por su propia vida; ni su maestro de escuela dominical ni su pastor intercederán por usted en el día del juicio, pues ellos también rendirán cuentas por sus propios actos.

Estas celebraciones pueden parecer inofensivas; sin embargo, tienen un trasfondo pagano que lleva a los cristianos a caer en un vacío espiritual. Al practicarlas, sin saberlo, están participando en algo que no proviene de Dios. Por el contrario, están permitiendo que costumbres de origen pagano se infiltren dentro de las mismas congregaciones con sus consecuentes implicaciones.

Muchos verdaderos hijos de Dios tropezarán y se apartarán del evangelio de Jesús, tal como lo dice Pablo en 2 Timoteo 4:3-5: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.”

Pablo exhortó a Timoteo a mantenerse fiel al verdadero evangelio de Jesús, sin importar las consecuencias. Sin embargo, en la actualidad, algunos falsos maestros predican herejías y doctrinas de demonios como si no importara. Estos predicadores entretienen a la gente con fábulas, cuentos e historias cautivadoras, para que los oyentes experimenten emociones durante el culto en lugar de estudiar la Palabra de Dios. No es de extrañar que estos falsos maestros se confundan con cualquier líder mundano, ya sea político, motivador personal o de cualquier otro tipo.

Los primeros cristianos fueron perseguidos no porque amenazaran o maldijeran a sus perseguidores, sino porque representaban un peligro en la mente de ellos. Tanto los líderes religiosos como muchos del pueblo no estaban dispuestos a cambiar; ellos se sentían profundamente confrontados en su conciencia por los discípulos de Jesús. Los religiosos no querían renunciar a sus privilegios, y el pueblo judío no deseaba abandonar sus costumbres y tradiciones. Sabían que seguir el evangelio de Jesús implicaba un cambio de vida, un nuevo renacer, y lamentablemente, no todos estaban dispuestos a aceptarlo. Su mecanismo de defensa era recurrir a la violencia contra aquellos que no podían silenciar, aquellos que les recordaban su condición de pecado.

Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, escribió una amonestación muy seria a todos aquellos que enseñan un evangelio diferente. Gálatas 1:7-9 dice: “No es que haya otro evangelio, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como ya lo hemos dicho, ahora mismo vuelvo a decir: Si alguien os está anunciando un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema.”

Anunciar un evangelio diferente, ya sea el evangelio de la prosperidad, la super-gracia, o cualquier otro distinto al que Jesús y sus discípulos enseñaron, coloca a quien lo predica bajo maldición, a menos que se arrepienta delante de Dios. Y más vale que lo hagan, porque Dios no cambiará sus planes ni su Palabra. Dios no es como el hombre, que se adapta al entorno según las circunstancias; Él cumplirá su Palabra tal como está escrita, sin cambiar nada de ella. Los últimos tiempos verán un renacer de la verdadera doctrina de Cristo, y todo será como en los días de los primeros cristianos, porque aprenderemos el único evangelio del Reino predicado por Jesús.

La prédica del verdadero evangelio del Reino de Dios trae persecución.

Si bien es cierto que apegarse al evangelio del Reino traerá gran poder y bendición a quienes lo anuncien, también traerá persecución por parte de aquellos que se oponen a él. Así como muchos se opusieron al anuncio del Hijo de Dios, muchos se opondrán al verdadero evangelio del Reino.

Muchos estarán en contra de quienes proclamen el verdadero evangelio del Reino, y como los fariseos hace dos mil años, iniciarán una persecución contra sus propios hermanos. Esto será porque nunca han conocido el verdadero evangelio ni lo que implica, y les parecerá algo extraño, como una nueva doctrina. Precisamente lo que ocurrió hace dos mil años: los fariseos vieron amenazado su status quo. Creían que Jesús les quitaría su fuente de ganancia y, en definitiva, su forma de vida. Claramente, la amenaza que representaba Jesús era algo que no estaban dispuestos a tolerar.

Si comparamos la situación político-religiosa de hace dos mil años con la actual situación de la iglesia cristiana, vemos muchas similitudes. Los cristianos modernos, en términos generales, creen que Dios está interesado en bendecirles económicamente, y para alcanzar esto, los predicadores enseñan que si das los diezmos y las ofrendas, Dios te bendecirá con riquezas. En una congregación mediana o grande, la recolección de diezmos y ofrendas es considerablemente alta, y obviamente, los más beneficiados son los pastores, cuyos salarios directos e indirectos suelen ser muy elevados. Los mega-pastores ganan millones de dólares, son invitados a dar consejo a presidentes de naciones, oran por ellos y son vistos como personas muy respetables por la sociedad.

En el evangelio de Lucas 6:26 se nos advierte: “¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, porque así hacían sus padres con los falsos profetas!”

El pueblo cristiano moderno conoce y enseña toda la liturgia de su congregación. Cantan alabanzas, asisten a reuniones en casas una o dos veces por semana, y los domingos se visten de traje, ayudando en diversas actividades. Reciben a los asistentes al culto, reparten tarjetas de bienvenida a los nuevos, recogen las ofrendas y las cuentan. Algunos cantan en el grupo de alabanza y otras actividades han sido bien definidas a lo largo de los años.

Las prédicas, en general, se centran en temas relacionados con la familia, las relaciones interpersonales y en repetir una y otra vez los rudimentos del evangelio: que Cristo murió por nuestros pecados, que su sangre nos ha salvado, que ya no hay condenación si hicimos una pequeña oración hace muchos años, y sobre todo, que debemos dar el diezmo y las ofrendas. En resumen, conocemos a la perfección la estructura de la iglesia cristiana evangélica de nuestros tiempos.

Todos sabemos cómo funciona una iglesia moderna, pero no todos conocemos la esencia de las buenas nuevas del Reino, predicado por Jesús y sus apóstoles hace dos mil años. El evangelio del Reino será la manzana de la discordia; de modo que re-enseñar el único evangelio será motivo para que muchos se sientan incómodos, ya que expondrá las falacias que ellos han estado enseñando, especialmente cuando las personas que asisten a esas congregaciones dejen de hacerlo. ¿Cree usted que los fariseos procuraron perseguir y martirizar a Jesús solo por sus prédicas? NO. Lo hicieron porque mucha gente seguía a Jesús; multitudes lo buscaban, y el pueblo ya no les prestaba atención.

Las personas tienden a seguir a sus líderes; es parte de la naturaleza humana, y los fariseos no solo eran líderes religiosos, sino también figuras de poder político. La poca o mucha gente que los seguía hizo lo que ellos ordenaron. Decidieron que Jesús y sus seguidores representaban un peligro para la nación, y esta decisión fue el detonante de la persecución. Entre estos perseguidores estaba Pablo de Tarso, quien estaba convencido de que los cristianos representaban un peligro tanto para la nación como para Dios.

De manera similar, muchas personas fieles a sus denominaciones pueden sentir que su pastor o su doctrina están siendo atacados. Por esa razón, perseguirán a sus propios hermanos en la fe, ya que están acostumbrados a escuchar doctrinas erróneas, mentiras y verdades a medias, lo que les impide discernir la verdad.

Muchos continúan aferrados a sus mentiras, no están dispuestos a escuchar, y mucho menos, a cambiar su rumbo. Por esa razón, Dios les ha dado un espíritu de engaño para que continúen en ellas: “y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.” 2 Tesalonicenses 2:10-12.

No estar dispuesto a creer es un mal síntoma que trae graves consecuencias. El Señor trata con dureza a su propio pueblo porque su propósito es santificarlo y perfeccionarlo, y lo hará como se prueba el oro: con fuego (1 Pedro 1:15). Sin embargo, con aquellos de corazón endurecido, será aún más severo, especialmente con quienes, ocultándose tras una falsa moralidad, provocan a Dios con su necedad. Fue su propio pueblo quien persiguió y mató a Jesús; hicieron lo mismo con sus discípulos, y también lo harán con aquellos que aman al Señor y obedecen sus mandamientos. Quienes se mantienen firmes en el evangelio del Reino de Dios serán el objetivo de aquellos que sienten amenazada su forma de vida.

Las autoridades religiosas modernas iniciarán la nueva persecución.

Los predicadores modernos arderán de celos cuando vean que tanto sus ingresos como su influencia se ven minados. Ellos creen ser los «elegidos» de Dios para dirigir a su pueblo; sin embargo, en los tiempos finales, se convertirán en los perseguidores. La envidia es un poderoso motivador para muchas personas y puede llevarlas a actuar de manera negativa y destructiva, tanto para sí mismos como para los demás. Fue tanta la envidia que los líderes del pueblo sentían hacia Jesús que prefirieron salvar a un asesino como Barrabás antes que al más justo de los justos:

“Ahora bien, en el día de la fiesta acostumbraba el gobernador soltar al pueblo un preso, el que quisiesen. Y tenían entonces un preso famoso llamado Barrabás. Reunidos, pues, ellos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, ¿llamado el Cristo? Porque sabía que por envidia le habían entregado. Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él. Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud para que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto.” Mateo 27:15-20.

En un futuro no muy lejano ocurrirá algo similar. Las autoridades religiosas «cristianas» iniciarán la peor persecución de la historia, cuya causa será la envidia hacia los nuevos líderes cristianos. Esta nueva generación de predicadores luchará contra las malas costumbres y las falsas enseñanzas. Enseñarán el evangelio de Cristo de la misma manera en que los apóstoles lo hicieron. No será el gobierno de la bestia quien comience la persecución contra los verdaderos hijos de Dios, sino el propio pueblo «cristiano».

El falso profeta, quien contará con el respaldo de las más altas autoridades religiosas del mundo, manifestará gran poder para engañar, llegando incluso a hacer descender fuego del cielo y resucitar muertos, con el propósito de engañar a los habitantes de la tierra. En el libro de Apocalipsis 13:13-14 se menciona que la segunda bestia, también conocida como el falso profeta, realizará señales milagrosas para engañar a la humanidad: “También hace grandes señales, de tal manera que aún hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió.”

Si quieres saber un poco más sobre este tema, te invito a que escuches nuestro estudio titulado El anticristo y el falso profeta.

Debemos enfatizar que la segunda bestia, o el falso profeta, es probablemente quien dirija la persecución, ya que él forma parte del sistema corrupto de iglesias y tendrá el respaldo total de la primera bestia, también conocida como el anticristo. Siendo el falso profeta uno de aquellos que no están dispuestos a perder sus privilegios, es lógico pensar que ésta será su oportunidad para intentar destruir la obra de Dios. La persecución dirigida por líderes religiosos y sus congregaciones comenzará cuando se sientan amenazados por esta nueva ola de creyentes. Por ahora, estas personas continúan siendo esclavas de las costumbres cristiano-religiosas que los alejan de la verdad y los conducen por caminos de perdición, tal como Pablo le advirtió a Timoteo: “Pero los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.” 2 Timoteo 3:13.

Esta gente se excusa diciendo que vivimos en tiempos modernos y que todo ha cambiado, incluso el evangelio. Muchos de estos líderes religiosos consideran que los apóstoles eran ignorantes, o que ellos sufrieron para que nosotros gocemos las bendiciones de Dios. Esta gente moldea la Palabra de Dios a su conveniencia, ya sea por conocimiento o por ignorancia; incluso algunos predicadores modernos podrían argumentar que los apóstoles de Jesús no entendieron o no quisieron aprovechar plenamente las bendiciones económicas que Dios ofrece. Sin embargo, esa perspectiva no refleja el verdadero mensaje del evangelio y la enseñanza de los apóstoles. Los apóstoles no enfocaron su ministerio en buscar prosperidad económica, sino en predicar el Reino de Dios, la salvación y la transformación espiritual de las personas y, como máxima aspiración: la vida eterna.

En las Escrituras, encontramos que los apóstoles vivieron de manera humilde, confiando en Dios para que cubriera sus necesidades básicas; ellos dedicaban sus vidas al servicio de los demás sin buscar enriquecerse. El apóstol Pablo, por ejemplo, escribió en 1 Timoteo 6:6-10 que: “la piedad, acompañada de contentamiento, es gran ganancia”, advirtiéndole a Timoteo no caer en el amor al dinero, el cual es la raíz de muchos males. Además, Pablo trabajaba con sus manos como fabricante de tiendas para no ser una carga económica para las iglesias, pero los predicadores asalariados del siglo XXI procuran y desean tener grandes congregaciones para recibir mejores ingresos.

La gracia y la paciencia de Dios tiene un límite.

La gracia de la cual disfrutamos hoy no será por siempre, por lo cual debemos apreciarla y cuidarla, ya que cuando estemos en medio de la persecución que precede el regreso de Jesús, no habrá más misericordia. En el libro del profeta Zacarías 7:9-12 dice: “Así ha dicho Jehová de los Ejércitos: ‘Juzgad conforme a la verdad; practicad la bondad y la misericordia, cada uno con su hermano. No extorsionéis a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre; ni ninguno piense en su corazón el mal contra su hermano. Pero no quisieron escuchar. Más bien, se encogieron de hombros rebeldemente y taparon sus oídos para no oír. Y endurecieron su corazón como un diamante para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los Ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los antiguos profetas. Por tanto, se desencadenó la gran ira de Jehová de los Ejércitos.”

Dios ama a quienes practican la bondad y la misericordia, y nos ha dado suficiente tiempo para hacerlo. Aunque es cierto que la Iglesia de Dios ha estado dormida, es tiempo de que despierte y cumpla con su deber como hijos de un gran Rey que ama la justicia y la rectitud. El Padre es justo, misericordioso, amoroso, generoso y siempre hace el bien, aun cuando nosotros somos malos. Precisamente eso es lo que Dios espera de sus hijos. Dios no quiere que actuemos presuntuosamente, jactándonos del oro y la plata de nuestro Padre. Por el contrario, Jesucristo nos dejó un claro ejemplo de humildad y mansedumbre que debemos seguir. Endurecer tu corazón para no escuchar la exhortación de Dios solo te traerá dolor y sufrimiento, porque cuando la ira de Dios se desencadene no habrá lugar donde puedas esconderte.

La persecución vendrá motivada principalmente por la envidia que los dirigentes religiosos tendrán de un pueblo que hace conforme a la voluntad de Dios, por lo que te exhorto a mantenerte fiel y a que no te apartes del camino de justicia, porque si eres perseguido, recibirás gran recompensa. “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:17.

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denisse munizaga
denisse munizaga
4 años atrás

Hola quisiera saber su opinion de los libros gnosticos encontrados en el mar muerto el de tomas,felipe,magdalena y judas. Tambien de los libros de los esenios? Que opinan ustedes debemos considerlos o no? Que opinan de los gnosticos?

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